Ya sea inspirando a otros seres humanos o formando parte de la acción. José María de Pereda es una de esas personas cuya vida, en verdad, merece nuestra consideración debido al grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la vida de José María de Pereda es comprender más acerca de etapa determinada de la historia del ser humano.
Las biografías y las vidas de personas que, como José María de Pereda, atraen nuestra atención, tienen que valernos en todo momento como referencia y reflexión para conferir un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Tratar de entender la biografía de José María de Pereda, el motivo por el cual José María de Pereda vivió como lo hizo y actuó del modo en que lo hizo en su vida, es algo que nos impulsará por un lado a entender mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que avanza, de forma inevitable, la historia.
(Polanco, 1833 - 1906) Novelista español, máximo gerente del tránsito del costumbrismo regionalista a la prosa de ficción verdadera del siglo XIX. Era el último de veintidós hermanos de una familia de abolengo montañés y de arraigado catolicismo. En su pueblo natal y en el próximo de Requejada pasó sus primeros años. Trasladados sus progenitores a Santander, ingresó en el Instituto Cántablo, donde cursó segunda enseñanza, consiguiendo el título en 1850.
En 1852 marchó a Madrid para elaborar su ingreso en la Academia de Artillería de Segovia, según su afición y la resolución de su familia. Durante cierto tiempo estudió matemáticas, pero el ámbito de tertulias y teatros madrileño le hicieron olvidar su primera vocación, atrayéndolo hacia el planeta de las letras. En 1855 regresa a Santander, donde enferma dificultosamente de cólera. Convaleciente, se trasladó a Andalucía y nuevamente en Santander cooperó en el diario La Abeja Montañesa. Fundó entonces, en colaboración, el "novenario" El tío Cayetano.
A partir de 1864 empieza su historia literaria con la publicación de las Escenas montañesas, bien acogidas por la crítica, que se le mostrará poco a poco más conveniente. Pasó una corto temporada en París y más tarde, vuelto a Santander, fue secretario de la sección de letras del Ateneo santanderense. Desde entonces hasta 1868 abandonó la literatura; contrajo matrimonio con doña Diodora de la Rivilla en el año 1869. Adicto al partido carlista, fue nombrado diputado por Cabuérniga, pero disgustado con el planeta de la política y por consejo de Menéndez Pelayo, regresó a la literatura.
De carácter afable, pero retraído, continuó viviendo en Santander o en Polanco. A partir de 1884 salió por fin de la montaña, reactivando su historia pública; de nuevo en su tierra natal se dedica al promuevo del provincialismo santanderense, resguardando publicaciones y la composición del álbum De Cantabria. Preocupado siempre y en todo momento por el tema del regionalismo, estando en Barcelona como mantenedor de unos juegos florales, pronunció en este sentido un alegato de enorme resonancia.
En 1897 fue escogido por la Academia Española sujeto de número, versando su alegato de ingreso sobre la novela regional. La contestación corrió al cargo de Pérez Galdós, con un riguroso estudio sobre la personalidad literaria de Pereda. Su vida continuó en Santander y en Polanco, con ciertos desplazamientos. En 1904, yendo hacia Jerez de la Frontera, le sorprendió la patología que tenía que llevarle a la desaparición poco tras su traslado a Santander.
La obra de José María de Pereda
En la producción literaria de Pereda se advierte un doble género de proyectos, en cuya enumeración y enjuiciamiento resumimos su actividad de artista. Integran un primer conjunto costumbrista y descriptivo, en el que lo esencial es el elemento regional, Escenas montañesas (1864) y Tipos y panoramas (1871), cuadros costumbristas en los que podemos encontrar narraciones tan visibles como La leva y El fin de una raza; Bocetos al temple (1870), muy discutido y elogiado por la crítica; Tipos trashumantes (1877), recopilación de una sucesión de cuadros costumbristas publicados en el diario La Tertulia; Esbozos y arañazos (1881); El gusto de la tierruca (1882), de una facilidad que conmovía a Menéndez Pelayo, al unísono que una parte de la crítica, desfavorable, charlaba de los "limitados horizontes" de Pereda; Sotileza (1885); La Puchera (1889), de un vigoroso costumbrismo; Nubes de estío (1891), que provocó una conocida disputa con Emilia Pardo Bazán; Al primer vuelo (1891), idílica y sentimental; Peñas arriba (1895); y Pachín González (1896), sobre la explosión del vapor "Cabo Machichaco".
El lamento por la destrucción que supone el avance, y la iniciativa de que toda novedad lleva a la corrupción y al caos ética son los ejes escenciales de las novelas de proposición: Los hombres de Pro (1872), de sentido político; El buey suelto (1878), sobre el matrimonio y el celibato, réplica de Balzac; Don Gonzalo González de la Gonzalera (1879), contra el caciquismo; De tal palo, tal astilla (1879), antítesis de Gloria, de Pérez Galdós; Pedro Sánchez (1883), creada en el Madrid del siglo XIX, y La Montálvez (1888), novela de la aristocracia y de la alta burguesía de Madrid, de la que muestra a la forma de Zola el ámbito corrompido. Escribió asimismo ciertas piezas teatrales de poco valor, reunidas en el tomo que se titula Ensayos trágicos (1869).
La crítica literaria pasó de una sobrevaloración excesiva, nacida de un ámbito regionalista y apoyado más que nada en el incondicional elogio de Menéndez Pelayo, a un olvido prácticamente absoluto. Pereda es básicamente un hombre de su tiempo y a ello debe atenerse una crítica eficiente. Indudablemente no atrae el Pereda novelador de proposición, rivalizando con su enorme amigo Galdós o con Zola. Muy distinto es, no obstante, el Pereda regionalista, que en este campo con limite sobrepasa en interés a Pardo Bazán por lo menos en sus proyectos primordiales, Sotileza y Peñas arriba, "el idilio y la epopeya del mar y la montaña santanderense". Lo mejor de su obra lo forman estas novelas centradas en la ensaltación del paisaje y las prácticas de su zona, en las que alaba la vida campesina, natural y simple como supremo modelo ético y estético de vida.
Sotileza (1885) cuenta la narración de una chavala a la que quieren tres hombres, y tiene como telón de fondo la presencia marinera de los pescadores de Santander. En Sotileza contamos entre las novelas mucho más logradas del siglo XIX, donde no obstante no es el tema lo mucho más atrayente, sino más bien la magistral descripción de los modelos, y la de los panoramas y del puerto de Santander. Peñas arriba (1895) regresa a elogiar las virtudes habituales, en esta ocasión en el ámbito de la alta montaña; atrae la enorme hermosura de esta obra donde nuevamente podemos encontrar la pobreza de acción y de drama. Lo esencial son los niveles.
En el marco novelístico del siglo XIX español, Pereda se nos hace aparición sencillamente como un verdadera -y de esta manera se calificaba él mismo rehuyendo el título de naturalista- de carácter sin dependencia. No hay, de hecho, en el creador montañés pretenciones de escuela. En situación, no es un profesional de las letras; escribía sencillamente por una imperiosa necesidad de su espíritu, y dejó a la posteridad, en el cauce de un lenguaje vivo y poderoso, esas especificaciones de unos panoramas y de unos entornos de un planeta en definitiva grave y pesado, extraño a la sensibilidad de hoy, pero en el que hay que admitir componentes estéticos de primer orden.
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