Vicente Enrique y Tarancón

La historia de la civilización está escrita por los hombres y mujeres queen el transcurrir de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho quela civilización, de una forma u otra,progrese.

Si has llegado hasta aquí es porque sabes de la importancia que tuvo Vicente Enrique y Tarancón en la historia. La forma en que vivió y lo que hizo en el tiempo en que permaneció en el mundo fue decisivo no sólo para las personas que trataron a Vicente Enrique y Tarancón, sino que tal vez legó una huella mucho más vasta de lo que logremosconcebir en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Vicente Enrique y Tarancón en persona.Vicente Enrique y Tarancón ha sido un ser humano que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.

Vida y Biografía de Vicente Enrique y Tarancón

(Burriana, 1907 - Valencia, 1994) Cardenal español. Doctor en teología por la Universidad Pontificia de Valencia, fue nombrado cardenal en 1969 por el papa Pablo VI. En su calidad de presidente de la Conferencia Episcopal Española desde 1971 hasta 1981, llegó a ser una figura clave en la transición del franquismo a la democracia. Desarrolló además de esto una enorme tarea de magisterio que quedó reflejada en sus varios escritos, entre aquéllos que aparecen La renovación total en la vida cristiana (1954), Los seglares en la Iglesia (1958), Sucesores de los apóstoles (1960), La parroquia, el día de hoy (1961), La Iglesia en el planeta de el día de hoy (1965), El sacerdocio a la luz del Concilio Vaticano II (1966), La crisis de fe en el planeta de hoy (1968) y Liturgia y lengua del pueblo (1970). Perteneció a la Real Academia Española de la Lengua desde el año 1969.

Ordenado sacerdote en Tortosa (Tarragona) en 1929, Vicente Enrique y Tarancón pasó a ser coadjudtor-organista de Vinarós (Castellón) por año siguiente y consiguió el doctorado en teología por la Universidad Pontificia de Valencia. Durante la Segunda República estuvo designado en la Casa del Consiliario de Madrid, lugar desde el que hizo distintas metas de publicidad de Acción Católica. Al iniciarse la Guerra Civil se encontraba en Tui (Pontevedra), población donde triunfó el alzamiento militar. En 1938, tras la ocupación nacionalista de Vinarós, fue nombrado arcipreste de esta localidad; años después, en 1943, ocupó exactamente el mismo cargo en la localidad de Villarreal (Castellón). En 1945 fue preconizado obispo de Solsona (Lleida), en 1956 pasó a ocupar la Secretaría del Episcopado Español y en 1960 fue designado viceconsiliario general de Acción Católica.

A fines de la década de 1950 se unió a la corriente autocrítica aparecida en el catolicismo español que, más tarde, subscribiría las proposición progresistas del Concilio Vaticano II (1962-1965), con lo que inició un progresivo alejamiento del nacional-catolicismo dominante en el régimen del general Franco. Poco tras ser impulsado a la sede arzobispal de Oviedo (1964), el papa Pablo VI le nombró integrante de la Pontificia Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico. Trasladado en 1969 al arzobispado de Toledo para suplir la vacante dejada por el cardenal Enrique Plá y Deniel, pocos meses después fue nombrado cardenal por Pablo VI.

Primado de España (1969-1971) y, en sustitución de Casimiro Morcillo, arzobispo de Madrid (1971), Vicente Enrique y Tarancón fue además de esto escogido presidente de la Conferencia Episcopal Española y de la Comisión Permanente del Episcopado en 1972. En el desempeño de estos cargos debió asumir la compromiso de actualizar la Iglesia de españa y, teniendo como referencia los principios establecidos en el Concilio Vaticano II, amoldarla a los cambios políticos que demandaba la sociedad.

Su talante aperturista y conveniente a la instauración de un régimen democrático contó con la oposición de los campos mucho más conservadores de la Iglesia (dirigidos hasta 1971 por el arzobispo Morcillo), que insistían en sostener la línea del nacional-catolicismo. Intentó hacer una Iglesia sin dependencia del poder político, como quedó reflejado en el archivo manado de la reunión conjunta de obispos y curas, encabezada por nuestro Enrique y Tarancón.

En este esencial archivo, la Iglesia manifestaba su rechazo al término de cruzada acuñado a lo largo de la Guerra Civil (con el que se había consagrado religiosamente el alzamiento militar del 18 de julio de 1936) y aceptaba una parte de su compromiso en el combate civil, como se recopila en el parágrafo axial: “Reconocemos, y solicitamos por este motivo perdón, no haber conocido ser, en el momento en que fue mucho más preciso, reales ministros de la reconciliación”.

La intransigencia de los últimos gobiernos del régimen de Francisco Franco produjo varias adversidades en las relaciones Iglesia-Estado, entre ellas el enfrentamiento causado en 1974 por la homilía del obispo de Bilbao, Antonio Añoveros, que impulsó a las autoridades políticas a dictaminar el arresto del gerente de la diócesis bilbaína. Finalmente, el inconveniente ha podido ser solventado gracias a la intervención de Franco y de Enrique y Tarancón, que sostuvo a la Iglesia ajeno del emprendimiento político planteado por el almirante Luis Carrero Blanco para tras la desaparición del general Franco.

Tras la desaparición de Franco (1975), Vicente Enrique y Tarancón desempeñó un papel definitivo a lo largo del intérvalo de tiempo de transición democrática. Su deber con el régimen democrático fue total desde un primer instante, así como había expresado en la homilía pronunciada en la misa solemne de coronación de Juan Carlos I (1975), donde demandó la necesidad de establecer unas construcciones jurídico-políticas democráticas. Ello no le impidió sostener la independencia de la jerarquía eclesiástica, actitud avalada por la resolución de no respaldar a ninguna capacitación política, más allá de que se definiese como cristiana. Enrique y Tarancón fue substituido adelante de la Conferencia Episcopal por Gabino Díaz Merchán tras la celebración de la XXXIX Asamblea Plenaria (1981). En 1983, al cumplir los 75 años, el papa Juan Pablo II aceptó su dimisión de todos y cada uno de los cargos.

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