La historia de la civilización está contada por aquellos hombres y mujeres queen el transcurrir de los siglos, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han originado queel género humano, de un modo u otro,prospere.
(Serguéi o Sergei Sergueievich Prokofiev; Sontsovka, de hoy Ucrania, 1891 - Moscú, 1953) Compositor y pianista soviético. Junto a Dimitri Shostakovich, es el más destacable gerente de la escuela de composición soviética, y su obra dejó profunda huella en el estilo de sus compatriotas mucho más jóvenes, como Aram Khachaturian o Dimitri Kabalevski. Es, además de esto, entre los enormes tradicionales del siglo XX, creador de una música donde tradición y modernidad se conjugan de forma ejemplar.
Niño prodigio, recibió sus primeras enseñanzas musicales de su madre, pianista apasionada, con tan excelente resultado que a los nueve años dio a saber en una versión doméstica su primera ópera, El enorme, a la que prosiguieron en el instante tres mucho más, la última de ellas, El festín de la peste, redactada bajo las advertencias del compositor Reinhold Glière. En 1904 ingresó en el Conservatorio de San Petersburgo, donde tuvo como profesores, entre otros muchos, a Anatol Liadov y Nikolai Rimski-Korsakov y comenzó a interesarse por las corrientes mucho más destacadas de su tiempo.
En este sentido, fue el enfant horrible de la música rusa de la primera década del siglo XX, no solo en su faceta de compositor, sino más bien asimismo en la de intérprete. Con popularidad de músico antirromántico y futurista, sus primeras proyectos, discordes y deliberadamente escandalosas, provocaron el estupor del público. En ellas, el joven músico mostró ahora ciertas permanentes que iban a determinar su estilo a lo largo de toda su trayectoria, como son alguna inclinación a lo grotesco y una insaciable fantasía, al lado de un recogido lirismo y una impactante aptitud para hacer bellas y sugestivas armonías, que nuestro Shostakovich reconocía y admiraba. Su conocida Sinfonía núm. 1 «Tradicional» es reveladora en lo que se refiere a esta inclinación, que resulta mucho más asombroso aún si se la equipara con una obra solo un par de años previo, de 1915, la despiadado Suite escita.
Si bien el joven músico tenía las simpatías de los revolucionarios soviéticos por su talante iconoclasta y también irreverente, un año tras los hechos de octubre de 1917, Prokofiev dejó su país para instalarse en Occidente, mucho más en pos de la calma que se requiere para crear que por fundamentos de índole ideológica. Japón, Estados Unidos (donde su presentación como pianista se calificó de «bolchevismo musical») y Francia fueron los países en que se presentó, no en todos los casos con fortuna. Mientras los trabajos escritos para la compañía de los Ballets Rusos de Serguei Diaghilev -Chout, El paso de acero, El hijo pródigo- fueron parcialmente bien recibidos, su ópera cómica El amor de las tres naranjas fue acogida con indiferencia en su estreno en Chicago en 1921.
El poco éxito y la añoranza que sentía por su patria fueron 2 de las causas que le llevaron en 1933 a regresar de manera determinante a su país. Sin embargo, la Unión Soviética había experimentado profundos cambios desde el instante en que el compositor la abandonase en 1918: a la independencia de que los artistas gozaban en esos primeros tiempos, había sucedido el control estatal en relación a toda creación artística, que debía ajustarse de forma obligatoria a unos cánones rigurosos, los del realismo socialista. Algunas de sus proyectos, como la Cantata para el vigésimo aniversario de la Revolución, fueron consideradas exageradamente modernas y, consecuentemente, prohibidas.
El estilo de Prokofiev derivó entonces hacia situaciones mucho más tradicionales, con lo que el ingrediente melódico de sus creaciones ganó en relevancia. Algunas de sus páginas mucho más insignes datan de esta temporada: los ballets La Cenicienta y Romeo y Julieta, inspirado en el Romeo y Julieta de Shakespeare, el cuento infantil Pedro y el lobo, las partituras para 2 grabes de Sergei Eisenstein, Alexander Nevski y también Iván el Terrible, las tres «sonatas de guerra» para piano, la Sinfonía núm. 5, la monumental ópera Guerra y paz... Falleció exactamente el mismo día y año que Stalin, el 5 de marzo de 1953.
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