La historia de la civilización está escrita por aquellas mujeres y hombres quea lo largo del tiempo, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han ocasionado quela humanidad, de un modo u otro,prospere.
Ya sea inspirando a más personas o tomando parte de la acción. Spencer Tracy es una de esas personas cuya vida, sin duda alguna, merece nuestro interés debido al nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Spencer Tracy es conocer más sobre una época concreta de la historia del ser humano.
Las biografías y las vidas de personas que, como Spencer Tracy, cautivan nuestra atención, deben valernos en todo momento como referencia y reflexión para ofrendar un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Intentar entender la biografía de Spencer Tracy, el motivo por el cual Spencer Tracy vivió de la forma en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos impulsará por un lado a vislumbrar mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que avanza, de forma implacable, la historia.
(Spencer Bonaventure Tracy; Milwaukee, 1900 - Beverly Hills, 1967) Actor estadounidense. Católico de ascendencia irlandesa, efectuó sus primeros estudios en múltiples institutos (su rebeldía le llevó a ser expulsado en varias oportunidades) hasta el momento en que entró en la Academia Marquette, un estricto centro jesuita. Al reventar la Primera Guerra Mundial sirvió en la Armada, y terminada la contienda, en el momento en que aún no había cumplido los veinte años, se sintió atraído por el planeta de la interpretación trágica mientras que estudiaba en el Ripon College, centro desde el que inició una da un giro por múltiples ciudades del país. Esta vocación lo llevó a anotarse como alumno en los tutoriales que se daban en la Escuela de Arte Dramático de Nueva York.
Dio sus primeros pasos expertos en Broadway, debutando en la obra R.U.R., donde interpretó el extraño papel de un robot. Durante la década de los años veinte recorrió los Estados Unidos, realizando multitud de papeles inferiores en proyectos como The Man Who Came Back, The Gipsy Trail, Page the Duke, etcétera., y cooperando en distintas compañías teatrales, aparte de intervenir en ciertos cortos de la Vitaphone, lo que le dio una increíble experiencia para sus trabajos siguientes y un extenso conocimiento de los diferentes elementos que debe tener un actor. Años después, y tras el éxito que le dio la obra The Last Mile, llegaría a decir que lo esencial para un actor es "salir a escena y procurar no tropezar con los muebles".
Su incorporación al cine sucedió en el momento en que el sonoro ahora se había implementado en la producción hollywoodiense. Su primera ocasión se la dio John Ford en Río arriba (1930), con la que cosechó un éxito que le dejaría ver su nombre a la vera de ciertas bellezas del cine actualmente: trabajó con Jean Harlow en Conducta desorganizada (1932), de John W. Considine; y con Joan Bennett en Mi muchacha y yo (1932), de Raoul Walsh. En esos primeros años de la década de los treinta inició la extendida y provechosa carrera que habría de transformarle en entre los actores mucho más atractivos de la historia del cine.
Su adicción al alcohol influyó claramente en sus relaciones con la Fox, estudio que le ofreció toda clase de papeles (aparte de prestarlo a la Warner para intervenir en múltiples películas), hasta el momento en que debió rescindir el contrato por negarse el actor a proseguir el ritmo que le habían impuesto. Tracy logró entonces un óptimo acuerdo con la Metro Goldwyn Mayer, para la que continuó interpretando papeles de “duro”, al paso que por su calidad y buen llevar a cabo comenzó a recibir promociones para formar parte en títulos simbólicos que aumentaron su popularidad. Su colaboración con directivos como Fritz Lang (Furia, 1936) o Victor Fleming (El extraño caso del Dr. Jekyll, 1941) son ciertos ejemplos de su utilidad y aptitud de adaptación a toda clase de papeles.
Spencer Tracy pasó mucho más de veinte años en la Metro; allí cooperó con actores, actrices y directivos que le asistieron a ser entre las estrellas mucho más refulgentes del firmamento hollywoodiense actualmente. Su nivel interpretativo le dejó lograr varios éxitos y transformarse en entre los actores mucho más populares. Quedarán como ciertas actuaciones mucho más recordables del cine de siempre la de San Francisco (1936), de W. S. Van Dyke, donde trabajó con Clark Gable; su personaje de Manuel en Capitanes intrépidos (1937), de Victor Fleming, por el que mereció su primer Oscar; y más que nada el popular padre Edward J. Flanagan de Forja de hombres (1938) y La localidad de los tipos (1941), las dos de Norman Taurog; por la primera de ellas recibió su segundo Oscar.
Es requisito destacar en Tracy 2 especificaciones que estuvieron de forma directa enlazadas con su aptitud para conectar de manera fácil con los espectadores. Una fue su apariencia físico, por el que siempre y en todo momento representó mucho más edad de la que verdaderamente tenía (fue un canoso prematuro), lo que contribuyó a ofrecerle un aire de solemnidad, con perfección coincidente con la enorme afabilidad que desprendía su fotogenia; por eso interpretase habitualmente biografías de individuos históricos, y a abogados y jueces, entre otros muchos.
A consecuencia de lo previo, Tracy tuvo adversidades para encarnar papeles de villano (algo que logró en sus primeras películas), puesto que no era recibido en ellos por una enorme mayoría del público, con independencia de que su trabajo fuera acertado o no. En determinante, se transformó en el actor preferido de los primordiales directivos para interpretar individuos honorables o benevolentes, si bien tuviesen un punto de rebeldía que tan bien supo explotar el actor, ayudando con su buen realizar a imprimir un carácter único a todas sus interpretaciones.
En la cima de su trayectoria, la Metro emparejó a Spencer Tracy con entre las actrices mucho más esenciales de la temporada, Katharine Hepburn. Tras La mujer del año (1942), largometraje comandado por George Stevens y con guion de Garzón Kanin, se afianzó una intensa relación sentimental que se sostuvo con la mayor discreción en el siempre y en todo momento agitado panorama de Hollywood. Tracy y Hepburn rodaron una sucesión de películas que dejaron una profunda huella en el cine tradicional estadounidense, puesto que si atrayente resultó Mar de yerba (1947), de Elia Kazan, mejor fue El estado de la Unión (1948), y increíble y soberbia La costilla de Adán (1949), de George Cukor, con otro capaz guion de Kanin.
Tras la provechosa relación artística y personal con Katharine Hepburn, Spencer Tracy logró probar que su pericia interpretativa no había sido ocasional o de una temporada específica de su trayectoria artística. Demostró la excelencia de su arte en rutas películas dirigidas por Vincente Minnelli (El padre de la novia, 1950; El padre es abuelo, 1951) y en múltiples de John Sturges (El caso O’Hara, 1951; Conspiración de silencio, 1955; El viejo y el mar, 1957).
A ello hay que agregar otros tres títulos en los que su huella es, de la misma forma, inolvidable, todos de la mano del directivo Stanley Kramer, uno de sus mejores amigos: Vencedores o vencidos (1961), una magnífica narración de los juicios de Nuremberg; El planeta está ido, orate, ido (1963), la última demostración de sus destrezas para la comedia; y su testamento fílmico, Adivina quién viene a cenar esta noche (1967), en el que volvió a conformar pareja con Katharine Hepburn. Tracy bordó en este largometraje el papel del padre que debe probar su sepa de prejuicios en el momento en que su querida y atractiva hija, interpretada por Katherine Houghton, muestra a sus progenitores a su novio, un yerno especial con la única excepción de que su piel es negra (papel que fue interpretado por entre los pocos actores negros que, en esa temporada, triunfaron en Hollywood: Sidney Poitier).
Tracy estuvo dotado tanto para el drama para la comedia, para la acción para la reflexión; su naturalidad frente a las cámaras quedó como un caso de muestra de arte dramático en el lote cinematográfico. Está considerado como de los mejores actores que dió el cine en toda su crónica, y sus películas acreditan tal distinción.
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Los matices y las sutilezas que ocupan nuestras vidas son en todos los casos fundamentales, ya que perfilan la diversidad, y en el caso de la vida de una persona como Spencer Tracy, que detentó su relevancia en un momento concreto de la historia, es imprescindible intentar brindar un aspecto de su persona, vida y personalidad lo más rigurosa posible.
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