(Treptow an der Rega, Pomerania, 1808-Berlín, 1884) Filólogo, historiador y político alemán. Propugnó la unificación de Alemania y el papel directivo que debía tener Prusia. En 1848 fue escogido integrante del Parlamento de Frankfurt. Su obra más esencial es Historia de la política prusiana, en catorce volúmenes (1855-1886), que dejó inconclusa.
Principal creador de la llamada escuela histórica prusiana, Droysen, que fue entre los iniciadores de aquel pangermanismo cultural que fue llevado a su expresión máxima por Treitschke, mantuvo siempre y en todo momento la superioridad de Prusia sobre todos y cada uno de los pueblos de raza germánica, sentando las bases históricas sobre las que Bismarck orientó su política hegemónica. Su Historia de la política prusiana forma un colosal monumento a la gloria del Estado prusiano, encarnado en la monarquía de la vivienda de Brandeburgo; esta magnífica obra prosigue el avance de la monarquía prusiana desde los orígenes hasta 1756, es decir hasta los inicios de la guerra de los Siete Años, que elevó a Prusia al rango de enorme capacidad continental europea.
Pese a los desenlaces de las mucho más recientes indagaciones y los nuevos horizontes libres a la historiografía, las páginas de Droysen sostienen su valor por la cantidad del material recogido y por su sabia distribución. El creador manifestó una destacable personalidad de historiador y de constructor y una extraña aptitud para poner de relieve el grupo de las fuerzas internas y también invisibles que desarrollan la historia. Sin embargo, tratando probar su proposición, Droysen se separa del lote puramente propósito para traspasar en el de la polémica; por poner un ejemplo, hace aparición bastante acentuada la inclinación a glorificar en todo instante el éxito, con independencia de todo juicio ética. De este defecto se resiente toda la obra por el hecho de que, siendo bien difícil aceptar que el estado prusiano tuviera desde los inicios la inmutable y incesante aspiración de reunir todos y cada uno de los pueblos germánicos bajo la guía de los Hohenzollern de Brandeburgo, Droysen, para corroborar su proposición, se ve obligado frecuentemente a forzar los hechos que había juntado y de manera sabia dilucidado.
Antes de la Historia de la política prusiana, Droysen había señalado como eximio historiador con otro ambicioso trabajo, la Historia del helenismo. El creador se ha propuesto una obra de mayor extensión que por último constó de tres partes, aparecidas separadamente: La historia de Alejandro Magno (1833); la Historia de los sucesores de Alejandro (1836) y la Historia de la constitución de los reinos helenísticos (1843); todas estas partes, muy revisadas, fueron más tarde reunidas y publicadas bajo el título de Historia del Helenismo, publicada en 1877-78, en Gotha.
Droysen fue el primer historiador que usó el término "helenismo" para designar la novedosa forma de cultura que, tras las conquistas de Alejandro Magno, floreció en enorme lugar de este mundo popular: una cultura que es principalmente la civilización griega, pero que al tomar contacto con otros pueblos, absorbió algunas peculiaridades de sus etnias, convirtiéndose y transformándose de griega en universal. Droysen reconoció y caracterizó la función histórica de este periodo, que no es visto como expresión de la caída griega sino más bien como la aparición y el florecimiento de una exclusiva etapa histórica, fundamentalmente diversa pero del mismo modo gloriosa y importante; no como el desenlace sino más bien como la expansión del genio helénico, merced a la fusión de la civilización griega y la occidental.
Partiendo de este criterio, el juicio de Droysen sobre Alejandro Magno, cuya actividad determinó eminentemente la fisonomía de esta temporada, no podía ser sino más bien admirativo. Droysen encomia al macedonio, intentando de justificar aun los puntos menos fenomenales de su carácter y de su acción, sea desde un criterio histórico, sea de un criterio humano. Ante todo, como es natural, festeja la fusión entre helenos y salvajes preconizada por Alejandro, que si bien pudiese parecer como una negación de los fines por los que Macedonia había proclamado la guerra a Persia, fue asimismo la propuesta que se requiere para que brotara la novedosa civilización, al alcanzar el espíritu heleno por el planeta.
El segundo volumen entiende la historia del imperio de Alejandro, desde la desaparición del héroe (323) hasta la ocupación de Macedonia por Antígono y el objetivo de la invasión celta (277). Es una era de luchas y agitaciones que Droysen trata de interpretar, considerándolas como el avance de las fuerzas negativas que tenían que aparecer siempre de la enorme obra de Alejandro, como la antistrofa de la temporada del enorme rey, según definición del propio Droysen. Alejandro se había propuesto como fin último poder la fusión entre Oriente y Occidente en una monarquía de tipo oriental. Pero la reacción trabaja naturalmente en sentido opuesto con la descomposición del Imperio macedonio, pese a las tentativas que para impedirla hicieron en primer término Perdicas y después Polisperconte en Occidente y Eumeno en Oriente. Se procuran todas y cada una de las resoluciones, pero en balde, y se llega a la capacitación de los distintos reinos helenísticos.
El tercer volumen empieza con un extenso resumen en el que se examina la marcha de la civilización en ámbas márgenes del mar Egeo, tras lo que se reemprende el tema original. Mientras Macedonia y Tesalia están agitadas por luchas sin fin, por la peste y por la invasión celta, van a la luz nuevos elementos históricos: en Grecia, la liga etólica y la liga aquea; en Occidente, Cartago, el estado mercantil, y Roma, el estado agrario. El antagonismo entre estas tres enormes potencias deja la capacitación y vida de los pequeños estados, que viven una vida de tensión y descontento, mejorando de este modo el lote para la conquista romana. Con esta conquista se comenzará una exclusiva serie de luchas transladadas por las ideas religiosas entre el monoteísmo y el politeísmo, que acabará con la victoria del monoteísmo, más allá de que hablamos de un monoteísmo que, con el cristianismo, renuncia a su primitivo carácter nacionalista para asumir el carácter de universalidad.
La historia de Droysen está creada precisamente, según el principio de la dialéctica hegeliana; los hechos están por norma general vistos a la luz de las causas finales a que tienden. Droysen está dotado de una inusual capacitad de abstracción y de captación de una línea fundamental en la dificultad de los hechos, tal como de visión de las causas motrices sobre las apariencias superficiales de los hechos; la consecuencia es que su obra, mucho más que una historia de hechos, hace aparición como una historia de ideas.
Esta capacitad de síntesis y de aclaración resalta, más que nada, en la crónica de los sucesores de Alejandro, periodo histórico complicadísimo en sí y del que, además, disponíamos de testimonios muy incompletos y desligados. Droysen logró de los hechos de este periodo un movimiento complejo, pero inteligible, que se desenvuelve según una línea lógica y bien precisa de avance.
Paralela a esta actitud suya, es característica la forma con que Droysen interpreta la historia según otra inclinación: la de ver en los hechos el sello de una intención superior que los guía hacia un fin preciso. Se entiende de esta forma de qué manera Droysen se sintió atraído, antes que por otro tema, por el periodo de Alejandro Magno, en el que cabe ver tal intención mejor que en otro instante de la historia.
En cuanto al valor de Droysen como escritor, tiene un estilo veloz, tenso, en el que en ocasiones se trasluce el ahínco para expresar del modo mucho más claro ideas que por sí mismas resultarían bastante complejas: un estilo prácticamente atormentado, mucho más de pensador que de narrador, pero que, exactamente por su consistencia, muestra con cierta frecuencia una especial efectividad. El modo de concretar los letras y números resulta muy vivo, quizás superior al que desearíamos el día de hoy para una obra histórica. Y si es verdad que hoy en dia puede aseverarse que las ideas y su procedimiento se encuentran en parte superados, absolutamente nadie puede denegar la relevancia que estos volúmenes (y en especial el primero, que todavía es el mucho más vivo) tuvieron para nuestro conocimiento de todo el mundo viejo.
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