La historia de la civilización la narran las mujeres y hombres queen el paso de los años, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han hecho queel mundo, de una forma u otra,prospere.
Ya sea inspirando a otras personas o formando parte de la acción. Otón I el Grande es una de las personas cuya vida, realmente, merece nuestra atención por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Conocer la biografía de Otón I el Grande es conocer más acerca de una época concreta de la historia del ser humano.
Si has llegado hasta aquí es porque sabes de la relevancia que detentó Otón I el Grande en la historia. Cómo vivió y lo que hizo durante el tiempo que estuvo en el mundo fue determinante no sólo para las personas que trataron a Otón I el Grande, sino que posiblemente produjo una señal mucho más vasta de lo que podamosfigurar en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Otón I el Grande personalmente.Otón I el Grande fue una de esas personas que, por alguna razón, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
(Walhausen, de hoy Alemania, 912 - Memleben, id., 973) Duque de Sajonia (como Otón II, 936-961), rey de Alemania (936-973) y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (como Otón I, 962-973). Artífice de una profunda reorganización interna del reino alemán, genuino principal creador del Sacro Imperio Romano Germánico y vencedor de los magiares, Otón I fue indudablemente la figura política más esencial del siglo X europeo.
Integrante de la dinastía liudolfina o sajona, era hijo del duque Enrique el Pajarero de Sajonia (876-936, rey de Alemania como Enrique I desde 920) y de su segunda mujer, Matilde de Westfalia. Poco se conoce de su niñez y primera juventud, a menos que recibió una fuerte predominación religiosa de su madre y que indudablemente participó en ciertas varias campañas militares de su padre. A los diecisiete años, en 930, se casó con Edith (915-946), hija del rey Eduardo de Inglaterra, a la que entregó como dote la próspera localidad de Magdeburgo. Con Edith tendría una hija, Liutgarda de Sajonia (que casó más tarde con el duque de Lorena) y un hijo, Liudolfo, entonces duque de Suabia.
Tras la desaparición de Enrique el Pajarero, Otón fue escogido rey por los duques alemanes reunidos en Aquisgrán, el 7 de agosto de 936. Recibió la corona de manos de los arzobispos de Maguncia y Colonia y su coronación estuvo cercada por poco comunes signos de solemnidad que proceden de la tradición imperial carolingia, así como la decisión por la parte de los duques, la aclamación del pueblo y la unción sagrada.
Reorganización del reino y estabilización de las fronteras
Más allá de la sencillez con que accedió al trono, los primeros años del reinado de Otón I estuvieron marcados por las rebeliones internas. Poco tras su entronización, en 937, el duque Eberhard de Baviera se negó a prestarle homenaje. Otón le derrotó, lo depuso y lo envió al destierro, entregando el poderoso ducado bávaro a Berthold, hermano de Arnulfo de Carintia. El hecho de que el nuevo rey osara tener un título ducal considerado consuetudinariamente hereditario despertó una fuerte oposición entre la aristocracia territorial.
En 939, el duque Eberhard de Franconia, correspondiente a una dinastía comúnmente contrincante de los liudolfinos, aprovechó las desavenencias en el seno de la dinastía sajona para suscitar una exclusiva rebelión nobiliaria, apoyada desde el exterior por el rey Luis IV de Francia. A esa rebelión se unieron Thankmar y Enrique, medio hermano y hermano menor, respectivamente, de Otón I, tal como el duque Giselbert de Lorena. La insurrección se extendió por los territorios del Rin y el Palatinado, alcanzando aun los límites del Saale.
Otón derrotó a los duques de Franconia y Lorena en la guerra de Andernach y más tarde se realizó con el control de Franconia, utilizando las tensiones que existían entre la alta y baja nobleza del ducado. Thankmar fue derrotado y fallecido, al tiempo que Enrique recibió el perdón de su hermano y fue restituido en el favor regio. Sin embargo, volvió a sumarse a una conspiración contra la vida del rey tramada por el arzobispo de Maguncia y ciertos nobles de territorios fronterizos. El complot se descubrió, pero Enrique recibió nuevamente el perdón regio.
La política otónida en relación a la aristocracia levantisca que peleaba por desaferrarse del poder regio consistió en fraccionar los territorios ducales y eludir su transmisión por vía hereditaria. De esta forma, Otón procuró preservar la aptitud de ascenso de los duques (a los que comunmente escogió de entre sus familiares próximos), al paso que intentaba devolver a los títulos ducales su viejo carácter administrativo. Retuvo para sí el ducado de Franconia; dividió Lorena en 2 ducados, Alta y Baja Lorena, adelante de los que puso a nobles seguidores al trono; concedió el gobierno de Baviera a su hermano Enrique (947), quien antes se había casado con Judit, hija del previo duque; y Suabia a su hijo mayor, Liudolfo.
Asimismo, impulsó el fortalecimiento de los condados, entre aquéllos que recalcaron los de Turingia y Westfalia, y desgajó de Sajonia los territorios de las fabricantes de Carintia y del Este. Al mismo tiempo, trató de achicar las atribuciones de los duques, quienes, por norma general, respetaron el homenaje de lealtad prestado al soberano.
Esta política logró viable que solo en Sajonia se consolidara una dinastía ducal fuerte, la otónida, en la que el rey pretendía que se transmitiese el derecho a la realeza (electivo, según la tradición germánica). Esta política logró, por otro lado, que los nuevos duques apoyaran a la monarquía en la labor de proteger el orden público (Landfriede). Sin embargo, la consolidación de los condados a que dio rincón la reorganización administrativa otónida, desarrollada con arreglo al modelo carolingio, se tradujo a mucho más largo período en un avance del sistema feudal gracias a la transmisión hereditaria de los títulos condales y a la carencia de una vinculación vasallática fuerte de los condes en relación a los duques o al propio rey.
Más allá de sus sacrificios por someter a los enormes poderes territoriales, Otón I no logró en ningún instante asegurar la continuidad de su estirpe en el trono y debió enfrentar permanentes asaltos de ciertos integrantes de la vivienda real que no tomaban parte directa en el gobierno. En 953-954 reventó una dañina rebelión en los territorios del sur. Su instigador fue Liudolfo, hijo mayor de Otón y duque de Suabia, que había demandado a su padre una mayor participación en el gobierno y desconfiaba de la creciente predominación de la novedosa reina, Adelaida de Borgoña, con la que Otón se había casado en 951. A él se sumaron los duques de Baviera y Franconia.
La rebelión fue aprovechada por los magiares ("salvajes" seminómadas cuyas bases estaban en el territorio de la presente Hungría) para publicar una profunda incursión de rapiña que penetró hasta los territorios del Rin a lo largo de la primavera y el verano de 954. La incursión magiar alarmó a todo el reino y produjo un tiempo conveniente a la unión de fuerzas cerca de la monarquía. De ahí que Otón lograra sofocar de forma rápida la rebelión. La paz fue sellada en la dieta imperial de Auerstadt, donde Liudolfo fue desposeído de su ducado.
En el verano de 955, Otón decidió tomar la idea militar contra los temidos magiares. Reunió a sus fuerzas vasalláticas y atacó a los magiares en el momento en que estos, animados por el éxito de la campaña del año previo, se disponían a poner ubicación a la localidad de Augsburgo. El diez de agosto de 955, en el campo al lado del río Lech, en las cercanías de esa localidad, los ejércitos dirigidos por Otón infligieron a los magiares una derrota determinante que puso fin a sus incursiones hacia occidente y que se considera por este motivo entre las peleas mucho más definitivas de la historia europea.
La victoria sobre los magiares fue seguida, en el mes de octubre de ese año, por otra sobre los eslavos abodritas en Recknitz, al este de la marca de Mecklemburgo. Estas campañas acabaron los sacrificios de Otón por normalizar las fronteras orientales de su reino y expandir los dominios germánicos en tierras eslavas. Desde 936, la reorganización de las fabricantes (distritos fronterizos) dio como resultado un retardado avance del dominio alemán alén de los ríos Elba y Saale.
Al tiempo que avanzaba de manera lenta la dominación militar, el rey patrocinó la evangelización de los eslavos y en 968 autorizó la creación de una provincia eclesiástica eslava con cabeza en una de sus ciudades predilectas, Magdeburgo. Estos sacrificios se tradujeron en una lenta pero incontenible expansión de la predominación alemana hacia el Oder y la zona de Bohemia.
La Iglesia imperial otónida
La rebelión nobiliaria de 954 persuadió a Otón de que no lograría imponerse a los ducados por la fuerza o tratando ejercer únicamente la supremacía nominal de su título regio. En sus sacrificios por normalizar el reino y eludir la disgregación feudal, Otón debía tener el acompañamiento de la Iglesia y de una administración eficiente al servicio de la monarquía. De la unión de estas pretensiones brotó la creación de la llamada "Iglesia imperial" otónida, la que dotaría al reino alemán de solidez y seguridad.
La base de este sistema residía en dado que la corona, desde tiempos carolingios, tenía el derecho a denominar obispos en los territorios bajo su soberanía. Otón no solo ejercitó este derecho, sino además de esto dio a los obispos poderes gubernativos condales sobre sus sedes y dependencias territoriales. Asimismo, amplió la jurisdicción de los tribunales episcopales y concedió a ciertos obispos algunos derechos de la corona, como el de acuñar moneda o el de sentir impuestos no eclesiásticos. De este modo transformó los obispados en distritos administrativos bien acotados cuyos sucesos disponían de derechos y funcionalidades semejantes a las de los condes y vinculados al rey. Los mucho más poderosos fueron los obispos de Spira y Chur y los arzobispos de Magdeburgo, Maguncia y Colonia.
La clave de este sistema era la angosta vinculación de intereses que existía entre los obispos y el rey. Dicha vinculación residía en dado que los enormes aristócratas que pretendían prolongar sus prerrogativas señoriales en menoscabo de los poderes obispales, eran exactamente los mismos que procuraban achicar el poder político y territorial de la monarquía otónida. Amenazados de manera continua por la aristocracia territorial laica, los obispos hicieron causa común con el monarca, quien, por su lado, procuró en todo instante eludir una viable coalición entre los poderes episcopales y los señores laicos a través de el recurso a denominar para los obispados a personas no oriundas de las diócesis a su cargo.
Estos obispos, extranjeros en el sitio que administraban, formaban un conjunto relacionado de manera directa a Otón y no a un territorio concreto. Por otra sección, dado que por su condición de eclesiásticos no tengan la posibilidad de tener hijos lícitos impedía la capacitación de dinastías episcopales hereditarias. Otón puso enorme precaución en la decisión de los obispos, que fueron por lo común personas de conocida honestidad religiosa y larga cultura.
La creación de la de esta forma llamada iglesia imperial dejó al rey patrocinar la reforma religiosa de la que era estable defensor. Otón había recibido una ascética educación religiosa de su madre, la reina Matilde, y una fuerte predominación de su hermano Bruno, arzobispo de Colonia y hombre preocupadísimo por la reforma del clero.
Bajo el auspicio del rey, la corte sajona se transformó en un centro de vida espiritual y religiosa que dio rincón a un movimiento cultural popular como Renacimiento Otónida, y en el que tuvieron suma importancia las mujeres de la familia real (la reina madre Matilde, las reinas Edith y Adelaida y la nuera de Otón, Teófano). Los obispados de Magdeburgo y Quedlimburgo (este último fundado por el rey en 936) fueron los centros espirituales mucho más activos del reino.
Otón I y el Imperio
En 955, tras sus victorias sobre magiares y eslavos, Otón ha podido arrancar su aventura italiana: la aventura del Imperio. A pesar de ser un hombre equilibrado y un político verdadera, Otón soñaba con volver a poner la gloria del imperio "universal" de Carlomagno. En esta aspiración influyó, de entrada, su necesidad de construirse una situación jurídica fuerte para imponerse sobre los enormes poderes territoriales germánicos. Su título de rey alemán le daba un poder destacable, pero sus luchas con los señores rebeldes habían mostrado la debilidad de la monarquía, cuya autoridad no se derivaba de manera automática de la posesión del trono.
En situación, los reyes alemanes tenían un carisma bastante menos sacralizado que el de sus análogos franceses y también ingleses, lo que desgastaba sensiblemente su soberanía eficaz y su aptitud de actuación contra la aristocracia territorial. Instituyéndose en heredero de la corona imperial de Carlomagno, Otón lograría una base jurídica para su trono que le garantizaría la supremacía sobre algún otro poder, ya que la dignidad imperial era superior en rango y sacralidad a cualquier otra institución política.
El derecho a entregar la corona imperial era, por tradición, prerrogativa del papa. De ahí que, siguiendo la senda de Carlomagno, Otón ambicionara transformarse en árbitro de la política italiana y en defensor del papado. Sus primeros intentos de intervenir en Italia datan de 950. Ese año, su acompañamiento dejó a Berenguer de Ivrea entrar al trono de Lombardía. Berenguer prestó homenaje a Otón y cedió las fabricantes de Verona y Aquilea al hermano del alemán, Enrique de Baviera, quien ahora las había ocupado militarmente.
Sin embargo, por año siguiente, los seguidores del previo rey lombardo, Lotario, persuadieron a Otón a fin de que asistiese a Italia, tomase Pavía y, a través de su matrimonio con la viuda de aquel, Adelaida de Borgoña (931-999), reclamara la corona del reino. Por entonces, Otón incitaba ahora la ambición de transformarse en emperador; pero el papa Agapito II, presionado por la aristocracia romana, se negó a concederle la corona imperial, lo que, unido al estallido de la revuelta nobiliaria alemana de 953, frustró sus esperanzas en este sentido. Berenguer de Ivrea volvió a ocupar el trono lombardo mientras que Otón se dedicaba a establecer nuevamente su autoridad en Alemania y combatía a los magiares y a los eslavos.
En 961, Berenguer reanudó la ofensiva, enseñoreándose del norte de Italia y conminando Roma. La localidad y sus contornos formaban entonces un estado sin dependencia en el que distintas familias aristocráticas se disputaban el poder. En aquel instante estaba dominada por Alberico, príncipe y senador de roma, quien en 955 había instalado en el trono papal a su hijo Octaviano, con el nombre de Juan XII. Cuando Berenguer conminó la localidad, el papa solicitó la asistencia de Otón, quien dispuso de esta forma de un increíble motivo para intervenir nuevamente en Italia.
Tras realizar admitir a su hijo Otón (nativo de 955) como sustituto de el en el trono alemán en la dieta de Worms, y dejar el gobierno de Alemania a cargo de su hermano Bruno y su hijo natural Wilhelm, el rey marchó a Italia, tomó Pavía y se ajustó la corona lombarda. Después entró en Roma y fue coronado emperador por el papa el 2 de febrero de 962. Esta fecha marca la restauración del Imperio en Occidente y puede considerarse el jalón principal creador de lo que después se llamaría Sacro Imperio Romano Germánico.
Pero los romanos no tenían intención de someterse al nuevo emperador extranjero. Poco tras la coronación, mientras que Otón combatía con Berenguer, el papa procuró pactar en misterio una coalición con este último. Al descubrirlo, el emperador marchó nuevamente sobre Roma y depuso al pontífice, en cuyo rincón nombró a León VIII. Después derrotó a Berenguer y ordenó su encarcelamiento en Bamberg. Pero, en el primer mes del año de 963, poco tras su marcha, la nobleza romana se sublevó y volvió a disponer en el trono papal a Juan XII.
A pesar de que este murió poco después (964), Otón se apuró a regresar a Italia, ocupó Roma y, si bien la nobleza había escogido a un nuevo papa (Benedicto V), restituyó en el solio pontificio a León VIII y, tras la desaparición de este poco después, a Juan XIII. Pero tampoco entonces su victoria fue perdurable, ya que tras su marcha reventaron en Roma distintas rebeliones contra los encargados del poder imperial. Otón regresó a la Ciudad Eterna en el mes de diciembre de 966 y en esta ocasión ordenó la ejecución de los caudillos militares de las 12 zonas romanas y el destierro a Alemania de varios nobles implicados en la rebelión.
Las consecutivas intervenciones de Otón I (y después de sus sucesores) en Italia se comentan como resultado lógica de su política eclesiástica. El papa, como jefe supremo de la Iglesia, era de iure el jefe de la iglesia alemana, la que controlaba el nuevo emperador. De ahí que este necesitara controlar al papado para sostener las bridas de la iglesia sobre la que había apoyado el sistema administrativo de sus reinos alemanes. Por ello, la política otónida viró desde 962 cerca de Italia, Roma y el Imperio.
Estos tres componentes estaban íntimamente relacionados, ya que solo en Roma se podía recibir la corona imperial, y únicamente el control sobre la mitad norte de la península garantizaba el control sobre la Ciudad Eterna y, por ende, sobre el papado. Otón I jamás aceptó la unión política teorética que debía al papa (ya que era este quien le había concedido la corona imperial), sino, por contra, procuró en todo instante ejercer su supremacía sobre la Santa Sede. Ello le abocó a una espiral de campañas militares y sacrificios diplomáticos que consumieron en buena medida el impulso de su reinado.
Sin embargo, sus intervenciones no alteraron fundamentalmente la situación institucional en Italia. El emperador se limitó a mandar embajadores a las primordiales ciudades del norte, para controlar los intereses del imperio, y efectuó tímidos y también inútiles intentos de transplantar el sistema de iglesia imperial a través de el otorgamiento de permisos y donaciones a ciertos obispos a los que deseaba transformar en socios.
Por otra sección, en el sur de la península, que en su mayor parte estaba bajo dominio bizantino, la intervención imperial provocó fuertes reacciones. Otón sostuvo angostas relaciones con los príncipes de las zonas meridionales de Capua, Salerno y Benevento, a los que, para que le reconociesen como rey, favoreció con esenciales donaciones territoriales. Ante estos sucesos, el emperador bizantino Nicéforo Focas negó en 966 la validez del título imperial de Otón y reclamó las ciudades de Roma y Rávena como una parte de la herencia imperial griega. En 968, Otón procuró apretar a Bizancio lanzando una campaña militar contra Apulia, so motivo de batallar a los piratas musulmanes. Pero la incursión fue un clamoroso fracaso.
A lo largo de los años siguientes, las relaciones de Otón con Bizancio mejorarían claramente y la paz quedaría sellada en 972 con el matrimonio entre el futuro Otón II y la princesa Teófano, sobrina del emperador bizantino Juan Tzimiskés. Esta boda significó la renuncia por la parte de Bizancio a los derechos sobre Capua, Benevento y Salerno, y el reconocimiento definitivo del nuevo imperio occidental.
Poco antes de su muerte, Otón I reunió en Quedlimburgo una enorme dieta imperial que puso de manifiesto su inmenso poder. A ella asistieron representantes de Dinamarca, Polonia, Hungría, Bulgaria, Rusia, Bizancio, Roma, Benevento y Bohemia. Esta dieta y la recepción de una embajada de los fatimíes de Egipto fueron las últimas enormes actuaciones políticas del emperador, que murió el 7 de mayo de 973, a la edad de sesenta años, siendo sepultado en la catedral de Magdeburgo. Le sucedió Otón II, único hijo nacido de su matrimonio con Adelaida de Borgoña.
A Otón I el Grande se remonta la constitución de un primer estado alemán, cuyas bases resultaron tan firmes que consiguieron subsistir a las azarosas maniobras de sus sucesores en el trono. El imperio otónida, en contraste al carolingio, se sostuvo permanente a lo largo de largos siglos merced a la variedad de métodos usados por su principal creador en su intento por sostener las bases elementales de la soberanía regia. Sin embargo, el sueño imperial de Otón abocó a Alemania a una pelea absurda que pretendía la realización política de la utopía medieval de la monarquía universal cristiana. Esta pelea, que duraría siglos, se transformaría quizás en la primordial fuente de enfrentamientos políticos del Occidente católico a lo largo de la plena y baja Edad Media.
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