La historia universal la narran las personas queen el paso de los años, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han ocasionado quela civilización, de una forma u otra,prospere.
Ya sea inspirando a otras personas o tomando parte de la acción. Robert Falcon Scott es una de las personas cuya vida, realmente, merece nuestro interés debido al nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Robert Falcon Scott es comprender más sobre época determinada de la historia de la humanidad.
Apreciar las luces y las sombras de las personas significativas como Robert Falcon Scott, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es algo fundamental para que seamos capaces de poner en valor no sólo la existencia de Robert Falcon Scott, sino la de todos aquellos y aquellas que fueron inspiradas por Robert Falcon Scott, personas a quienes de de una forma u otra Robert Falcon Scott influenció, y desde luego, comprender y entender cómo fue vivir en el periodo histórico y la sociedad en la que vivió Robert Falcon Scott.
(Davenport, Reino Unido, 1868 - Antártida, 1912) Explorador británico popular por sus viajes a la Antártida y singularmente por el pulso que mantuvo con el noruego Roald Amundsen en el intento de lograr por vez primera el Polo Sur. A principios del siglo XX, tal propósito se transformó en una compañía competitiva, donde coincidieron los intereses científicos y económicos de las naciones de europa y las ambiciones personales de ciertos navegadores. Roald Amundsen y Robert Falcon Scott fueron los personajes principales paradigmáticos de esta pugna de aventura y prestigio.
La Antártida es un extendido territorio desértico y también inhóspito, de planicies, montañas, volcanes y abisales fisuras bajo un mantón helado, en cuyos mares periféricos flotan gigantes témpanos de hielo como islas; un territorio donde los vientos tienen la posibilidad de soplar a mucho más de 200 km/h y las temperaturas descender a prácticamente 90 ºC en negativo. La conquista de este conjunto de naciones aparecía en las primeras décadas del siglo XX como un ineludible desafío para el hombre occidental. Las expediciones al Polo Sur, bajo condiciones topográficas bien difíciles, necesitan de una preparación meticulosa, y con frecuencia necesitan estancias de múltiples inviernos. Dominar este soberbio medio físico y conseguir el éxito personal fueron los acicates de una trágica carrera donde, aun a costa de la vida, solo valía vencer.
A pesar de su enclenque constitución física y de su salud frágil, Robert Falcon Scott logró entrar a los trece años en la Armada Real británica. Cinco años después, en 1886, entró a ser parte de la escuadra de las Indias Occidentales, que estaba a cargo del popular explorador ártico Albert Hasting Markham. Por su buen realizar y dedicación a la marina, Scott fue impulsado, en 1891, al puesto de lugarteniente dentro de la nave Majestic, capitaneada por George Egerton, otra historia de historia legendaria viva de la marina británica. Scott se especializó en expediciones marítimas de interés científico.
Ahora en el último decenio del siglo XIX se habían creado ciertas exploraciones antárticas con la meta de lograr el Polo Sur. El noruego Leonard Kristensen (1895), su compatriota Carsten Borchgrevink (que llegó a lograr la latitud 78º 50´ en 1899) y el belga Adrien de Gerlache (1898) habían empezado a allanar el sendero. Los británicos participaban de ese interés por el conjunto de naciones blanco. En 1899, sir Clements Markham, presidente de la Real Sociedad Geográfica de Londres, organizó una esencial expedición a la Antártida y escogió a Scott para dirigirla. Markham prosiguió en ello el consejo de George Egerton, quien creía que Scott reunía las características primordiales para una compañía de similar extensión: era un óptimo científico y un increíble oficial. La expedición fue costeada en su mayor parte por el rico industrial Lewellyn Longstaff.
El primer viaje
El barco de la expedición sería el Discovery, que partió de Inglaterra en 1901. En cuanto llegaron a las costas antárticas, Scott exploró la enorme barrera de hielo de Ross Shelf y estableció en el ajustado de McMurdo una base terrestre donde la expedición pasó un invierno rigurosísimo. Al comienzo de la primavera, Scott y sus hombres prosiguieron explorando según el plan sosprechado. Con la asistencia de trineos, descubrieron la que bautizarían como Península de Eduardo VII y penetraron en el corazón del conjunto de naciones antártico hasta latitudes nunca alcanzadas: el 31 de diciembre de 1902, la expedición llegó a la latitud 82º 17´, esto es, 300 millas mucho más al sur que Borchgrevink. La falta de víveres y la aparición del escorbuto entre ciertos integrantes de la expedición impidieron seguir mucho más allí. La expedición se dio por concluida y sus integrantes retornaron a Inglaterra en 1904.
En Inglaterra, Scott fue ascendido al nivel de capitán de marina y condecorado con la medalla de oro concedida por la Real Sociedad Geográfica de Londres. Por ese momento conoció a su futura mujer, Kathleen Bruce, y escribió El viaje del Discovery, obra donde contaba con realismo las peripecias de la expedición a la Antártida. Dedicado a su enorme amigo y padre de la expedición, sir Clements Markham, el libro fue un enorme éxito de ventas.
La segunda expedición
A inicios de 1905, Scott inició una campaña por todo el país con el fin de conseguir fondos para una segunda aventura expedicionaria al Polo Sur. Pero, a pesar del éxito científico de su primera misión y a ser considerado un héroe, no halló apoyos suficientes para volver al conjunto de naciones helado enseguida. Finalmente, Scott se realizó con los servicios del buque Terranova y experimentó con los primeros automóviles motorizados para la nieve. Desechó la iniciativa de usar perros para tirar de los trineos, prefiriendo el empleo de potros siberianos, a los que equivocadamente creía mejor listos para la nieve y las bajas temperaturas. En caso de muerte, pensaba, los animales servirían para dar de comer a la expedición. Esta equivocada apreciación iba a ser entre las causas del trágico final de la aventura.
El diez de junio de 1910, el Terranova partió de Inglaterra con dirección a Australia con todos y cada uno de los pertrechos de la expedición y un aparato de sobra de treinta personas. Entre ellas estaban Lawrence Oates, oficial de caballería, los gobernantes Edward Evans y Henry R. Bowers y el doctor Edward Wilson, enorme amigo de Scott. El diez de octubre, el Terranova llegó a Melbourne, lugar desde el que se dirigió sin más ni más dilación a la Antártida.
A lo largo de su corta estancia en tierras australianas, Scott recibió un aviso de su mucho más serio contrincante, el noruego Roald Amundsen, que, desde la bahía de Whales, le recomendaba dejar. Amundsen se disponía a efectuar exactamente la misma gesta y no deseaba contendientes. Scott, lejos de abandonar, resolvió proseguir adelante y también procurar con todos y cada uno de los medios coronar exitosamente la expedición; se inició de este modo una angustiosa carrera entre los dos navegadores.
Roald Amundsen partía con virtud en relación a la expedición de Scott. La dilatada experiencia en exploraciones por tierras frías (había empezado a los quince años) había hecho de Amundsen un especialista conocedor del ambiente; sabía bastante superior qué género de material era conveniente (anoraks de piel, perros, piquetas, zapas quitanieves). Frente a ello, el equipamiento de la expedición británica, tirada por potros y vestida con uniformes de la marina británica, no era exactamente el mucho más perfecto.
El diez de diciembre de 1910, el Terranova llegó al ajustado de McMurdo; surcó el mar de Ross hasta atravesar, en el último mes del año del mismo año, el círculo polar antártico. A partir de ese instante, Scott y sus compañeros emprendieron un inhumano viaje de 2.464 km desde su situación hasta el Polo Sur. Los trineos mecánicos han quedado próximamente inmovilizados en el hielo, puesto que sus motores no aguantaban las bajas temperaturas de la Antártida. El 17 de febrero de 1911, la expedición encontró con novedosas adversidades en el ascenso del glaciar Beardmore; perdieron ocho potros y cinco perros de los treinta y tres que llevaban (Amundsen usó para exactamente la misma gesta mucho más de cien perros). Los expedicionarios se vieron obligados a conllevar ellos mismos gran parte de los pertrechos, retardando aun mucho más una travesía ahora por sí muy, muy dura.
El 4 de enero de 1912, Scott y sus 4 compañeros comenzaron la marcha final; en el sendero perdieron a todos y cada uno de los animales de tiro que quedaban. El 12 de enero, tras innumerables sufrimientos de todo género por el ritmo frenético que se obligaron, la expedición llegó al Polo Sur. Con horrible desilusión, vieron la tienda y la bandera noruega dejada por Amundsen cinco semanas antes. Scott escribió en su períodico: "¡Dios mío, este es un espacio horrible! Y horrible más que nada para nosotros, que nos hemos esforzado tanto sin vernos premiados por la prioridad..."
Pero aún no había pasado lo malo. Cansados y prácticamente sin víveres, la expedición emprendió el sendero de vuelta. El primero en fallecer fue el lugarteniente Evans, cuyo debilitamiento le impidió proseguir a sus compañeros. Después le prosiguió el capitán Oates, quien, fatigado y enfermo, tomó una trágica resolución que quedó redactada en el períodico de Scott: "Por aquí murió el capitán Oates, de los Dragones de Inniskilling. En marzo de 1912 caminó de forma voluntaria hacia la desaparición, bajo una tormenta, para intentar socorrer a sus camaradas, apabullados por las penalidades".
Aun en esas penosas condiciones, los tres sobrevivientes (el lugarteniente Bowers, el doctor Edward Wilson y Scott) anduvieron a lo largo de mucho más de un mes hasta el momento en que una prolongada ventisca les impidió llegar a un depósito de víveres que habían dejado. El cansancio y la inanición les impidió proseguir el viaje y debieron mantenerse dentro de las tiendas sufriendo de forma lenta. Se encontraban a solo 18 km del campamento base, instalado en el cabo Evans. Robert Falcon Scott fue el último en fallecer. Tenía 40 y 4 años y había perdido una carrera definitiva. Escribió las últimas líneas en su períodico el 29 de marzo de 1912: "Semeja una lástima, pero no pienso que logre proseguir escribiendo. Por Dios muy santo, cuiden de nuestra gente".
El cuerpo de Scott, adjuntado con los de Wilson y Bowers, fueron hallados por una expedición que salió en su busca desde cabo Evans ocho meses después. Todos habían fallecido dentro de la tienda donde descansaban. En la tienda se encontraron asimismo notas científicas, documentación personal y muestras que habían recogido; y, al lado de Scott, su períodico, que continuaba intacto. Todos esos documentos formarían una parte de la obra La última expedición de Scott, publicada en 1913.
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