La historia de la civilización la narran aquellas personas quea lo largo de los siglos, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han originado queel género humano, de una forma u otra,prospere.
Ya sea inspirando a más seres humanos o siendo parte de la actuación. Mariano Luis de Urquijo es uno de esos sujetos cuya vida, sin duda alguna, merece nuestra atención por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Conocer la existencia de Mariano Luis de Urquijo es conocer más sobre época determinada de la historia del género humano.
Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la relevancia que atesoró Mariano Luis de Urquijo en la historia. Cómo vivió y lo que hizo en el tiempo en que permaneció en el mundo fue decisivo no sólo para las personas que frecuentaron a Mariano Luis de Urquijo, sino que tal vez dejó una señal mucho más vasta de lo que podamosconcebir en la vida de gente que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya nunca a Mariano Luis de Urquijo de modo personal.Mariano Luis de Urquijo ha sido un ser humano que, por alguna razón, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
(Bilbao, 1768 - París, 1817) Político español. Estudió con Meléndez Valdés en Salamanca, y después radicó múltiples años en Inglaterra. En 1791 publicó una traducción de La muerte de César de Voltaire, a la que acompañaba un Discurso sobre el estado de nuestros teatros y la necesidad de su reforma, que fue por su parte traducido al italiano. Esta obra le ocasionó varios inconvenientes, hasta el punto de que se le confinó en Pamplona en 1791, si bien fue liberado con la obligación de residir en algún pueblo de Vizcaya. La Inquisición inició contra él un desarrollo, pero la subida al poder del conde de Aranda y su protección le libraron de ella.
Exactamente el mismo conde de Aranda le nombró primer oficial de la Secretaría de Estado, en 1792. Fue secretario de embajada en Londres (el 5 de febrero de 1796) y presidente interino (en 1796). Desde dicho cargo nombró a Goya primer pintor de Cámara. Más tarde fue embajador en la República Bátava (1797) y secretario de estado interino, hasta el momento en que llegó a ocupar el cargo de ministro de Estado (desde 1798 hasta 1800). Goya le logró, hacia 1796, un magnífico retrato, que se encuentra en la Academia de la Historia.
Mariano Luis de Urquijo continuó la coalición con el Directorio, si bien en el mes de agosto de 1799 inició negociaciones con Inglaterra. Durante el desempeño de su cargo, entre otros muchos logros, apoyó el viaje científico de Alexander von Humboldt por la América de españa, y arrancó varios de los permisos de la Inquisición. En 1800, tras la solicitud de elementos llevada a cabo a España por Napoleón, éste identificó a Urquijo como causante de la negativa recibida. La llegada al poder del Primer Cónsul vino a complicar las cosas. Bonaparte desconfió de las relaciones de Urquijo con los elementos avanzados, aun los revolucionarios de París, y le incordió que a fines de 1799 se prohibiese a un librero de Madrid divulgar rutas traducciones de las campañas de Italia y de Egipto.
Se vio obligado a firmar, en 1800, el tratado de Aranjuez, por el que se cedía a Francia Parma, la isla de Elba y la Luisiana, aparte de seis barcos, a cambio del reino de Etruria para el Infante Luis de Parma. Cuando el ministro español ordenó el regreso de la escuadra retenida por Napoleón, éste decidió derribarle terminantemente. Al estar asimismo Godoy y el Papado apasionados en la caída de Urquijo, ésta terminó produciéndose el 13 de diciembre de 1800.
Fue destituido por su actitud frente al monarca francés, y por su política anticlerical, en claro combate con la Inquisición; a la desaparición de Pío VI, en 1799, había buscado la independencia de la Iglesia de españa en materias de investiduras preceptivas y dispensas maritales, con lo que concedió a los obispos españoles la plenitud de sus facultades, mientras que se reservaba su confirmación. Se le forzó a residir en Bilbao, para después ser encarcelado en Pamplona. Tras ser puesto en independencia, volvió a Bilbao, si bien nuevamente fue encarcelado, y continuó preso hasta marzo de 1808.
No volvió a ocupar ningún cargo público hasta el momento en que José Bonaparte le llamó para asistir a la reunión de Bayona, el 23 de mayo de 1808, de la que fue secretario, y cuya Constitución firmó; el nuevo monarca le nombró primer asesor de Estado. Con la llegada de Fernando VII, la actitud afrancesada que probó a lo largo de todo el reinado de José I, tal como el modo perfecto en que terminó dicho reinado, forzaron a Urquijo, de la misma a otros muchos hombres de relieve similares a Bonaparte, a dejar Madrid. En 1813 se exilió en París y adquirió la nacionalidad francesa.
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