Rouben Mamoulian

La historia universal la cuentan las personas quea lo largo del tiempo, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho queel mundo, de una forma u otra,prospere.

Ya sea inspirando a otras personas o tomando parte de la acción. Rouben Mamoulian es uno de esos seres humanos cuya vida, realmente, merece nuestro interés por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la vida de Rouben Mamoulian es comprender más acerca de época determinada de la historia de la humanidad.

Si has llegado hasta aquí es porque tienes consciencia de la importancia que atesoró Rouben Mamoulian en la historia. La forma en que vivió y lo que hizo mientras estuvo en el mundo fue decisivo no sólo para aquellas personas que trataron a Rouben Mamoulian, sino que a lo mejor dejó una huella mucho más vasta de lo que logremosfigurar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Rouben Mamoulian de forma personal.Rouben Mamoulian ha sido uno de esos seres humanos que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.

Vida y Biografía de Rouben Mamoulian

(Tbilisi, 1898 - Los Ángeles, 1987) Director de cine estadounidense. Las películas dirigidas por Rouben Mamoulian detallan a las visibles el espíritu alterado que siempre y en todo momento le caracterizó como sujeto al combinar su culto bagaje intelectual con un colosal entusiasmo por las novedosas tecnologías, sin que se resintiera por este motivo la intención de conectar con el público mayoritario. Muchos de sus populares largos se convirtieron en verdad en genuinos tradicionales inmejorables del cine de aventuras, el drama y el musical, aparte de referentes en el momento de emprender puntos industriales como la fotografía en color o el sonido.

La esmerada educación recibida a lo largo de su adolescencia resultó en ese sentido vital para modificar su personalidad: un padre banquero y una madre entusiasta del teatro (llegaría en verdad a comandar la Sociedad Dramática de Tiflis) le formaron en el rigor disciplinario y la imaginación desbordante. Por eso, tras estudiar el bachillerato en París y cursar la carrera de Derecho en la Universidad de Londres, no resultó extraño que dejase a un lado la intención paterna de verle transformado en juez para entrar en la reconocida Escuela de Arte Dramático de Moscú, que tenía como primordial cabeza aparente al mítico Konstantin Stanislavski.

En 1920 dio el salto a Inglaterra, donde empezó a regentar distintos montajes de éxito que paralelamente le abrirían tres años después las puertas de los Estados Unidos siendo contratado por el presidente de la vivienda Kodak, George Eastman, para regentar su compañía de teatro en Rochester. Su actividad escénica entre 1923 y 1926, con exuberantes éxitos aun en Broadway (como el que le dio Porgy), llamó la atención de la Paramount, que andaba reclutando directivos con incuestionables destrezas para el diálogo y prestos a enfrentar la frágil transición del cine mudo al sonoro.

Rouben Mamoulian resaltó próximamente, desde su mismo debut, como un realizador moderno y poco dado a contemporizar con el orden predeterminado. Así, si bien sus entendimientos de técnica eran muy limitados todavía, en Aplauso (1929) intuyó que la cámara debía recobrar su vieja movilidad (perdida a lo largo de los primeros años del sonoro por las restricciones técnicas) a través de la disociación extremista entre el registro sonoro y la toma de imágenes. A ello le sumará la mezcla de sonidos (por servirnos de un ejemplo, música y diálogo) que proceden de 2 pistas, a fin de prosperar la calidad acústica del grupo y poder espectaculares efectos que serían realmente bien recibidos por los espectadores.

Las calles de la región (1931), según la obra literaria de Dashiell Hammett, terminará siendo por su lado una excepcional película de gángsters donde Mamoulian jugó con el recurso teatral del monólogo interior, algo insólito en cine pero que próximamente fue reconocido como recurso narrativo. Lanzado a la cima del estrellato como directivo puso entonces en marcha El hombre y el monstruo (1931), donde desarrolló los filtros de color como elemento para conseguir FXs en la fotografía de blanco y negro, caso de la conversión en un chato fijo del Doctor Jekyll en el maligno Hyde. La intensa emoción y sensualidad de sus imágenes, tal como las espléndidas interpretaciones de Fredric March y Miriam Hopkins, contribuyeron asimismo poderosamente a realizar de esta película una pieza maestra del cine de terror.

Ámame esta noche (1932) cerró la sección primera de su trayectoria con un nuevo ensayo audiovisual: el intento de acompasar imagen y sonido según ritmos musicales por defecto. Sin embargo, en 1933 decidió concederse un suave respiro en sus experimentaciones formales para regentar a Marlene Dietrich en El cantar de los cantares y a Greta Garbo en La reina Cristina de Suecia.

Las 2 estrellas mucho más enormes del firmamento cinematográfico hallaron en Mamoulian al realizador perfecto para sacar de ellas geniales interpretaciones, singularmente en lo relativo a la contención de los movimientos y a determinada inexpresividad equívoca que halla su expresión máxima en el chato final de La Reina Cristina de Suecia, con Greta Garbo enfrentando con dignidad y sin aspavientos una catástrofe sentimental.

La feria de la vanidad (1935) fue asimismo un nuevo reto, puesto que tenía que ver con la primera experiencia de Mamoulian con el Technicolor. El directivo se transformó a causa de esa experiencia en entre los mucho más visibles teóricos sobre la utilización expresivo del color, y sus indagaciones siguieron en Sangre y arena (1941), según la novela de Vicente Blasco Ibáñez. No obstante, desde mediados de los treinta el teatro volvió a demandarle como uno de sus enormes directivos, con lo que Hollywood y Broadway han comenzado a alternarse en sus realizaciones.

En los 2 terrenos prosiguió consiguiendo estruendosos éxitos, si bien de a poco fue decantándose por el teatro. De ahí que La hermosa de Moscú (1957), musical protagonizado por Cyd Charisse y Fred Astaire, cerrara de forma magistral su relación con el cine: al empleo del sonido estereofónico y del color le añadió la utilización de la danza para enseñar el progreso en la historia amorosa de los personajes principales. Instalado en esa situación privilegiada, no titubeó más tarde ni un instante en dejar los siguientes rodajes de Porgy and Bess (terminada por Otto Preminger) y de la superproducción Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963), por fuertes desavenencias con los productores.

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