La historia del mundo la cuentan aquellas mujeres y hombres quea lo largo de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho quela civilización, de una forma u otra,prospere.
Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la relevancia que atesoró Urraca I de León en la historia. La manera en que vivió y lo que hizo durante el tiempo que permaneció en el mundo fue determinante no sólo para quienes frecuentaron a Urraca I de León , sino que a caso produjo una señal mucho más insondable de lo que podamosfigurar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Urraca I de León personalmente.Urraca I de León ha sido un ser humano que, por algún motivo, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
Comprender las luces y las sombras de las personas destacadas como Urraca I de León , personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es una cosa sustancial para que seamos capaces de poner en valor no sólo la vida de Urraca I de León , sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por Urraca I de León , personas a quienes de un modo u otro Urraca I de León influyó, y ciertamente, conocer y descifrar cómo fue el hecho de vivir en el periodo histórico y la sociedad en la que vivió Urraca I de León .
(?, hacia 1079 - Saldaña, Palencia, 1126) Reina de León y Castilla (1109-1126). Es entre las personalidades mucho más polémicas de la Edad Media hispana, ya que su reinado coincidió con entre las temporadas mucho más tormentosas del principiante reino de Castilla. Vilipendiada por unos y elevada a los altares por otros, los distintos juicios de valor realizados sobre su figura, tal como la escasez de fuentes, hacen que el acercamiento propósito a su biografía sea complejo y especial, como asimismo lo resulta el calibrar su auténtica aportación a la Edad Media hispana.
Urraca fue la hija primogénita de Alfonso VI, y de la segunda mujer de este, la reina Constanza de Borgoña. Debió de nacer hacia el año 1079 y, de entrada, no se saben mucho más datos sobre su niñez; es lógico sospechar que no tuviese vivienda fija, sino acompañara a la corte itinerante de su padre, el rey Alfonso, y que estuviera que se encuentra en la toma de Toledo (1085), verdadero jalón de la temporada por su concepto en la reconquista peninsular.
Hacia el año 1090, en el momento en que la infanta alcanzó edad núbil, Alfonso VI, en razón de las coaliciones que ya están entre Castilla y el condado de Borgoña, aceptó casarla con el titular del condado galo, Raimundo de Tolosa. Los esponsales debieron festejarse ese año, ya que Alfonso VI obsequió a los recientes cónyuges con los condados de Portugal y Galicia; para lograr hacer esta donación, Alfonso VI debió aguardar al fallecimiento de su hermano García de Galicia, ocurrido precisamente en exactamente la misma fecha.
En ese instante empezó la angosta relación entre doña Urraca y Galicia, primero por la vinculación llamada al territorio y, seguidamente y bastante más esencial, por la entrada en escena de un personaje clave en el reino español de la temporada: Diego Gelmírez, familiar del obispo de Santiago de Compostela, Diego Peláez. La admiración de Gelmírez por la orden de Cluny le aproximó al conde Raimundo, que nombró a Gelmírez, entonces vicario de la diócesis compostelana, su secretario y notario personal y de su casa. Por lo relacionado a la infanta Urraca, esta primer etapa de su historia, precisamente hasta el año 1106, se caracterizó a propósito anonimato (no es bastante citada en crónicas y documentos de la temporada), y por su supuesta dedicación al precaución de sus 2 hijos: doña Sancha y don Alfonso, el que iba a ser futuro heredero del trono español con el nombre de Alfonso VII.
La sucesión de Alfonso VI
La situación cambió de repente desde 1107, fecha donde murió el conde Raimundo. Urraca pasó a transformarse en estable aspirante a hacerse con el trono mientras su hijo Alfonso alcanzaba la mayor parte de edad, toda vez que los cinco matrimonios legales de Alfonso VI no habían deparado un heredero varón. Eso sí, hasta el último instante, Alfonso VI estuvo tentado de denominar heredero al infante Sancho, mucho más popular como Sanchico, hijo de una de sus concubinas, la princesa Isabel, que no es otra sino más bien la intrascendente pulchra Zaida, personaje principal de los romances, hija de Abul-Qasin Muhammad II, reyezuelo taifa de Sevilla. Pero este infante murió siendo un niño, el 30 de mayo de 1108, a manos de los musulmanes victoriosos en la guerra de Uclés. El mal de esta muerte aceleró nuestra de Alfonso VI, acontecida por año siguiente.
Antes de fallecer, quedaba por finiquitar una cuestión: ¿convenía a doña Urraca contraer nuevo matrimonio? La nobleza español-leonesa empezó a desplazar los hilos a fin de que el candidato fuera Gómez González, conde de Candespina, entre los mucho más poderosos señores feudales de Castilla. Alfonso VI convocó a todos y cada uno de los obispos del reino a un consejo y decidió casarla con el monarca aragonés, Alfonso el Batallador, liturgia que se festejó en el castillo de Muñón antes del fallecimiento de Alfonso VI, en 1109. Parece que la desconfianza de su nobleza cegó al monarca español, en tanto que, por no someter al reino a las luchas aristocráticas, terminó por involucrar en los temas castellanos al que era entonces el mayor dominador territorial de la península: Alfonso, monarca de Aragón, de Navarra y en este momento rey consorte de Castilla.
A pesar de esta resolución, Alfonso VI no ha podido eludir completamente las luchas aristocráticas. Es bastante posible (más que nada visto el devenir posterior del link) que fuera verídica la negativa de nuestra Urraca a desposar con el monarca aragonés, y, por exactamente la misma senda de la sospecha, que su pasión hacia el conde de Candespina, Gómez González, fuera además alguna. Alrededor del conde de Candespina, que tenía el acompañamiento del arzobispo de Toledo, don Bernardo (arma muy importante de la Iglesia, dada la consaguinidad de los cónyuges), se conformó el primer conjunto de poder en la corte castellana. El segundo fue encabezado por los contrincantes de Gómez González, más que nada el viejo ayo de la reina Urraca, Pedro Ansúrez, a quien las supones apuntan como el factótum de que saliera a resplandecer el nombre de Alfonso el Batallador como marido de la reina viuda. Un tercer personaje de relevancia, que desempeñó un papel primordial, fue Pedro Froilaz, conde de Traba, ayo del príncipe Alfonso, quien se criaba en tierras gallegas (en Castrelo de Miño), extraño de entrada a todas y cada una estas luchas.
Una vez festejado el link, en el mes de octubre de 1109, Urraca acompañó a Alfonso hacia tierras aragonesas, donde iba a ser recibida con los honores que merecía. Pero velozmente, frente la novedad del fallecimiento de Alfonso VI, los dos retornaron nuevamente a Castilla para hacerse cargo de la monarquía. Aunque existían miedos de de qué forma recibirían los castellanos a Alfonso, todos y cada uno de los enormes señores respetaron el luto por el finado monarca y la última resolución de este, con lo que Alfonso y Urraca lograron hacerse cargo de todos y cada uno de los entornos esenciales, tal como comenzar una política de repoblación en distintos sitios, de forma especial Belorado, Almazán y Soria.
A pesar de esto, próximamente brotaron las primeras desavenencias en el matrimonio, provocadas por los miedos de Alfonso el Batallador a que la presencia de un vínculo bastante ajustado entre él y su mujer (eran primos segundos) hiciera nulo el matrimonio. Para eludir cualquier acción contraria a sus intereses, Alfonso, frente al malestar de Urraca y de parte importante de la aristocracia, no vaciló en dar las fortalezas castellanas mucho más esenciales a aragoneses de su séquito, fieles a su causa.
Esta resolución fue la que encendió la mecha de la secesión gallega. El conde de Traba, al tener novedad de lo sucedido, se apuró a proclamar al pequeño Alfonso VII como rey sin dependencia de Galicia. Alfonso el Batallador montó en cólera y se apuró a regentar las milicias aragonesas hacia el territorio rebelde. Ante esta novedad, los señores feudales de Galicia han comenzado a reclutar tropas señoriales, de manera especial Pedro Arias, señor de Deza, su hijo Arias Pérez, y nuestro arcediano de Compostela, Gelmírez, que empezó aquí su intrigante carrera política.
En este punto, las fuentes se contrarían: para la Historia Compostelana, Alfonso el Batallador supo ganarse al concejo de Lugo y al castillo de Monterroso (contrarios al despótico gobierno señorial de Gelmírez y el conde de Traba), lugar desde donde dirigió asaltos a los rebeldes que les hicieron abandonar de este intento; para el Anónimo de Sahagún, las tropas gallegas consiguieron que Alfonso claudicase y entablara negociaciones con los nobles gallegos. En cualquier situación, hacia el año 1110, Pedro Froilaz, conde de Traba, ahora era muy siendo consciente de que la proclamación de Galicia como reino sin dependencia debería aguardar una mejor ocasión. Y, por idéntico fundamento, Alfonso el Batallador supo que, mientras que el infante Alfonso prosiguiese a cargo del conde de Traba, Galicia sería un serio problema para sus intereses hegemónicos en la política peninsular.
Las desavenencias maritales
A partir de este instante fue en el momento en que realmente tomó importancia el papel de la reina Urraca tanto en su vertiente política, como en la vertiente íntima de sus inconvenientes con Alfonso el Batallador. De nuevo hay supones razonables de que fuera nuestra reina, siempre y en todo momento apoyada por el conde de Candespina y por el arzobispo de Toledo, quien forzase el envío al papa Pascual II de las pistas primordiales para declarar nulo el matrimonio por incestuoso. A principios de 1110 la reina y el rey discutieron tan dificultosamente que doña Urraca optó por dejar León y resguardarse en el monasterio de Sahagún, en espera de que las bulas pontificias llegaran. Y, entre que llegaban y no, Urraca sostuvo relaciones con el conde de Candespina, Gómez González, con quien tuvo un hijo.
Quizás ello explique la reacción de Alfonso el Batallador: en el mes de septiembre de 1110, tras una corto reconciliación con la reina, sus oficiales la prendieron en Sahagún y la encerraron en la fortaleza aragonesa de El Castellar (Teruel). El siguiente paso fue conformar un pasmante ejército (compuesto por aragoneses en su mayor parte, pero asimismo mesnaderos navarros, normandos, franceses e inclusive musulmanes), con la meta de terminar Castilla y probar quién era el rey. Alfonso, realizando honor a su apelativo, tomó todas y cada una de las plazas fuertes del reino, introduciendo Toledo (donde depuso al arzobispo don Bernardo), Sahagún (donde logró lo propio con el abad), Burgos, Palencia, Osma y Ourense.
Ante esta situación, el conde de Candespina encabezó la resistencia castellana y envió al castillo turolense donde se encontraba encerrada Urraca a sus 2 hombres de seguridad, Pedro de Lara y Gómez Salvadores, para intentar liberarla, cosa que consiguieron. Pero, antes que Urraca pudiera tomar las bridas de Castilla en oposición a su marido, recibió una novedad peor: los nobles gallegos contrincantes del conde de Traba, en connivencia con Gelmírez, habían asediado Castrelo de Miño y secuestrado a su hijo, el príncipe Alfonso.
Por si no hubiese ahora bastantes intereses en el enfrentamiento español, a ellos se unió la ambición de Enrique de Borgoña, rey de Portugal y cuñado de doña Urraca, ya que se encontraba casado con Teresa, hija asimismo de Alfonso VI. En primer sitio, Enrique de Borgoña se alió con Alfonso el Batallador, que le prometió negociar las conquistas territoriales que se ocasionen. De este modo, aragoneses y lusos formaron un ejército grupo que se encaró al español en la guerra del Campo de Espino (cerca de Sepúlveda), el 12 de abril de 1111, contra las tropas dirigidas por Gómez González, conde de Candespina, y su amantísima reina doña Urraca. La victoria sonrió al Batallador y a su aliado portugués, y no solo la victoria, sino su primordial enemigo, el conde de Candespina, halló la desaparición en el campo marcial, para desconsuelo de la reina. Pero la situación daría un vuelco asombroso días después.
El monarca aragonés entró triunfalmente en Toledo el 18 de abril siguiente, lo que despertó las iras de Enrique de Borgoña, en tanto que este se había propuesto como propósito la cesión de la región imperial. Por otra sección, ciertos magnates castellanos, entre aquéllos que resaltaba el nuevo liderazgo de Pedro de Lara, sitiaron a los aragoneses en Peñafiel. Entonces Enrique tuvo una entrevista segrega con doña Urraca para pasarse a su lado y batallar juntos a Alfonso el Batallador, para lo que el portugués contó con la existencia de su mujer Teresa, hermana de Urraca, aspecto que, siguiendo a la historia de historia legendaria habitual, fue un indisculpable fallo.
Aparentemente, y según el vulgo, era tal la enemistad entre las dos hermanas que Urraca tomó una resolución impensable para todos: reconciliarse con su marido. Reunidos los dos en Carrión de los Condes y llevada a cabo pública la reconciliación por todo el reino, los monarcas portugueses respondieron con furia, ya que continuaron a sitiar la villa palentina. Pero los nobles castellanos y leoneses asistieron en su asistencia, poniendo en fuga a los portugueses y asistiendo a eso que parecía un feliz rencuentro entre rey y reina.
Aún quedaba por dilucidar la espinosa cuestión del infante Alfonso; la reina Urraca accedió a entrevistarse con los primordiales nobles gallegos, entre ellos Gelmírez, Arias Pérez (el nuevo custodio del futuro Alfonso VII), el conde de Traba y un enigmático Fernando García, de quien se sospecha que pudiese ser hijo del fallecido rey de Galicia, García I. Los rebeldes fueron claros: perdón para todos por los delitos realizados y proclamación de Alfonso como rey de una Galicia sin dependencia. La contestación de la madre fue, naturalmente, afirmativa, lo que acarreó el que Alfonso fuera coronado en Santiago de Compostela el 17 de septiembre de 1111, bajo la promesa de que, justo después de la coronación, el púber Alfonso fuera llevado a León, a brazos de su madre.
Es de sospechar que, otra vez, la reacción del monarca aragonés fuera furiosa contra su mujer, ya que reunió a su ejército y atacó, en la época de octubre, a la comitiva gallega que transportaba a Alfonso hacia León en el paso de Viadangos (cerca de Astorga). Fernando García murió en la escaramuza, el conde de Traba fue hecho preso y Gelmírez, a duras penas, ha podido huír hacia Galicia llevándose consigo a su rey, frente a las lamentaciones de Alfonso y Urraca... pero por fundamentos diferentes, naturalmente.
La coronación de Alfonso como monarca galaico causó una exclusiva separación de Urraca y el Batallador, lo que encendió nuevamente la mecha de la guerra civil. Para entonces, el conde don Pedro de Lara se había transformado en influyente apasionado de Urraca. Hacia la primavera de 1112, Urraca ha podido reunirse por fin con su hijo en Galicia, donde asimismo recibió apoyos, subsidios y tropas para confrontar a su marido, que, cegado por la furia, cometió todo tipo de injusticias en Castilla. Con los nuevos refuerzos y la dirección de Pedro de Lara, las tropas de doña Urraca resistieron el cerco de Astorga y empujaron al ejército del Batallador hacia Carrión de los Condes.
En aquel instante, los consejeros de los dos monarcas acordaron una exclusiva tregua basada... en una exclusiva reconciliación de los beligerantes cónyuges, que se llevó a efecto en el invierno de 1112. La reina Urraca, acompañada de su marido, viajó hacia Zaragoza para comunicar los bienes de la últimamente conquistada localidad del Ebro, pero solamente continuó unos meses: las desavenencias entre ella y su marido eran inaguantables, más allá de que la llegada de un legado pontificio, el abad de Chiusi, procuró poner algo de orden en entre las mucho más inusuales parejas de la Historia europea.
En Castilla, entretanto, la guerra seguía y con buenas novedades para la reina: las tropas que continuaban fieles a su causa (dirigidas, por supuesto, por Pedro de Lara), se habían hecho con el control de Sahagún, Carrión y Burgos, pero Urraca era totalmente siendo consciente de que estas conquistas solo obedecían a que su todavía marido se encontraba mucho más preocupado de la situación en Aragón. Por ello, decidió recurrir a una carta que no había jugado todavía: la del poderoso Diego Gelmírez.
La entrevista se efectuó en el mes de mayo de 1113, y en ella el taimado Gelmírez solicitó lo que mucho más deseaba: que la diócesis compostelana se transformase en arzobispado y, naturalmente, que él ocupara el puesto de arzobispo. La reina Urraca le prometió las dos cosas en lugar de asistencia militar, lo que significó la espoleta para un nuevo combate entre ella y Alfonso de Aragón. En una acción conjunta, la guarnición aragonesa de Burgos fue asediada por las tropas de Gelmírez, al tiempo que Pedro de Lara y el veterano Pedro Froilaz, conde de Traba, detuvieron al ejército de refuerzo, comandado por nuestro monarca aragonés, en Villafranca de Montes de Oca. La situación tensa se resolvió de la peor forma viable: a instancias de Gelmírez, Urraca y Alfonso firmaron una exclusiva reconciliación, que duró tan poco tiempo como la previo.
Tampoco puede concretarse, dado el historial previo, que esta reconciliación fuera mucho más deseada que otras, pero la cuestión es que la entrada en escena otra vez de su hermana Teresa (ahora viuda de Enrique de Borgoña), desencadenó los hechos. Teresa, en pos de una coalición con el rey de Aragón, le notificó de que su hermana Urraca tenía en mente envenenarlo y hacerse con sus estados. Esta vez Alfonso el Batallador, sin buscar excesivas pruebas de que fuera cierto el rumor, no montó en cólera, sino de forma directa repudió a la reina Urraca, la expulsó de sus reinos y prohibió, bajo pena capital, que alguien le diera cobijo.
Urraca, una reina dejada
La separación determinante con Alfonso el Batallador en 1114 provocó un punto de cambio, no ahora en el devenir de la reina Urraca, sino más bien en todo el reino de Castilla, desganado de las luchas militares. Hay que resaltar que el enfrentamiento latente que subyacía era el que existe entre la alta aristocracia castellana, señores feudales, laicos o eclesiásticos, que dominaban sus territorios a todo lance, y entre los incipientes concejos urbanos, siempre y en todo momento prestos a cortar el poder señorial de la forma que fuera. Es visible que mientras que los primeros, con mayor o menor gana, cerraron filas hacia la reina, el feto de la burguesía de los concejos castellanos apoyó siempre y en todo momento a Alfonso el Batallador, que era quien les garantizaba un emprendimiento político de paz y prosperidad en el campo peninsular.
Por esta razón, desde 1114 se abrió una época negra en el devenir de la reina Urraca: sin acompañamiento exterior, enemistada con Portugal, Navarra, Aragón y Francia y con la amenaza de los musulmanes en la frontera del Tajo poco a poco más latente. Por si fuera poco, una parte de su reino (más que nada el conjunto burgués antes citado) se mostraba abiertamente partidario de Alfonso, a quienes se unieron algunos magnates castellanos, hartos de que Pedro de Lara, rey de hecho, se pasease por el territorio con ínfulas de rey. Pero aún había otro inconveniente mayor: Gelmírez.
El verdadero dominador de la situación era el obispo de Santiago, quien, con la asistencia del conde de Traba, impulsaba poco a poco más la autonomía del reino de Galicia, esgrimiendo a Alfonso como baluarte, ya que sabía que la reina nunca iría en oposición a su hijo. Claro que, desde la visión de la reina, eran 2 cosas diferentes. En una de sus muchas muestras de carácter, y en el momento en que peor parecían marcharle las cosas, por un par de veces Urraca entró en Santiago de Compostela para aprender al obispo y por un par de veces este se escapó, pero no se ha podido eludir que la discordia civil se encendiese nuevamente.
Ante los recurrentes desmanes realizados por el ejército dirigido por Pedro de Lara, Gelmírez recurrió a la asistencia de Teresa de Portugal, que le envió tropas a fin de que sitiasen a Urraca en el castillo de Sobroso, fronterizo con Portugal. A su vez, Urraca logró que se uniesen a su causa los pobladores de Santiago de Compostela, hartos del gobierno despótico de Gelmírez. El caso es que las guerras arrasaban otra vez Galicia y en el horizonte no se veía una solución inminente, más allá de que Urraca y Gelmírez firmaron una suerte de tregua en Tierra de Campos a inicios de 1117.
El golpe de felicidad lo dio quizás el personaje mucho más férreo y clarividente de una temporada en que semejantes valores no parecían bastante rebosantes: Pedro Froilaz, el conde de Traba. Este se encontraba al lado del ahora joven Alfonso en Toledo, donde el futuro rey velaba sus primeras armas contra los musulmanes. Enterado de las novedades que venían del norte, el conde resolvió llevar a Alfonso a Galicia, donde el joven príncipe expuso sus derechos a la corona de Galicia y a la de Castilla, pidiendo a su madre a la concordia. Así, en el mes de mayo de 1117, Gelmírez y Urraca firmaron el llamado pacto del Tambre, que puso fin a los conflictos armados y que, de forma mucho más que visible, afianzó el futuro de Alfonso en el trono español.
Resulta complejo el saber, aun con el paso de los tiempos, cuáles fueron las motivaciones que impulsaron a doña Urraca en sus últimos años para proseguir en la brecha bélica, más que nada con la cuestión de Santiago de Compostela. Uno de los jalones de su historia sucedió exactamente el mismo año de 1117, a lo largo de novedosas diálogos entre reina y obispo en la ciudad más importante jacobea que derivaron en motín. Urraca y Gelmírez debieron resguardarse en la torre del palacio episcopal, ya que los insurgentes habían prendido fuego a la catedral en pos de venganza.
En el momento en que al fin el populacho halló el refugio de reina y obispo, las reacciones de los dos bastan para situar a cada uno de ellos en el sitio que le corresponde: Gelmírez arrancó la cubierta a un pobre vagabundo y escapó embozado, escalando por los tejados de la región hasta resguardarse en la iglesia de Santa María. La reina Urraca fue ferozmente atacada y desposeída de sus ropas; pero aun de esta manera, en paños inferiores, plantó cara a los amotinados y les amenazó a que expusiesen sus protestas, prestando asistencia con esto a aliviar la beligerante situación. Finalmente, accedió a relevar a Gelmírez como señor jurisdiccional de la región y a volver a poner la justicia. Incluso en semejantes situaciones vergonzantes, una reina debía actuar como una reina.
Quizás otra exhibe mucho más de carácter sea el que no cumplió nada de lo prometido, sino, con la asistencia del conde de Traba, realizó una beligerante opresión contra quienes habían protagonizado el motín. Eso sí: nunca disculpó a Gelmírez y, en verdad, sus últimos años se caracterizaron por el respeto a la figura de su hijo, claramente el personaje dominante tras una temporada confusa (Pedro de Lara asimismo había fallecido ahora), pero asimismo por proseguir con la inexorable persecución contra el obispo compostelano, al que llegó a llevar a cabo preso en 1121. Pero para entonces las cosas habían cambiado y Gelmírez se había ganado la simpatía de los compostelanos por haber ordenado la triunfadora defensa de las costas gallegas del año previo, donde repelió un ataque de piratas almorávides.
Para frenar las ansias de su madre contra el arzobispo (historia malsana donde las haya), Alfonso, a la sazón un joven ahora de veinte años, se armó caballero en la catedral de Santiago en 1124, liturgia que significó la retirada de la escena política de Urraca, para alivio de Gelmírez. La indómita reina castellana murió en Saldaña, el 8 de marzo de 1126, y su hijo heredó sin mayor inconveniente el reino de Castilla y León.
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