Conocer las luces y las sombras de las personas significativas como José Lezama Lima, personas que hacen rodar y cambiar al mundo, es una cosa esencial para que podamos poner en valor no sólo la vida de José Lezama Lima, sino la de todos aquellos y aquellas que fueron inspiradas por José Lezama Lima, personas a quienes de un modo u otro José Lezama Lima influyó, y por supuesto, entender y comprender cómo fue vivir en la época y la sociedad en la que vivió José Lezama Lima.
(La Habana, 1912 - 1976) Poeta, ensayista y novelista cubano considerado, al lado de Alejo Carpentier, entre las mucho más enormes figuras que dió la literatura insular. Encuadrado en el «Boom» de la literatura sudamericana de los años 60, José Lezama Lima ocupó en el seno del mismo una singular situación por su insólito neobarroquismo, que tuvo su mucho más conseguida plasmación en la novela Paradiso (1966); por su extremista novedad y fuerte predominación, la relevancia de su obra es parangonable a la de los sobrantes personajes principales del «Boom» (Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Juan Rulfo, Carlos Fuentes o Mario Benedetti, entre otros muchos).
Nació en el Campamento de Columbia, cerca de La Habana, donde su padre era coronel. Ya en la ciudad más importante participó en los levantamientos estudiantiles contra la dictadura de Gerardo Machado y también ingresó en la facultad para cursar la carrera de derecho. En toda su historia solo abandonó la isla a lo largo de 2 breves estancias en México y Jamaica. Entre sus ocupaciones divulgativas, creó la gaceta Verbum y estuvo adelante de la tribuna literaria cubana más esencial de entonces, Orígenes, de la que fue principal creador, con José Rodríguez Feo, en 1944.
En esta última gaceta se expusieron las tendencias literarias de sus creadores y ayudantes: lirismo estetizante y también intelectualismo, clasicismo inclinado hacia el neoculteranismo y sepa de todo deber popular, lo que determinó su carácter enormemente elitista y le dejó tener entre sus ayudantes versistas como el español Juan Ramón Jiménez. Los primordiales amigos y compañeros de ruta de Lezama por entonces fueron Cintio Vitier, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y Octavio Smith, aparte del asimismo poeta y sacerdote español Ángel Gaztelú, que influyó de enorme manera en su capacitación espiritual.
Pero además de éste y otros conjuntos minoritarios que frecuentó en diferentes periodos, la vida de José Lezama Lima jamás tuvo una enorme resonancia pública, ni antes ni tras la revolución de Fidel Castro y el Che Guevara, gracias a su singularidad y de una insuficiente salud que cooperaba a su aislamiento. Precisamente el agravamiento de su asma crónica y inconvenientes ocasionados por la obesidad que sufría semejan ser la causa de su muerte, tras una extendida estancia hospitalaria, el 9 de agosto de 1976.
Enorme conocedor de Luis de Góngora y de las corrientes culteranas y herméticas, devoto del idealismo de Platón y ferviente lector de los versistas tradicionales, Lezama vivió totalmente entregado a los libros, a la lectura y a la escritura. Por lo relacionado a su poesía, no se alteró en especial en la manera ni el fondo con la llegada de la Revolución y se sostuvo como una especide de monumento solitario difícilmente catalogable. Para varios expertos, el grupo de la obra lezamiana representó en la literatura sudamericana una separación extremista con el realismo y la psicología, y aportó una alquimia expresiva que no procedía de absolutamente nadie. Julio Cortázar fue indudablemente el primero en avisar la singularidad de su iniciativa.
Su libro de poemas inicial fue Muerte de Narciso (1937), al que prosiguieron Enemigo rumor (1941), Aventuras silenciosas (1945), La fijeza (1949) y Dador (1960), entregas que son otros muchos jalones de la poesía continental en la línea hermética y barroca de la expresión lírica.
No obstante, la obra que consagró a Lezama Lima en las letras sudamericanas fue la novela Paradiso (1966), donde se ha amado ver una doble alusión a la inocencia bíblica previo al pecado original y a la culminación del período dantesco. Al mismo tiempo, en Paradiso se refleja la tradición y la esencia de lo cubano en una vertiginosa proliferación de imágenes que protagonizan la obra: un planeta de experiencias, de recuerdos y de lecturas familiares que constituyen y determinan la cosmovisión del novelista.
Esta obra, que merece un capítulo aparte en la bibliografía del creador, se ha considerado una novela de estudio por la descripción a todos y cada uno de los escenarios del desarrollo de avance del personaje principal, José Cemí, desde su niñez hasta la madurez. El grupo de la narración exhibe una imagen arquetípica de Cuba en el sentido del platonismo, que es al unísono un contrapunto actualizado con las páginas del períodico de Cristóbal Colón que describen la edénica hermosura de la isla recién descubierta, que, como todo Edén, aloja la certeza de su pérdida.
Más allá de no ponerse un límite a los elementos autobiográficos, en Paradiso sobran las referencias al creador, en forma de entornos creíbles en el tejido de la trama. En el primer capítulo el niño José Cemí hace aparición en cama enfermo de asma; entonces, una regresión cronológica nos transporta al pasado del coronel y su familia; más tarde se relata la iniciación sexual del personaje principal en entre los sitios de destino de su padre, con cuya muerte acaba un período placentero de la vida de Cemí y empieza un profundo desfile de individuos y ocasiones, entre aquéllas que resalta la iniciación a la poesía del personaje principal por la parte de un tío.
Otra incesante de la obra de Lezama hace aparición en el polémico capítulo octavo, donde actúa el predominio del erotismo. Poco a poco los monólogos y disertaciones intelectuales (sobre Aristóteles y San Agustín de Hipona, al lado de un extenso comentario sobre Friedrich Nietzsche) indican el doble sendero de búsqueda, bifurcado entre la erudición y la poesía, como una construcción verbal que apunta a una finalidad ignota. A esas alturas se advierte que, alén de un desarrollo de estudio, hablamos de una experiencia iniciática donde el alegato narrativo del creador acepta el importancia.
Póstumamente se publicó todavía una novela incompleta, Oppiano Licario (1977), donde Lezama desarrolló la figura de un personaje de ese nombre que había aparecido en Paradiso. La crítica ha señalado que, de modo inverso al del período dantesco, más allá de que el creador se inició en la poesía y derivó entonces hacia la novela, es recomendable adentrarse en Lezama comenzando por Paradiso, pasando después al purgatorio de sus ensayos, reunidos en la mayoría de los casos bajo el título La expresión de america y La cantidad encantada, para terminar al final en su infierno poético.
Precisamente el carácter póstumo de las ediciones terminantes de la obra de Lezama, aparecida la mayoria de las veces en forma fragmentaria a lo largo de su historia, pertence a las señales indudables del ambiguo y socrático magisterio que ejercitó en la literatura de su país, que puede rastrearse, mejor que en sus libros, en las gacetas que dirigió: Verbum (1937), Espuela de plata (1939-1941), Nadie parecía (1942-1944) y más que nada, entre las mucho más esenciales publicaciones latinoamericanas, Orígenes (1944-1957).
A través de ellas el poeta devino una figura indispensable para la juventud intelectual cubana, a la que atrajo asimismo con su popular don conversacional y a la que animó en la creación literaria. Muchos versistas y narradores siguientes a ese periodo prosiguen aceptando la predominación importante que la iniciativa del profesor tuvo en su obra: la mucho más evidente se proyectó sobre Severo Sarduy, que postuló su teoría del neobarroco desde el barroco lezamiano.
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