José Osorio y de Silva

La historia de las civilizaciones la escriben las personas quea lo largo del tiempo, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han hecho queel género humano, de un modo u otro,prospere.

Ya sea inspirando a otros o formando parte de la acción. José Osorio y de Silva es uno de esos sujetos cuya vida, sin duda alguna, merece nuestra consideración debido al grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la vida de José Osorio y de Silva es comprender más sobre un periodo concreto de la historia del género humano.

Vida y Biografía de José Osorio y de Silva

(Madrid, 1825 - 1909) Aristócrata y político español. Hijo de Nicolás Osorio y Zayas y de Inés de Silva, hija de los marqueses de Santa Cruz, al fallecer su padre heredó, aparte de una copiosa fortuna, los títulos de Duque de Alburquerque, de Algete y de Sesto y los marquesados de los Balbases, de Leganés y Alcañices. Utilizó siempre y en todo momento el ducado de Sesto, y el marquesado de Alcañices iría unido a su nombre, tal es así que en Madrid se le conocía como Pepe Alcañices. El duque tenía 28 años en el momento en que fue nombrado alcalde de Madrid, localidad de la que asimismo fue Gobernador Civil. Su etapa adelante del consistorio madrileño fue pródiga en distintas proyectos públicas.

Enamorado en misterio de Francisca de Guzmán y Portocarrero, duquesa de Alba, fue el responsable del intento de suicidio de la hermana de ésta, Eugenia, que entonces sería emperatriz de Francia por su matrimonio con Luis Napoleón Bonaparte. Eugenia se enamoró del duque de Sesto y al conocerse no correspondida procuró matarse con una cocción de fósforo. En 1868, ahora cumplidos los 40 años, el duque se casó con Sofía Troubetzkoy, una princesa rusa viuda del duque de Morny y considerada entre las damas mucho más preciosas y distinguidos de Europa.

Al llegar a España, la novedosa duquesa de Sesto (que se afirmaba que era hija segrega del zar de Rusia) deslumbró en la Corte madrileña, a la que puso alerta de muchas noticias en temas de tendencias y de juegos de salón. La mujer de José Osorio fue además de esto la introductora en España de un factor ornamental que haría escandalo en las fiestas pascuales: el árbol de Navidad, tan habitual en otros países de europa y que se vio por vez primera en Madrid en la Navidad de 1870 en la vivienda de los duques.

Los duques de Sesto se implicaron hondamente en la Restauración alfonsina. Perteneciente a una familia de extendida tradición monárquica, José Osorio sufragó gran parte de los costos que Isabel II y sus hijos tuvieron a lo largo de su etapa de exilio. Además, fue para el príncipe Alfonso una suerte de tutor, inspeccionando su educación y su paso por diferentes institutos de europa. Fue el duque de Sesto quien decidió que el príncipe Alfonso ingresara en el respetado instituto Theresianum de Viena, donde efectuó sus estudios secundarios. Por su parte, el futuro Alfonso XII se encariñó enseguida con José Osorio, al que deseó como un padre y que fue a lo largo de toda la vida su mejor amigo y su asesor mucho más próximo.

Fue nuestro Alcañices quien, tras muchas diálogos, persuadió a la reina Isabel que era preciso que abdicase en su hijo Alfonso para volver a poner en España la monarquía de los Borbones. Según las crónicas, un día Isabel II llamó a su hijo en presencia del duque de Sesto, para mencionarle: "Alfonso, dale la mano a Pepe, que consiguió hacerte Rey." José Osorio fue el primero en firmar como testigo el archivo que daba fe de la abdicación de la reina en la persona del Príncipe de Asturias, iniciándose de este modo el desarrollo de la restauración.

Desde el palacio de los duques de Sesto, ubicado en la madrileña calle de Alcalá, esquina a Cibeles y al Paseo del Prado, donde el día de hoy se posiciona el edificio del banco de España, se fomentaron decenas y decenas de asambleas de los incondicionales de Alfonso de Borbón. Aquella casa fue ámbito de conspiraciones políticas del mucho más prominente nivel, pero asimismo de asambleas de damas que, encabezadas por nuestra duquesa de Sesto (quien llegó a ejercer como asesora de Antonio Cánovas) luchaban para aislar socialmente al regente Amadeo de Saboya y a su mujer italiana.

Ella y un conjunto de aristócratas organizaban bailes y fiestas para sostener la ética de los incondicionales de Alfonso, y fue Sofía Troubetzkoy quien puso de tendencia un alfiler con el emblema de la flor de lis que lucían las damas en sus vestidos y sus peinados como prueba de adhesión a la causa borbónica. Además, toda vez que pasaba la comitiva real por la calle de Alcalá, la duquesa ordenaba que se cerrasen de cuajo todos y cada uno de los balcones de la vivienda, como exhibe de desprecio al rey italiano.

Mientras que en España se trabajaba por la restauración, el futuro Alfonso XII proseguía su capacitación en el instituto Theresianum. De allí pasó a la academia militar de Sandhurst, en Inglaterra. En esta época la educación del príncipe fue completada con ciertos viajes a distintas capitales de europa. El duque de Sesto no solo le visitaba a lo largo del curso escolar, sino en el periodo de vacaciones invitaba al joven príncipe a sumarse a su familia en la vivienda veraniega que tenían en la ciudad francesa de Deauville.

Varios de los costos del príncipe Alfonso corrían por cuenta de Alcañices, cuyo patrimonio iba viéndose poco a poco más mermado. A pesar de todo, paradójicamente entre ciertos alfonsinos hubo una reacción en oposición a la amistad entre el marqués de Alcañices y el futuro rey, llegando a sugerir a Isabel II que limitase los contactos entre Alfonso y el duque de Sesto.

Por fortuna, José Osorio contó siempre y en todo momento con la seguridad de Antonio Cánovas, que comprendía que su predominación sobre Alfonso era muy ventajosa y conocía además de esto los enormes sacrificios económicos del marqués de Alcañices a favor de la causa alfonsina, e inclusive los peligros personales que éste aceptó para apoyarla. En una ocasión en que Pepe Alcañices volvía de París con unos documentos comprometedores firmados por Isabel II, fue detenido en la estación, y pasó múltiples horas en el calabozo. El duque de Sesto ha podido ocultar los papeles en una valija y la autoridad no los halló.

El largo sendero hacia la restauración borbónica llegó a su fin en los últimos días de diciembre de 1874. A principios de ese mes, los duques de Sesto habían ayudado a repartir por todo Madrid un manifiesto firmado por el príncipe Alfonso, que era una genuina declaración de pretenciones de cara a su regreso a España. El día 13 de enero de 1875, el príncipe Alfonso, que viene de París, llegaba a Aranjuez. Allí el duque de Sesto dio la bienvenida al rey de España, y entró al lado de él en Madrid entre las aclamaciones y vítores del pueblo madrileño, que saludaba el regreso del monarca y de la dinastía de los borbones.

Al término de la tercera guerra carlista, en el mes de febrero de 1876, y a la vuelta del frente, Alfonso XII se instaló en el Palacio Real. Pepe Alcañices aceptó el cargo de maestresala real y, mucho más privadamente, de asesor. Fue Alcañices entre los mucho más firmes defensores de la boda del rey con su prima, María de las Mercedes de Orleans, más allá de que su hijastra María de Morny (hija de Sofía Troubetzkoy) abrigaba ilusiones en relación al soberano, de quien se había enamorado siendo una joven. María terminó casándose con José Ramón Osorio y Heredia, sobrino de Pepe Alcañices y heredero de sus títulos como no había tenido el marqués hijos propios.

El matrimonio del rey, festejado con toda pompa, duró solo cinco meses, ya que María de las Mercedes murió de fiebre tifoideas. El duque de Sesto, que vio al rey plañir despedazado la pérdida de su mujer, le animó a buscar consuelo en otros brazos y a entretenerse con sus amigos en correrías nocturnas. Pero, al tiempo, aconsejó al rey que volviese a casarse lo antes posible para garantizar la continuidad de la dinastía borbónica. Fue nuestro José Osorio quien acompañó al rey a Arcachon a fin de que conociera a María Cristina de Habsburgo, que se transformaría en la segunda mujer de Alfonso XII.

La reina detestó siempre y en todo momento al marqués de Alcañices por considerarle instigador de la vida popular de su marido, y en una ocasión llegó a sopapearle públicamente al notar que presentaba a Alfonso XII a una hermosa artista de tendencia. María Cristina jamás tuvo presente los incontables sacrificios personales y económicos que logró Alcañices a favor de su marido. Cuando ella llegó a España, el duque de Sesto se encontraba ahora prácticamente arruinado, y en verdad en 1879 había debido poner en venta su palacio de la calle de Alcalá. Tampoco agradeció a los Sesto que, en vísperas de su boda con Alfonso XII, la siempre y en todo momento muy elegante Sofía Troubetzkoy se trasladase a París para asistirla a obtener su aparato de novia, ya que la futura reina de España no tenía buen gusto.

Alfonso XII murió de tisis el 25 de noviembre de 1885 a la edad de 28 años. Para el duque de Sesto, perder al rey fue como perder al hijo que jamás tuvo. Ya el día del funeral sabía José Alcañices que había sido cesado en su puesto de maestresala real: fallecido Alfonso XII, la reina viuda no deseaba verlo cerca. Sin embargo, la antipatía de María Cristina hacia Pepe Alcañices iría considerablemente más allí: un día, el duque de Sesto fue llamado a Palacio para argumentar por qué razón desde las arcas reales se libraba a su nombre una proporción de dinero.

En situación, aquella suma (bastante modesta) la había designado Alfonso XII a ir devolviendo, prácticamente a cuentagotas, la fortuna que había ido adelantando en su favor el marqués de Alcañices. Sesto se indignó y se negó a ofrecer explicaciones. Al día después, su gestor personal llegó a Palacio para saldar la deuda... a través de la distribución a la Casa Real del ducado de Sesto, que era de sus títulos el que mucho más significaba para Alcañices. Años después, María Cristina vendió las características del ducado, que había sido concedido en 1623 a Enrique Spínola, marqués de los Balbases.

Aquel golpe asestado a traición distanció de la corte a los marqueses de Alcañices. Vivían entre Madrid y París, si bien viajaban asimismo a otras ciudades de europa donde preservaban viejos amigos. Sofía Troubetzkoy murió gracias a una patología respiratoria el 9 de agosto de 1896. El duque de Sesto le subsistirá todavía trece años. El diez de diciembre de 1909 se festejaban en Madrid selecciones municipales, y Pepe Alcañices se empeñó en proceder a votar, más allá de que hacía bastante frío aquella mañana. Volvió resfriado y el médico le aconsejó almacenar cama, pero pese a ello el catarro se transformó en una neumonía que por su edad el duque no iba a poder sobrepasar.

Antes de fallecer, Pepe Alcañices llamó a su hombre de seguridad y le solicitó que, enfrente de él, quemase las cartas de tres mujeres con las que había mantenido una intensa correo: Paca de Guzmán, duquesa de Alba, a la que había amado; Eugenia de Guzmán, emperatriz de los franceses, que le había amado a él, y Sofía Troubetzkoy, duquesa de Sesto, que había sido su mujer. Murió el 30 de diciembre de 1909, y su entierro fue una destacable demostración de desafío habitual.

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