Julio César

La historia de la civilización está contada por las personas quea lo largo de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho quela sociedad, de una forma u otra,avance.

Ya sea inspirando a otras personas o siendo una pieza esencial de la acción. Julio César es uno de esos seres humanos cuya vida, indudablemente, merece nuestro interés por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de Julio César es comprender más acerca de etapa determinada de la historia del ser humano.

Si has llegado hasta aquí es porque tienes conocimiento de la relevancia que tuvo Julio César en la historia. La manera en que vivió y aquello que hizo durante el tiempo que permaneció en la tierra fue decisivo no sólo para quienes trataron a Julio César, sino que posiblemente produjo una huella mucho más honda de lo que podamosfigurar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Julio César de modo personal.Julio César ha sido un ser humano que, por algún motivo, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.

Conocer las luces y las sombras de las personas relevantes como Julio César, personas que hacen girar y evolucionar al mundo, es una cosa fundamental para que seamos capaces de apreciar no sólo la existencia de Julio César, sino la de todos aquellos y aquellas que fueron inspiradas por Julio César, aquellas personas a quienes de de una u otra forma Julio César influyó, y ciertamente, conocer y descifrar cómo fue vivir en el momento de la historia y la sociedad en la que vivió Julio César.

Vida y Biografía de Julio César

(Cayo Julio César; Roma, cien - 44 a. C.) Militar y político cuya dictadura puso fin a la República en Roma. Procedente de entre las mucho más viejas familias del patriciado de roma, los Julios, Cayo Julio César fue educado concienzudamente con profesores helenos.

Julio César pasó una juventud desvanecida, donde comenzó prontísimo a arrimarse al partido «habitual», al que le unía su relación familiar con Cayo Mario. Se ganó el acompañamiento de la plebe subvencionando fiestas y proyectos públicas. Y fue incrementando su prestigio en los distintos cargos que ocupó: cuestor (69), edil (65), enorme pontífice (63), pretor (62) y propretor de la Hispania Ulterior (61-60).

De regreso a Roma, Julio César logró un enorme éxito político al reconciliar a los 2 líderes oponentes, Craso y Pompeyo, a los que unió consigo a través de un convenio privado para repartirse el poder formando un triunvirato y de esta forma ponerse en contra a los optimates que dominaban el Senado (60).

Por año siguiente, César fue escogido cónsul (59); y las medidas que adoptó vinieron a acrecentar su popularidad: repartió lotes de tierra entre veteranos y parados, aumentó los controles sobre los gobernantes provinciales y dio propaganda a las discusiones del Senado. Pero la ambición política de César iba mucho más allí y, intentando encontrar la base para conseguir un poder personal absoluto, se realizó entregar por cinco años -del 58 al 51- el control de múltiples provincias (Galia Cisalpina, Narbonense y también Iliria).

El triunvirato fue robustecido por el Convenio de Luca (56), que aseguraba virtudes para todos sus elementos; pero respondía a un equilibrio desequilibrado, que habría de superar hacia la concentración del poder en solo una mano. Craso murió a lo largo de una expedición contra los partos (53), y la rivalidad entre César y Pompeyo no halló freno una vez fallecida Julia, la hija de César, que había contraído matrimonio con Pompeyo (54).

Entretanto, César se había lanzado a la conquista del resto de las Galias, que no solo completó, sino aseguró lanzando 2 expediciones a Britania y otras 2 a Germania, cruzando el Rin. Con ello llegó a controlar un extendido territorio, que aportaba a Roma una obra comparable a la de Pompeyo en Oriente.

El prestigio y el poder logrados por César preocuparon a Pompeyo, escogido cónsul único en Roma en la mitad de una situación de caos por las luchas entre mesnaderos (52). Conminado por el Senado a licenciar sus tropas, César prefirió confrontar a Pompeyo, a quien el Senado había confiado la defensa de la República como última promesa de salvaguardar el orden oligárquico clásico.

Tras pasar el río Rubicón -que marcaba el límite de su jurisdicción-, César inició una guerra civil de tres años (49-46) donde resultó victorioso: conquistó primero Roma y también Italia; entonces invadió Hispania; y al final se dirigió a Oriente, en donde se había refugiado Pompeyo. Persiguiendo a este, llegó a Egipto, en donde aprovechó para intervenir en una disputa sucesoria de la familia faraónica, tomando partido a favor de Cleopatra («Guerra Alejandrina», 48-47).

Ejecutado Pompeyo en Egipto, César siguió la pelea contra sus incondicionales. Primero debió vencer al rey del Ponto, Pharnaces, en la guerra de Zela (47), que definió con su conocida sentencia veni, vidi, vici («llegué, vi y vencí»); entonces derrotó a los últimos pompeyistas que resistían en África (guerra de Tapso, 46) y a los propios hijos de Pompeyo en Hispania (guerra de Munda, cerca de Córdoba, 45). Vencedor en tan extendida guerra civil, César acalló a los descontentos repartiendo limosnas y recompensas a lo largo de las celebraciones que organizó en Roma por la victoria.

Una vez dueño de la situación, César amontonó cargos y honores que fortalecieran su poder personal: cónsul por diez años, prefecto de las prácticas, jefe supremo del ejército, pontífice máximo (supremo pontifice), dictador perpetuo y emperador con derecho de transmisión hereditaria, más allá de que rechazó la diadema real que le ofreció Marco Antonio. El Senado fue achicado a un mero consejo del príncipe. Estableció de esta manera una dictadura militar disimulada por el aspecto de acumulación de magistraturas civiles.

Julio César murió ejecutado en una conjura apuntada por Casio y Bruto, que le impidió llenar sus reformas; sin embargo, dejó terminadas ciertas, como el cambio del calendario (que se sostuvo hasta el siglo XVI), una exclusiva ley municipal que concedía mayor autonomía a las ciudades o el reasentamiento como labradores de las masas italianas proletarizadas; todo apuntaba a editar Roma de la región-estado que había sido a la cabeza de un imperio que abarcara la práctica integridad de todo el mundo popular, al paso que se convertía su vieja constitución oligárquica por una monarquía déspota de tintes populistas; esa obra sería completada por su sobrino-nieto y sustituto, Octavio Augusto.

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