Susan Sontag

La historia universal la escriben aquellas personas queen el paso de los años, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han originado quela sociedad, de una forma u otra,prospere.

Ya sea inspirando a más seres humanos o formando parte de la acción. Susan Sontag es una de esas personas cuya vida, en efecto, merece nuestra consideración por el grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de Susan Sontag es conocer más acerca de periodo preciso de la historia del género humano.

Vida y Biografía de Susan Sontag

(Nueva York, 1933) Escritora y cineasta considerada entre las intelectuales mucho más predominantes en la civilización estadounidense de las últimas décadas. Su padre, Jack Rosenblatt, que había trabajado como mercader de pieles en China, murió de tuberculosis pulmonar en el momento en que Susan tenía solamente cinco años. La pequeña recibió el apellido del hombre con quien su madre se casaría siete años después: el capitán Nathan Sontag.

En esos días, la familia se instaló lejos de Nueva York, en sitios que semejan simbolizar la antítesis de esa localidad: Tucson, Arizona, y Los Ángeles, California, fueron las primeras viviendas de la pequeña. Sontag fue una estudiante precoz; a los quince años ahora había terminado sus primeros estudios y también ingresado en la Universidad de California en Berkeley.

Su estancia no duró bastante, ya que un año después, en 1949, solicitó el traslado a la Universidad de Chicago, donde se licenció en letras en 1951. Para entonces ahora se había casado con Philip Rieff, instructor de sociología. La pareja se mudó a Boston poco tras el matrimonio, a fin de que Sontag continuara sus estudios en la Universidad de Harvard. Allí nació su hijo David (1952), asimismo escritor.

Entre 1955 y 1957 Sontag cursó el doctorado en filosofía y, además de esto, trabajó adjuntado con su marido en el estudio Freud. La cabeza de un moralista, que de alguna forma puede considerarse su primera publicación; al tiempo, no obstante, su matrimonio empezó a fallar. Sontag y Rieff se divorciaron a fines de los años cincuenta, y en 1957 ella viajó a París para seguir sus estudios en la Sorbona. Tenía veinticuatro años y había vivido en cinco ciudades.

Cuando regresó a Nueva York, Sontag empezó una carrera académica que parecía acorde con su preparación, pero no tanto con sus intereses: tras iniciarse como conferenciante de filosofía en el City College y en el Sarah Lawrence College, pasó a la Universidad de Columbia, donde fue maestra en el Departamento de Religión a lo largo de 4 años.

Fue una temporada determinante: Sontag había empezado a redactar con pretenciones serias, y en 1963 apareció su primera novela, El benefactor. El libro le abrió las puertas de múltiples publicaciones neoyorquinas: a lo largo de los años sesenta, escribió con cierta frecuencia para Harper’s y The New York Review of Books, por ejemplo, pero más que nada fue una suerte de cooperadora de planta de The Partisan Review.

El instante histórico no podía ser mucho más propicio: la intelligentsia estadounidense ahora había comprendido la relevancia cultural de los años sesenta; los que leen procuraban afanosamente firmas capaces de interpretar lo que ocurría. Sontag fue entre las voces mucho más autorizadas, ya que exploraba la distancia que hay entre la verdad humana, cultural, artística y nuestra interpretación de esa situación. En 1968 apareció el libro que reunió esos ensayos, Contra la interpretación, que se transformó en el instante en bandera (o, cuando menos, en entre las banderas) de su generación.

Ensayista de una generación

El eje del libro es una oposición extremista a la búsqueda de significados en la obra de arte, y la defensa de la intuición como medio para arrimarse a la experiencia del fenómeno artístico. Con él, Sontag adquirió una reputación de intelectual sin dependencia y al tiempo se descubrió como una mujer con la capacidad de reinterpretar la vida de america a la luz de las etnias tradicionales de europa.

La mezcla no era, ni es aún, usual; y desde ella, desde su nuevo estatus como comentarista eximia de la civilización estadounidense moderna, Sontag renovó el ensayo complejo y cosmopolita y lo convirtió en un instrumento con la capacidad de saber en las drogas y en la pornografía, en la política y en la literatura occidental. Estos temas pertenecen a su segundo libro de ensayos, Estilos radicales, anunciado en 1969.

En ese instante, varios la veían como la intelectual reina de Estados Unidos. No era para menos: como artista y como pensadora, Sontag proseguía propagando su campo de predominación. En uno de sus ensayos había escrito con admiración sobre Ingmar Bergman, y el cambio de década la vio estrenándose como escritor de guiones y directora. Sus películas Duelo de caníbales (1969) y Hermano Carl (1971) fueron efectuadas en Suecia, país del que llegaría a ser algo tal como una ciudadana adoptiva.

Después visitó Israel, donde rodó Tierras prometidas (1973), un reportaje sobre las tropas israelíes en los Altos del Golán. Ninguna de estas tres producciones recibió la atención sosprechada, si bien su realización dio rincón a entre los ensayos-clave de la temporada: Sobre la fotografía (1977). El libro, una exclusiva reinterpretación sontaguiana de todo el mundo, no venía ilustrado con fotografías; en él, la autora reclamaba la capacidad y la autoridad de la palabra redactada.

Activismo y deber

Por esas datas, la autora tenía otras intranquilidades urgentes, ya que llevaba múltiples meses enfrentándose a un cáncer. Al tiempo que aguantaba el duro régimen contra la patología, Sontag, como todo escritor auténtico, ponía la experiencia por escrito. El resultado fue La patología y sus metáforas. Diez años después, el ensayo fue ampliado con El vih y sus metáforas. Ambos contenidos escritos examinan la manera en que los mitos de determinadas patologías como el cáncer o el vih crean reacciones sociales que tienen la posibilidad de ser mucho más perjudiciales para el tolerante que las anomalías de la salud mismas.

A fines de los años setenta Sontag fue nombrada integrante de la Academia Americana de las Letras. Su papel como activista de los derechos humanos comenzaba a ganar en intensidad; desde entonces, su presencia pública se realizó mucho más recurrente, y mucho más recurrente fue asimismo su implicación en organizaciones tanto literarias como políticas.

Entre 1987 y 1989 encabezó el Pen American Center. La tarea que hizo desde allí, a favor, más que nada, de escritores enjaulados, anticipó su papel de figura pública, que se realizó palpable a lo largo de la década siguiente, y quedó condensado, más que nada, en su viaje a Sarajevo, entre las muestras mucho más insignes y mediatizadas de deber de un escritor con el planeta.

Para en el momento en que llegó a los niveles de la guerra, además de esto, Sontag ahora había anunciado El apasionado del volcán (1992), una novela que se transformó en best-séller; de forma que la mujer que montó Esperando a Godot en un teatro bombardeado y a la luz de los cirios en la mitad de Sarajevo, una localidad asediada por la guerra, era considerablemente más que una ensayista para minorías. Tras pasar allí múltiples temporadas, Sontag fue nombrada ciudadana honoraria de Sarajevo.

En 2000 Sontag publicó su cuarta novela, En América, la narración de una inmigrante polaca del siglo XIX. La novela recibió el National Book Award, y por año siguiente mereció el siempre y en todo momento polémico Premio Jerusalén. En 2003 la autora compartió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras con la marroquí Fátima Mernissi, y fue premiada con el Premio de la Paz que dan los libreros alemanes. El año previo había aparecido Ante el mal del resto, un corto ensayo que une 2 de sus obsesiones: las imágenes y la guerra. El libro protege el derecho de los hombres a cerrar los ojos frente a las imágenes de crueldad que los asedian todos y cada uno de los días. Todos saben, no obstante, que Sontag ha dedicado su historia a entrenar precisamente lo opuesto.

La situación de Susan Sontag en la literatura estadounidense es un espacio de enfrentamiento: en un país al que los escritores no acostumbran a importarle bastante, Sontag ha animado debates de altura y diatribas descarnadas sobre su obra, evidentemente, pero más que nada sobre su persona. En Estados Unidos, visto que un novelista intervenga en política, interior o en todo el mundo, no es bien recibido.

Sontag fué considerablemente más allí: ha visitado países en guerra; ha fustigado a los gobiernos estadounidenses con tanta dedicación como ferocidad; ha asumido, al fin y al cabo, el papel de representante del intelectual puesto en compromiso. Desde su situación de neoyorquina arquetípica, fué por el planeta representando una ética del intelectual contemporáneo que no es recurrente, y la ha acompañado con contenidos escritos de calidad incesante y de naturaleza siempre y en todo momento discutida.

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Los matices y las sutilezas que llenan nuestras vidas son siempre imprescindibles, ya que destacan la singularidad, y en la ocasión de la vida de una persona como Susan Sontag, que tuvo su relevancia en un momento concreto de la historia, es fundamental intentar ofrecer un panorama de su persona, vida y personalidad lo más precisa posible.

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