La historia del mundo la cuentan las personas quea lo largo de los siglos, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han originado quela sociedad, de una forma u otra,avance.
Ya sea inspirando a más seres humanos o siendo una pieza esencial de la acción. San Francisco de Asís es una de esas personas cuya vida, en verdad, merece nuestra atención por el grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de San Francisco de Asís es conocer más sobre periodo preciso de la historia de la humanidad.
Si has llegado hasta aquí es porque tienes consciencia de la trascendencia que detentó San Francisco de Asís en la historia. El modo en que vivió y aquello que hizo durante el tiempo que permaneció en el mundo fue decisivo no sólo para aquellas personas que frecuentaron a San Francisco de Asís, sino que posiblemente dejó una señal mucho más profunda de lo que logremosfigurar en la vida de personas que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya nunca a San Francisco de Asís en persona.San Francisco de Asís ha sido un ser humano que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
(Giovanni di Pietro Bernardone; Asís, de hoy Italia, 1182 - id., 1226) Religioso y místico italiano, principal creador de la orden franciscana. Casi sin proponérselo lideró San Francisco un movimiento de renovación cristiana que, basado en el cariño a Dios, la pobreza y la alegre fraternidad, tuvo un inmenso eco entre las clases populares y también logró de él una veneradísima personalidad en la Edad Media. La facilidad y humildad del pobrecito de Asís, no obstante, terminó trascendiendo su época para erigirse en un modelo atemporal, y su figura es valorada, mucho más allí aun de las propias opiniones, como entre las mucho más altas manifestaciones de la espiritualidad cristiana.
Hijo de un rico comerciante llamado Pietro di Bernardone, Francisco de Asís era un joven mundano de determinado renombre en su localidad. Había ayudado desde joven a su padre en el comercio de paños y puso de manifiesto sus talentos substanciales de sabiduría y su afición a la distinción y a la caballería. En 1202 fue encarcelado gracias a su participación en un altercado entre las ciudades de Asís y Perugia. Tras este lance, en la soledad del cautiverio y después a lo largo de la convalecencia de la patología que padeció una vez vuelto a su tierra, sintió hondamente la insatisfacción con en comparación con género de vida que llevaba y se inició su maduración espiritual.
Del lujo a la pobreza
Poco después, en la primavera de 1206, tuvo San Francisco su primera visión. En el pequeño templo de San Damián, medio descuidado y destruido, oyó frente a una imagen románica de Jesucristo una voz que le charlaba en el silencio de su muda y cariñosa contemplación: "Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está llevada a cabo una ruina". El joven Francisco no vaciló: corrió a su casa paterna, tomó varios rollos de paño del almacén y fue a venderlos a Feligno; entonces entregó el dinero de esta forma conseguido al sacerdote de San Damián para la restauración del templo.
Esta acción desató la furia de su padre; si antes había censurado en su hijo alguna inclinación al lujo y a la pompa, Pietro di Bernardone vio en este momento en aquel donativo una ciega prodigalidad en perjuicio del patrimonio que muchos sudores le costaba. Por ello llevó a su hijo frente al obispo de Asís para que renunciara formalmente a cualquier herencia. La contestación de Francisco fue despojarse de sus vestiduras y restituirlas a su progenitor, renunciando con esto, por amor a Dios, a cualquier bien terrenal.
A los veinticinco años, sin más ni más recursos que su pobreza, abandonó su localidad natal y se dirigió a Gubbio, donde trabajó abnegadamente en un hospital de leprosos; entonces regresó a Asís y se dedicó a volver a poner con sus brazos, pidiendo materiales y asiste para los transeúntes, las iglesias de San Damián, San Pietro In Merullo y Santa María de los Ángeles en la Porciúncula. Pese a esta actividad, esos años fueron de soledad y oración; solo aparecía frente el planeta para limosnear con los pobres y comunicar su mesa.
La llamada a la predicación
El 24 de febrero de 1209, en la pequeña iglesia de la Porciúncula y mientras que escuchaba la lectura del Evangelio, Francisco escuchó una llamada que le señalaba que saliese al planeta a realizar el bien: el eremita se transformó en apóstol y, descalzo y sin más ni más atavío que una túnica ajustada con una cuerda, próximamente atrajo a su alrededor a una corona de ánimas activas y devotas. Las primeras (abril de 1209) fueron Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani, a los que se sumó, tocado su corazón por la felicidad, el sacerdote Silvestre; poco después llegó Egidio.
San Francisco de Asís platicaba la pobreza como un valor y planteaba un método de vida simple apoyado en los especiales de los Evangelios. Hay que rememorar que, en aquella época, otros conjuntos que propugnaban una vuelta al cristianismo primitivo habían sido declarados heréticos, razón por la que Francisco deseó tener la autorización pontificia. Hacia 1210, tras recibir a Francisco y a un conjunto de once compañeros suyos, el papa Inocencio III aprobó oralmente su modelo de vida religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono.
Transcurrido un tiempo, el número de sus seguidores fue incrementando y Francisco empezó a conformar una orden religiosa, llamada hoy en día franciscana o de los franciscanos, donde próximamente se integraría San Antonio de Padua. Además, con la colaboración de Santa Clara, creó la rama femenina de la orden, las Damas Pobres, mucho más conocidas como las clarisas. Años después, en 1221, se crearía la orden tercera con el objetivo de acoger a quienes no podían dejar sus obligaciones familiares. Hacia 1215, la congregación franciscana se había ahora extendido por Italia, Francia y España; ese año el Concilio de Letrán reconoció canónicamente la orden, llamada entonces de los Hermanos Inferiores.
Por esos años trató San Francisco de llevar la evangelización alén de las tierras cristianas, pero distintas situaciones frustraron sus viajes a Siria y Marruecos; al final, entre 1219 y 1220, probablemente tras un acercamiento con Santo Domingo de Guzmán, predicó en Siria y Egipto; si bien no logró su conversión, el sultán Al-Kamil quedó tan impresionado que le dejó conocer los Santos Sitios.
Últimos años
A su regreso, a solicitud del papa Honorio III, compiló por escrito la regla franciscana, de la que redactó 2 ediciones (una en 1221 y otra mucho más esquemática en 1223, aprobada ese año por el papa) y entregó la dirección de la red social a Pedro Cattani. La dirección de la orden franciscana no tardó en pasar a los integrantes mucho más prácticos, como el cardenal Ugolino (el futuro papa Gregorio IX) y el hermano Elías, y San Francisco ha podido ocuparse enteramente a la vida contemplativa.
A lo largo de este retiro, San Francisco de Asís recibió los estigmas (las lesiones de Cristo en su cuerpo); según testimonio del mismo beato, ello ocurrió en el mes de septiembre de 1224, tras un largo intérvalo de tiempo de ayuno y oración, en un peñasco al lado de los ríos Tíber y Arno. Aquejado de ceguera y fuertes males, pasó sus 2 últimos años en Asís, cubierto del furor de sus fieles.
Sus sufrimientos no dañaron su profundo amor a Dios y a la Creación: exactamente entonces, hacia 1225, compuso el fantástico poema Cántico de las criaturas o Cántico del hermano sol, que influyó en parte importante de la poesía ascética y mística de españa posterior (Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz). San Francisco de Asís murió el 3 de octubre de 1226. En 1228, solamente un par de años después, fue canonizado por el papa Gregorio IX, que puso la primera piedra de la iglesia de Asís dedicada al santurrón. La festividad de San Francisco de Asís se festeja el 4 de octubre.
Proyectos de San Francisco de Asís
Privadas de datos cronológicos, las proyectos de San Francisco de Asís documentan, no la vida del santurrón, sino más bien el espíritu y el ideal franciscanos. Gran una parte de estos escritos se ha perdido, entre ellos muchas epístolas y la primera de las tres reglas de la orden franciscana (compuesta en 1209 o 1210), que recibió la aprobación oral de Inocencio III.
Sí que se mantiene la llamada Regla I (de todos modos segunda), compuesta en 1221 con la colaboración, con lo que se refiere a los contenidos escritos bíblicos, de Fray Cesario de Spira. Esta regla (llamada no sellada pues no fue aprobada con el sello papal) se compone de veintitrés episodios, de los que el último es una plegaria de acción de gracias y de súplica al Señor, y reúne las reglas, amonestaciones y exhortaciones que San Francisco dirigía a sus cofrades, las mucho más ocasiones en ocasión de los episodios de la orden.
La Regla II, de todos modos tercera (y llamada sellada, ya que recibió la aprobación pontificia el 29 de noviembre de 1223), se compone de solo 12 episodios y no es mucho más que una reiteración mucho más sucinta y organizada de la antecedente, en relación a la que no muestra (como ciertos estudiosos quisieron asegurar) noticias substanciales. Es la que prosigue en vigor en la orden franciscana. En el Testamento, escrito en vísperas de su muerte y también impuesto como parte miembro de la regla, San Francisco lega a sus compañeros de orden, como el mayor tesoro espiritual, a madonna Pobreza.
En la primera edición completa de las proyectos de San Francisco de Asís (la de Wadding), fueron diecisiete las epístolas reputadas genuinas, pero su número se vio muy disminuido en las ediciones críticas siguientes. La exhortación a la penitencia y a la virtud, la relevancia de la pobreza y del amor a Dios y los preceptos de la orden son varios de los temas recurrentes de su epistolario. Se preservan además unas escasas poesías religiosas en latín.
Otras proyectos resaltadas son las Admonitiones, que poseen advertencias de San Francisco para la recta interpretación de la regla, y De religiosa habitatione in eremo, apuntada a los monjes expectantes de llevar una vida eremítica. Las Admonitiones detallan sus ideas morales en observaciones prácticas dadas a sus hermanos, fruto de un continuo análisis de nuestra vida interior. Fundada en los evangelios y las Epístolas de San Pablo, esta ética se encuentra centrada completamente en el primer precepto, el del amor a Dios por sí solo y como único bien, del que todos los otros proceden y que se ubica sobre todas y cada una de las cosas: quien quiere al Señor así lo tiene ahora internamente en la medida en que entiende que, sin Él, la razón de nuestra vida se hundiría en las tinieblas y la nada.
El Cántico de las criaturas
A estas proyectos, todas y cada una ellas de alta significación espiritual, debe sumarse una que recubre además de esto una suma importancia literaria: el Cántico de las criaturas (llamado asimismo Laudes creaturarum o Cántico del hermano Sol), redactado probablemente un año antes de su muerte. Según refiere la historia de historia legendaria, la escritura de este poema fue un don y el antídoto para su avanzada ceguera. Se trata de una plegaria a Dios, redactada en dialecto umbrío y compuesta de 33 versos que no tienen un metro regular. La rima reitera exactamente el mismo modelo estilístico de la prosa latina medieval y de la poesía bíblica, más que nada el del Cantar de los cantares.
La plegaria, cuyo ritmo retardado recuerda los rezos matinales, es de una excepcional hermosura. Comienza encomiando la excelencia de Dios y sigue con la hermosura y la amabilidad del sol y los astros, a los que alaba como hermanos; para la humildad del hombre demanda el perdón y la dignidad de la desaparición. La maestría poética con que quedó expresado en esta composición el ideal franciscano tuvo esenciales secuelas literarias y religiosas. No hay que olvidar que su movimiento espiritual se encontraba formado en su mayor parte por gente del pueblo que usaba la lengua vulgar; los cantos de esta multitud de seguidores que recorrían campos y villas se llamaron laudes, y después fueron recogidos en los laudarios o libros de rezos de las cofradías de devotos. La predominación del poema de San Francisco y de su literatura derivada se haría aparente en la poesía ascética y mística del Renacimiento.
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Los matices y las sutilezas que llenan nuestras vidas son en todos los casos imprescindibles, ya que perfilan la diversidad, y en el tema de la vida de alguien como San Francisco de Asís, que detentó su significación en un momento concreto de la historia, es indispensable tratar de mostrar una visión de su persona, vida y personalidad lo más rigurosa posible.
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