Paco Rabal

Ya sea inspirando a más personas o siendo parte de la actuación. Paco Rabal es una de las personas cuya vida, realmente, merece nuestra consideración por el grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Paco Rabal es comprender más sobre época determinada de la historia del ser humano.

Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la relevancia que tuvo Paco Rabal en la historia. La forma en que vivió y las cosas que hizo mientras permaneció en la tierra fue determinante no sólo para aquellas personas que frecuentaron a Paco Rabal, sino que a caso legó una huella mucho más honda de lo que logremosfigurar en la vida de gente que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya jamás a Paco Rabal de forma personal.Paco Rabal fue uno de esos seres humanos que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.

Apreciar lo bueno y lo malo de las personas destacadas como Paco Rabal, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es algo esencial para que podamos apreciar no sólo la vida de Paco Rabal, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por Paco Rabal, personas a quienes de de una forma u otra Paco Rabal influyó, y sin duda, entender y comprender cómo fue el hecho de vivir en la época y la sociedad en la que vivió Paco Rabal.

Las biografías y las vidas de personas que, como Paco Rabal, cautivan nuestra atención, deben valernos en todo momento como referencia y reflexión para ofrecer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época de la historia que no son las nuestras. Tratar de comprender la biografía de Paco Rabal, el motivo por el cual Paco Rabal vivió de la forma en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo durante su vida, es algo que nos ayudará por un lado a vislumbrar mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que avanza, de forma inexorable, la historia.

Vida y Biografía de Paco Rabal

(Águilas, Murcia, 1926 - Burdeos, 2001) Actor español. Francisco Rabal Valera nació el 8 de marzo de 1926 en la Cuesta de Gos, una pedanía de Águilas, Murcia. De origen humilde (padre minero, madre molinera, 2 hermanos), contaba seis años en el momento en que la familia se trasladó a Madrid, y allí empezó a contribuir a la maltrecha economía de los suyos con lo que ganaba, en medio de una Guerra Civil, primero como vendedor de gominolas y después como aprendiz en una factoría de bombones.

Merced a un sacerdote popular de la familia, logró después el empleo que lo conduciría a su determinante profesión, el de ayudante de electricista en los estudios cinematográficos Chamartín.

Su iniciación frente a las cámaras se causó merced al directivo Rafael Gil, quien en 1946 lo incluyó como actor de reparto en 2 de sus películas, La pródiga y Reina Santa. En el teatro, fueron escenciales las sugerencias del poeta Dámaso Alonso, el actor Luis Escobar y el directivo José Tamayo. En 1947 pasó a integrar el elenco de la compañía Lope de Vega apuntada por este último, del que formaba parte la actriz catalana Asunción Balaguer. Se casaron en el mes de enero de 1951, y sin embargo los confesos vaivenes sentimentales del actor durante su historia, ella fue su incondicional compañera hasta el último momento.

Por entonces, Rabal se encontraba a puntito de poder su primer éxito teatral con La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Un papel señalado que entonces le dejó encabezar el reparto en proyectos como Edipo rey o Las brujas de Salem, al lado de figuras reconocidas como Analía Gadé, Berta Riaza, Maruchi Fresno, Manuel Dicenta o Andrés Mejuto. Al mismo tiempo consiguió papeles de personaje principal en enormes éxitos del cine de la temporada, como Historias de la radio (1955), de José Luis Sáenz de Heredia, o Amanecer en puerta obscura (1957), de José María Forqué. Y próximamente extendió esos primeros pasos y también inauguró su trayectoria en todo el mundo bajo el mando de Gillo Pontecorvo en Prisioneros del mar (1957).

Actor sobrio y eficiente, dotado de una voz grave y pastosa, logró llamar la atención de realizadores extranjeros, con los que participó en varias películas importantes. A fines de la década se causó en México su acercamiento con Luis Buñuel (Nazarín, 1958; Viridiana, 1961), definitivo en su trayectoria, que disfrutó en los años siguientes de su etapa mucho más atrayente merced al trabajo con autores como Juan Antonio Bardem (Sonatas, 1959; A las cinco de la tarde, 1960), Michelangelo Antonioni (El eclipse, 1961), Leopoldo Torre Nilsson (La mano en la trampa, 1961; Setenta ocasiones siete, 1963), Carlos Saura (Llanto por un bandido, 1963), Lucas Demare (Hijo de hombre, 1964), Manuel Antín (Privacidad de los parques, 1964), Claude Chabrol (María Chantal contra el doctor Kha, 1965), Jacques Rivette (La religiosa, 1966), Luchino Visconti (Las brujas, 1966), nuevamente Buñuel (Hermosa de día, 1966), o Glauber Rocha (Cabezas cortadas, 1970).

Novedosa y fecunda etapa

Más tarde, tras un periodo de inflexión marcado por trabajos puramente alimentarios que poco aportaron a tan refulgente currículo, Rabal reapareció en su madurez de forma fuerte incontenible. Ahí queda un florido manojo de individuos que, a través de Mario Camus, Gonzalo Suárez, Vicente Aranda, Pedro Almodóvar, José Luis García Sánchez, Arturo Ripstein, Alain Tanner o Carlos Saura, el veterano actor supo integrar a sus visajes y hacerlos únicamente suyos. Desde inicios de la década de los ochenta experimentó un contundente renacimiento por medio de una secuencia de buenas películas y aún mejores papeles que su cara agrietada y su voz rota hicieron memorables.

Uno, el enorme Azarías de Los santurrones inocentes (1984), de Mario Camus, le reportó un premio de interpretación en Cannes, y desde entonces ocupó el justo sitio que requería su peso. Otro, el de Goya en Burdeos (1999), aparte de valerle el galardón que transporta el nombre del pintor, sirvió de broche adelantado a una trayectoria artística destacadísima.

Nada menos que 40 títulos sumados a su filmografía en esta última etapa de actividad prácticamente febril. Y por el contrario, un período escencial de guerrero en reposo, de viejo patriarca familiar orgulloso de su saga de artistas. De su mujer Asunción, que volvió al ruedo tras varios años de mantenerse a su sombra; de sus hijos Benito Rabal, cineasta, y Teresa Rabal, artista y actriz; de su nieto, el actor Liberto Rabal, de su biznieto Daniel... Y de su exuberante memoria, desprendida en anécdotas que hicieron las exquisiteces de sus interlocutores y que en sus últimos años deseó plasmar en 2 libros: Mis versos y mi copla y Si yo te contara. Por sus páginas desfilan los recuerdos del poeta amigo de versistas, del hombre de izquierdas de siempre, del gallardo de las considerables estrellas, de sus conquistas cariñosas, de sus giras de cómico, de sus varios viajes...

Murió el 29 de agosto gracias a un enfisema pulmonar en Burdeos, dentro del avión en que retornaba de Canadá, donde había recibido un premio por el grupo de su trayectoria en el XXV Festival de Films du Monde de Montreal. Al darse cuenta de las peripecias de su muerte, el escritor Miguel Delibes concluyó: «En situación, su dinamismo era tan enorme que no podía fallecer de otra forma que yendo de aquí para allí». Otra distinción de afín categoría, el premio Donostia del 49° Festival de San Sebastián, que iba a serle entregado el 24 de septiembre, tuvo que ser recogido por su nieto, el asimismo actor Liberto Rabal, en un emotivo homenaje tributado por sus amigos de trabajo.

Rabal tenía setenta y cinco años y llevaba mucho más de cincuenta en el cine, un medio en el que se sostenía tan activo como siempre y en todo momento y que le dio las mucho más enormes satisfacciones a través del reconocimiento de directivos y críticos y del cariño palpable del público, de sus allegados y de sus compañeros de profesión. Su madurez artística y personal coincidió con el periodo mucho más creativo y fecundo de su amplia carrera. Actor hecho a sí mismo, con las técnicas que aprendió del trabajo y de la vida y dueño de una memoria portentosa, había dejado de interpretar para aprender cada personaje y también incorporarlo a su forma de ser.

Brindó de esta forma multitud de individuos singulares que la magia de los ropajes y las luces transformaba y multiplicaba en presencias definitivas, repletas de vitalidad. Desde entonces, había perdido completamente la apostura física que en su juventud le franqueara tantas puertas, más que nada en su rápida proyección en todo el mundo hacia un cine de creador que lo situó en un nivel de popularidad y prestigio inusuales entonces para un actor español. Pero con su buena planta asimismo habían quedado en el recuerdo alguna propensión a declamar -que halló mejor destino en sus recitales de poesía- y la inseguridad que, tras una época de poco brillo, le generaron las cicatrices que un incidente dejó en su rostro.

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Los matices y las sutilezas que llenan nuestras vidas son en todos los casos determinantes, ya que perfilan la diversidad, y en el caso de la vida de una persona como Paco Rabal, que detentó su trascendencia en una época concreta, es vital tratar de brindar un aspecto de su persona, vida y personalidad lo más precisa posible.

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