Maximilien de Robespierre

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Vida y Biografía de Maximilien de Robespierre

Político de la Revolución Francesa que instituyó el régimen del Terror (Arras, Artois, 1758 - París, 1794). Procedente de la pequeña nobleza del norte de Francia, se realizó letrado y frecuentó los círculos literarios y filosóficos de su localidad en la década de 1780; sus escritos de esa temporada detallan la predominación de las ideas democráticas de Rousseau.

En el momento en que Luis XVI convocó a los Estados Generales para solucionar la quiebra de las finanzas reales (1788), Robespierre fue escogido para representar al Tercer Estado de Artois. Y en el momento en que la conversión del Tercer Estado en Asamblea Nacional puso en marcha la Revolución Francesa (1789), Robespierre se erigió en defensor de las ideas liberales y democráticas mucho más destacadas (por poner un ejemplo, fue él quien ha propuesto la ley de 1791 que prohibía la reelección de los miembros del congreso de los diputados, con la intención de actualizar radicalmente el plantel político).

Sin embargo, no semeja que mantuviera convicciones republicanas hasta el momento en que la deslealtad del rey a la Constitución (con el intento de fuga de la familia real en 1791) defraudó su seguridad en la fórmula monárquica; entonces se transformó en entre los promotores de la ejecución de Luis XVI y de la implantación de la República.

Hombre íntegro, virtuoso y austero (recibió el sobrenombre de el Incorruptible), llevó su rigor ética y su lealtad a los principios hasta el fanatismo. Esa popularidad le transformó en entre los líderes mucho más relevantes del Club de los Jacobinos, que reunía al partido innovador extremista. Allí mantuvo la iniciativa de sostener la paz con las potencias extranjeras para consolidar la revolución en Francia, ya que veía en la guerra exterior que impulsaban los girondinos un claro riesgo de debilitamiento del régimen.

El acompañamiento de las masas revolucionarias de París (los sans-culottes) a semejantes ideas se expresó en una «revolución en la Revolución» en 1792-93, que llevó a Robespierre al poder: primero como integrante de la Comuna revolucionaria que ostentaba el poder local; entonces como gerente de la región en la Convención Nacional que aceptó todos y cada uno de los poderes, y donde Robespierre apareció como representante del partido extremista de la Montaña (adjuntado con Danton y Marat); y, una vez eliminados del poder los girondinos, como integrante del Comité de Salvación Pública en el que la Convención delegó el poder ejecutivo (1793).

Tras quitarle el poder a Danton, Robespierre se transformó en el «hombre fuerte» de aquel Comité, secundado por Saint-Just; instituyó una dictadura en verdad para socorrer a la Revolución de las múltiples amenazas que se cernían sobre ella: el ataque militar de las monarquías absolutistas de europa coligadas contra Francia, la amplitud de la insurrección contrarrevolucionaria en el interior (famosa como la Guerra de la Vendée), la quiebra de la Hacienda Pública y el encarecimiento de las masas populares.

Robespierre impuso una sanguinolenta opresión para evitar el fracaso de la Revolución, no dudando en aprobar leyes que recortaban las libertades y simplificaban los trámites procesales a favor de una «justicia» revolucionaria tan expeditiva como arbitraria; completaba el mecanismo represivo un sistema de delación extendido por todo el país a través de 20.000 comités de supervisión. En 1794 suprimió físicamente a la extrema izquierda (los incondicionales de Jacques Hébert) y a los revolucionarios moderados (los indulgentes de Danton y Desmoulins), al paso que perseguía sin piedad a todo tipo de contrarrevolucionarios, monárquicos, aristócratas, clérigos, federalistas, capitalistas, especuladores, rebeldes, traidores y desafectos (hasta 42.000 penas capitales en un año).

Procuraba de este modo remover las disensiones y unir a la población en torno al gobierno innovador y al esfuerzo de guerra. Adoptó medidas sociales dirigidas a ganarse el acompañamiento de las masas populares urbanas, como la congelación de costos y sueldos. Quiso recobrar la religión como fundamento espiritual de la ética y del Estado, instituyendo por decreto el culto del Ser Supremo y festejando en su honor una celebración donde quemó una escultura que simbolizaba el ateísmo. El éxito conseguido en la guerra de Fleurus (1794), que detuvo el progreso de los ejércitos austriacos y prusianos hacia París, acabó la obra de Robespierre poniendo seguro el régimen innovador; pero fue asimismo el comienzo de su caída, ya que al ocultar la situación de urgencia resultaban aún mucho más infundados los excesos del Terror.

Una coalición de miembros del congreso de los diputados de distintas tendencias consiguió de la Convención el cese y arresto de Robespierre y sus ayudantes en el Comité, en una turbulenta sesión donde se impidió charlar a los acusados y donde nuestro Robespierre resultó herido. De nada sirvió el conato de insurrección habitual que protagonizaron los sans-culottes para socorrer a Robespierre. Juzgado por sus métodos, fue guillotinado adjuntado con veinte de sus incondicionales en la plaza de la Revolución, poniendo fin al Terror y dando paso a un intérvalo de tiempo de reacción hacia situaciones moderadas.

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