La historia del mundo la cuentan los hombres y mujeres quea lo largo del tiempo, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han ocasionado quela civilización, de una forma u otra,avance.
Si has llegado hasta aquí es porque sabes de la trascendencia que atesoró Santa Catalina de Siena en la historia. Cómo vivió y lo que hizo durante el tiempo que permaneció en este mundo fue determinante no sólo para las personas que trataron a Santa Catalina de Siena, sino que a lo mejor legó una señal mucho más vasta de lo que logremosfigurar en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Santa Catalina de Siena personalmente.Santa Catalina de Siena ha sido una de esas personas que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
(Catalina o Caterina Benincasa; Siena, 1347 - Roma, 1380) Santa y mística italiana. Su intensa vida espiritual y sus vivencias místicas, dictadas a sus acólitos, no fueron incompatibles con su activa participación en los enfrentamientos políticos y religiosos de la temporada: fomentó una cruzada contra el Islam y trató de eludir el Cisma de Occidente. Canonizada por el papa Pío II en 1461, Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia en 1970.
Hija de Jacopo Benincasa y de Lapa Piangenti, ahora desde su tierna niñez tuvo raptos místicos y se sintió llamada por Dios; ello la forzó a combatir contra la incomprensión de sus familiares, que pretendían casarla. Después de vencer muchas adversidades, logró ser acogida en la orden tercera de los Dominicos (1363-64). En el convento vivió años de duras penitencias, si bien consoladas por usuales visualizaciones sobrenaturales.
La popularidad de sus virtudes le dio enorme popularidad, pero no la libró de determinadas desconfianzas surgidas en los medios eclesiásticos, los que la sometieron a supervisión. En 1375 recibió en Pisa los estigmas de la pasión; en 1376, hallándose en Aviñón, trabajó a favor del regreso de los papas a Roma. Muy intensa fue la actividad de la santa a lo largo de esta temporada; de este modo, recorrió las cortes de toda Italia para predicar la paz, la concordia y la cruzada contra los turcos; trató además en Roma de eludir el cisma. El furor de su actuación pública no redujo la intensidad de los éxtasis ni el rigor de las prácticas ascéticas; consumida por el ardor y las fatigas, murió a los treinta y tres años.
Santa Catalina de Siena dictó a ciertos leales acólitos el Diálogo de la divina providencia (1378) y muchas Cartas, de las que se preservan cerca de cuatrocientas, aun en el momento en que no todas y cada una ellas son genuinas. Mujer poseedora de una inusual fuerza de intención, disfrutó de varias vivencias místicas, de cuyos éxtasis y revelaciones nos charla en la citada correo. Sin embargo, debe su influjo en el planeta político y eclesiástico del siglo XIV más que nada a la energía y celo con que actuó en los enfrentamientos de la temporada. Su prosa no tiene riqueza técnica, pero se sostiene en los infinitos elementos de la imaginación y el instinto de la santa, que recurrentemente proporcionan a sus páginas tonos encendidos, tumultuosos y prácticamente barrocos. La falta de experiencia literaria queda suplida en sus escritos por toda una sucesión de virtudes: una sensibilidad sutil y diferente, una singular penetración sicológica, la efectividad de sus causas, la honestidad de sus efusiones extáticas y el ardor de su apostolado ascético, todo lo que da a su obra instantes de enorme intensidad lírica.
Proyectos de Santa Catalina de Siena
El Diálogo de la divina providencia (1378) fue dictado por Santa Catalina de Siena en un instante de ensaltación mística a ciertos acólitos, entre los que estaban Cristofano di Gano Guidini, quien dio después forma mucho más literaria al artículo en italiano, y Stefano Maconi, que logró su traducción al latín y corrigió y aprobó la redacción del antecedente. Tuvo distintos títulos: Libro de la divina doctrina, Tratado o Libro de la divina providencia, Libro de la divina revelación, Diálogo de la divina doctrina, o sencillamente Diálogos. La obra se propagó primero en manuscritos (de ahí la proporción de códices y el número de sus variaciones) y fue impresa por vez primera en 1472 en Bolonia por Baldassarre Arzoguidi, y otras siete ocasiones de 1472 a 1479. La edición mucho más famosa es la que cuidó Girolamo Gigli, que publicó las proyectos de la santa (1707 y años siguientes).
La división de hoy en tratados y episodios que muestra la obra es de temporada posterior a los códices mucho más viejos. La reducción literaria de Cristofano, por escrúpulo de lealtad, guarda todavía la ingenuidad de expresión, los pleonasmos, los idiotismos del charla vulgar y hasta en ocasiones la inconexión sintáctica, simple en quien dictaba bajo el fuego de la divina inspiración, y la consiguiente obscuridad o ambigüedad de ciertas expresiones. En su forma de hoy, el Diálogo de la divina providencia se compone de ciento sesenta y siete episodios; los siete primeros forman una suerte de introducción; del IX al LXIV llevan el título "Tratado de la discreción"; del LXV al LXXXIV, "Tratado de la oración"; prosiguen el "Tratado de la providencia" (CXXXV-CLIII) y el "Tratado de la obediencia" (CLIV-CLXVII). Pero, de manera frecuente, la materia de los episodios no corresponde al título del tratado, y se prolonga a todas y cada una de las ramas de la ascética y de la mística.
Un término primordial y que sirve como hilo conductor de esta obra mística se encuentra en el propósito de conducir el alma del "miedo servil", o sea, del temor a los castigos divinos, al especial amor de Dios, a ser "hijos y amigos". La "discreción" a que menciona el primer tratado no es mucho más que un auténtico conocimiento que el alma debe tener de sí y de Dios. Quebrada por la desobediencia de Adán la vía del cielo, Dios logró de su hijo Jesucristo un puente que se compone de tres "peldaños", los tres estados o tres facultades del alma. Los que desean proseguir otro sendero mueren espiritualmente, trastornados por la carnalidad, por la codicia, por la injusticia y por el falso juicio.
El "Tratado de la oración" lleva a cabo el prominente nivel de perfección a que puede llegar el alma a través de la oración mental, o sea, de la charla directa con Dios; pone en guarda contra ciertos puntos ilusorios de ella; enuncia "cinco formas de lágrimas" y sus frutos, y enseña de qué forma la luz de la razón ha de ser reforzada por la luz de la fe para llegar a la contemplación de la divina verdad. Se detiene después en la misión de los curas, lamentando que la indignidad y las culpas de varios de ellos impidan a las ánimas llegar con perfección. El corto "Tratado de la providencia" ilustra todos y cada uno de los métodos que Dios usó y utiliza para conducir a la salvación las ánimas; y el "Tratado de la obediencia" se encarga de la obediencia a Dios en sus múltiples formas según los distintos estados, y de sus frutos y también relevancia.
Impresas por vez primera en Bolonia en 1492, las 381 Cartas de Santa Catalina de Siena forman otra estimable obra de la mística cristiana. En una lectura continuada las cartas de Catalina tienen la posibilidad de parecer monótonas, pero es por el hecho de que todas ellas refleja toda entera la concepción mística, popular y activa de la santa, y arden todas y cada una con exactamente el mismo ardor de caridad. También desde un criterio puramente literario tienen la posibilidad de desagradar las expresiones de crudo realismo en que sobran, y el contraste que en ocasiones resulta entre lo sublime del término y lo grotesco de la manera; pero la intención de Catalina de Siena no era literaria, sino más bien religiosa, y para apoderarse las ánimas le parecía a ella tan útil la claridad de la cabeza como la llamada de atención beligerante de los sentidos. De aquí la especial poesía caracteristica de estas efusiones de un corazón enamorado de Dios y de los hombres como pocos lo fueron. Realmente circula una férvida corriente lírica por estas Cartas, fabricadas de luz, de pasión y de intención como la vida de la santa, "bienaventurada y dolorosa" imagen del verdadero siervo de Dios.
Informadas todas y cada una por exactamente la misma y también inmutable doctrina y también inflamadas por exactamente la misma caridad, las cartas revelan la cabeza y el corazón, la fe y la acción de Santa Catalina, y compendian su historia corto y heroica. La santa elegía para sí el retiro y la contemplación solo en el momento en que le era preciso dialogar con Dios para recibir sus enseñanzas, consejos y consuelos, pero volvía entonces a rezar actuando, sumergiéndose en las turbulentas olas de la vida pública, dando testimonio de la realidad, sosiega en la mitad de las tempestades. Sus cartas reflejan su figura humilde y con todo dominadora, su doctrina estable y radiante, su acción intrépida y beneficiosa. Habla con tiernicidad, humildad y mansedumbre hasta a los corazones mucho más duros y corrompidos. Pero no transige con el vicio: pone el dedo en la llaga, expresa clara y claramente su reprobación, y también impone la reparación concluyendo con tono resuelto.
Catalina de Siena no fue únicamente la consoladora de los afligidos, la consejera de los inciertos, la amonestadora de los pecadores y la enfermera de los enfermos, sino más bien una fuerza y una autoridad ética que imprimió un sello indeleble sobre toda la vida de su temporada. La acción beneficiosa que ella desarrolló, verdadero apostolado de amor y de sacrificio, reluce en sus cartas. Más que todo, le ocasionan mal las guerras por las que "se destroza lo de los pobrecitos por obra de los soldados, los que devoran la carne y los hombres". Una sola guerra desearía: la cruzada contra los infieles para la liberación del Santo Sepulcro, y redacta para esto a todos y cada uno de los príncipes y caudillos de su tiempo. Otra espina despiadado tortura su corazón: la corrupción de la Iglesia. Sufre por ella, y en las cartas se acusa tal y como si fuera por su culpa, pero al tiempo advierte en los pésimos obispos y pastores la fuente de varios males, y los censura con solidez.
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