La historia universal la cuentan las personas quea lo largo del tiempo, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han ocasionado queel género humano, de una forma u otra,avance.
Si has llegado hasta aquí es porque eres consciente de la relevancia que atesoró Rafael María Baralt en la historia. La forma en que vivió y las cosas que hizo en el tiempo en que permaneció en este mundo fue determinante no sólo para las personas que frecuentaron a Rafael María Baralt, sino que a caso legó una huella mucho más profunda de lo que podamosconcebir en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Rafael María Baralt de forma personal.Rafael María Baralt fue una persona que, por alguna causa, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
Las biografías y las vidas de personas que, como Rafael María Baralt, seducen nuestra atención, tienen que valernos siempre como referencia y reflexión para conferir un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Hacer un esfuerzo por entender la biografía de Rafael María Baralt, porqué Rafael María Baralt vivió del modo en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo en su vida, es algo que nos impulsará por un lado a comprender mejor el alma del ser humano, y por el otro, la forma en que se mueve, de forma implacable, la historia.
(Maracaibo, 1810 - Madrid, 1860) Escritor y filólogo venezolano. A partir de 1835 preparó su obra más esencial, Resumen de la historia vieja y actualizada de Venezuela, publicada en París en 1841. Enviado a Europa como agente del Gobierno venezolano para arreglar pleitos de fronteras, llegó a Sevilla y se nacionalizó español en 1843. Colaboró en publicaciones de carácter liberal en las que expresó su ideario de tipo humanista y católico. Autor del primer diccionario de galicismos del idioma español, fue también el primer hispanoamericano que formó una parte de la Real Academia Española de la Lengua (desde 1853). Como filólogo resaltan su Diccionario matriz de la lengua castellana (1854) y el Diccionario de galicismos (1855).
Hijo de Miguel Antonio Baralt y Ana Francisca Pérez, su madre había nativo de la República Dominicana, un hecho esencial por el hecho de que, a causa de la convulsa situación bélica que vivía entonces Venezuela (nació exactamente el año en que empezó el desarrollo de independencia de España), la familia decidió moverse a Santo Domingo; allí transcurrió su niñez. De vuelta a Maracaibo en 1821, al principio de su adolescencia fue parece ser testigo de los últimos coletazos bélicos que llevaron a la independencia de la presente Venezuela; específicamente, de la guerra naval del lago de Maracaibo (24 de julio de 1823). Acompañado de su tío carnal, Luis Baralt, en 1827 se desplazó a Bogotá (Colombia), en cuya facultad cursó estudios de latín y filosofía, y consiguió el nivel de bachiller (1830).
Eran tiempos en los que Bolívar había tomado medidas dictatoriales para afianzar la ética eclesiástica en el seno de las instituciones educativas; no obstante, la vocación de Baralt parecía estar orientada hacia la literatura y, como explicaban sus compañeros de sala, encontraba en el estudio de los tradicionales helenos la fuente de sus mucho más vivas pasiones. Con ello, y sin reparo al hecho de que su tío y tutor en Bogotá, Luis Baralt, fuera diputado y presidente del Congreso Admirable, regresó a Venezuela en los comienzos de la separación de Venezuela de la Gran República de Colombia, con intención de formar parte en esa segunda independencia. El joven "Oficial único de la Administración de Correos del Departamento del Zulia", cargo del que fue ungido a su llegada, portaba entonces el contagio juvenil de las ideas separatistas que, socias al término de independencia, habitaban en la facultad capitalina de la Nueva Granada.
En Maracaibo lo aguardaría, aparte de su acercamiento con las milicias, la "escuela literaria y periodística" de su padre, librero y directivo del períodico El Constitucional; en sus páginas se desplegarían los primeros escritos de Baralt. Después de formar parte en la llamada Campaña separatista de Occidente (1830) bajo el mando del general Santiago Mariño, de quien era secretario y oficial de su Estado Mayor, se trasladó a Caracas con la intención ciega todavía de formar parte en el ensamblaje de la novedosa República. En esa localidad acabaría su coqueteo con la carrera de milicias, llegando a conseguir el nivel de capitán por su participación en el sofocamiento de la llamada Revolución de las Reformas de 1835, para prodigar su pluma y su elocuencia en las páginas de los diarios y en el seno de la Sociedad de Amigos del País.
De este modo, y ahora con cargo de agrimensor en el Ministerio de Guerra y también Interior del gobierno de José María Vargas, dio a comprender su prosa capaz de poeta y ensayista. Sin embargo, puede decirse que fue una especide de "Política de Estado", sedienta de relato patrio, lo que acabó de animar a Baralt a revertir la proporción de recopilaciones de datos y documentos que había hecho y que le hacía falta por realizar en las páginas de un libro de historia: el Resumen de la crónica de Venezuela. Contaba con el antecedente de haber ordenado y anunciado el fichero del general Santiago Mariño, cuyo único ejemplar está en la Universidad de Harvard (USA). Y de 1837 data la fecha oficial en la que el todopoderoso de la nación, José Antonio Páez, solicitó al escritor la publicación de aquel libro que, en prosa tradicional y bella, objetivó por bastante tiempo el pasado de la nación.
Elaborado y escrito entre los años 1838 y 1840, el Resumen de la historia vieja y actualizada de Venezuela era el primer ensayo de su género que se escribió en Venezuela y formó una obra básica en la capacitación de la civilización venezolana. Los méritos del libro, por supuesto, engloban por igual las excelencias de estilo y forma en que fuera escrito y la sobria imparcialidad y el indiscutible sentido crítico de prácticamente todos sus análisis, varios de los que han preservado totalmente su justeza hasta nuestros días. Historiador de una época en que todavía los hechos descritos estaban bastante frescos para una interpretación desapasionada, Baralt logró, no obstante, elevarse sobre todos y cada uno de los escollos hasta prestar una obra que (dadas su magnífica prosa y la hondura de sus interpretaciones históricas referentes a la Venezuela de su tiempo) lo transforma en entre los pensadores mucho más inusuales de todo el mundo de charla de españa.
En forma inversa a la amplitud de su relato de trescientos años de hechos, la permanencia de Baralt en Venezuela fue corto y acabó exactamente con la publicación de la obra. La localidad de París sirvió como ámbito a fin de que Baralt diese formato de imprenta a los tres volúmenes del Resumen de la narración de Venezuela, que editó, en 1841, en coautoría con Ramón Díaz Martínez; además de esto, la estancia de Baralt en esa localidad tuvo la intención, no menos honrosa, de ayudar en la publicación de la enorme obra de Agustín Codazzi: Resumen de la geografía de Venezuela. Ambas, la Historia del uno y la Geografía del otro, formarían por un buen tiempo una especide de "libros pedestales" de la República. Pero la obra de Baralt no agradó a quienes a la sazón pretendieron leer en ella una fácil apología del presente; la rigurosidad documentalista del historiador edificó un relato en el que "los hechos charlaban por sí mismos", resaltando en todo instante el papel del Libertador en el desarrollo emancipatorio; en esos tiempos, el nombre de Simón Bolívar se encontraba completamente desprestigiado y el Resumen de la narración de Venezuela de Baralt fabricaba su reivindicación.
En 1843, tras haber regresado de París, se fue nuevamente a Europa, de donde jamás regresó. El propósito inicial de ese viaje fue el de ayudar con el plenipotenciario Alejo Fortique, frente al gobierno londinense, en la negociación de los límites de Venezuela con la Guayana Inglesa; y con ese propósito se fue hacia los ficheros de Sevilla. En 1845 la paradójica España, que anunciaba una revolución mientras que asentaba su identidad en los aposentos de la Real Academia de la Lengua Española, lo atrajo de forma determinante, y tomó por casa la localidad de Madrid. Con un "Adiós a la patria" en verso, y al lado de su mujer Teresa Manrique, se despidió desde la distancia de aquel sitio que no había recibido con gusto las verdades y desventuras de su mirada racionalista de la historia.
El contagio fue inmediato: de las filas del Partido Progresista y después de la Unión Popular a redactor primordial de El Siglo de Madrid y colaborador ocasional de El Tiempo y El Espectador; y de ahí a la publicación de La independencia de imprenta, colección de sus mejores productos, y de Los partidos en España, obra crítica que apunta la confluencia de fuerzas políticas y la resistencia al desarrollo de modernización del estado español. Nemesio Fernández Cuesta se transformó entonces en el coautor de turno de las proyectos de Baralt; precisamente, catorce fueron las publicaciones fabricadas en grupo, entre aquéllas que se resaltan la novela El hábito hace al monje; las Obras políticas, sociales y económicas, y Lo pasado y lo presente.
Este último tema, el de los importantes cambios que se estaban ensayando en la sociedad de entonces y los mecanismos para fomentar su sana asimilación institucional, le animó desde ese momento hasta el desenlace de sus días, y se ha propuesto canalizarlo en el campo del pensamiento que llenaba realmente sus pasiones: el estudio de la lengua de españa. El sentido que tuvieron para Baralt la elaboración de esos diccionarios que le costaron y que lo cuestionarían, uno matriz de la lengua castellana y otro de galicismos, no era otro que el de realizar institución de la lengua y hacerla para una adecuada transformación.
La Real Academia de la Lengua Española no tardaría en adular el intelecto de Baralt al nombrarlo, en 1853, integrante numerario en substitución del Marqués de Valdegamas, Juan Donoso Cortés. En el alegato pronunciado por Baralt frente a los integrantes de la institución con ocasión de su incorporación a exactamente la misma, está, con apariencia de relato crítico, la conclusión de un pensamiento político estrictamente construido, transformado teóricamente de la lengua. Baralt era entre los pocos que, para la fecha, entendía la función del lenguaje como un dispositivo claro de construcción de situación.
Esta concepción lo llevaría, sin más ni más, a denunciar las transformaciones que se estaban generando en la lengua a propósito de la incorporación del pensamiento racional, científico y filosófico en el seno de su sintaxis. Baralt, si bien difusamente, lo veía con miedo. Se trataba entonces del contexto en el que se se encontraba gestando la modernidad en la política, en las artes y como es natural en el lenguaje; Baralt denunciaba semejantes cambios con determinado terror y confirmaba que la manera a través de la que la lengua podía sostener su riqueza era, exactamente, fomentando una incorporación racional de semejantes cambios en su seno, creando para esto una especide de "memoria de la lengua". Ella serviría de puente de continuidad entre lo previo y lo presente, y garantizaría simultáneamente la pervivencia de esos códigos y relaciones que, ahora por sí mismos, se bastaban para, como en ninguna otra lengua, crear muchos niveles de situación como resultaran probables.
Más allá de que fue denunciado como "purista de la lengua", en el fondo Baralt no negaba los cambios, si bien sí temía a la anarquía. De ahí la justificación de sus últimas proyectos, que varios nostálgicos de su obra histórica vieron como un esfuerzo inútil: ¿por qué razón un genio de semejante naturaleza debió dedicar su historia a la fabricación de diccionarios? Sin embargo, su alegato de ingreso en la Academia contenía razonamientos de más; aun existen muchos autores que apuntan que tal alegato representa el más destacable escrito que Baralt haya producido nunca. Por otra sección, tanto su Diccionario matriz de la lengua castellana (1854) como el Diccionario de galicismos (1855) son 2 modelos de inigualable pureza que prueban de una forma absoluto las considerables habilidades lingüísticas y el asombroso talento del fecundo erudito venezolano. Aunque no ha podido llevar a término su Diccionario crítico-etimológico de la lengua castellana, la Real Academia de la Historia mantiene en sus ficheros diez.621 fichas de esta colección.
Rafael María Baralt fue, indudablemente, un intelectual de renombre en la España de 1850. Tal prestigio lo llevaría, por su parte, al desempeño de cargos públicos como directivo de la Gaceta y gestor de la Imprenta Nacional, cargos de los que sería destituido, en 1857, por causa de las intrigas que frente al gobierno de España hiciese el recién constituido gobierno de la República Dominicana. Baralt había sido hasta el momento embajador plenipotenciario de aquella nación que, en cierta manera, asimismo era la suya, ya que vio nacer a su madre, Ana Francisca Pérez, y en la que había vivido asimismo al lado de su padre, Miguel Baralt, desde 1810 hasta 1821.
Después de que Baralt hubiese intercedido frente al gobierno español a fin de que reconociese la independencia de esa disputada isla, el nuevo presidente dominicano violó la correo que había mantenido el gobierno con su embajador y descubrió algunas injurias que Baralt habría pronunciado contra España, ámbito de su novedosa nacionalidad, y en pos de los dominicanos en el enfrentamiento. El fallo de los tribunales fue en pos del escritor, quien, no obstante, jamás se recobraría de los sinsabores de aquellas destituciones. En 1860 murió Baralt melancólico y dolido por todo aquello, quizá por abatimiento y en cualquier caso de manera prematura, a los cincuenta años de edad.
Entre los acontecimientos que abrigó la apoteosis inaugural de la Plaza Bolívar de Caracas, en el mes de noviembre de 1874, hubo uno que, quizá por su exceso de normalidad, era con la capacidad de relatar por sí mismo el concepto que tuvo Rafael María Baralt para el nacimiento de la República de Venezuela. Entre los elementos que componían la "ofrenda al pecho del Libertador" (el compendio de las constituciones que se habían sucedido hasta hoy, los diarios y las monedas de la época, un ejemplar de la Gaceta Oficial, un grabado del "Ilustre Americano" y la Geografía de Agustín Codazzi), estaban los tres volúmenes del Resumen de la narración de Venezuela de Baralt. Este "historiador de la prosa neoclásica" había fallecido catorce años antes en la lejana Madrid de sus 2 últimas décadas, sin suponer quizá que aquel legado que había dejado a la nación en 1841 se había transformado en entre los distintivos de la patria que, a propósito de semejante obra, se vanagloriaba de tener historia. En aquella época donde Venezuela inauguraba sus distintos semblantes y testeras de modernidad, la obra de Baralt era, sin ningún género de dudas, "El Libro de la Nación".
Raramente, jamás mucho más se charló de Rafael María Baralt en los términos de un estricto documentalista, de un pensador y ensayista político, o de un estudioso de las letras y teorético de la lengua, sino más bien en los de un "memorialista a sueldo" de aquella República que, desde ese momento, se erige sobre la gloria de sus héroes. La simbología de todo aquello, visto que el Resumen de la crónica de Venezuela de Baralt haya sido sepultada bajo aquel pedestal entonces majestuoso, puede ofrecer pistas en relación al rincón en el que asimismo descansa su memoria. Las demandas de un sistema político que, por vez primera, demandaba una reflexión cerca de sí mismo para determinar su identidad como nación sin dependencia, crear un pasado acomodaticio de sanguinolentas conquistas y luchas heroicas y proyectarse más adelante de la construcción de la República, en aquella Venezuela de 1835, formaba el ámbito semántico que inspiró a Rafael María Baralt a intervenir en esa situación y generar una obra similar.
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