Ya sea inspirando a otros seres humanos o siendo una pieza esencial de la acción. José Clemente Orozco es una de las personas cuya vida, sin duda alguna, merece nuestra atención debido al grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la biografía de José Clemente Orozco es conocer más acerca de una época concreta de la historia del ser humano.
Si has llegado hasta aquí es porque sabes de la trascendencia que tuvo José Clemente Orozco en la historia. Cómo vivió y aquello que hizo durante el tiempo que permaneció en este mundo fue determinante no sólo para quienes trataron a José Clemente Orozco, sino que tal vez legó una señal mucho más insondable de lo que logremosconcebir en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a José Clemente Orozco de forma personal.José Clemente Orozco ha sido una persona que, por algún motivo, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
Las biografías y las vidas de personas que, como José Clemente Orozco, cautivan nuestra atención, tienen que ayudarnos siempre como referencia y reflexión para conferir un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Tratar de entender la biografía de José Clemente Orozco, el motivo por el cual José Clemente Orozco vivió del modo en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo durante su vida, es algo que nos ayudará por un lado a entender mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que avanza, de forma inevitable, la historia.
(Zapotlán, de hoy Ciudad Guzmán, 1883 - México, 1949) Muralista mexicano. Unido por vínculos de afinidad ideológica y por nuestra naturaleza de su trabajo artístico a las discutidas personalidades de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo, José Clemente Orozco fue entre los autores que, en el fértil periodo de entreguerras, logró florecer el arte pictórico mexicano merced a sus auténticos producciones, marcadas por las tendencias artísticas que brotaban del otro lado del Atlántico, en la vieja Europa.
Orozco cooperó al ingreso a la modernidad estética de toda Latinoamérica, si bien la afirmación tenga solo un valor relativo y deban considerarse las especiales especificaciones del arte que practicaba, poderosamente influido, como es natural, por la vocación pedagógica y el aliento político y popular que notificó el trabajo de los muralistas mexicanos. Empeñados estos en hacer una labor de educación de las masas populares, con objeto de incitarlas a la toma de conciencia revolucionaria y nacional, debieron buscar un lenguaje plástico directo, simple y poderoso, sin demasiadas concesiones al experimentalismo vanguardista.
A los veintitrés años ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Carlos para llenar su capacitación académica, ya que su familia había decidido que aprovechara sus indiscutibles condiciones para el dibujo en "unos estudios que le asegurasen el futuro y que, además de esto, tengan la posibilidad de ser útil para dirigir sus tierras", con lo que el jóven inició la carrera de ingeniero agrónomo. El destino profesional que el ambiente familiar le reservaba no satisfacía en lo más mínimo las pretensiones de Orozco, que prontísimo debió enfrentar las secuelas de un enfrentamiento interior en el que su talento artístico se sublevaba frente a unos estudios que no le interesaban. Y ahora en 1909 decidió consagrarse completamente a la pintura.
A lo largo de cinco años, de 1911 a 1916, para hallar los capital económicos que le dejaran ocuparse a su vocación, cooperó como caricaturista en varias publicaciones, entre ellas El Hijo del Ahuizote y La Vanguardia, y efectuó una destacable serie de acuarelas ambientadas en los distritos bajos de la ciudad más importante mexicana, con particular presencia de ciertos antros nocturnos frecuentemente sórdidos, probando en las dos facetas, la del caricaturista de actualidad y la del pintor, una singularidad muy influida por las tendencias expresionistas.
De esa temporada es, asimismo, su primer cuadro de enormes dimensiones, Las últimas fuerzas españolas evacuando con honor el castillo de San Juan de Ulúa (1915), y su primera exposición pública, en 1916, en la librería Biblos de Ciudad de México, constituida por cien pinturas, acuarelas y dibujos que, con el título de La Casa de las Lágrimas, estaban consagrados a las rameras y revelaban una singularidad en la concepción, una búsqueda de lo "diferente" que no excluía la compasión y optaba, claramente, por la crítica popular.
Puede encontrarse en las pinturas de esta primera temporada una visible conexión, si bien no una aparente predominación, con las del enorme pintor francés Toulouse-Lautrec, en tanto que el mexicano efectuó asimismo en sus cuadros una pintura para "la multitud de la calle", lo que se ha llamado "el enorme público", y los dos escogieron como tema y plasmaron en sus lonas el ámbito de los cafés, los cabarets y las viviendas de mala nota.
Orozco logró ofrecer a sus proyectos un caluroso tiempo afectivo, una crueldad aun, que le valió el título de "Goya mexicano", por el hecho de que lograba reflejar en el cuadro algo mucho más que la verdad física del modelo escogido, tal es así que en su pintura (singularmente la de caballete) puede captarse una obscura vibración humana a la que no son extrañas las situaciones del modelo. Conservó este sobrenombre para ofrecer testimonio de la Revolución Mexicana con sus representaciones en dibujo en La Vanguardia, uniéndose de esa forma a la tradición satírica estrenada, a fines del siglo XIX, por Escalante y Villanuesa.
Un año definitivo
Una fecha importante en la trayectoria pictórica de José Clemente Orozco es el año 1922. Por ese entonces se unió a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo y otros artistas para comenzar el movimiento muralista mexicano, que tan enorme predicamento en todo el mundo llegó a tener y que llenó de monumentales proyectos las ciudades del país. De inclinación nacionalista, didáctica y habitual, el movimiento pretendía poner en práctica la concepción del "arte de la calle" que los pintores defendían, poniéndolo al servicio de una ideología precisamente izquierdista.
Desde el criterio formal, la primordial característica de los gigantes frescos que hacía el conjunto era su abandono de las pautas y directivas académicas, pero sin someterse a las "recetas" artísticas y a las creaciones que proceden de Europa: sus producciones preferían volverse hacia lo que consideraban las fuentes del arte precolombino y las raíces populares mexicanas. Los artistas hicieron de este modo un estilo que se amoldaba a la labor que se habían asignado, a sus intranquilidades políticas y sociales y su intención didáctica; después (al lado de Rivera y Siqueiros) actuó en el Sindicato de Pintores y Escultores, decorando con amplios murales varios monumentos públicos y demandando para su trabajo, en un claro ademán que se deseaba ejemplarizante y reivindicativo, una remuneración semejante al salario de cualquier obrero.
Orozco era ya que un artista que optó por el "deber político", un artista cuyos temas referentes a la Revolución reflejan, con atormentado vigor y también insuperable maestría, la catástrofe y el heroísmo que llenan la historia mexicana, pero que dan fe asimismo de una destacable penetración en el momento en que capta las clases culturales o retrata el enorme mosaico étnico de su país.
Embajador artístico y también incansable viajero
En 1928 el artista escoge efectuar un viaje por el extranjero. Se dirigió a Nueva York para enseñar una exposición de sus Dibujos de la Revolución; inició de esa manera una actividad que le dejará contemplar sus pretensiones, ya que Orozco se financia desde entonces merced a sus varias exposiciones en diferentes países. Su exposición neoyorquina tuvo un éxito destacable, que fructificó un par de años después, en 1930, en un encargo para efectuar las decoraciones murales para el Pomona College de California, de las que merece ser señalado un grandilocuente y poderoso Prometeo; en 1931 decoró, asimismo, la New School for Social Research de Nueva York.
Pero más allá de haber roto con los moldes academicistas y a su rechazo a las creaciones estéticas de la vieja Europa, el pintor sentía una candente curiosidad, un prácticamente incontenible deseo de saber un conjunto de naciones en el que habían florecido tantas civilizaciones. Los provecho conseguidos con su trabajo en Nueva York y California le dejaron hacer el soñado viaje. Permaneció en España y también Italia, destinado a conocer museos y estudiar las proyectos de sus mucho más relevantes pintores.
Se interesó por el arte barroco y, desde ese momento, puede observarse alguna predominación de estas proyectos en sus siguientes realizaciones, más que nada en la organización compositiva de los conjuntos humanos, donde son evidentes las considerables diagonales, tal como en la utilización de los teatrales efectos del claroscuro (aprendido en el estudio de las proyectos de Velázquez y Caravaggio), cuya app le dejó hallar en sus producciones un poderoso efecto dramático del que hasta el momento carecía, merced al contraste entre luces y sombras y a las mesuradas gradaciones del negro en perspectivas aéreas.
Se dirigió entonces a Inglaterra; pero el carácter inglés, que le parecía "frío y poco con pasión", no le agradó en lo más mínimo y, tras mantenerse corto tiempo en París para tomar contacto con "las últimas tendencias actualmente", decidió arrancar el regreso a su tierra natal. Allí inició nuevamente la realización de enormes pinturas murales para las construcciones públicos.
Con la clara intención de ser un intérprete plástico de la Revolución, José Clemente Orozco puso de pie una obra monumental, intensamente trágica por su contenido y sus temas referidos a los hechos históricos, sociales y políticos que había vivido el país (contemplados siempre y en todo momento desde el infortunio y desde una visión de izquierdas increíblemente crítica), pero asimismo por su estilo y su forma, por el trazo, la paleta y la composición de sus pinturas, puestas al servicio de una expresividad beligerante y desgarradora.
Su obra podría enmarcarse en un realismo ferozmente expresionista, fruto quizás de su contacto con las vanguardias parisinas, pese a su consciente rechazo de las influencias estéticas del Viejo Planeta; el de el es un expresionismo que actúa en enormes creaciones, las que, por su rigor geométrico y el hieratismo de sus robustos individuos, nos hacen meditar, hasta determinado punto, en ciertos ejemplos de la estatua precolombina. Hay que rememorar sobre esto que Orozco, Rivera y Siqueiros (el "conjunto de los tres", como les agradaba nombrarse) defendían el regreso a los orígenes (o sea, a la pureza de formas del arte azteca y de la civilización maya) como primordial característica de su trabajo artístico.
Una vastísima obra monumental
En el momento en que, en 1945, publicó su autobiografía, el cansancio por una pelea política frecuentemente traicionada, el infortunio por las vivencias vividas en los últimos tiempos y, quizás, asimismo el ineludible paso de los años, se concretan en unas páginas de visible cinismo de las que aflora un aura desesperanzada y fatalista. Europa jamás llegó a comprenderle, por el hecho de que sus inquietudes estaban muy distanciadas de las intranquilidades que agitaban, en su temporada, al conjunto de naciones, y por el hecho de que no comprendía, tampoco, el contexto popular en el que Orozco se movía.
Su gigantismo, sus interesantes colores, aquella figuración narrativa que caía, ocasionalmente, en lo anecdótico, respondían al fin y al cabo a una pelea, a unas pretensiones objetivas que parecieron exóticas en el contexto europeo. Era un arte que pretendía ser útil al pueblo, ponerse al servicio de determinada interpretación de la historia, en unos murales de convincente fuerza expresiva.
Hay que poner de relieve, como exhibe del trabajo y las líneas creativas del pintor, las proyectos que efectuó, entre 1922 y 1926, para la Escuela Nacional Preparatoria de México D. F., entre aquéllas que hay un Cortés y la Malinche cuyo tema pone de relieve un instante vital en la crónica de México, en trazos transidos de luces y sombras. De 1932 a 1934, efectuó para la Biblioteca Baker del Darmouth College de Hannover (New Hampshire, Estados Unidos) una sucesión de seis frescos monumentales, entre los cuales, La enseñanza novelesca crea monstruos, aparte de aludir oscuramente a su profesor Goya, piensa una sarcástica observación en un edificio designado, exactamente, a albergar la biblioteca de una institución enseñante.
Para la Suprema Corte de Justicia de México D. F., Orozco efectuó 2 murales que son un compendio de las obsesiones de su historia: La justicia y Luchas proletarias, pintados a lo largo de 1940 y 1941. Por fin, en 1948 y para el Castillo de Chapultepec, en México D. F., Orozco hizo el que había de ser su último enorme mural, como homenaje a entre los políticos que, por sus orígenes indígenas y su talante liberal, mucho más cerca estaban del artista: Benito Juárez.
Integrante principal creador de El Colegio Nacional y Premio Nacional de Artes en 1946, practicó asimismo el grabado y la litografía. Dejó, además de esto, una abundante obra de caballete, caracterizada por la soltura de su técnica y sus pinceladas extensas y prolongadas; sus cuadros semejan en ocasiones una sinfonía de tonos oscuros y sombríos, mientras que en otras oportunidades su paleta opta por un colorido refulgente y prácticamente explosivo.
Entre sus cuadros mucho más significativos hay que nombrar La hora del chulo, de 1913, buena exhibe de su primer interés por los entornos sórdidos de la ciudad más importante; Combate, de 1920, y Cristo destroza su cruz, pintado en 1943, obra de revelador título que expone la actitud escencial y también ideológica que notificó toda la vida del artista. De entre sus últimas producciones en caballete, el Museo de Arte Carrillo, en México D. F., aloja una Resurrección de Lázaro pintada en 1947, prácticamente en el final de su historia.
En la producción de sus años finales puede advertirse un afán revolucionario, un deseo de presenciar con novedosas técnicas, que se refleja en el mural La Alegoría nacional, en cuya realización usó extractos metálicos engastados en el hormigón. Su aportación a la pintura nacional y la relevancia de su figura artística llevaron al presidente Miguel Alemán a organizar que sus restos recibiesen sepultura en el Panteón de los Hombres Consagrados.
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