Princesa de Éboli

La historia universal la cuentan aquellos hombres y mujeres quea lo largo de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho queel mundo, de un modo u otro,progrese.

Ya sea inspirando a otras personas o tomando parte de la acción. Princesa de Éboli es uno de esos sujetos cuya vida, indudablemente, merece nuestra consideración por el grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de Princesa de Éboli es conocer más sobre periodo preciso de la historia del género humano.

Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la importancia que detentó Princesa de Éboli en la historia. Cómo vivió y lo que hizo mientras permaneció en este mundo fue determinante no sólo para aquellas personas que frecuentaron a Princesa de Éboli, sino que quizá dejó una huella mucho más profunda de lo que logremosimaginar en la vida de gente que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya nunca a Princesa de Éboli de forma personal.Princesa de Éboli fue un ser humano que, por alguna razón, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.

Comprender lo bueno y lo malo de las personas significativas como Princesa de Éboli, personas que hacen rodar y cambiar al mundo, es algo esencial para que podamos valorar no sólo la vida de Princesa de Éboli, sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por Princesa de Éboli, aquellas personas a quienes de de una forma u otra Princesa de Éboli influenció, y sin duda, entender y comprender cómo fue el hecho de vivir en el momento de la historia y la sociedad en la que vivió Princesa de Éboli.

Vida y Biografía de Princesa de Éboli

(Ana Mendoza de la Cerda, princesa de Éboli; Cifuentes, Guadalajara, 1540 - Pastrana, Guadalajara, 1592) Noble de españa. Hija de Diego Hurtado de Mendoza, y integrante de entre las mucho más esenciales familias de la nobleza castellana, casó muy joven con Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, persona muy próxima al rey Felipe II y líder del partido pacifista de la corte, que propugnaba una salida negociada al inconveniente de Flandes. Muerto su marido en 1573, ella misma se transformó en entre las figuras mucho más resaltadas de este conjunto, al lado de Antonio Pérez, el secretario del rey. Su angosta relación con Antonio Pérez, de quien quizás era la apasionado, la terminó mezclando en los turbios hechos que provocaron la caída del secretario real. Así, en el momento en que Pérez fue acusado de instigar el homicidio de Rafael de Escobedo, secretario de Juan de Austria y viejo colaborador de el, a fin de que no descubriese sus contactos misterios con los rebeldes holandeses, la princesa de Éboli se vio implicada y fue detenida. Privada de la tutela de sus hijos, fue asilada a Pastrana, donde murió.

Ana Mendoza de la Cerda era la única hija de Diego Hurtado de Mendoza, virrey de Perú, príncipe de Mélito y duque de Francavilla, y de Catalina de Silva, hermana del conde de Cifuentes. Se concertó su matrimonio con el príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva y Téllez de Meneses, en 1552, si bien la unión (que había sido proyectada por Felipe II) no se llevó ciertamente a cabo hasta siete años después. Durante su estancia en la Corte entabló una angosta amistad con la reina Isabel de Valois.

Poseedora de entre las mayores fortunas de España, a la desaparición de su marido en 1573 se retiró al convento de carmelitas de Pastrana, casa que había sido establecida a expensas suyas por Santa Teresa. Después de seis meses de agitada vida conventual fue obligada por el rey a abandonar los hábitos y a hacerse cargo, en conformidad con el testamento de su marido, de la tutoría de sus hijos y de la administración de los recursos heredados por estos.

A raíz de su regreso a la Corte empezó una época de su historia caracterizada por la intriga y el escándalo, fruto de su personalidad antojadiza y voluble y de las presuntas relaciones cariñosas (no fueron admitidas por todos y cada uno de los historiadores) con nuestro monarca, con Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, y con Antonio Pérez, secretario real y cabeza aparente de la facción ebolista desde la desaparición del príncipe.

Semeja posible que la princesa de Éboli y Antonio Pérez sostuvieran negociaciones segregas con los rebeldes flamencos y portugueses, hecho del que habría tenido conocimiento Juan de Escobedo; para eludir que Escobedo revelara el misterio se le acusó de una grave conspiración política pretendidamente tramada con Juan de Austria. El 31 de marzo de 1578, Escobedo fue ejecutado por orden de Antonio Pérez, indudablemente con el permiso real.

La princesa de Éboli aprovechó la predominación de Pérez y su conocimiento de los misterios de Estado para agradar sus ambiciones políticas y sus pretensiones económicas. La concesión de dignidades eclesiásticas y la venta de información política reservada aparecen entre los negocios mucho más provechosos en que los dos intervinieron. A la desaparición del rey Sebastián de Portugal (1578), la princesa volvió a ayudar con Pérez con el objetivo de respaldar la candidatura de la duquesa de Braganza al trono portugués, oponiéndose de esta forma a las metas dinásticas de Felipe II en este sentido.

Al tener conocimiento de estas intrigas y al percatarse de que había sido engañado en el tema de Escobedo, el monarca se vio en la necesidad de organizar, el 18 de julio de 1579, el encarcelamiento de la princesa de Éboli y de Antonio Pérez, hecho que dio sitio al episodio más esencial de las llamadas Alteraciones de Aragón. Acusada de pródiga, Ana Mendoza de la Cerda fue encerrada en la Torre de Pinto (La capital de españa) y después en la fortaleza de Santorcaz (en las cercanías de Pastrana); en 1581 el rey le dejó retirarse a su villa de Pastrana, donde continuó hasta su muerte recluída y exonerada de la tutela de sus hijos.

Ana Mendoza de la Cerda pasó a la historia como una mujer de enorme hermosura, si bien en los retratos preservados hace aparición con un parche, lo que deja sospechar que tenía alguna tara en uno de sus ojos. Este defecto únicamente hace aparición mencionado en la documentación redactada (y muy veladamente) desde el siglo XVIII. Al parecer, Ana Mendoza se expresaba de manera populachera, y en sus escritos acostumbraba a realizar crítica del aplebeyamiento de la aristocracia de españa.

De su abundante descendencia (diez hijos, nacidos entre los años 1561 y 1573) cabe indicar al primogénito Rodrigo de Silva, II duque de Pastrana y soldado en Portugal y Flandes, quien ha podido ser fruto (según ciertos historiadores) de las relaciones entre la princesa y el rey; Diego de Silva, duque de Francavilla, quien fue fallecido por los turcos en la guerra de Lepanto (1571); Ana Mendoza de Silva, duquesa de Medina-Sidonia; Ruy Gómez, marqués de la Eliseda; Fernando, quien profesó con el nombre de fray Pedro González de Mendoza y llegó a ocupar las sedes episcopales de Osma (Soria) y Sigüenza (Guadalajara) y las arzobispales de Granada y Zaragoza; y Ana, quien acompañó a su madre a lo largo de su prisión y tomó el hábito de monja carmelita.

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