La historia de la civilización la escriben aquellas personas queen el transcurrir de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han ocasionado queel género humano, de una forma u otra,prospere.
Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la trascendencia que detentó Ramón del Valle-Inclán en la historia. Cómo vivió y lo que hizo mientras permaneció en este mundo fue determinante no sólo para quienes conocieron a Ramón del Valle-Inclán, sino que posiblemente legó una señal mucho más honda de lo que logremosconcebir en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Ramón del Valle-Inclán de forma personal.Ramón del Valle-Inclán ha sido uno de esos seres humanos que, por alguna razón, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
(Ramón José Simón Valle Peña, asimismo llamado Ramón María del Valle-Inclán; Villanueva de Arosa, 1869 - Santiago de Compostela, 1935) Narrador y dramaturgo español. Aunque incomprendidas y solamente representadas en su época, la posteridad tenía que apreciar en especial sus piezas para el teatro, por las que se le considera, adjuntado con Federico García Lorca, el más destacable dramaturgo de la «Edad de Plata» de la literatura de españa (1900-1936).
La muerte de su padre le dejó interrumpir sus estudios de derecho, por los que no sentía ningún interés, y irse a México, donde pasó prácticamente un año ejercitando como periodista y firmando por vez primera sus escritos como Ramón del Valle-Inclán. De vuelta a España, se instaló en Pontevedra; publicó distintos cuentos y editó su primer libro, Femeninas (1895) que pasó inadvertido para la crítica y el público.
Viajó a Madrid, donde entabló amistad con jóvenes escritores como Azorín, Pío Baroja y Jacinto Benavente y se aficionó a las tertulias de café, que no abandonó ahora durante su historia. Decidió ocuparse de forma exclusiva a la literatura y se negó a redactar para la prensa pues deseaba salvaguardar su independencia y su estilo, más allá de que esta resolución lo forzó a una vida bohemia y de dificultades.
Valle-Inclán debió costearse la edición de su segundo libro, Epitalamio (1897); por esa época se inició su interés por el teatro. Una folletinesca riña con el escritor Manuel Bueno le causó la amputación de su brazo izquierdo. Con el propósito de recaudar dinero para costearle un brazo protésico que el escritor jamás empleó, sus amigos representaron su primera obra de teatro, Cenizas, que fue su primer fracaso de público, una incesante en su futura carrera trágica.
En 1907, Valle-Inclán se casó con la actriz Josefina Blanco y, entre 1909 y 1911, se adhirió al carlismo, ideología tradicionalista que atrajo al creador por su oposición a la sociedad que aparece de la revolución industrial, al sistema parlamentario y al centralismo político. En 1910, su mujer inició una da un giro por Latinoamérica donde él la acompañó como directivo artístico. Durante el viaje, la compañía teatral de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza contrató a Josefina Blanco y, de vuelta a España, estrenó 2 proyectos de Valle-Inclán, Voces de gesta (1911) en Barcelona y La marquesa Rosalinda (1912) en Madrid.
Pese a sus descalabros teatrales, hacia 1916 ahora se le consideraba un escritor de prestigio y una autoridad en pintura y estética, con lo que el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes lo nombró titular de una exclusiva cátedra de estética en la Academia de San Fernando en Madrid. Esto supuso un alivio para su crónica escasez de dinero, pero, por inconvenientes burocráticos y nuestra incompatibilidad del escritor con la vida académica, abandonó prontísimo el cargo. Invitado a París por un amigo francés (un año tras el estallido de la Primera Guerra Mundial se había proclamado partidario de los socios, lo que lo llevó a la separación con los carlistas), pasó unos cuantos meses visitando las trincheras francesas, experiencia que describió en La media noche. Visión estelar de un instante de guerra (1917).
La década de los veinte significó su consagración determinante como escritor y un replanteamiento ideológico que lo aproximó al anarquismo. Cuando, en el mes de abril de 1931, se proclamó la segunda república, el escritor la apoyó con entusiasmo y por año siguiente fue nombrado Conservador General del Patrimonio Artístico por Manuel Azaña, cargo del que dimitió en 1932 para regentar el Ateneo de Madrid.
En 1933 fue nombrado Director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma, localidad donde vivió un año. Enfermo, regresó a España y fue ingresado en una clínica en Santiago de Compostela, donde murió tras manifestar su hostilidad hacia un gobierno de derechas.
La obra de Valle-Inclán
Su producción literaria es muy extensa y complicada, pues más allá de que tocó prácticamente todos los géneros, jamás se ajustó a sus reglas, y rechazó la novela y el teatro habituales. Estéticamente prosiguió 2 líneas: una, poética y afinada, influida por el simbolismo y el decadentismo, que lo anotó entre los modernistas; la otra es la del adefesio (que prevaleció en la segunda mitad de su obra), con una visión amarga y distorsionada de la verdad, que lo transforma, en expresiones de Pedro Salinas, en "hijo pródigo del 98".
Entre 1902 y 1905, publicó las Sonatas, su primera enorme obra de narrativa y la mayor aportación de españa al modernismo. La unidad de estas 4 novelas recae sobre el personaje del Marqués de Bradomín, una irónica recreación de la figura de don Juan, transformado en "feo, católico y sentimental". En Flor de santidad (1904), que prosigue en exactamente la misma línea estética, hace aparición por vez primera un tema en el que abundó durante su trayectoria: la recreación mítica de una Galicia rural, anticuada y histórica.
En sus tres novelas de la guerra carlista, Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de otrora (1909), su estilo se simplificó al despojarse de los adornos modernistas. Por su profundización en los sentimientos particulares y colectivos, la trilogía anticipó sus mejores proyectos siguientes. Tirano Banderas (1926) es su novela mucho más renovadora y se puede estimar como el primer exponente del adefesio valleinclanesco. Su razonamiento es la crónica de un dictador hispanoamericano, analizado como la mortal herencia que España transmitió a América. No hay linealidad temporal, sino más bien una sucesión de cuadros que dan una visión simultánea de los hechos que acaecen en tres días.
Su obra narrativa se completó con El ruedo ibérico, un período novelesco cuyo propósito era cubrir, con apariencia de novela, la narración de España desde la caída de Isabel II hasta la ascensión al trono de Alfonso XII. La muerte truncó este ambicioso emprendimiento, del que solo vieron la luz La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928) y la incompleta Baza de espadas (1932). También aquí rompió la sucesión temporal y la narración se asentó en cuadros, en ocasiones muy breves, intermitentes y también independientes, cuya única conexión es el contexto histórico. El lenguaje, que llega de todo el mundo de los toros y el teatro, con distintos registros idiomáticos que van desde lo refinado a lo chabacano, acentuó lo grotesco de la verdad que describió.
El teatro
La obra trágica de Valle-Inclán es probablemente la mucho más original y revolucionaria de todo el teatro español del siglo XX, al romper las convenciones del género. En expresiones de su creador: "Yo escribo en forma escénica, dialogada, la mayoria de las veces. Pero no me preocupa que las proyectos logren ser o no representadas mucho más adelante. Escribo así pues me agrada bastante, pues me da la sensación de que es la manera literaria mejor, mucho más sosiega y mucho más impasible de conducir la acción". Se inició con Cenizas (1899) y El marqués de Bradomín (1906), adaptaciones de 2 de sus cuentos. Todavía anotadas en el estilo decimonónico teatral, manifestaron no obstante aspectos personales, como el gusto por el tema de la desaparición, el pecado y la mujer, y la relevancia de lo plástico en las acotaciones escénicas.
Las Comedias salvajes, una trilogía compuesta por Águila de Blasón (1907), Romance de lobos (1908) y Cara de plata (1922), formaron la primera enorme realización trágica valleinclanesca. En abierta separación con el teatro de la época, tienen como tema una Galicia feudal y mágica cuyo desmoronamiento se simbolizó en la degeneración del estirpe de los Montenegro. Retomó la mítica gallega con El hechizado (1913) y Divinas expresiones (1920), y usó como personajes principales a individuos populares y marginados. Sus proyectos mucho más abiertamente modernistas son Cuento de abril (1909), Voces de gesta (1912) y La marquesa Rosalinda (1913), si bien en ellas hay elementos que auguran el cambio de su teatro, como la visión irónica y prácticamente esperpéntica de una España ruda y provinciana que contrasta con la cosmopolita y refinada Francia.
Valle-Inclán dio el nombre de esperpentos a 4 proyectos: Luces de bohemia (1920), Los cuernos de don Friolera (1921), Las galas del difunto (1926) y La hija del capitán (1927), estas tres últimas agrupadas en el volumen Martes de carnaval (1930). El creador puso en boca del personaje principal de Luces de bohemia, Max Estrella, la explicación a la necesidad de hacer un nuevo género escénico: la catástrofe tradicional no podía reflejar la verdad de españa, por el hecho de que ésta se había transformado en "una deformación ridícula de la civilización europea". El adefesio fue ya que, para Valle-Inclán, una actualizada concepción de la catástrofe.
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