(José de la Cruz Porfirio Díaz Mori; Oaxaca, 1830 - París, 1915) Del nombre de este militar y estadista mexicano procede la designación de un periodo de tiempo de la historia actualizada de México: el Porfiriato (1876-1911). Y exactamente el mismo sufijo ahora recomienda lo que fue: una férrea dictadura personalista y paternalista que refrenó toda oposición y anuló la independencia de prensa.
Como los monarcas del viejo despotismo ilustrado, Porfirio Díaz pensaba estar sirviendo a su país al dotarlo, tras medio siglo de guerras y conmociones, de la paz y de la seguridad indispensables para el avance económico, popular y cultural. Ciertamente logró, si bien a sangre y fuego, la pacificación del país y su despegue en muchas áreas. Pero, hacia el desenlace de su orden, su política había abierto una gran brecha entre ricos y pobres; y, en 1910, su resolución de sostenerse en el poder prendió la mecha de la Revolución mexicana.
Biografía
Huérfano de padre desde los tres años, Porfirio Díaz ingresó en el Seminario de Oaxaca para proseguir la carrera eclesiástica, pero próximamente cambió de opinión. Cursó entonces estudios de leyes en el Instituto de Ciencias y Artes, donde fue acólito del futuro presidente liberal Benito Juárez, quien daba derecho civil; de ahora en adelante sería fan de el en lo político. El Instituto fue clausurado por orden del presidente Santa Anna en 1854. Ese mismo año intervino en la Revolución de Ayutla y apoyó al general Juan Álvarez para deponer a Antonio López de Santa Anna.
Poco después, Porfirio Díaz ingresó en el ejército, y su trayectoria militar fue meteórica. En la guerra de Reforma (1858-1861), enfrentamiento civil en el que se confrontaron conservadores y liberales, apoyó la causa liberal. La guerra concluyó con la victoria de los liberales y llevó a la presidencia a Benito Juárez (1861); terminada la contienda, Porfirio Díaz fue ascendido a general y escogido diputado.
Solamente un año después tomó nuevamente las armas contra la invasión francesa (1862-1863) y la coronación de Maximiliano I (1864-1867) como emperador de México. Fue jefe de brigada en Acultzingo en el mes de abril de 1862 y ese año participó en la guerra de Cinco de Mayo a la vera de Ignacio Zaragoza. En 1867 protagonizó una refulgente acción militar en Puebla: tras sitiar la localidad, efectuó un ataque sanguinolento y veloz contra las tropas del emperador Maximiliano, que se refugiaron en los cerros de Loreto y Guadalupe. Sin perder tiempo, avanzó hacia la ciudad más importante de la República y la tomó el 2 de abril de 1867, hecho que fue de enorme trascendencia militar, ya que adelantó la caída del Imperio de Maximiliano y el triunfo de Juárez.
El prestigio y popularidad ganados en esta última campaña lo dejó en situación de elegir a la presidencia; pero el Congreso prefirió a Benito Juárez en 1867 y lo reeligió en 1871. En noviembre del mismo año Porfirio Díaz lanzó el llamado Plan de La Noria, en el que se pronunciaba contra el reeleccionismo y el poder personal y en pos de la Constitución de 1857 y de la independencia electoral; la sublevación fracasó y Díaz debió dejar el país.
Juárez murió en 1872, y una amnistía concedida entonces dejó a Díaz regresar a México. Tras la desaparición de Juárez, la presidencia recayó en Sebastián Lerdo de Tejada. Cuando en 1876 Lerdo de Tejada anunció su propósito de presentarse a la reelección, Porfirio Díaz se sublevó nuevamente (Plan de Tuxtepec); en esta ocasión logró despedir a Lerdo de Tejada y accedió a la presidencia.
El Porfiriato (1876-1911)
Un año después, en 1877, el Congreso lo declaró presidente constitucional. En este primer orden (1876-1880), Porfirio Díaz fue congruente con las ideas que había defendido: impulsó una reforma de la constitución donde se ingresó el veto expreso a las reelecciones de presidentes sucesivas, y, concluido su intérvalo de tiempo, pasó el testigo al general Manuel González (1880-1884). Durante el gobierno de González fue ministro de Fomento y gobernador de Oaxaca.
Finalizado el orden de González, Porfirio Díaz presentó nuevamente su candidatura a la presidencia (la constitución solo vetaba las reelecciones sucesivas) y salió escogido. Tomó posesión del cargo el 1 de diciembre, y tres años después fomentó una enmienda, que fue aprobada por el Congreso, al producto 78 de la Constitución, la que le acreditaba para una exclusiva reelección; en 1890 decretó una exclusiva reforma de tal producto para hacer viable la reelección indefinida, lo que le dejó mantenerse en el poder hasta 1911.
Todo ello fue viable pues Porfirio Díaz, ejercitando su poder omnímodo, había ido reduciendo las instituciones políticas liberales a una pura patraña democrática: ordenó la supresión de todos y cada uno de los contrincantes políticos probables, y la prensa fue doblegada o perseguida en el momento en que procuraba sostenerse sin dependencia. Puede aseverarse que, desde 1890, Porfirio Díaz rigió ajeno de la Constitución, y prescindió de la división de poderes y de la soberanía de los estados. El Congreso, sumiso a sus deseos, alteraba las leyes según sus antojos y le proporcionaba facultades poco comúnes a su conveniencia; existía un partido único y los sufragios eran puro trámite.
El pueblo mexicano se encontraba desganado del caos y la guerra, y Díaz se ha propuesto imponer la paz a toda costa. México no tenía fondos ni tenía aptitud crediticia pues no había comprado sus deudas con puntualidad, conque había que atraer al capital extranjero; el inconveniente era que absolutamente nadie invertiría en México si no había seguridad y paz. Con una política de mano dura, Porfirio Díaz trató de remover las diferencias de críticas sobre temas políticos, y se dedicó a prosperar el desempeño del gobierno. "Poca política y mucha administración" fue el lema de aquel tiempo.
La paz no fue total, pero Díaz logró sostener el orden a través de la utilización de la fuerza pública. Policías y soldados persiguieron lo mismo a los bandoleros que a los contrarios. Gracias a esa novedosa situación de seguridad, aumentó la demanda de trabajo y se realizó viable el avance económico; el país tenía elementos y los hombres de negocios podían conseguir buenas ganancias.
Sin embargo, con el pasar de los años se realizó visible que la prosperidad era solo para unos pocos. Creció el descontento por la pobreza en que vivía la mayoría de la población, y extensos ámbitos sociales han tomado conciencia de que Díaz llevaba bastante tiempo en el poder. Cada vez fue mucho más bien difícil sostener el orden: en los últimos tiempos del Porfiriato reinó un tiempo de opresión en el que la fuerza de las armas se usaba con crueldad creciente. De ello dan exhibe la torpeza con que se negociaron y la dureza con que se reprimieron las huelgas de Cananea (1906), en Sonora, y de Río Blanco (1907), en Veracruz, tal como el modo perfecto en que se persiguió a los cronistas que criticaban al régimen y a cualquier persona que manifestara una opinión que no fuera la oficial.
Logros y también injusticias
Durante el dilatado orden de Porfirio Díaz se hicieron proyectos esenciales en múltiples puertos, y se tendieron 20.000 km de vías férreas. Las líneas de ferrocarril se trazaron hacia los puertos mucho más esenciales y hacia la frontera con los Estados Unidos de América para hacer más simple el trueque comercial. También sirvieron para hacer más simple la circulación de artículos entre diferentes zonas de México, y como medio de control político y militar. El correo y los telégrafos se extendieron por parte importante del territorio nacional. Se crearon ciertos bancos, se organizaron las finanzas del gobierno, se regularizó el cobro de impuestos y, de a poco, se fueron pagando las deudas. De enorme significación fue la restauración del crédito nacional en todo el mundo; la hacienda pública registró excedentes por vez primera desde la independencia.
Se fomentó del mismo modo la explotación de los elementos petrolíferos del país a través de inversiones extranjeras, ineludibles al no contarse con los elementos económicos y tecnológicos para arrancar perforaciones y también disponer refinerías. Se reinició y mejoró además el laboreo de minas, y la minería vivió un intérvalo de tiempo áureo: en 1901 México era el segundo productor de cobre en el planeta. La industria textil se desarrolló con capital francés y español y favoreció el lugar en el país de capaces instituciones financieras francesas; en los estados de Puebla y Veracruz se edificaron enormes factorías de hilados y tejidos. Puede hablarse asimismo de una era de prosperidad en la ganadería y en la agricultura, que progresó espectacularmente en Yucatán, en Morelos y en La Laguna, con vastas producciones de henequén, caña de azúcar y algodón.
México tuvo un desarrollo económico jamás visto, pero, como poca gente tenía dinero para invertir o podía lograrlo prestado, el avance solo favoreció a varios mexicanos y a los extranjeros. Los capitales foráneos, primordialmente estadounidenses, lograron cobrar la deuda externa, pero asimismo se hicieron con el control del petróleo y de la novedosa red ferroviaria con sus inversiones. La desigualdad entre los riquísimos, que eran escasos, y los muy pobres, que eran muchos, abrió una profunda brecha en la sociedad mexicana. El desposeo de las tierras a los campesinos indígenas a favor de los enormes latifundistas nacionales y extranjeros fue sistemático; se formaron de esta manera gigantes latifundios, los indígenas perdieron muchas tierras, y la mayoría de los pobladores del campo debieron ocuparse como peones en las haciendas.
Con todo, se hicieron enormes sacrificios por prolongar la educación pública (más allá de que con mayor atención a las ciudades que al campo), lo que dejó que se educaran mucho más pequeños; poco a poco más mexicanos lograron proseguir estudios superiores y se comenzó a conformar en todo el país una clase media de expertos y usados públicos. Se enriqueció la vida cultural con nuevos periódicos, gacetas y libros escritos y también impresos en México; los teatros presentaban compañías y actores de europa, y se extendió el cinematógrafo. La vida intelectual tuvo jalones esenciales. Justo Sierra inauguró la Universidad Nacional. José María Velasco plasmó en cuadros espectaculares el esplendor del paisaje mexicano; Saturnino Herrán pintó una increíble serie de cuadros con gente del pueblo y con alegorías a la mexicanidad, y José Guadalupe Posada logró robustos grabados con situaciones de la vida día tras día.
Del Porfiriato a la Revolución Mexicana
En 1908, Porfirio Díaz concedió una entrevista al periodista estadounidense James Creelman, en la que aseveró que México ahora se encontraba listo para tener selecciones libres. La novedad llenó de optimismo a una exclusiva generación que deseaba formar parte en la vida política de la nación. Surgieron de esta manera múltiples líderes y partidos, y se escribieron libros y productos que discutían la situación del país y la solución de sus inconvenientes.
Uno de esos líderes fue Francisco I. Madero. Había estudiado y viajado fuera de México, ya que venía de una familia de hacendados y hombres de negocios, y no tenía adversidades económicas. Madero creó el partido Antirreeleccionista, del que se postuló candidato; después se dedicó a viajar por todo el país para argumentar sus ideas políticas, algo que no se veía desde los tiempos de Juárez. Madero se realizó muy habitual y despertó enormes esperanzas de cambio.
Pero el éxito de su campaña lo transformó en un riesgo para el gobierno de Porfirio Díaz, y antes de las selecciones de 1910 fue detenido en Monterrey y encarcelado en San Luis Potosí. Allí recibió la novedad de que Díaz, de nuevo, había sido reelegido para la presidencia. Mediante el pago de una fianza salió de la prisión, si bien debía mantenerse en la localidad. Sin embargo, a inicios de octubre Madero escapó a los Estados Unidos de América, donde proclamó el Plan de San Luis.
En ese archivo, Madero denunció la ilegalidad de las selecciones y ignoró a Porfirio Díaz como presidente. Se declaró él mismo presidente provisional, hasta el momento en que se realizaran novedosas selecciones; prometió que se devolverían las tierras a quienes hubiesen sido desposeídos de ellas, y solicitó que se defendiese el voto efectivo y la no reelección de los presidentes. También logró un llamamiento al pueblo a fin de que el 20 de noviembre de 1910 se levantara en armas y arrojara del poder al dictador.
El ejército de Porfirio Díaz, que había mantenido la paz a lo largo de décadas, parecía realmente fuerte, pero de todos modos era enclenque en oposición al descontento general. En solo seis meses las fuerzas maderistas triunfaron sobre las del viejo dictador. La acción determinante fue la toma de Ciudad Juárez por los revolucionarios Pascual Orozco y Pancho Villa, que se habían unido a Madero. En esa localidad, en el mes de mayo de 1911, se firmó la paz entre el gobierno de Díaz y los maderistas. Porfirio Díaz renunció a la presidencia (que pasó a ocupar Francisco I. Madero tras ganar la selecciones) y salió del país con rumbo a Francia, donde murió en 1915.
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