Muhammad El-Baradei

La historia de la civilización la cuentan aquellas mujeres y hombres quea lo largo del tiempo, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho quela humanidad, de una forma u otra,prospere.

Las biografías y las vidas de personas que, como Muhammad El-Baradei, atraen nuestra atención, deben servirnos siempre como referencia y reflexión para proponer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época de la historia que no son las nuestras. Hacer un esfuerzo por entender la biografía de Muhammad El-Baradei, porqué Muhammad El-Baradei vivió del modo en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo durante su vida, es algo que nos ayudará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que avanza, de forma inevitable, la historia.

Vida y Biografía de Muhammad El-Baradei

(Muhammad o Mohamed El-Baradei; El Cairo, 1947) Diplomático egipcio, directivo general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) desde 1997 hasta 2009 y premio Nobel de la Paz en 2005.

Muhammad El-Baradei nació en El Cairo, Egipto, el 17 de junio de 1942, en el seno de una familia acomodada de juristas ilustres, de confesión islámica. Licenciado en derecho por la facultad cairota, en 1964 empezó su trayectoria diplomática al entrar como funcionario en el Ministerio de Asuntos Exteriores y ocupar cargos en las delegaciones de su país frente a la ONU, en Nueva York y Ginebra. Alcanzó la categoría administrativa de directivo general adjunto. Sin menoscabo de sus funcionalidades, consiguió un doctorado en derecho en todo el mundo por la Universidad de Nueva York (1974), de la que fue instructor invitado.

En 1980 abandonó el servicio diplomático egipcio y se incorporó a la ONU como ejecutivo del programa educativo del Instituto para la Investigación y el Estudio. En 1984, el entonces directivo general, el sueco Hans Blix, lo reclutó como jefe del servicio jurídico del OIEA (1984-1993), y al final, con el cargo de directivo general adjunto para las relaciones de todo el mundo (1993-1997), se transformó en el segundo hombre de la organización, preparado para intervenir en todas y cada una de las negociaciones referentes a la proliferación nuclear.

En el momento en que el orden de Blix expiró y este renunció a proseguir en el cargo, la decisión recayó naturalmente en El-Baradei como directivo general, en 1997, entonces con el patrocinio de Washington. “Es un espíritu occidental con sensibilidad hacia el tercer planeta”, declaró su antecesor, para destacar que era el candidato ideal en un instante especial. El hallazgo de un programa furtivo en Iraq en 1991 había revelado los errores del sistema de verificación y la negativa de Israel a adherirse al tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (1970) formaba un fundamento de irritación creciente para los países árabe-musulmanes.

El consenso diplomático y las organizaciones ecologistas se quejaban prácticamente ritualmente de que los inspectores actuaban con excesiva parsimonia. La Junta de Gobernadores (35 integrantes), máximo órgano ejecutivo del OIEA, no adoptó su primera resolución sobre un Estado integrante hasta 1993, y lo logró contra la República Democrática Popular de Corea, sospechosa de violar el Tratado, en la actualidad firmado por 187 países. Fue el principio de una creciente politización del Organismo, puesto bajo una fuerte presión mediática, que se aceleró con las crisis de Iraq, nuevamente la República Democrática Popular de Corea, y más tarde Van a ir.

El-Baradei fue reelegido directivo general del OIEA en el mes de septiembre de 2001, a través de consenso de todos y cada uno de los países integrantes, y sus gestiones, hasta el momento encabezadas por la mayor discreción, brincaron a la palestra en todo el mundo con ocasión de la crisis diplomática que antecedió a la invasión angloestadounidense de Iraq en el tercer mes del año de 2003. Junto con Hans Blix, jefe entonces de la Comisión de las Naciones Unidas de Vigilancia, Verificación y también Inspección (Unmovic) en Iraq, trató de eludir la guerra contra Sadam Hussein, aduciendo que los inspectores no habían hallado pruebas fehacientes de armas de destrucción masiva ni de que Iraq hubiese reactivado su programa nuclear.

No vaciló en confrontar a la diplomacia estadounidense, con la que siempre y en todo momento había mantenido geniales relaciones, en el momento en que el 7 de marzo de 2003, frente al Consejo de Seguridad de la ONU, destrozó con muy escasas expresiones la prueba primordial esgrimida por los incondicionales de la guerra, al probar que la carta sobre las compras de uranio en Níger en teoría realizadas por el régimen de Bagdad era una tosca falsificación. Concitó la irritación de Washington, pero selló su emancipación diplomática, en tanto que Hans Blix reconoció que no había sido advertido. Después de la guerra, los especialistas estadounidenses no hallaron sobre el lote ningún rastro del supuesto programa nuclear iraquí, con lo que el directivo del OIEA ha podido declarar, aliviado: “Nuestros reportes de 2003 no fueron cuestionados en ningún punto”.

Con mucho más de 2.000 usados, un presupuesto de prácticamente 200 millones de euros y “pactos de garantías” con 152 Estados, el OIEA, que actúa como gendarme del peligro nuclear, se convirtió en una excelente interfaz técnico-jurídica y de publicidad, acusada por Washington, pero asimismo por los ecologistas y las organizaciones antinucleares, de ceguera o de complacencia. Tras el fiasco de Iraq, la campaña de la diplomacia estadounidense contra El-Baradei sembró la cizaña en el departamento de garantías, baluarte del combate contra la proliferación, pero que es dependiente, en lo que se refiere a los medios de investigación, de las imágenes suministradas por los satélites Ikonos elaborados por Estados Unidos.

Según el Washington Post (diciembre de 2004), la CIA interceptó teléfonos de El-Baradei con la promesa de conseguir información susceptible de dañar su candidatura para un tercer orden. Pero frente la carencia de un aspirante alterno, Washington por último debió ceder. Tras una administración de la asesora de Estado, Condoleezza Rice, Estados Unidos aceptó que la Junta de Gobernadores lo reeligiera directivo general del OIEA el 13 de junio de 2005, reelección confirmada en el mes de septiembre por los 139 países integrantes a lo largo de la charla de forma anual. No obstante, la diplomacia estadounidense repitió que no había cumplido con su deber de denunciar una violación del tratado de No Proliferación de Armas Nucleares por la parte de Van a ir.

La concesión en 2005 del premio Nobel de la Paz a El-Baradei y al OIEA fue bien acogida por los Gobiernos, por norma general, pero disparó las renuencias de las organizaciones antinucleares, que aplaudieron su actuación como policía contra la proliferación, pero censuraron su respaldo del empleo pacífico de la energía atómica. El premiado insistió en la defensa de la energía nuclear, al paso que Greenpeace lamentó “su doble papel como gendarme y promotor”, y otras organizaciones le recriminaron “la intensa y sistemática desinformación” sobre las secuelas del incidente de Chernobil, su empeño en beneficiar la producción de electricidad desde reactores civiles o su promoción de ciertas tecnologías que dejan el avance de armas de destrucción masiva.

En Teherán, si bien sin reacción oficial, ciertos portavoces de los ámbitos mucho más duros del régimen declararon que el galardón era el resultado de “una actitud política apuntada contra Van a ir”, pero repitieron que no cederían frente a las presiones occidentales. Al dar el premio, en cualquier caso, el Comité Nobel noruego aceptó explícitamente la intención de la red social en todo el mundo de no tolerar la urgencia de nuevos países dotados del arma nuclear.

El directivo general solicitó paciencia a sus críticos, arguyendo que un concienzudo examen científico resulta indispensable para la labor del OIEA. Aseguró que el premio serviría a fin de que él y su aparato siguiesen haciendo un trabajo con ahínco en la labor de evitar que la energía nuclear sea usada con fines militares, y abogó por el respeto aprensivo de la ciencia y la investigación, alén de las conveniencias diplomáticas o estratégicas, como garantía de imparcialidad.

El-Baradei está casado con Aida Elkachef, profesora de parvulario que ejercita en la Escuela Internacional de Viena, con la que tiene 2 hijos: Laila, letrada, y Mustafá, biotecnólogo, que trabajan y viven en Londres. En junio de 2005, un representante del OIEA desmintió los comentarios de que Aida Elkachef era iraní y que había influido en las resoluciones de su marido sobre los proyectos de Teherán, pero se negó a ofrecer mucho más explicaciones sobre su nacionalidad. Muhammad El-Baradei es el segundo premio Nobel de la Paz de Egipto, tras el que compartió en 1978 el presidente Anwar el-Sadat, por la reconciliación con Israel.

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