Ya sea inspirando a otras personas o siendo una pieza esencial de la acción. Urraca Fernández es uno de esos sujetos cuya vida, realmente, merece nuestra consideración por el grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la existencia de Urraca Fernández es conocer más sobre etapa determinada de la historia de la humanidad.
Las biografías y las vidas de personas que, como Urraca Fernández, cautivan nuestro interés, deben ayudarnos siempre como punto de referencia y reflexión para ofrendar un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Tratar de entender la biografía de Urraca Fernández, el motivo por el cual Urraca Fernández vivió de la forma en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo durante su vida, es algo que nos impulsará por un lado a comprender mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que se mueve, de forma inexorable, la historia.
(1033 - 1101) Infanta de Castilla. Era hija de Fernando I de Castilla y de Sancha I de León. La figura que ha trazado de ella la historiografía castellana resulta increíblemente discutida y hace aparición completamente teñida de elementos legendarios.
El testamento de Fernando I (fallecido en 1065) entregó a Urraca y a su hermana Elvira sendos infantazgos que incluían el patronato sobre los primordiales monasterios de León y Castilla, para que se sostuvieran con sus rentas hasta el momento en que contrajeran matrimonio. No hay ningún rastro histórico de que Urraca recibiese, además de esto, el señorío sobre la localidad de Zamora, a la que quedó para toda la vida relacionado su personaje. En cambio, se conoce que consiguió como dotación a la desaparición de su padre los derechos señoriales sobre Covarrubias, Santa Eugenia, Villas Ermegildo y Albín. La condición testamentaria de que las infantas disfrutaran de estas riquezas únicamente mientras que continuaran solteras, influyó indudablemente en dado que ninguna de ellas va a llegar a casarse.
El testamento de Fernando I iba a ser causa de graves discordias entre sus hijos hombres, y en estas discusiones desempeñaría un papel definitivo la infanta Urraca. En efecto, Fernando I dispuso el reparto de sus reinos entre sus tres hijos hombres: Sancho recibió Castilla; Alfonso, León, y García, el reino de Galicia. Pero tanto Alfonso VI como Sancho II anhelaban sostener unidos los reinos bajo un solo mando. Sancho se encontraba resuelto a anular el testamento de su padre, invocando el derecho único de sucesión que le asistía como primogénito. La creciente tensión entre Sancho y Alfonso acabó en la guerra de Llantada, en el mes de julio de 1068, cuyo resultado fue indeciso.
En 1071, Alfonso VI y Sancho II acordaron desposeer a su hermano García de Galicia. Pero Sancho se apropió del título real, lo que fue origen de una exclusiva crisis. Ambos hermanos acordaron resolver sus discusiones en un único acercamiento, el riepto de Golpejera. Alfonso VI fue derrotado y enviado preso al castillo de Burgos, mientras que Sancho se hacía coronar rey en León.
Con esto quedaba anulado el testamento de Fernando I, en beneficio del mayor de sus hijos. En este instante intervino Urraca Fernández. Desde el comienzo de las luchas sucesorias, Urraca se había decantado en pos de su hermano Alfonso, en cuya corte leonesa radicaba al lado de su hermana Elvira y su madre, doña Sancha.
Según las crónicas, Urraca sentía una apasionada predilección por su hermano Alfonso, que la llevó a intervenir en política para garantizar su triunfo sobre Sancho II. La infanta trató de mediar entre sus hermanos y suplicó a Sancho que liberara a Alfonso, a eso que aquel accedió, no sin antes hacerle prestar juramento de lealtad. Alfonso marchó exiliado a su reino vasallo de Toledo, donde continuó ochos meses, según las crónicas, a lo largo de los que Urraca preparó su restablecimiento en el trono.
A fines del verano de 1072, Urraca conspiró desde Zamora -localidad que pertenecía al condado de Pedro Ansúrez, su primordial colaborador político-, con la intención, aparentemente, de fomentar una revuelta extendida del reino leonés contra Sancho II. El rey asistió con sus huestes y puso cerco a las excelentes murallas de Zamora. Pero el 7 de octubre de 1072, un caballero zamorano, de nombre Vellido Adolfo o Dolfos, se ingresó en el campamento de los sitiadores y también hirió de muerte al rey.
Esta tradición en torno al asesinato de Sancho II semeja en su mayor parte apócrifa y probablemente deba su origen a la publicidad antileonesa de la monarquía castellana del siglo XII, época en que han quedado fijados los poemas y crónicas que desarrollan este tema. En cualquier situación, la desaparición de Sancho II puso fin al cerco de Zamora y dejó a Alfonso VI el sendero expedito para la dominación de los tres reinos de su padre.
Mientras que los castellanos se retiraban, Urraca mandó llamar a Alfonso a fin de que se apresurara a reclamar sus derechos sucesorios. Alfonso asistió a Zamora, donde se reunió con los magnates leoneses, gallegos y portugueses que habían apoyado la rebelión. Desde allí partió hacia León, donde festejó una curia excepcional -a la que asimismo asistió Urraca- y demandó la integridad de la herencia de Fernando I. Sin embargo, pesaba sobre él la sospecha del fratricidio, con lo que, según la tradición, ciertos nobles castellanos (entre ellos, Rodrigo Díaz de Vivar) le demandaron que jurara no haber participado en la desaparición de Sancho II.
Entretanto, García había regresado a Galicia, estimando que el nuevo cariz de los hechos le dejaría recobrar su reino. Al parecer, Urraca aconsejó a Alfonso que tendiese una celada a su hermano menor. En efecto, en el mes de febrero de 1073 García y Alfonso VI sostuvieron una entrevista, en cuyo transcurso el primero fue apresado y más tarde encerrado en el castillo de Luna, donde moriría en 1090. Alfonso VI quedó tal como dueño y señor de Castilla, León, Asturias, Galicia y Portugal.
Si bien resulta bien difícil deducir el papel que desempeñó Urraca Fernández en estos hechos oscuros, es indudable que la infanta ejercitó una enorme predominación sobre Alfonso VI, muy mayor a la de las esposas de éste, Constanza y Berta. Es viable que fuera nuestro Alfonso quien entregase el dominio sobre Zamora a Urraca tras la desaparición de Fernando I, con el régimen de reina, y semeja demostrado que la infanta intervino activamente en política por lo menos hasta 1095.
Sin embargo, su biografía hace aparición deformada por el mito. La tradición no solo la hace responsable del asesinato de su hermano mayor -que favorecía primordialmente a Alfonso VI-, sino asimismo le asigna otros hábitos impropios: según otra historia de historia legendaria, Urraca habría estado rendidamente enamorada de Rodrigo Díaz de Vivar, y habría sido el despecho de la infanta la causa de las humillaciones que padecieron éste y su mujer a lo largo del reinado de Alfonso VI.
La Historia Silense, en cambio, pinta a Urraca Fernández como una mujer piadosa cuya vida fue ejemplar, salvo el episodio de la revuelta contra Sancho II. La infanta pasó sus últimos años en retiro conventual. Fue sepultada a su muerte, acontecida en el momento en que contaba 68 años, en el monasterio de San Isidoro de León.
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