Ya sea inspirando a otros seres humanos o tomando parte de la acción. Pedro Rodríguez de Campomanes es uno de esos sujetos cuya vida, en verdad, merece nuestra consideración debido al nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Pedro Rodríguez de Campomanes es comprender más sobre una época concreta de la historia del ser humano.
Las biografías y las vidas de personas que, como Pedro Rodríguez de Campomanes, atraen nuestra curiosidad, deben valernos siempre como referencia y reflexión para proponer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Tratar de comprender la biografía de Pedro Rodríguez de Campomanes, porqué Pedro Rodríguez de Campomanes vivió del modo en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo en su vida, es algo que nos impulsará por un lado a entender mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que avanza, de forma implacable, la historia.
(Pedro Rodríguez de Campomanes y Pérez, conde de Campomanes; Santa Eulalia de Sorriba, 1723 - Madrid, 1803) Político, economista y también historiador español. Nacido en el seno de una familia noble venida a menos, su madre, al enviudar, tuvo que confiarlo a un tío de el, un canónigo de Oviedo, quien se encargó de su educación. Cursó estudios de filosofía, heleno y árabe en Santillana del Mar, en cuya colegiata dio muestras de enorme precocidad, y de esta manera, a los diez años tradujo extractos de Ovidio; poco después, siendo todavía un joven, se estableció como instructor.
Años después se trasladó a Oviedo y Sevilla, en donde estudió leyes, y a los diecinueve años se mudó a Madrid para trabajar como letrado. En 1747 publicó Disertaciones históricas del orden y caballería de los Templarios, cuya erudición le valió el ingreso, por año siguiente, en la Real Academia de la Historia. Entre 1751 y 1754 trabajó en una investigación sobre los concilios festejados en España, que publicó en el tomo segundo de las Memorias de la Academia.
En 1755 consiguió el puesto de directivo general de Correos y Postas, y en 1762 Carlos III lo nombró ministro de Hacienda, cargo desde el que ingresó una extensa serie de medidas dirigidas a la reforma de la economía de españa. Entre ellas, podemos destacar la regulación del libre comercio (1765), la prohibición de que los religiosos desempeñasen cargos judiciales o administrativos, la suspensión de los conventos no independientes y las disposiciones para frenar el incremento de los recursos clasificados como «manos fallecidas», capítulo que abordó en la obra Tratado de la valía de amortización (1765).
Bien recibida por el grupo de la clase política actualmente, su actuación adelante del Ministerio de Hacienda halló siempre y en todo momento la oposición de la clase eclesiástica, miedosa, con establecida razón, de las pretenciones de Campomanes, convencido de la necesidad de dar a labradores no dueños las tierras de la Iglesia sin cultivar. En este sentido, pensó que el desarrollo económico de España pasaba por el avance de la agricultura, con lo que logró que el monarca estableciese subsidios para las ubicaciones agrícolas mucho más desfavorecidas. Además, liberó el comercio y la agricultura de los impuestos que impedían su desarrollo y dictaminó el lugar de la libre circulación de los cereales.
En 1766, después de los hechos políticos derivados del motín de Esquilache, el conde de Aranda, su mucho más leal aliado en política de Estado, le encargó la elaboración de un informe para depurar responsabilidades, las que recayeron en los jesuitas, que fueron expulsados del país en el mes de abril de 1767.
Aquel mismo año, adjuntado con Pablo de Olavide y nuestro Aranda, organizó la colonización de Sierra Morena y escribió la Instrucción para las novedosas ciudades de Sierra Morena y fuero de sus pobladores, obra donde meditó sobre las reformas agrarias que a su juicio deberían aplicarse al grupo del campo español, así como el reparto de tierras entre pequeños dueños, la necesidad de compatibilizar ganadería y agricultura y la imposición por ley de alquileres en un largo plazo.
Más allá de que desempeñaba el cargo interinamente desde 1783, en 1786 fue de manera oficial nombrado presidente del Real Consejo de Castilla, y en 1789 abrió las Cortes españolas, en las que procuró que se restableciera la ley que dejaba reinar a las mujeres, sin éxito, ya que a la postre el monarca no publicó la pertinente pragmática.
Tras la subida al trono de Carlos IV, Campomanes perdió predominación en los temas de Estado, más que nada debido al favoritismo del nuevo soberano por el conde de Floridablanca. Éste, por su parte, lo destituyó de sus cargos en 1791, de manera oficial gracias a la imposibilidad de Campomanes de desempeñar sus obligaciones gracias a su acusada ceguera. Tras la destitución se dedicó a recobrar y corregir múltiples de sus proyectos nuevas, y más allá de que preservó su puesto en el Consejo de Estado, su popularidad de afrancesado le impidió volver como estaba políticamente.
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