La historia de las civilizaciones está escrita por aquellas mujeres y hombres queen el paso de los años, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han originado queel mundo, de un modo u otro,progrese.
Ya sea inspirando a otros o formando parte de la acción. José Francisco de Isla es una de esas personas cuya vida, en verdad, merece nuestra atención debido al grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de José Francisco de Isla es conocer más sobre un periodo concreto de la historia del ser humano.
Si has llegado hasta aquí es porque tienes consciencia de la importancia que detentó José Francisco de Isla en la historia. La forma en que vivió y las cosas que hizo mientras estuvo en la tierra fue determinante no sólo para las personas que frecuentaron a José Francisco de Isla, sino que a caso legó una huella mucho más honda de lo que podamosconcebir en la vida de personas que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya nunca a José Francisco de Isla de forma personal.José Francisco de Isla ha sido una de esas personas que, por alguna causa, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
Apreciar lo bueno y lo malo de las personas significativas como José Francisco de Isla, personas que hacen girar y evolucionar al mundo, es una cosa básica para que podamos valorar no sólo la vida de José Francisco de Isla, sino la de todos aquellos y aquellas que fueron inspiradas por José Francisco de Isla, gentes a quienes de de una forma u otra José Francisco de Isla influenció, y por supuesto, conocer y descifrar cómo fue el hecho de vivir en el momento de la historia y la sociedad en la que vivió José Francisco de Isla.
(José Francisco Isla de la Torre y Rojo, llamado el Padre Isla; Vidanes, León, 1703 - Bolonia, 1781) Crítico, literato y también historiador español, de la orden de los jesuitas. En 1719 ingresó como novicio de la Compañía de Jesús en Villagarcía de Campos (Valladolid). Estudió filosofía y teología en Salamanca y enseñó en Segovia, Santiago de Compostela y Pontevedra, hasta el momento en que fue expulsado de España adjuntado con el resto integrantes de su orden. Viajó entonces a Córcega y después se instaló en Bolonia.
Su primera sátira, llamada La juventud triunfante (1727), recibió fuertes reprensiones de sus superiores, pero continuó publicando contenidos escritos críticos y humorísticos, como las Cartas de Juan de La Encina (1732), y la Carta redactada por el barbero de Corpa a don José Maymó y Ribes (1758).
Pero su obra mucho más célebre fue la narración libresca Historia del popular predicador fray Gerundio de Campazas, nick Zotes (1758), cuya escasa acción da pie a una entretenida broma contra los reverendos de su tiempo y a su lenguaje trasnochadamente culterano. Publicado con el seudónimo de Francisco Lobón de Salazar, el libro cuenta el ingreso en una orden religiosa de Gerundio, hijo de campesinos, que aprende a vocalizar farragosos sermones instruido por el absurdo fray Blas.
Las relucientes especificaciones del ámbito rústico y su carácter de caricatura ubican esta obra en la tradición picaresca, si bien las minuciosas medites teóricas sobre la oratoria sagrada merman su intensidad cómica. La sección primera del libro fue un éxito y los 1500 ejemplares impresos se agotaron en tres días.
Gracias a las manifestaciones de los que se consideraban mencionados la obra fue prohibida por la Inquisición en 1760, si bien no se ha podido eludir que la segunda parte apareciese clandestinamente en 1768. El padre Isla efectuó asimismo una traducción de Las aventuras de Gil Blas de Santillana (1787), de Alain-René Lesage, pensando que el escritor francés había robado el artículo a un creador español. Poco tras su muerte se editaron sus Cartas familiares (1786) y sus Sermones (1792).
Fray Gerundio de Campazas
Los peculiares floreos de la oratoria del siglo XVII habían ahora servido de blanco a los dardos de exactamente los mismos versistas barrocos, como por poner un ejemplo Quevedo, Lope de Vega y Calderón de la Barca; sin embargo, su sátira se había mantenido entre los límites de la caricatura verbal. En su obra mucho más conocida, el padre Isla nucléa con sarcasmo las matices absurdos en la figura del predicador culterano. El mismo nombre del personaje evoca su afición a un lenguaje rotundo entreverado de gerundios ciceronianos. Como personaje, fray Gerundio es el don Quijote del púlpito, y la intención de la obra del padre Isla no es otra que ridiculizar la charlatanería culterana de la oratoria sagrada moderna, igual que Don Quijote de la Mancha había sido una broma de los descabellados libros de caballería.
La acción de la novela comienza con el nacimiento de Gerundio, hijo del aldeano Antón Zote (Zotico) y de Catania. Escuchando a los monjes reverendos de paso, que no faltan jamás a la mesa de Antón Zotico, el niño aprende precozmente a dejar caer sus primeras sentencias. Pronto un seglar, tenido por santurrón pues llamaba "víboras a las mujeres y cordera a la Virgen", presagia que Gerundio va a ser un enorme predicador. Animado por estos pronósticos y por los consejos de sus amigos, Antón Zotico pone a su hijo en la escuela con el cojo de Villaornate, que enseña al jóven extrañísimos preceptos de gramática y de ortografía.
Gerundio ingresa entonces en la escuela de gramática latina, regentada por un pedante afín; entra después en un convento y, terminado su noviciado, pasa a estudiar filosofía; pero se expone mucho más hábil en los juegos de manos en la despensa que en ofrecer silogismos. Halla al fin un instructor todavía mucho más extravagante, fray Blas, profesor predicador en cuya escuela aprende a argumentar con enorme sencillez sobre los mucho más ridículos temas, como el que forma el tema de su primera práctica, en el que sosten la proposición de que no es de menor valor el color verde por no ser amarillo que el azul por no ser rosa.
Pese a la oposición del Padre Provincial, fray Gerundio es nombrado predicador y su primer sermón público semeja a todos digno de fray Blas; los aplausos que recibe están en razón inversa de su entendimiento. En vano fray Prudencio procura volverlo al buen sendero. Encargado por fray Blas de vocalizar el elogio fúnebre de un falsario, fray Gerundio alaba las cartas del fallecido por la agilidad con que escribía, y sus armas por el cuchillo con que cortaba la pluma. En otra ocasión mantiene que Adán y Eva fueron los primeros sastres por el hecho de que se cubrieron de hojas siendo expulsados del Paraíso. Se suceden las muestras de sus absrudas predicaciones, y el creador cierra el relato invitando al lector a elegir si la de fray Gerundio es historia o novela.
Las muy largas digresiones educativas que, en forma de reales tratados (de oratoria, de teología o de poética) están intercaladas en la narración, diluyen su escasa acción, de forma que la novela tiene considerablemente más de parte satírico-didáctica que de relato. Con todo, la figura de fray Gerundio está dibujada con tan grotesco relieve y significación de máscara que se convirtió en símbolo de su temporada. El tipo del predicador que prosigue una moda fatua y se distancia deliberadamente de toda regla y lógica hace aparición tan vivamente caricaturizado que el nombre de fray Gerundio pasó a ser la denominación proverbial del orador extravagante. Los demás individuos, los monjes ávidos y mentirosos, los campesinos supersticiosos y santurrones, los reverendos ignorantes y presuntuosos y los superiores litigiosos, completan la caricatura. El padre Isla se descubrió en esta obra como escritor vigoroso, con una riqueza de invención verbal que recuerda a Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo. Se agrada en pormenores y anécdotas y se maneja con desenvoltura en un estilo que preludia el siglo XIX.
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