Miquel Batllori

La historia universal está escrita por las personas queen el paso de los años, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han hecho quela sociedad, de una forma u otra,prospere.

Ya sea inspirando a otros o formando parte de la acción. Miquel Batllori es una de esas personas cuya vida, indudablemente, merece nuestro interés por el grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la biografía de Miquel Batllori es conocer más sobre un periodo concreto de la historia del género humano.

Las biografías y las vidas de personas que, como Miquel Batllori, atraen nuestra curiosidad, tienen que ayudarnos siempre como punto de referencia y reflexión para ofrecer un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Intentar entender la biografía de Miquel Batllori, el motivo por qué Miquel Batllori vivió como lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos ayudará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que avanza, de forma inexorable, la historia.

Vida y Biografía de Miquel Batllori

(Barcelona, 1909 - Sant Cugat del Vallès, 2003) Erudito español. Miquel Batllori i Munné nació, adjuntado con su hermana gemela, Mercè, el 1 de octubre de 1909 en Barcelona, en el vecindario donde se posiciona la presente plaza de Cataluña, en un edificio donde asimismo vivió el pintor Santiago Rusiñol. En su casa se charlaba el español, el idioma de su madre, la cubana de origen vasco Paula Munné de Escauriza, procedente de Barakaldo, que dedicó su aprecio a ese hijo perjudicado por la osteomielitis desde los once años. El padre, catalán, tenía asimismo ascendencia vasca por su segundo apellido, Orovio, que llega del prominente Duranguesado.

La forja de un ideario

A los 12 años, el despierto Miquel leyó ahora El método, de Jaime Balmes. En 1928, año en que ingresó en la Compañía de Jesús, se licenció en historia y derecho por la Universidad de Barcelona, donde ahora había optado por el idioma catalán, aprendido a lo largo de sus estancias veraniegas en Sant Feliu de Codines.

Durante esos intensos años universitarios cuajó ahora su ideario como catalanista, católico y liberal, de complejo encuadre en una sociedad convulsa, radicalizada entre el anticlericalismo y el integrismo, el catalanismo y el españolismo. La expulsión de los jesuitas, decretada en 1931 por el gobierno de la Segunda República, lo mandó al exilio. Recaló en Aviglinia (Turín), donde estudió filosofía y vivió muy de cerca la Italia fascista de Mussolini.

En 1939, terminada la Guerra Civil, que rehusaría estudiar adjuntado con la Inquisición por el hecho de que las dos, según sus expresiones, le repugnaban, regresó a España para licenciarse en teología en un solo año, en la ciudad castellana de Oña, donde vaciló de su vocación, de forma que se negó a ser ordenado sacerdote hasta un año después, en el momento en que ahora había cumplido los treinta.

Miquel Batllori fue fundamentalmente un sabio anclado en la duda y sospechaba de quienes charlaban de temas en los que no eran expertos: «Yo soy fundamentalmente escéptico y, por norma general, jamás daría como verdad absoluta lo que afirme la prensa, la radio o la televisión». Quizás por este motivo los jerarcas de la Compañía comenzaron a tildarlo de díscolo, y, una vez que en 1941 Battlori hubiese anunciado en Madrid su proposición doctoral de historia (Francisco Gustà, apologista y crítico), lo mandaron a una suerte de exilio en Mallorca hasta 1947, año en que publicó su primer libro, Obres catalanes d’Arnau de Vilanova, al que en 1948 proseguiría Obres essencials de Ramon Llull, en el momento en que ahora había sido designado a la vivienda de la Compañía en Roma.

Los años en Roma

Aun ausente de España, en 1958 ingresó en la Real Academia de la Historia, en Madrid, con un alegato de enorme erudición que impactó a los académicos: Alejandro VI con sus familiares y la Casa Real de Aragón, al que un par de años después proseguiría el ensayo La correo de Alejandro VI con sus familiares y con los Reyes Católicos. En aquella temporada estudió asimismo a los jesuitas de la Ilustración, con particular hincapié en los de la vieja corona catalano-aragonesa: La cultura hispano-italiana de los jesuitas expulsos (1966).

Ahondó asimismo en el conjunto ilustrado valenciano y en la escuela cerverina y también logró estudios sobre prohombres de Mallorca -fruto de su extendida estancia en la isla- como Costa i Llobera (La trayectoria estética de Miquel Costa i Llobera, que le valió el premio del mismo nombre que otorga el Instituto de Estudios Catalanes), el obispo Joan Jubí, Jeroni Nadal, etcétera. Cabe apuntar asimismo sus ensayos sobre Latinoamérica, como El abate Viscardo. Historia y mito de la intervención de los jesuitas en la independencia de Hispanoamérica (1953) o La primera misión pontificia en Hispanoamérica, anunciado en 1963 en la compilación vaticana Studi y también Testi.

Todavía en Roma, donde continuaría hasta 1980, publicó Cataluña en la temporada actualizada (1971), Galería de individuos (1975) y A través de la historia y la civilización (1979), obra por la que por año siguiente le fue concedida la Letra de Oro. A su regreso de Roma, a fines de 1980, plasmó en múltiples proyectos, publicadas en un inicio en italiano, los estudios que había efectuado en la Ciudad Eterna sobre los jesuitas. Entre ellas se destaca Cultura y también finanze. Studi sulla storia dei gesuiti da S. Ignazio al Vaticano II, publicada en 1983 como suma de investigaciones precesoras.

Una visión personal de todo el mundo

El insigne historiador de la civilización había acogido con entusiasmo la idea de 2 intelectuales catalanes que habían vivido, de la misma él, varios años en Roma. Se trataba del libro 31 jesuitas se confiesan, del poeta y ensayista Valentí Gómez i Oliver, instructor de la Universidad de Roma III, y del historiador Josep Maria Benítez i Riera, decano de la Facultad de Historia Eclesiástica de la Universidad Gregoriana en Roma. La génesis de tal libro se causó en 1992, en la mitad del fragor de las ocupaciones de la asociación Catalans a Roma, de la que Miquel Batllori era presidente honorífico, el padre Benítez, presidente, y Valentí Gómez, secretario.

Por primera oportunidad en bastante tiempo, treinta y un jesuitas de todo el planeta, entre ellos cardenales, artistas, teólogos, científicos, sociólogos, biblistas y un largo etcétera, respondían con independencia a un terminado y complejo cuestionario, que transporta el título de Imago Mundi (‘Imagen del Planeta’) y cuyas respuestas dan una visión personal de todo el mundo, esto es, de qué manera ven el futuro los hombres de la Iglesia y, al fin y al cabo, de la Humanidad. Sus respuestas aceptan de manera frecuente las peculiaridades de un fantástico relato.

Batllori, pese a su escepticismo, veía con optimismo y con ojos con esperanzas pero en movimiento, entre los inconvenientes mucho más globales: el terrorismo. Creía en una solución en un medio plazo del enfrentamiento entre israelíes y palestinos («por el hecho de que en el Próximo Oriente existen muchos intereses conformados y es un inconveniente en todo el mundo»). No opinaba lo mismo, no obstante, del inconveniente vasco, que conocía desde el instante en que estudiara un tiempo en el seminario de Bayona: «No le veo simple solución pues hay un enorme desconocimiento del Estado español, de lo que son las distintas comunidades históricas».

Un legado reconocido

Personaje entrañable y admirado por los investigadores, fue objeto de varios homenajes y premios. Doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid (1974) y por la Facultad de Teología de Barcelona (1978), por ejemplo, en 1985 recibió la Medalla de Oro de la Generalitat de Catalunya y en 1988 le fue concedido el Premio Nacional de Historia por su obra cima, Humanismo y Renacimiento. Estudios hispanoeuropeos. Estaba en posesión, además de esto, del Premio de Honor de las Letras Catalanas (1990), del Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales (1995) y del Nacional de las Letras (2001).

Durante su extendida y también intensa vida logró gala de un talante de tolerancia y preservó íntegra su erudición singular, una enorme predisposición para el trabajo y un espíritu despierto y de forma frecuente teñido de ironía. La búsqueda de la realidad y la dificultad de la historia, 2 objetivos escenciales que aprendió de profesores como Jordi Rubio y condiscípulos como Jaume Vicens Vives, fueron siempre y en todo momento su norte, y dejó un legado plasmado en veinte volúmenes publicados por el editor valenciano Eliseu Climent. Algunos temas y individuos que serían menos populares de no haber existido el «padre» Miquel Batllori (como era familiarmente llamado y aun reconocido en todos y cada uno de los campos) son Ramon Llull, Arnau de Vilanova, Baltasar Gracián, Jaime Balmes, Francesc Vidal i Barraquer, la saga de los Borgia, la crónica de los jesuitas o el intérvalo de tiempo renacentista.

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