La historia de la civilización está escrita por aquellos hombres y mujeres quea lo largo de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han originado queel mundo, de una forma u otra,progrese.
Si has llegado hasta aquí es porque tienes consciencia de la trascendencia que atesoró Manuela Sáenz en la historia. Cómo vivió y lo que hizo durante el tiempo que permaneció en este mundo fue determinante no sólo para quienes conocieron a Manuela Sáenz, sino que a caso dejó una señal mucho más honda de lo que logremossospechar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Manuela Sáenz de modo personal.Manuela Sáenz fue uno de esos seres humanos que, por alguna razón, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
Apreciar las luces y las sombras de las personas destacadas como Manuela Sáenz, personas que hacen rodar y cambiar al mundo, es una cosa sustancial para que seamos capaces de poner en valor no sólo la existencia de Manuela Sáenz, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por Manuela Sáenz, aquellas personas a quienes de un modo u otro Manuela Sáenz influyó, y indudablemente, conocer y descifrar cómo fue vivir en la época y la sociedad en la que vivió Manuela Sáenz.
(Manuela Sáenz y Aizpuru o Sáenz de Thorne, asimismo llamada Manuelita Sáenz; Quito, 1795 - Paita, Perú, 1856) Patriota ecuatoriana. Esposa del doctor J. Thorne (1817), se transformó en la apasionado de Bolívar (1822), al que acompañó en sus campañas y al que, en una ocasión, salvó la vida (1828), lo que le valió el apelativo de Libertadora del libertador. Su presencia al costado del Libertador, a lo largo de los años vitales de la gesta emancipadora, marcaría indeleblemente varios hechos en los comienzos de la vida republicana. Siguió el curso cronológico de los primordiales hechos políticos y militares de los que fue testigo o personaje principal: el acercamiento de Bolívar y San Martín en Guayaquil, las peleas de Pichincha y Ayacucho, el enfrentamiento entre el Libertador y Santander, la rebelión de Córdova y la disolución de la Gran Colombia. A la desaparición de Bolívar fue desterrada a Perú.
No fué simple para la narración de la América independentista integrar en su nómina de próceres el nombre de Manuela Sáenz. Si su condición de mujer ahora lo hacía bien difícil, su estatus de apasionado del Libertador complicaba aún mucho más las cosas. La historiografía del siglo XIX, temiendo por la memoria del "mucho más grande hombre de América", se ocuparía de omitir la existencia de esta mujer en su círculo. Con todo y con esto, las anécdotas se anunciaron, y exactamente la misma historia se vio en la necesidad de concederle a Manuela Sáenz la categoría de heroína.
Nació en 1795 en Quito, localidad por entonces de aires afrancesados, donde los enormes salones que acogían a la aristocracia marchaban al son de una concepción laxa de la ética y de las dispesiones entre criollos y españoles, que próximamente se transformarían en una sanguinolenta batalla entre patriotas y realistas. Era hija natural de Simón Sáenz, mercader español y verdadera, y de María Joaquina de Aizpuru, hermosa mujer hija de españoles de estirpe, quien más adelante tomaría partido por los rebeldes.
Desde muy joven entró en contacto con una sucesión de hechos que animarían su interés por la política. En 1809 la aristocracia criolla ahora se encontraba conspirando contra el poder de los hispanos, y desde entonces han comenzado a sucederse un grupo de revueltas sanguinolentas. Quizá las situaciones familiares llevaron a Manuela a decantarse por los revolucionarios: presenciaba desfiles de presos desde la ventana de su casa, y se fascinaba de las hazañas de doña Manuela Cañizares, a quien tuvo por heroína al darse cuenta de que los maquinadores se reunían clandestinamente en su casa.
Por causa de las propias revueltas, no obstante, se ausentó de la región para resguardarse al lado de su madre en la hacienda de Catahuango. Allí se transformó en una increíble amazona, mientras que su madre le enseñaba a actuar en sociedad y a conducir las artes del buen vestir, el bordado y la repostería. Tiempo después las dos retornaron a Quito, y la madre decidió internarla en el convento de monjas de Santa Catalina; tenía entonces diecisiete años.
La fascinación de Manuela por la vida pública y su ímpetu rebelde la harían dejar rápidamente la clausura del convento. Aprendió a leer y a redactar, virtudes éstas que le dejaron comenzar una relación epistolar con su porvenir apasionado: Fausto Delhuyar, un coronel del ejército del rey. Con él se escapó para conocer después el infortunio de su infertilidad, y la desgracia de estar a la vera de un charlatán. Las habladurías del apasionado le significaron la obligación de casarse con James Thorne, un médico de 40 años que comerciaba con su padre y al que jamás llegaría a querer.
Corría el año 1819 y Manuela deslumbraba en los enormes salones de Lima, al lado de su amiga Rosita Campuzano. El resto de la América se encontraba conmocionada. Simón Bolívar ahora había liberado el territorio de la Nueva Granada y se disponía a fundar en Angostura la Gran Colombia. Entrado el año de 1820, José de San Martín estaba de sendero hacia Perú. Los limeños empezaban a planear, y la Sáenz se transformaba en entre las activistas primordiales. Las asambleas se efectuaban en su casa y las disfrazaba de fiestas; actuaba de espía y pasaba información. Participó en las negociaciones con el batallón de Numancia, y en 1822, una vez liberado Perú, fue condecorada "Caballeresa del sol, al patriotismo de las mucho más sensibles".
Con la explicación de acompañar a su padre, Manuelita marchó hacia Quito. Colaboró activamente con las fuerzas libertadoras: llevaba y traía información, curaba a los enfermos y donaba víveres para los soldados. El 16 de junio de 1822, Simón Bolívar entró triunfalmente en la localidad y, tras un cruce de miradas, fueron presentados en un baile en homenaje al Libertador.
A partir de entonces sostendrían una relación ardiente. Los compromisos del Libertador no impedían los encuentros cariñosos, y mientras que duraba la sepa, Manuelita participaba activamente en la consolidación de la independencia del Ecuador. Bolívar le obsequió un traje, que ella usaba en el momento de sofocar algún alzamiento. La muerte de su padre la motivó a regresar a Lima. Fue nombrada por Bolívar integrante del Estado Mayor del Ejército Libertador; peleó al lado de Antonio José de Sucre en Ayacucho, siendo la única mujer que pasaría a la historia como heroína de esta guerra. Una vez aprobada la Constitución para las novedosas naciones, marchó a Bogotá al lado del Libertador.
Eran los tiempos del corto esplendor de la Gran Colombia. Manuelita militaba activamente en el partido bolivariano y se ocupaba de llevar los ficheros del Libertador. Durante el día vestía de soldado y, al lado de sus leales esclavas de siempre y en todo momento, se dedicaba a patrullar la región. Cuidaba las espaldas de Bolívar. El 25 de septiembre de 1828, merced a su intuición, lo salvó de un atentado comandado por Francisco de Paula Santander, enfrentándose a los maquinadores mientras que su protegido escapaba descolgándose por una ventana; a causa de este hecho Bolívar, de regreso a palacio, le ha dicho: "Eres la Libertadora del Libertador". Solía ordenar en su casa representaciones en las que era frecuente la broma hacia los contrincantes del Libertador; la "quema de Santander" era entre las actuaciones preferidas. Los amores eran nocturnos y se prolongarían hasta la escapada de Bolívar a Santa Marta en 1830.
Siete meses después, al entender la desaparición de su amado a través de una carta de Peroux de Lacroix, decidió suicidarse. Se dirigió a Guaduas, donde se realizó morder por una serpiente, y fue salvada por los pobladores del rincón. Antes de la desaparición del Libertador se levantó una ola de calumnias en contra suya por la parte de Santander, y Manuela decidió redactar, como forma de queja, La Torre de Babel (julio de 1830), fundamento por el que se le emitió una orden de prisión. Seguidamente, sucedió la persecución de los ayudantes de Bolívar, que la consideraban dañina. Así, el 1 de enero de 1834, le ordenaron que abandonase la nación en un período de trece días. Mientras tanto, fue encerrada en la prisión de mujeres y conducida en silla de manos hasta Funza, y de allí, a caballo, hasta el puerto de Cartagena con destino a Jamaica.
Manuela volvió al Ecuador en 1835. El presidente Vicente Rocafuerte, frente la novedad de su llegada, determinó su salida del país. Esto le llevó al destierro. Se residió en el puerto de Paita, donde sobrevivió preparando dulces, tejidos y bordados para la venta, puesto que las rentas por el arrendamiento de su hacienda de Catahuango, en Quito, no le eran mandadas. En la puerta de su casa se podía leer English Spoken; era querida por la multitud del pueblo y bautizaba pequeños, a condición de que se llamasen Simón o Simona. Fue visitada por varios hombres esenciales, entre aquéllos que figuraron Simón Rodríguez, Hermann Melville y Giuseppe Garibaldi. Uno de los visitantes del sitio acarreó con su llegada la difteria, patología que contrajo Manuelita y de la que murió, ahora pobre y también inválida, a los 60 años de vida.
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