Si has llegado hasta aquí es porque tienes conocimiento de la importancia que atesoró Solimán I el Magnífico en la historia. El modo en que vivió y aquello que hizo durante el tiempo que permaneció en este mundo fue decisivo no sólo para quienes conocieron a Solimán I el Magnífico, sino que posiblemente dejó una señal mucho más insondable de lo que podamossospechar en la vida de gente que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya nunca a Solimán I el Magnífico de modo personal.Solimán I el Magnífico fue una persona que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
Conocer lo bueno y lo malo de las personas significativas como Solimán I el Magnífico, personas que hacen girar y evolucionar al mundo, es una cosa sustancial para que podamos apreciar no sólo la existencia de Solimán I el Magnífico, sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por Solimán I el Magnífico, personas a quienes de de una u otra forma Solimán I el Magnífico influyó, y por supuesto, conocer y descifrar cómo fue el hecho de vivir en el periodo histórico y la sociedad en la que vivió Solimán I el Magnífico.
(Süleyman, Suleimán o Solimán, llamado el Magnífico; Trebisonda, Turquía, 1494 - Szeged, Hungría, 1566) Sultán turco otomano. El Imperio Otomano conoció su máximo esplendor bajo su gobierno, no solo por la solidez de la organización administrativa y militar, sino más bien por la ampliación de sus fronteras a su máxima extensión y por dado que Estambul se formó en un refulgente centro intelectual. Conocido tambien como Suleimán (o Süleyman, en turco), fue por este motivo llamado "el Magnífico" en Occidente y "el Legislador" por sus compatriotas.
En el momento en que Solimán sucedió a su padre en el trono otomano en 1520, este pueblo belicoso que los mongoles habían empujado hasta la península de Anatolia (la presente Turquía) había realizado varias peleas con los países de europa. Ya en 1354, Orjan conquistó Gallípoli, el primer dominio otomano en Europa, al paso que fundaba un nuevo ejército compuesto por un escuadrón de caballería rápida (akhingi) y un ala constituida por los enormes señores feudales (spahis), que se encontraba compuesta por los insignes y temibles jenízaros.
El 25 de mayo de 1453, Mehmet II el Conquistador, que había predeterminado la expeditiva práctica de que cada sultán eliminase a sus hermanos para asegurar la sucesión dinástica, entró en Constantinopla, el último reducto del Imperio Romano de Oriente, defendido desesperadamente por bizantinos, genoveses y venecianos. Este hecho trascendental, amén de apuntar la fecha precisa en que el Imperio Otomano cobraba un definitivo poder en el Mediterráneo y se transformaba en una persistente amenaza para los pueblos de Europa, arrojó a los sabios emigrados helenos a Italia, lo que llevaría al florecimiento del humanismo, y cerró para los de europa el ingreso al mar Negro y por consiguiente su vía de comunicación con la India, obligándoles de esa manera a una búsqueda de novedosas sendas que conduciría a Cristóbal Colón al hallazgo de América y a Vasco da Gama a culminar la apertura de la «ruta de las condimentas», rodeando África hasta lograr la India.
El padre de Solimán, Selim I, conquistador de Siria, Arabia y Egipto, adoptó el título de califa tras la toma de La Meca. A su muerte, acontecida en 1520, su temerario hijo Solimán, que se encuentra en varias peleas que no tenía la duda en encabezar, tomó las bridas del Imperio para catapultarlo al límite poderío de toda su crónica merced a una política de expansión en Europa que está marcada por tres esenciales victorias. En 1521 conquista Belgrado; por año siguiente, en la isla de Rodas, consigue la capitulación de los Caballeros Hospitalarios de San Juan, con lo que desde entonces el tráfico marítimo veneciano y genovés queda bajo su control; y, finalmente, con su victoria en la guerra de Mohács, termina con la independencia de Hungría y también impone en el trono a Juan Zapolya, vasallo del Imperio Otomano.
A la expansión de Solimán el Magnífico se opondrían enérgicamente España y Austria, con el apoyo de Polonia y Venecia, siendo el mayor adalid de esta defensa el emperador Carlos I de España y V de Alemania. Pero como el enemigo jurado de este, el rey francés Francisco I, no veía con positivos puntos de vistas el liderazgo europeo del hijo de Juana la Loca, no vaciló en aliarse con el turco para achicar su poder.
Absolutamente nadie como Solimán se aprovechó mucho más de la insaciable rivalidad de los 2 obstinados monarcas cristianos. Con admirable ocasión y con una astucia diplomática que le hace merecedor de ser calificado como entre los mayores estadistas de la temporada, el califa supo sacar beneficio del río revuelto que era por ese momento Occidente, desangrado y dividido por guerras de religión y con fronteras movedizas que respondían a un auténtico mosaico de ambiciones. En este sentido hay que resaltar la paradoja de que, al irrumpir Hungría, Solimán el Magnífico prestara una impagable asiste para la llamada Liga Clementina, encabezada por el papa Clemente VII y que, aparte del Vaticano, reunía a Francia, Florencia y Milán contra Carlos I.
En 1529, su audacia llegó hasta el radical de sitiar por vez primera Viena, campaña donde fracasó, pero que volvió a procurar en 1532, año en el que Carlos I, el enorme portaestandarte del catolicismo, tuvo que pactar con los protestantes para poder negar la ofensiva. Más tarde Solimán orientaría sus conquistas fuera del territorio europeo, invadiendo Bagdad y Mesopotamia y llegando hasta la India; pero a la desaparición de su vasallo Juan Zapolya en 1541, Hungría quedó anexionada al Imperio Otomano; y en 1543, exactamente el mismo año en que Persia pasaba a sus dominios, Fernando I de Habsburgo quedó obligado a abonar al Imperio un tributo de forma anual de 30.000 ducados. Precisamente a consecuencia de la negativa de su sustituto, Maximiliano II, a abonar el tributo, se causó en 1566 el ataque turco a Szeged, localidad protegida valerosamente por el héroe nacional húngaro Zriny, donde halló la desaparición Solimán.
Antes de eso, el enorme dignatario musulmán había realizado del mismo modo una excepcional actividad legisladora, que le valió su sobrenombre entre los turcos; había impuesto a las familias cristianas la obligación de dar un hijo de cada cinco para integrarlo en sus compañías de jenízaros y había practicado asimismo el rapto de pequeños (devsirme) para alimentar sus tropas; había dividido las tierras conquistadas en timar, feudos militares sometidos al gobierno de un bajá; había dejado su huella urbanística en Constantinopla y había visto de qué forma la favorita de su harén, la hermosa Roxelana, lo traicionaba mandando matar a su primogénito, el príncipe Mustafá, para conseguir que el sultanato recayese en su hijo Selim II.
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