(Lima, 1924 - id., 1965) Escritor peruano, entre los integrantes mucho más relevantes de la llamada generación del 50. Al igual que otros autores de su generación (Julio Ramón Ribeyro, Enrique Congrains, Luis Loayza o Carlos Eduardo Zavaleta), se encargó de las problemáticas del medio urbano y retrató sus individuos y entornos.
Sus contribuciones mucho más esenciales están en la poesía y el teatro, pero no se debe olvidar su intensa tarea periodística, en diarios y gacetas, sobre temas literarios, culturales, artísticos y sociales, que lo transformaron en entre las figuras mucho más predominantes y populares en su país.
Sus versos, de inspirada ascendencia neorrealista, proyectan una observación melancólica y crítica sobre el ambiente urbano. La localidad forma el ámbito escogido para prestar, prácticamente paralelamente, imágenes de melancolia familiar y de acerada crítica popular. La contención y la tranquilidad, a pesar del profundo desasosiego y al abatimiento que semejan asfixiar al creador, son 2 permanentes en su poesía. Sin llegar jamás a la ensaltación, despliega en el ámbito citadino sus amores, sus desdichas y sus desencuentros con la verdad, apelando a un lenguaje austero pero poderosamente conmovedor, como se advierte en su poemario Cuaderno de la persona obscura (1946).
Lo destacado de su poesía está en Confidencia en alta voz (1960) y El tacto de la araña (1965). Entre sus otros poemarios se cuentan Voz desde la vigilia (1944), Máscara del que duerme (1949), Tres confesiones (1950), Los ojos del pródigo (1951), Vida de Ximena (1960), Conducta sentimental (1963) y Cuadernillo de Oriente (1963).
Sus mayores éxitos los alcanzó como dramaturgo. Entre sus piezas escénicas hay que resaltar Rodil (1951), No hay isla feliz (1954), Flora Tristán (1956), Como vienen, se marchan (1959) y El desarrollador de deudas (1962), publicadas con el resto de su obra de teatro en Piezas tráficas y Comedias y juguetes (1967). Como ensayista se le recuerda por Lima la horrible (1960), una apasionada crítica de los hábitos y deseos de la ciudad más importante. Cultivó asimismo la narrativa; meritan destacarse, entre otros muchos títulos, Náufragos y sobrevivientes (1954) Pobre gente de París (1958) y Dios en el cafetín (1963).
Al margen de los méritos de su obra redactada, hay que nombrar la esencial función de motor cultural que el creador cumplió con un destacable espíritu de entendimiento humana, generosidad y sentido del humor. Fue asimismo coautor, con Alejandro Romualdo, de la esencial Antología general de la poesía peruana (1957).
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