(Roma, c. 540 - id., 604) Papa de la Iglesia católica (590-604). Miembro de una familia de patricios romanos, fue praefectus urbis del emperador Justino II (572-574). Convirtió su palacio del monte Celio en el monasterio de San Andrés y abrazó la regla de San Benito de Nursia. Nuncio en Constantinopla (579-586), fue nombrado papa a la desaparición de Pelagio II (590). Gregorio I negoció una tregua con los lombardos (592), aseveró la primacía de la iglesia de Roma y envió al monje Agustín a evangelizar Inglaterra. Autorizó el culto de los hebreos y superó el cisma del norte de Italia producido por la supresión de los Tres Capítulos. Adoptó el título Servus servorum Dei (servidor de los siervos de Dios), que se transformó en oficial de los futuros pontífices. Soberano temporal de Roma, logró de ella la ciudad más importante espiritual de todo el mundo latino y puso las bases del poder territorial del papado.
De noble familia senatorial, Gregorio se encontraba designado a la carrera política, y todavía joven (en 573) desempeñó el cargo de praefectus urbis (prefecto de Roma); pero, conmovido por el espectáculo de las miserias de Roma y de Italia entera, que aguzaron en él el sentimiento de la inanidad de las cosas terrenas, entregó, a la desaparición de su padre, su inmenso patrimonio a los pobres y a la Iglesia, fundando seis monasterios en sus tierras de Sicilia y otro en su palacio del Celio, que dedicó a San Andrés y donde él mismo vistió el hábito benedictino.
Su fuerte personalidad y su práctica en la política, hermosa en esos tiempos de adversidades inusuales, movieron, no obstante, al papa Benedicto I a sacarlo de su soledad nombrándolo diaconus regionarius en 577, y a Pelagio II, el año siguiente, a servirse de él como legado en Constantinopla, donde tuvo ocasión en su extendida estancia (579-585) de formarse una rica experiencia política y humana.
Abad de San Andrés, fue escogido papa a la desaparición de Pelagio II con el asentimiento general y consagrado el 3 de septiembre de 590. Le aguardaban la peste, la expansión lombarda y el lugar de Roma (593), el empeoramiento del cisma de los Tres Capítulos y los litigios con Bizancio. En los catorce años de su pontificado tuvo que medirse con estos inconvenientes objetivos y con otros que él mismo se propuso libremente: pacificación de la península, unificación católica de Occidente a través de una vasta obra de evangelización y una vasta toma de contactos mucho más operantes con los pueblos transformados.
Así, mientras que socorría con ayudas materiales y con su prominente magisterio a las ciudades mucho más próximas, organizaba, sustituyendo la impotente autoridad imperial, la defensa de Italia central, de Roma y del mismo Nápoles; favoreció la instauración de mejores relaciones con los invasores; apoyó la conversión de Teodolinda; fomentó la misión de Agustín en Inglaterra (596); organizó una mucho más angosta colaboración con el episcopado y con los reyes francos y animó en España la acción del neófito Recaredo I.
Proyectos de San Gregorio Magno
Dotado de viva sensibilidad y de inusual equilibrio para acarrear las demandas místicas del monje con el respeto y la simpatía hacia la raza humana débil, la obra literaria de San Gregorio Magno (de estilo simple, en ocasiones humilde y de manera frecuente elocuente) forma el mucho más lumínico comentario a su obra de pontífice. Así, no vacila en confrontar con los desidiosos y con los potentados, como puede apreciarse en sus Epístolas. Dirigidas a los mucho más distintos receptores, las cartas de San Gregorio tratan de variadas cuestiones y son un testimonio primordial para el saber de su actividad y de su personalidad. Sobresalen las epístolas dirigidas contra los herejes y los cismáticos, como los maniqueos de Sicilia o los donatistas en África, y las que mencionan a los judíos, a los que San Gregorio concedió independencia de culto y régimen benévolo (I, 1, 47), por el hecho de que "solo con la mansedumbre, la amabilidad, las sabias y persuasivas admoniciones, se puede conseguir la unidad de la fe".
Gregorio Magno mostró su preocupación por la capacitación de los pastores de ánimas en proyectos como Regla pastoral (591), en que expuso los objetivos y reglas de la vida sacerdotal. Dedicada a Juan de Constantinopla, con quien se justifica de haber dudado en asumir el cargo de obispo de Roma, San Gregorio exhibe en este libro lo duro que es el trabajo de pastor y las reglas de vida que debe proseguir; detalla el tipo ideal del obispo, que debe ser siempre y en todo momento un médico de las ánimas y localizar el tono justo para dirigirse a los hombres de las distintas clases sociales, ejercitando sobre sus ánimas el máximo ascendiente viable y teniendo siempre y en todo momento presente su debilidad para no caer en una excesiva seguridad en sí. Esta corto obra ejercitó enorme predominación y fue a lo largo de largo tiempo considerada como el artículo de las reglas episcopales.
De su labor de consolador y profesor de espiritualidad encontramos una increíble ilustración en las Homilías sobre los evangelios o sobre Ezequiel, pronunciadas en Roma en 590-593, en el momento en que todo parecía desmoronarse. En Moralia hizo una exégesis del libro bíblico de Job. Presenta a Job como figura del Redentor; en su mujer ve simbolizada la vida carnal, y en sus amigos, a los herejes, orientando siempre y en todo momento la interpretación hacia las enseñanzas morales y teológicas.
Los Diálogos, escritos entre los años 593 y 594, fueron probablemente su obra mucho más divulgada. Habiéndose retirado por cierto tiempo, agotado de las intranquilidades y responsabilidades de su cargo, a un espacio apartado, Gregorio expresa al diácono Pedro su disgusto por no haber podido ocuparse a la vida ascética, con la que muchos hombres lograron lograr la perfección. Accediendo a los ruegos de Pedro, pasa entonces a enseñar con ejemplos específicos la realidad de semejante aserto, describiendo la vida y contando los milagros de santurrones italianos, como los aprendió de testimonios seguros o de su personal experiencia. La forma dialogada, utilizada ahora desde viejo en proyectos de este género, por poner un ejemplo por Sulpicio Severo, forma para el creador un fácil medio para ofrecer vivacidad a la narración y hacer más simple las transiciones; la manera intencionadamente fácil y clara favoreció la muy, muy grande difusión de la obra, próximamente traducida a distintas lenguas y conmemorada por escritores contemporáneos y siguientes.
San Gregorio Magno es el cuarto de los doctores de la Iglesia (tras San Ambrosio de Milán, San Agustín y San Jerónimo), y si su actividad política como pontífice tuvo una relevancia inusual para la estabilidad político-espiritual de la Europa medieval, su obra literaria formó hasta el siglo XII una inigualable fuente de meditación y de luz espiritual para todo el Occidente. A él se le asigna asimismo la colección del Antifonario gregoriano, enorme compilación de cantos de la Iglesia romana.
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