René Descartes

La historia de las civilizaciones está escrita por las personas queen el transcurrir de los siglos, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han hecho quela sociedad, de un modo u otro,avance.

Conocer las luces y las sombras de las personas relevantes como René Descartes, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es algo básica para que podamos poner en valor no sólo la vida de René Descartes, sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por René Descartes, aquellas personas a quienes de de una forma u otra René Descartes influenció, y sin duda, entender y comprender cómo fue el hecho de vivir en el momento de la historia y la sociedad en la que vivió René Descartes.

Las biografías y las vidas de personas que, como René Descartes, atraen nuestro interés, tienen que servirnos en todo momento como referencia y reflexión para conferir un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Intentar entender la biografía de René Descartes, porqué René Descartes vivió como lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos impulsará por un lado a comprender mejor el alma del ser humano, y por el otro, la forma en que se mueve, de forma implacable, la historia.

Vida y Biografía de René Descartes

(La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia, 1650) Filósofo y matemático francés. Después del esplendor de la vieja filosofía griega y del auge y crisis de la escolástica en la Europa medieval, los nuevos aires del Renacimiento y la revolución científica que lo acompañó darían sitio, en el siglo XVII, al nacimiento de la filosofía actualizada.

El primero de los ismos filosóficos de la modernidad fue el racionalismo; Descartes, su iniciador, se ha propuesto llevar a cabo tabla rasa de la tradición y crear un nuevo edificio sobre la base de la razón y con la eficiente metodología de las matemáticas. Su «duda metódica» no cuestionó a Dios, sino más bien todo lo opuesto; no obstante, de la misma Galileo, debió padecer la persecución gracias a sus ideas.

Biografía

René Descartes se formó en el instituto jesuita de La Flèche (1604-1612), por entonces entre los mucho más reputados de Europa, donde disfrutó de un cierto trato de favor en atención a su frágil salud. Los estudios que en tal centro hizo tuvieron una relevancia definitiva en su capacitación intelectual; famosa la turbulenta juventud de Descartes, indudablemente en La Flèche debió basarse la base de su cultura. Las huellas de semejante educación se expresan objetiva y acusadamente en toda la ideología filosófica del sabio.

El programa de estudios propio de aquel instituto (según distintos testimonios, entre aquéllos que figura el del mismo Descartes) era muy variado: viraba fundamentalmente cerca de la clásico enseñanza de las artes liberales, a la que se agregaban nociones de teología y ejercicios prácticos útiles para la vida de los futuros gentilhombres. Aun en el momento en que el software exactamente debía ser mucho más bien rápido y destinado en sentido fundamentalmente práctico (no se pretendía conformar sabios, sino más bien hombres listos para las altas metas políticas a que su rango les dejaba aspirar), los estudiantes mucho más activos o curiosos podían completarlos por su cuenta a través de lecturas personales.

Años después, Descartes criticaría amargamente la educación recibida. Es a la perfección viable, no obstante, que su descontento sobre esto proceda no tanto de consideraciones filosóficas como de la natural reacción de un joven que a lo largo de muchos años estuvo sometido a una especialidad, y de la sensación de inutilidad de todo lo aprendido con relación a sus probables ocupaciones futuras (burocracia o milicia). Tras su etapa en La Flèche, Descartes consiguió el título de bachiller y de licenciado en derecho por la capacitad de Poitiers (1616), y a los veintidós años partió hacia los Países Bajos, donde sirvió como soldado en el ejército de Mauricio de Nassau. En 1619 se alistó en las filas del Maximiliano I de Baviera.

Según relataría nuestro Descartes en el Discurso del Método, a lo largo del crudo invierno de ese año se halló negado en una ciudad del Alto Danubio, probablemente cerca de Ulm; allí continuó encerrado a la vera de una estufa y lejos de cualquier relación popular, sin más ni más compañía que la de sus pensamientos. En tal sitio, y tras una fuerte crisis de escepticismo, se le mostraron las bases sobre las que edificaría su sistema filosófico: el procedimiento matemático y el principio del cogito, luego sum. Víctima de una febril excitación, a lo largo de la noche del diez de noviembre de 1619 tuvo tres sueños, en cuyo transcurso intuyó su procedimiento y conoció su profunda vocación de consagrar su historia a la ciencia.

Tras abandonar la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos y regresó a Francia en 1622, para vender sus pertenencias y asegurarse de esta manera una vida sin dependencia; pasó una temporada en Italia (1623-1625) y se afincó entonces en París, donde se relacionó con la mayor parte de científicos de la temporada.

En 1628 decidió instalarse en Holanda, país en el que las indagaciones científicas disfrutaban de enorme cuenta y, además de esto, se veían favorecidas por una relativa independencia de pensamiento. Descartes estimó que era el sitio mucho más conveniente para cumplir los objetivos filosóficos y científicos que se había fijado, y radicó allí hasta 1649.

Los cinco primeros años los dedicó primordialmente a realizar su sistema de todo el mundo y su concepción del hombre y del cuerpo humano. En 1633 debía tener ahora muy avanzada la redacción de un extenso artículo de metafísica y física que se titula Tratado sobre la luz; no obstante, la novedad de la condena de Galileo le atemorizó, ya que asimismo Descartes defendía en aquella obra el heliocentrismo de Copérnico, opinión que no creía censurable desde el criterio teológico. Como temía que tal artículo pudiese contener teorías condenables, renunció a su publicación, que tendría rincón póstumamente.

En 1637 apareció su popular Discurso del procedimiento, anunciado como prólogo a tres ensayos científicos. Por la audacia y novedad de los conceptos, la genialidad de los descubrimientos y el ímpetu de las ideas, el libro bastó para ofrecer a su creador una instantánea y digna popularidad, pero asimismo por este motivo mismo provocó un diluvio de polémicas, que de ahora en adelante harían fatigosa y aun dañina su historia.

Descartes planteaba en el Discurso una duda metódica, que sometiese a juicio todos y cada uno de los entendimientos de la temporada, si bien, en contraste a los incrédulos, la suya era una duda orientada a la búsqueda de principios últimos sobre los que basar firmemente el comprender. Este principio lo halló en la presencia de nuestra conciencia que duda, en su conocida formulación «pienso, entonces existo». Sobre la base de esta primera prueba ha podido desandar en parte el sendero de su escepticismo, hallando en Dios el garante último de la realidad de las patentizas de la razón, que se expresan como ideas «visibles y diferentes».

El procedimiento cartesiano, que Descartes ha propuesto para todas y cada una de las ciencias y disciplinas, radica en desarticular los inconvenientes complejos en partes paulativamente mucho más fáciles hasta encontrar sus elementos básicos, las ideas sencillos, que se muestran a la razón de una forma visible, y seguir desde ellas, por síntesis, a reconstruir todo el complejo, demandando a cada novedosa relación establecida entre ideas sencillos exactamente la misma prueba de estas. Los ensayos científicos que proseguían al Discurso ofrecían un compendio de sus teorías físicas, entre aquéllas que resalta su formulación de la ley de inercia y una especificación de su procedimiento para las matemáticas.

Los argumentos de su física mecanicista, que hacía de la extensión la primordial propiedad de los cuerpos materiales, fueron expuestos por Descartes en las Meditaciones metafísicas (1641), donde desarrolló su demostración de la presencia y la perfección de Dios y de la inmortalidad del alma, ahora apuntada en la cuarta una parte del Discurso del procedimiento. El mecanicismo extremista de las teorías físicas de Descartes, no obstante, determinó que fueran superadas mucho más adelante.

Acorde medraba su popularidad y la divulgación de su filosofía, arreciaron las críticas y las amenazas de persecución religiosa por la parte de ciertas autoridades académicas y eclesiásticas, tanto en los Países Bajos como en Francia. Nacidas en la mitad de discusiones, las Meditaciones metafísicas debían valerle distintas acusaciones promovidas por los teólogos; algo por el estilo pasó a lo largo de la redacción y al divulgar otras proyectos suyas, como Los principios de la filosofía (1644) y Las pasiones del alma (1649).

Fatigado de estas luchas, en 1649 Descartes aceptó la convidación de la reina Cristina de Suecia, que le exhortaba a moverse a Estocolmo como preceptor de el de filosofía. Previamente habían mantenido una intensa correo, y, pese a las satisfacciones intelectuales que le daba Cristina, Descartes no fue feliz en "el país de los osos, donde los pensamientos de los hombres semejan, como el agua, transformarse en hielo". Estaba habituado a las comodidades y no le era simple levantarse cada día a las 4 de la mañana, en medio de una obscuridad y con el frío invernal royéndole los huesos, para adoctrinar a una reina que no disponía de sobra momento de libertad gracias a sus obligaciones. Los espartanos madrugones y el frío lograron mucho más que el pensador, que murió de una pulmonía a inicios de 1650, cinco meses tras su llegada.

La filosofía de Descartes

Descartes se considera como el iniciador de la filosofía racionalista actualizada por su planteo y resolución del inconveniente de encontrar un fundamento del conocimiento que garantice su seguridad, y como el pensador que piensa el punto de separación definitivo con la escolástica. En el Discurso del procedimiento (1637), Descartes manifestó que su emprendimiento de realizar una doctrina fundamentada en principios completamente nuevos procedía del infortunio frente a las enseñanzas filosóficas que había recibido.

Convencido de que la verdad entera respondía a un orden racional, su propósito era hacer un procedimiento que hiciese viable lograr en todo el campo del conocimiento exactamente la misma certeza que dan en su campo la aritmética y la geometría. Su procedimiento, expuesto en el Discurso, se constituye de 4 preceptos o métodos: no admitir como verdadero nada de lo que no se tenga absoluta seguridad de que lo es; desarticular cada inconveniente en sus partes mínimas; ir de lo mucho más comprensible como mucho complejo; y, para finalizar, comprobar completamente el desarrollo para tener la seguridad de que no existe ninguna omisión.

El sistema usado por Descartes para cumplir el primer precepto y lograr la seguridad es «la duda metódica». Siguiendo este sistema, Descartes pone en lona de juicio sus entendimientos comprados o heredados, el testimonio de los sentidos e inclusive su vida y la de todo el mundo. Ahora bien, en toda duda hay algo de lo que no tenemos la posibilidad de dudar: de exactamente la misma duda. Dicho de otra forma, no tenemos la posibilidad de dudar de que nos encontramos dudando. Llegamos de esta forma a una primera seguridad absoluta y visible que tenemos la posibilidad de admitir como verídica: vacilamos.

Pienso, entonces existo

La duda, razona entonces Descartes, es un pensamiento: dudar es meditar. Ahora bien, es imposible meditar sin existir. La suspensión de cualquier verdad específica, exactamente la misma duda, es un acto de pensamiento que supone instantaneamente la presencia del "yo" pensante. De ahí su célebre formulación: pienso, entonces existo (cogito, luego sum). Por lo tanto, tenemos la posibilidad de estar firmemente seguros de nuestro pensamiento y de nuestra vida. Existimos y somos una substancia pensante, espiritual.

Desde ello realiza Descartes su filosofía. Dado que no puede confiar en las cosas, cuya vida aún no pudo probar, Descartes procura partir del pensamiento, cuya vida ahora fué probada. Aunque logre referirse al exterior, el pensamiento no se constituye de cosas, sino más bien de ideas sobre las cosas. La cuestión que se expone es la de si hay en nuestro pensamiento alguna iniciativa o representación que tengamos la posibilidad sentir con exactamente la misma «claridad» y «distinción» (los 2 criterios cartesianos de seguridad) con la que nos percibimos como sujetos pensantes.

Clases de ideas

Descartes pasa entonces a comprobar todos y cada uno de los entendimientos que antes había descartado al principio de su búsqueda. Y al reconsiderarlos mira que las representaciones de nuestro pensamiento son de tres clases: ideas «innatas», como las de hermosura o justicia; ideas «adventicias», que proceden de las cosas exteriores, como las de estrella o caballo; y también ideas « falsas», que son puras producciones de nuestra fantasía, como por servirnos de un ejemplo los monstruos de la mitología.

Las ideas «falsas», pura suma o combinación de otras ideas, no tienen la posibilidad de por supuesto ser útil de asidero. Y en relación a las ideas «adventicias», producidas por nuestra experiencia de las cosas exteriores, resulta necesario obrar con precaución, puesto que no nos encontramos seguros de que las cosas exteriores existan. Podría acontecer, afirma Descartes, que los entendimientos «adventicios», que tenemos en cuenta que corresponden a impresiones de cosas que verdaderamente hay fuera de nosotros, hubiesen sido ocasionados por un «genio malvado» que quisiese engañarnos. O que lo que nos semeja la verdad no sea mucho más que una ilusión, un sueño del que no hemos despertado.

Del Yo a Dios

Pero al investigar las ideas «innatas», sin correlato exterior sensible, podemos encontrar en nosotros un concepto muy singular, pues está absolutamente distanciada de lo que somos: la iniciativa de Dios, de un ser supremo infinito, eterno, inmutable, especial. Los humanos, finitos y también imperfectos, tienen la posibilidad de conformar ideas como la de "triángulo" o "justicia". Pero la iniciativa de un Dios infinito y especial no puede nacer de un sujeto finito y también imperfecto: siempre fué puesta en la cabeza de los hombres por exactamente la misma Providencia. Por consiguiente, Dios existe; y siendo como es un ser perfectísimo, no puede engañarse ni engañarnos, ni aceptar la presencia de un «genio malvado» que nos engañe, haciéndonos opinar que es verdadera un planeta que no existe. El planeta, por consiguiente, asimismo existe. La vida de Dios garantiza de esta forma la oportunidad de un conocimiento verdadero.

Esta demostración de la presencia de Dios forma una variación del razonamiento ontológico usado ahora en el siglo XII por San Anselmo de Canterbury, y fue fuertemente atacada por los contrincantes de Descartes, que lo acusaron de caer en un círculo vicioso: para probar la presencia de Dios y de esta forma asegurar el saber de todo el mundo exterior se usan los criterios de claridad y distinción, pero la confiabilidad de semejantes criterios se justifica por su parte por la presencia de Dios. Tal crítica apunta no solo a la validez o invalidez del razonamiento, sino más bien asimismo al hecho de que Descartes no semeja utilizar en este punto su metodología.

Res cogitans y res larga

Aceptada la presencia de todo el mundo exterior, Descartes pasa a investigar cuál es la esencia de los seres. Introduce aquí su término de substancia, que define como aquello que «existe de forma que solo precisa de sí para existir». Las substancias se expresan mediante sus métodos y atributos. Los atributos son características o características fundamentales que revelan la determinación de la substancia, o sea, son aquellas características sin las que una substancia dejaría de ser tal substancia. Los métodos, en cambio, no son características o características fundamentales, sino más bien únicamente eventuales.

El atributo de los cuerpos es la extensión (un cuerpo no puede carecer de extensión; si no tiene ella no es un cuerpo), y todas las otras determinaciones (color, forma, situación, movimiento) son únicamente métodos. Y el atributo del espíritu es el pensamiento, ya que el espíritu «piensa siempre y en todo momento». Existe, por ende, una substancia pensante (res cogitans), carente de extensión y cuyo atributo es el pensamiento, y una substancia que compone los cuerpos físicos (res amplia), cuyo atributo es la extensión, o, si se elige, la tridimensionalidad, cuantitativamente mesurable en un espacio de 3D. Ambas son irreducibles entre sí y completamente separadas. Es lo que se llama el «dualismo» cartesiano.

En la medida en que la substancia de la materia y de los cuerpos es la extensión, y en que esta es perceptible y mesurable, debe ser viable argumentar sus movimientos y cambios a través de leyes matemáticas. Ello lleva a la visión mecanicista de la naturaleza: el cosmos es como una gran máquina cuyo desempeño vamos a poder llegar a comprender a través de el estudio y hallazgo de las leyes matemáticas que lo rigen.

La comunicación de las substancias

La separación extremista entre materia y espíritu es aplicada estrictamente, de entrada, a todos y cada uno de los seres. Así, los animales no son mucho más que máquinas muy complicadas. Sin embargo, Descartes hace una salvedad en el momento en que se habla del hombre. Dado que está compuesto de cuerpo y alma, y siendo el cuerpo material y riguroso (res amplia), y el alma espiritual y pensante (res cogitans), debería haber entre ellos una absoluta incomunicación.

Sin embargo, en el sistema cartesiano esto no sucede, sino el alma y el cuerpo establen contacto entre sí, no al modo tradicional, sino más bien de una forma singular. El alma está asentada en la glándula pineal, ubicada en el encéfalo, y desde allí funciona al cuerpo como «el nauta funciona la nave», a través de los espíritus animales, substancias medias entre espíritu y cuerpo a forma de muy finas partículas de sangre, que emiten al cuerpo las órdenes del alma. La solución de Descartes no resultó exitosa, y el llamado inconveniente de la comunicación de las substancias sería extensamente discutido por los pensadores siguientes.

Su predominación

Tanto por no haber definido eficazmente la noción de substancia como por el franco dualismo predeterminado entre ámbas substancias, Descartes propuso los inconvenientes escenciales de la filosofía especulativa europea del siglo XVII. Entendido como sistema riguroso y cerrado, el cartesianismo no tuvo desmesurados seguidores y perdió su vigencia en escasas décadas. Sin embargo, la filosofía cartesiana se transformó en punto de referencia para elevado número de pensadores, unas ocasiones para procurar solucionar las contradicciones que encerraba, como hicieron los pensadores racionalistas, y otras para rebatirla frontalmente, como los empiristas.

Así, Nicolás Malebranche procuró, con su doctrina ocasionalista, conciliar el cartesianismo con la filosofía de San Agustín. El pensador alemán Gottfried Wilhelm Leibniz y el holandés Baruch Spinoza establecieron maneras de paralelismo psicofísico para argumentar la comunicación entre cuerpo y alma. Spinoza, en verdad, fue aún mucho más lejos, y aseveró que existía solo una substancia, que abarcaba en sí el orden de las cosas y el de las ideas, y de la que la res cogitans y la res larga no eran sino más bien atributos, con lo que se llegaba al panteísmo.

Desde un criterio totalmente contrario, los empiristas británicos Thomas Hobbes, John Locke y David Hume negaron que la iniciativa de una substancia espiritual fuera demostrable; aseguraron que no existían ideas innatas y que la filosofía debía reducirse al lote de lo popular por la experiencia. La concepción cartesiana de un cosmos mecanicista, en resumen, influyó decisivamente en la génesis de la física tradicional, cuyo jalón fundacional sería la publicación de los Principios matemáticos de la filosofía natural (1687), obra en que Newton estableció los tres principios escenciales de la activa, asimismo llamados leyes de Newton.

No resulta exagerado asegurar, en definitiva, que más allá de que Descartes no llegó a solucionar varios de los inconvenientes que propuso, semejantes inconvenientes se transformaron en cuestiones centrales de la filosofía occidental. En este sentido, la filosofía actualizada (racionalismo, empirismo, idealismo, materialismo, fenomenología) puede considerarse como un avance o una reacción al cartesianismo.

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