La historia del mundo está escrita por los hombres y mujeres queen el paso de los años, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho quela civilización, de una forma u otra,avance.
Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la relevancia que detentó Manuel Fraga Iribarne en la historia. El modo en que vivió y las cosas que hizo durante el tiempo que permaneció en este mundo fue decisivo no sólo para las personas que trataron a Manuel Fraga Iribarne, sino que posiblemente produjo una señal mucho más honda de lo que podamosconcebir en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Manuel Fraga Iribarne en persona.Manuel Fraga Iribarne ha sido un ser humano que, por alguna razón, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
Comprender las luces y las sombras de las personas significativas como Manuel Fraga Iribarne, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es algo esencial para que seamos capaces de apreciar no sólo la existencia de Manuel Fraga Iribarne, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por Manuel Fraga Iribarne, personas a quienes de de una forma u otra Manuel Fraga Iribarne influyó, y ciertamente, comprender y entender cómo fue el hecho de vivir en la época y la sociedad en la que vivió Manuel Fraga Iribarne.
Las biografías y las vidas de personas que, como Manuel Fraga Iribarne, atraen nuestro interés, deben valernos siempre como referencia y reflexión para ofrendar un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Hacer un esfuerzo por entender la biografía de Manuel Fraga Iribarne, el motivo por qué Manuel Fraga Iribarne vivió de la forma en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo durante su vida, es algo que nos impulsará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que se mueve, de forma inexorable, la historia.
(Villalba, Lugo, 1922 - Madrid, 2012) Político conservador español cuya dilatadísima trayectoria se inició bajo el franquismo y siguió a lo largo de la transición y la democracia. Ministro de Información y Turismo con Franco, fue entre los ponentes de la Constitución de 1978 y el principal creador de Alianza Popular, después transformada en el Partido Popular. Presidió la red social autónoma de Galicia a lo largo de quince años (1990-2005).
Manuel Fraga Iribarne nació el 23 de noviembre de 1922 en Villalba, provincia de Lugo, entonces entre las zonas mucho más retrasadas de España. Su padre, Manuel Fraga Bello, de una familia abundante de modestos campesinos, hombre conservador y sin estudios, se resolvió a emigrar a Cuba tras hipotecar la escasa tierra.
En América fue de los que triunfaron: puso un negocio, reunió ahorros y aprendió a leer. Allí conoció a María Iribarne Duboix, una vasco-francesa de profundas convicciones católicas, moralista y sacrificada, que le dio 12 hijos. El mayor, Manuel, pasó de los 2 a los 4 años en Cuba, hasta el momento en que la familia, en 1928, regresó a Galicia a fin de que los pequeños se educaran en España. Bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera, el padre fue nombrado alcalde de Villalba.
La niñez de Fraga avanza dócilmente en una sociedad muy sólida, regida por un orden indiscutido al que se encuentra con perfección amoldado: especialidad en la vivienda y autoridad en el pueblo, solidez religiosa y tradición conservadora. En la modesta escuela local cumple el primer período de una enseñanza memorística y sin explicaciones. En 1931, con el comienzo de la república, comienza el bachillerato en el Instituto da Guarda de A Coruña, pero al segundo año lo sigue en exactamente el mismo Villalba.
Desencadenada la Guerra Civil, fue internado con su hermano José en un instituto de Lugo. Allí vio por vez primera a Franco, de quien, según cuenta en su Memoria corto de una vida pública, le «impresionó el aspecto, la voz y la manera de charlar», y, exactamente la misma varios jóvenes de la región nacional, se sintió absolutamente reconocido con el lema «mitad frailes, mitad soldados».
Tan profundo era el sentimiento católico de su juventud, que al terminar los estudios dedicó el verano de 1936 a efectuar ejercicios espirituales en el monasterio benedictino de Samos, donde consideró con seriedad la oportunidad de hacerse cura. Esta arraigada religiosidad, extraña a toda duda, jamás habría de abandonarlo, y le llevaría aun en su vejez a vocalizar oraciones como ésta, referida al infierno: «Creo en todo cuanto manda la Santa Madre Iglesia, tal es así que no discuto ninguno de sus dogmas».
Ingresó en la Universidad de Santiago en 1939, coincidiendo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que no le llevó a apostar por el triunfo de Alemania a pesar del ámbito que le rodeaba. Tras mantenerse un año en una vivienda de alumnos de los jesuitas, en el momento en que acabó el curso persuadió a sus progenitores a fin de que lo enviaran a Madrid a seguir la carrera. El salto a la ciudad más importante supuso confrontar por vez primera a la dura situación de los vencidos, al apetito de la posguerra -él mismo vivía en pensiones y llegó a bajar de peso nueve kilogramos-.
Fraga era entonces un refulgente universitario, persuadido de que lo que el país precisaba era principalmente capacitación religiosa. Así ya que, asistía a la Congregación de los Luises y visitaba los suburbios con fines beneficiosos y apostólicos, llegando a apadrinar a un niño de siete años. En esa época pasó 2 veranos en el campamento de milicias universitarias de Robledo, experiencia que, según sus expresiones, le «vino realmente bien en todos y cada uno de los puntos y fortaleció mi sentido del orden y de la especialidad».
Simultáneamente a la carrera, merced a una beca de investigación concedida por el decano de la Facultad de Derecho, el canonista Eloy Montero, ha podido abocarse a la traducción de 4 tomos de la obra del jesuita Luis de Molina, al que habría de dedicar su proposición doctoral. Tractor Thompson, como lo bautizaron los compañeros por su empuje y perserverancia destemplada, acabó la carrera a los veintiún años con premio increíble, y en el curso de 1944 logró al unísono la licenciatura y el doctorado, mientras que empezaba a ofrecer clases como solicitado de curso de teoría de la sociedad y del Estado.
Ese año conoció a una compañera de la capacitad, que en 1948 se transformaría en su mujer: la rubia y espigada María del Carmen Estévez, hija de un militar, que habría de dejar los estudios para ocuparse al precaución de sus cinco hijos: María del Carmen, José Manuel, Maribel, Ignacio y Adriana.
Terminada la guerra, se abre para Fraga, en medio de una juventud, un periodo definitivo para su porvenir político. En 1945 ingresa a la función pública por el sendero clásico de las oposiciones, siguiendo el consejo de su profesor Fernando María Castiella. Con el número uno gana el cargo de letrado de las Cortes, lo que le deja tomar contacto con la clase política del franquismo. Pero al unísono ingresa -asimismo con el ineludible número uno- en la Escuela Diplomática.
Tres años después gana las oposiciones a la cátedra de derecho político de la Universidad de Valencia, y en 1953 consigue el cargo de titular en Madrid. Su trabajo enseñante se ve apoyado por varias publicaciones, entre aquéllas que resaltan La reforma del Congreso de los Estados Unidos y La crisis del Estado.
Ministro franquista
En plena era del franquismo duro, desde el ámbito católico, Joaquín Ruiz-Giménez comienza una alguna tarea de apertura desde el Ministerio de Educación, y para esto llama a instructores vinculados al Movimiento desde situaciones mucho más independientes: Joaquín Pérez Villanueva y Manuel Fraga, que en ese instante ocupa el cargo de secretario general del Instituto de Cultura Hispánica y es nombrado secretario del Consejo Nacional de Educación. El aparato, que se planteaba subir el nivel intelectual en un intento de sobrepasar el fascismo, se vio prontísimo atacado, en nombre del franquismo de cruzada, por los falangistas.
El combate significó en 1955 la caída de Ruiz-Giménez y la consiguiente renuncia de Fraga, quien no por este motivo pasó a una prudente oposición, como otros del conjunto, sino prefirió buscar novedosas ocasiones en el sistema haciéndose falangista. Las ocasiones se dieron a conocer siendo nombrado subdirector del Instituto de Estudios Políticos, en el que se dedicó a ofrecer una secuencia de tutoriales y charlas sobre la oportunidad de una reforma política «progresiva y sensato» que preparara vías posibilitadoras de normalización del país.
Su ingreso en la política habría de venir de la mano del secretario general del Movimiento, José Solís, quien en 1957 le ofreció la Delegación Nacional de Asociaciones. Allí organizó Fraga el I Congreso de la Familia Española, que habría de posibilitar la introducción de procuradores familiares en las Cortes.
La huelga minera de 1962 y el extenso movimiento de solidaridad que ésta produjo le reafirmaron que era preciso reorientar el franquismo para enfrentar una exclusiva etapa, la del fin de la «hegemonía azul». Inmediatamente una vez que la oposición democrática formulara el llamado «contubernio de Munich», el régimen responde el 12 de julio de 1962 con la creación de un nuevo gobierno, en el que hace aparición como enorme novedad y promesa de aperturismo político -más allá de la enorme dosis de autoritarismo que le atribuyen varios observadores- la figura de Manuel Fraga en el cargo de ministro de Información y Turismo.
Las observadas concesiones que está presto a ofrecer el régimen se plasmarían en la Ley de Prensa, que Franco le ha solicitado como labor primordial y que Fraga muestra a las Cortes en 1966: una discutida ley que elimina la censura anterior de la prensa, pero que relevantemente excluye a los libros, la radio y la televisión. A sus 40 años, Fraga llegó al gobierno para transformarse en el «ministro-estrella», por su huracanada vitalidad, y por sus usuales visualizaciones en televisión -cuyo control está en sus manos-. Fraga es el hábil relaciones públicas, enorme aficionado a la caza y a la gastronomía que se baña en Palomares con el embajador de Estados Unidos para llevar a cabo opinar que, más allá de las bombas caídas en la playa, no hay peligro de radiactividad. Fraga es el ministro que, en pleno apogeo del desarrollismo, capacidad el turismo hasta situar a España en la primacía europea.
Pero lo arriesgado para la seguridad de su cargo es el combate con Laureano López Rodó y otros integrantes del Opus Dei: «En el momento en que me negué a que un conjunto monopolizase el poder político del país». El escándalo Matesa acaba por afinar las tensiones y paradójicamente termina con quien ha demandado las cuentas visibles: el ministro de Información.
Tras su cese, en el mes de octubre de 1969, Fraga regresa a la cátedra y, merced al ofrecimiento de un amigo, se transforma en directivo general de la factoría de Cervezas El Águila, con dedicación parcial. Aureolado por la caída a los pies del Opus, se dedica entonces a recorrer España creando una interfaz que capacidad sus actos: charlas, cenáculos, presencia incesante en la vida pública para soliciar reformas improrrogables, desde una situación centrista y liberal que no deja de asombrar a varios de quienes habían sufrido su administración como ministro.
La transición
Más tarde fue nombrado embajador de España en Londres (1973-75), cargo que contribuyó a consolidar su admiración por el conservadurismo británico y por su modelo de monarquía parlamentaria. Al mismo tiempo centra su insaciable actividad en la creación del Grupo de Orientación Democrática, S. A. (GODSA). Escribe además de esto varios productos de prensa que publica ABC, y recibe a la oposición democrática que prepara el posfranquismo. Desde la ciudad más importante británica, predomina ya que como el heredero del régimen con la capacidad de establecer nuevamente la democracia con la cooperación de la derecha de españa. Así, en el momento en que vuelve de Inglaterra un par de días antes de la desaparición de Francisco Franco, confiesa sin ambages que admitiría ser parte de un gobierno del príncipe Juan Carlos.
Tras la desaparición de Franco desempeñó un papel esencial en la época de la transición a la democracia. En el primer gobierno de la Monarquía, encabezado por Carlos Arias Navarro, Fraga ocupó la fundamental cartera de Gobernación, que acarreaba una vicepresidencia del Gobierno (1975-76). En los siete meses que duró el gobierno, le tocó «combatir y padecer mucho más que en los largos siete años como ministro». Manifestaciones, huelgas y la excelente presión de la calle exponían un estado de convulsión nada simple de arreglar para un hombre de su talante, que llega a encarcelar a múltiples integrantes de la Platajunta por considerarlos marxistas.
De esa época es la conocida oración que le atribuyó Ramón Tamames y que él siempre y en todo momento ha negado: «La calle es mía». Pese al deterioro de su imagen, Fraga sigue prodigando sus movimientos despóticos, reitera que la exclusión del Partido Comunista de España (PCE) y expone un emprendimiento de «reforma desde dentro» -con una Cámara Alta de tipo orgánico- que es fuertemente atacado por ser un híbrido de franquismo y democracia. Pero son 2 hechos sucedidos mientras que él está fuera del país los que lo herirán de muerte política: el desafío masivo de Vitoria tras la desaparición de cinco personas a manos de la policía y la catástrofe de Montejurra, en que conjuntos carlistas de la ultraderecha siembran el terror y la desaparición con la participación de populares fascistas italianos.
Apartado del gobierno por el ascenso de Adolfo Suárez y desgastado como hombre de centro, tras pasarse un mes tratando conformar partido con Areilza y Pío Cabanillas, Fraga dio un giro increíble, abandonando sus metas centristas para ponerse adelante de la derecha pura. Se reúnen entonces los de esta manera llamados «siete espléndidos»: Gonzalo Fernández de la Mora, Licinio de la Fuente, Laureano López Rodó, Federico Silva Muñoz, Cruz Martínez Esteruelas y Enrique Thomas de Carranza, quienes con Fraga a la cabeza formarán Alianza Popular (AP).
Alianza Popular
Mas, pese a la espléndida financiación que la enorme banca pone a su predisposición, el desastre que padece la novedosa agrupación política en las selecciones de 1977 -16 escaños en frente de 165 de la Unión de Centro Democrático (UCD)- no posee paliativos, y en unas semanas dimite medio ejecutivo. Las selecciones de 1977 le transformaron en diputado, representante parlamentario y integrante de la ponencia que redactó la Constitución de 1978.
En 1979 Fraga da otro viraje táctico, de nuevo hacia el centro, y reúne bajo el nombre de Coalición Democrática a liberales como Areilza y Senillosa, socialdemócratas como Enrico de la Peña, democristianos como Alfonso Osorio y franquistas como Vallina y Lapuerta. Pero el desastre regresa a repetirse, quedando achicada la representación a solo nueve miembros del congreso de los diputados. Moralmente hundido, el político gallego escoge renunciar y se va a su retiro de Perbes. Allí fueron a procurarle su «delfín» Jorge Verstrynge y otros jóvenes perros chiquitos de la derecha y le persuadieron de que volviese a la pelea política.
El líder conservador vuelve de nuevo a la arena política, y en los primeros comicios autonómicos de Galicia -a pesar de que AP no ha recibido aún el hecho irreversible de las nacionalidades-, Fraga se hace unas fotografías de peculiar perfil celta que llevan el sugestivo título de «Galego coma ti». Por primera oportunidad los aliancistas exceden los votos de la UCD.
El hundimiento de la UCD dejó que, desde las selecciones de 1982, Fraga se transformara en líder de la oposición al gobierno socialista de Felipe González. Fraga arremolina a su alrededor a la derecha sociológica y puede enseñar como un triunfo el pase a sus filas de relevantes centristas como Herrero de Miñón y Ricardo de la Cierva. Pero, pese al liderazgo atractivo indiscutido del que disfrutaba en su partido, sus desenlaces electorales no mejoraron en 1986, acreditando la proposición de que Fraga impedía a los populares lograr una mayoría de gobierno por su pasado franquista y su imagen de hombre autoritario; consecuentemente, cedió la dirección del partido al joven Hernández Mancha en 1986 y renunció al importancia en la política nacional, ejercitando como diputado en el Parlamento Europeo (1987-89).
En el momento en que en 1989 se repitieron los pésimos desenlaces electorales, Fraga volvió para comandar la refundación del que se llamaría en lo sucesivo Partido Popular: un emprendimiento inspirado en la democracia cristiana, a cuyo frente situó a José María Aznar.
Si bien sostuvo un cierto liderazgo ética sobre la derecha de españa, desde 1990 Fraga se retiró a su Galicia natal, encabezando la acción del partido en aquella zona, donde disfrutaba de una enorme popularidad. En 1990 vivió entre los instantes mucho más contentos de su dilatada carrera al ganar por vez primera en unas selecciones democráticas la presidencia de la Xunta de Galicia. Profeta en su tierra, venció consecutivamente en todas y cada una la selecciones autonómicas a las que se presentó y rigió Galicia con su personalísimo estilo a lo largo de quince años, hasta su retirada en 2005.
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