Jorge Oteiza

La historia de las civilizaciones la escriben aquellas mujeres y hombres queen el paso de los años, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho quela sociedad, de un modo u otro,prospere.

Ya sea inspirando a más seres humanos o tomando parte de la acción. Jorge Oteiza es una de las personas cuya vida, indudablemente, merece nuestra atención por el grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de Jorge Oteiza es comprender más sobre una época concreta de la historia del género humano.

Las biografías y las vidas de personas que, como Jorge Oteiza, atraen nuestra curiosidad, deben ayudarnos en todo momento como punto de referencia y reflexión para conferir un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Intentar comprender la biografía de Jorge Oteiza, el motivo por el cual Jorge Oteiza vivió de la forma en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos ayudará por un lado a entender mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que se mueve, de forma implacable, la historia.

Vida y Biografía de Jorge Oteiza

(Orio, 1908 - San Sebastián, 2003) Escultor español, figura clave de la vanguardia de la década de los cincuenta. Jorge Oteiza Embil nació en el seno de una familia acomodada que había prosperado en el negocio de la hostelería. Introvertido y hostigado por miedos irracionales, tuvo una niñez triste, distanciada de los juegos y las contiendas del resto pequeños.

Entre 1914 y 1920 cursó el bachillerato en el Colegio del Sagrado Corazón de San Sebastián y en el de los Capuchinos de Lekaroz, Navarra. En esos años de capacitación su personalidad cambió radicalmente. Se volvió mucho más extravertido y sociable: no solo cultivó el boxeo y el teatro principiante, sino asimismo trabó amistad con incipientes artistas como el pintor Juan Cabanas o el músico Nicanor Zabaleta.

Estudios, dificultades y primeras proyectos

En 1927 se trasladó a Madrid con el propósito de estudiar arquitectura, si bien, por causas burocráticas, al final debió inscribirse en medicina. Pese a que jamás acabaría la carrera (la abandonó en el tercer curso para apuntarse en la Escuela de Artes y Oficios), la asignatura de bioquímica despertó su interés por la estatua, por la experimentación de lo que él definió como «biología del espacio». Fue asimismo en la ciudad más importante de España donde se acentuó, desde situaciones sociales y de izquierdas, su conciencia identitaria vasca.

En 1928 su padre y su hermano, tras la quiebra del negocio familiar, emigraron a Argentina, teniendo él que responsabilizarse de su madre y sus cinco hermanos pequeños. Para poder costearse los estudios, trabajó de camarero, de contable en una frutería e inclusive de linotipista. Aun de esta manera, pasó enormes adversidades económicas y a lo largo de una extendida temporada estuvo alimentándose con la sopa para indigentes que repartían en un convento.

Sus primeras estatuas, figurativas y con un cierto aire arcaizante, nacieron bajo la predominación de artistas como Jacob Epstein, Alberto Sánchez y, más que nada, Pablo Picasso. Ya en los años treinta, al lado de sus amigos los pintores Narkis de Balenciaga y Nicolás de Lekuona, se ingresó en la vida artística de San Sebastián por medio de distintas exposiciones y concursos. Así, en 1931 fue premiado con el primer premio en el IX Concurso de Artistas Noveles Guipuzcoanos, con una estatua singularmente llamada: Adán y Eva, TgS=A/B (tangente S igual a A partido por B).

En 1935, adjuntado con Balenciaga, viajó a Sudamérica, empezando un periplo que lo llevaría a Argentina primero y a Chile, Colombia y Perú en los años consecutivos. En los prácticamente quince años que estuvo en tierras americanas el joven Oteiza no dejó lote por examinar: fue instructor en la Escuela Nacional de Cerámica de Buenos Aires, participó en Santiago de Chile en la creación del teatro político en fase de prueba, se imbuyó de movimientos de vanguardia como el cubismo y el constructivismo, estudió con devoción la estatuaria megalítica de las etnias amerindias... Y además de esto, conoció a quien fue el enorme amor de su historia, Itziar Carreño, con la que se casó en 1938.

Hacia la obra fundamental y mística

A principios de la década de los 40 comenzó a ingresar oquedades en sus estatuas. Aquellas incipientes exploraciones sobre el hueco y el volumen (en la línea del enorme escultor británico Henry Moore) habrían de devenir el cauce creativo por el que discurrirían sus producciones siguientes. En 1948 regresó al País Vasco, instalándose en Bilbao. El panorama que se halló era claramente desolador; nada quedaba de aquel ímpetu cultural que había florecido a lo largo de la República.

Ideológicamente, Oteiza luchó por unir y revitalizar el decaído planeta artístico vasco, pero se encontró con la desidia de las instituciones, tanto las del régimen franquista como las del nacionalismo vasco en la clandestinidad. En lo artístico, continuó sus especulaciones cerca de la desocupación del espacio escultórico, creando piezas poco a poco más fundamentales y místicas.

En 1950 se le adjudicó la estatuaria para la novedosa basílica de Aránzazu (Guipúzcoa), proyectada por el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza. Su intervención fue polémica desde el comienzo: la heterodoxa iconografía del friso de los Apóstoles (representó catorce) tal como su estética, bastante vanguardista para el gusto de las instituciones eclesiásticas, provocaron que la Comisión Pontificia paralizara la ejecución de las piezas por considerarlas sacrílegas. A instancias del papa Pablo VI, el emprendimiento se reinició en 1968. Las puertas del templo, efectuadas por un joven Eduardo Chillida en hierro y en un estilo geométrico espacialista, provocaron una honda impresión en Oteiza.

Aunque a lo largo de años los dos escultores serían contrincantes fanáticos (mucho más por la parte de Oteiza que de Chillida), la verdad es que la poética desplegada en aquellas puertas, aun sin que él lo reconociese jamás, determinó en enorme forma la evolución de su obra. Tanto fue conque en los años cincuenta (su periodo artístico mucho más fructífero) abandonó finalmente la figuración y se adentró por un sendero de depuración formal y de diálogo entre la materia y el vacío.

El éxito y el reconocimiento en todo el mundo no se hicieron aguardar, y en 1957 ganó el primer premio de estatua de la Bienal de São Paulo, en Brasil, con la serie Propósito en fase de prueba. Su especial forcejeo con el volumen y el espacio llegaría a su cenit en series como Desocupación de la esfera (1957-1958) y Cajas vacías o Cajas Metafísicas (1958), en las que el objeto quedaba desmaterializado prácticamente completamente a favor de un espacio que él comprendía metafísico y espiritual.

Otras inquietudes

A partir de la década siguiente, Oteiza abandonó la práctica escultórica usual para desarrollar novedosas inquietudes creativas como la poesía, la arquitectura o la filosofía. «Aprecié que de mis estatuas salían expresiones», señalaría el artista vasco. Con todo, no fue la suya una actitud de mutismo o retiro; al revés, desde entonces desarrolló una actividad pública furiosa: no solo escribió ensayos tan definitivos como Quosque tandem...! Ensayo de interpretación estética del alma vasca (1963), sino impulsó el movimiento de vanguardia con la creación de conjuntos como Gaur, Emen, Danok y Orain.

En 1988 la Fundación La Caixa y el Museo de Bellas Artes de Bilbao organizaron una enorme exposición antológica sobre su obra. Como viniendo a desmentir que esos años de silencio hubieran puesto fin a sus indagaciones plásticas, se exhibió en aquella exhibe una multitud de maquetas y proyectos de pequeño formato que el artista había elaborado en papel, cartón, aluminio y tiza.

A lo largo de los años noventa, prosiguió en su papel de activista y agitador cultural, desatando sonadas polémicas, como la que protagonizó con el Museo Guggenheim Bilbao. «Jamás expondré en este museo», ha dicho en 1996 en el momento en que estaba visitando las proyectos de tal centro. Su relación con las instituciones vascas tampoco fue buena: «Cansado del país y sus mandatarios», en 1992 decidió conceder sus fondos artísticos y reportajes al gobierno de Navarra, herencia ésta que quedó supeditada a la creación de una fundación que contribuyese al estudio y la divulgación de su obra y del arte contemporáneo por norma general.

Este deseo se realizó situación en el mes de abril de 2003 al inaugurarse en Alzuza, un pequeño pueblo cercano a Pamplona, el Museo Oteiza, desarrollado por su viejo amigo y colaborador Sáenz de Oiza. Con todo, ni uno ni otro lograron ver el emprendimiento acabado: Sáenz de Oiza había fallecido un par de años antes, en 2001, y Jorge Oteiza murió el 9 de abril de 2003, pocos días antes que el centro abriese sus puertas, a los noventa y 4 años de edad, gracias a una prolongada patología respiratoria.

Escultor, poeta, pensador y arquitecto vocacional, Jorge Oteiza fue entre los artistas mucho más esenciales del siglo XX. En su obra supo conjugar la magia y la espiritualidad de los monumentos megalíticos, en especial los del País Vasco, con las creaciones formales de los movimientos de vanguardia. Igualmente, su tarea pedagógica, tal como sus aportaciones en el campo de la estética y la teoría del arte, contribuyeron a forjar múltiples generaciones de escultores, ciertos de ellos tan señalados como Andreu Alfaro o Txomin Badiola. Aunque siempre y en todo momento rehuyó los agasajos y los honores, durante su historia recibió premios tan esenciales como el Príncipe de Asturias de las Artes, en 1988, o la Medalla del Círculo de Bellas Artes, en 1998.

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