Juan Carlos Onetti

Si has llegado hasta aquí es porque tienes consciencia de la relevancia que atesoró Juan Carlos Onetti en la historia. El modo en que vivió y aquello que hizo mientras estuvo en la tierra fue determinante no sólo para aquellas personas que trataron a Juan Carlos Onetti, sino que a caso dejó una señal mucho más honda de lo que logremosfigurar en la vida de personas que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya nunca a Juan Carlos Onetti de forma personal.Juan Carlos Onetti fue un ser humano que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.

Las biografías y las vidas de personas que, como Juan Carlos Onetti, seducen nuestro interés, tienen que servirnos siempre como punto de referencia y reflexión para proponer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Tratar de entender la biografía de Juan Carlos Onetti, porqué Juan Carlos Onetti vivió del modo en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos impulsará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que se mueve, de forma inevitable, la historia.

Vida y Biografía de Juan Carlos Onetti

(Montevideo, 1908 - Madrid, 1994) Escritor uruguayo, señalada figura del «Boom» de la literatura latinoamericana de los años 60. Elogiado como entre los máximos desarolladores de la narrativa en lengua castellana del siglo XX, es indudablemente el más esencial novelista que dió la literatura de su país, importancia que solo puede disputarle Mario Benedetti, la otra enorme figura de las letras uruguayas.

Hijo segundo de un funcionario de aduanas descendiente de emigrados irlandeses (ONetty semeja ser el apellido original) y de una brasileira que pertenecía a una familia de hacendados gauchos, abandonó de los estudios de derecho a mitad de la carrera, y desde la temprana adolescencia frecuentó las redacciones de periódicos y gacetas de los dos márgenes del Río de la Plata, viviendo de forma alternativa en Montevideo y Buenos Aires, localidad esta última donde se instaló por vez primera, y ahora sin dependencia de los suyos, en el momento en que solo contaba veinte años.

Secretario de redacción del mítico semanario Marcha (donde firmaba sus críticas y colaboraciones con el habitual seudónimo de Periquito el Aguador), asiduo del períodico La Prensa y de la gaceta Vea y Lea, y solicitado más tarde de la sucursal rioplatense de la agencia Reuter, vivió una cuarta parte de siglo entre las dos capitales, de cuya síntesis brotaría la espectral Santa María donde transcurren sus primordiales ficciones (y algo después Lavanda, resumen o boceto de la Banda Oriental).

Afincado en Montevideo, entre 1955 y 1975 fue directivo de bibliotecas municipales del distrito montevideano y después miembro de la junta directiva de la Comedia Nacional, hasta el momento en que en el último de los convocados años fue acusado de ocupaciones subversivas por la dictadura que regía el país, y escogió el exilio madrileño que no abandonaría hasta su muerte. En Uruguay había logrado el Premio Nacional de Literatura, en 1962, y en España se le concedió el Cervantes, en 1980, y un año antes el Premio de la Crítica por Dejemos charlar al viento, votado por los expertos en forma unánime como el más destacable libro de charla de españa anunciado a lo largo de 1979.

Tras sus primeros cuentos (ganó en 1934 un certamen del género, convocado por el períodico La Prensa, de Buenos Aires) se inició en la novela con El pozo (1939), que los críticos han reconocido como el mucho más claro antecedente hispánico de la llamada literatura existencialista, divulgada por Sartre y Camus, que dominaría como inclinación, a lo largo del decenio siguiente, la narrativa occidental. Tras ella escribió Tiempo de abrazar (1940), Tierra de absolutamente nadie (1941), Para esta noche (1943), Los adioses (1954) y Para una tumba sin nombre (1959), aparte de las consecutivas compilaciones de cuentos Un sueño efectuado (1951), La cara de la desgracia (1960), El infierno tan inquietante (1962) y Tan triste como ella (1963).

Pero el pasaje a la madurez y la absoluta autonomía de una obra que aportaba no solo un lenguaje inédito en la narrativa hispánica, sino más bien un cosmos conjetural por el que los individuos y las secuencias transitaban de un libro a otro, enriqueciendo en forma creciente el grupo, se causó con la escritura de La vida corto (1950), su primera pieza maestra, que tendría posterior continuidad en otros 2 títulos del mismo modo magistrales: El astillero (1961) y Juntacadáveres (1967). Estas novelas forman la llamada "trilogía de Santa María", por transcurrir las tres en exactamente la misma localidad imaginaria y por ser habitadas por exactamente los mismos individuos, que se marchan cediendo el importancia de las páginas de una a las de las otras, sin dejar por este motivo de ser todas las novelas proyectos cerradas y independientes en sí mismas.

Los temas y la atmósfera que van configurando la producción de Onetti son recurrentes y sórdidos: la soledad, la prostitución, la rutina, el dinero. La vida corto (entre las mentadas) es por su exasperado realismo una genuina pieza maestra: cuenta el desdoblamiento de un ser tímido y sin aliento, José María Braussen, que se inventa otro yo, José María Arce, personaje violento que tiene planeado un delito. En ella se da la fundación de Santa María, una localidad mítica y falsa (como Macondo en Cien años de soledad, de García Márquez, y Comala en Pedro Páramo, de Juan Rulfo), de impreciso emplazamiento rioplatense, ámbito de todo el período narrativo.

El astillero y Juntacadáveres se centran en la historia del personaje Junta Larsen. La última, si bien redactada más tarde, tiene relación a hechos precedentes de Larsen, en el momento en que este proyecta ordenar a nivel científico un burdel en la hipócrita sociedad de Santa María. En El astillero (su título mucho más festejado) cuenta el desvarío y la derrota del personaje, enredado en la reorganización del astillero de un tal Petrus y en la seducción de la hija de este. La publicación de El astillero situó a Juan Carlos Onetti en la primera línea del llamado «Boom» de la literatura latinoamericana de los años 60, que proyectó al chato en todo el mundo a varios narradores del conjunto de naciones solamente populares fuera de sus países: los convocados Rulfo y García Márquez, los argentinos Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Ernesto Sábato, el mexicano Carlos Fuentes, el peruano Mario Vargas Llosa, el chileno José Donoso y su compatriota Mario Benedetti, entre otros muchos.

Ahora en el exilio español, Juan Carlos Onetti añadió todavía un emocionante epílogo a la serie con las espesas páginas de Dejemos charlar al viento (1979), una especide de Apocalipsis de la región imaginada y de sus reiterados pobladores; trata asimismo sobre un personaje de imprecisa identidad, Medina, que ejercita consecutivamente la medicina y la pintura (bajo la protección de una prostituta) y, de regreso a Santa María, actúa como comisario, sumido en una total humillación física y ética.

El período se completó con 2 títulos que recobran historias ocurridas en la vecina Lavanda o en el deteriorado y postrero cobijo de Monte (los 2 del mismo modo imaginarios), y cierran con magnífica contundencia la iniciativa narrativa del creador uruguayo: Cuando entonces (1987) y ese testamento de la ficción onettiana que publicó un año antes de fallecer y tituló Cuando por el momento no importe (1993).

Convencido desde sus comienzos del extremista epigonismo de la literatura sudamericana, y opuesto a la inclinación grandilocuente y oratoria en los autores del conjunto de naciones desde los años de las guerras independentistas, que se había visto favorecida por las consecutivas influencias de románticos y modernistas, Onetti se propuso para sí mismo una escritura lacónica, que unida a su temperamento escéptico y desencantado causó un estilo que no posee antecedentes y que abrió una vía tan provechosa como nueva antes de él en la narrativa en lengua de españa.

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