La historia universal la cuentan aquellas personas queen el transcurrir de los siglos, gracias a sus obras, sus pensamientos, sus creaciones o su talento; han hecho queel mundo, de un modo u otro,prospere.
Apreciar lo bueno y lo malo de las personas destacadas como Jeanne Moreau, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es una cosa fundamental para que podamos poner en valor no sólo la vida de Jeanne Moreau, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por Jeanne Moreau, aquellas personas a quienes de de una u otra forma Jeanne Moreau influenció, y indudablemente, conocer y descifrar cómo fue el hecho de vivir en el momento de la historia y la sociedad en la que vivió Jeanne Moreau.
Las biografías y las vidas de personas que, como Jeanne Moreau, cautivan nuestra curiosidad, tienen que servirnos siempre como referencia y reflexión para ofrecer un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Intentar comprender la biografía de Jeanne Moreau, el motivo por qué Jeanne Moreau vivió de la forma en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo en su vida, es algo que nos impulsará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que avanza, de forma inexorable, la historia.
(París, 1928 - 2017) Actriz y directora francesa. Jeanne Moreau nació en París el 23 de enero de 1928. Pasó la niñez y una parte de la adolescencia en Vichy, donde su padre, que viene de Auvèrgne, dirigía un lugar de comidas. De él heredó «una enigmática fascinación por las expresiones» que basó su cultura; de su madre, una británica que dejó el baile en espectáculos de gacetas al casarse, su segunda lengua y la atracción por los niveles.
Los días contentos de sus primeros años, al lado de su abuela paterna, «su única cómplice», y las visitas a su abuelo materno, un instructor de navegación que le enseñó «las mareas, los ciclos de la luna y las estrellas», han quedado enterrados desde 1939 con la irrupción de la Segunda Guerra Mundial, la ocupación alemana, la ruina familiar, la detención de su madre con la estrella amarilla que el nazismo imponía a los ciudadanos judíos, y después «el mal por los camaradas ausentes que jamás volvieron a clase, la impotencia, el temor y la indignación».
En marzo de 1944, a los dieciséis años, la visión de la Antígona de Jean Anouilh en el Théâtre de l’Atelier le descubrió su vocación: «Ese día supe que deseaba estar ahí, bajo los proyectores, ser la rebelde que se encara a los dioses y charla por esos que no se animan». Unos meses después, la alegría de la liberación quedó eclipsada por la conmovida asistencia a un ensayo de Fedra, de Racine, que interpretaba Marie Bell en la Comédie Française.
Entonces empezó a estudiar arte dramático a ocultas, y tres años después, una escena de la Ifigenia del mismo creador le franqueó la admisión en el Conservatorio. En enero de 1948, el día en que cumplía veinte años, firmó su primer contrato de «pensionista» en la Comédie frente su instructor de interpretación y decano de la institución, Denis d’Inès, y a lo largo de los tres años siguientes integró el elenco permanente del Théâtre National Populaire.
Era el principio de una carrera cuyos inmediatos triunfos en el ámbito la proyectaron al cine. Durante prácticamente una década abordó todo tipo de individuos secundarios al lado de los enormes actores actualmente, como Fernand Joseph Contandin, Fernandel, o Jean Gabin, hasta el momento en que llegó el éxito con sus primeros trabajos como personaje principal.
Ya pasados los años mucho más duros de la posguerra, el cine europeo vivía una temporada de total experimentación. En Francia, un conjunto de jóvenes realizadores, en su mayor parte ex- críticos de la gaceta Cahiers du Cinéma, empezaba a ofrecer forma, con sus primeros grabes, al movimiento popular como nouvelle vague; en otra vertiente, el cine francés (que con el sueco era ahora el mucho más permisivo de todo el mundo en cuestiones morales) se liberó aún mucho más en esos puntos con las proyectos de directivos como Roger Vadim, a través de un régimen mucho más explícito de la sensualidad, el sexo y el erotismo. Italia se distanciaba del neorrealismo puro y duro y también inauguraba el llamado «cine de la incomunicación» a través de Michelangelo Antonioni, y Gran Bretaña se sublevaba contra toda regla con el free cinema.
Moreau penetró en el instante justo, en el momento en que el fulgor de las estrellas que hasta el momento habían reinado en la cinematografía francesa languidecía a pasos desmedidos. Nombres como los de Martine Carol, Françoise Arnoul o Nicole Berger han quedado en escaso tiempo en el olvido frente a las novedosas estrellas. Y entre estas, en frente de un icono sexual como Brigitte Bardot o una hermosura muy elegante como Catherine Deneuve, Moreau encarnaba, con su fachada de mujer con experiencia, su voz grave y su indudable sabiduría, a la heroína genuinamente actualizada, erótica y cerebral.
Y prácticamente todos los autores de esta renovación vieron en ella a la intérprete ideal de sus proyectos. Fue la mujer infiel de Los amantes (1958), cuyo entusiástico orgasmo escandalizó a la Iglesia y provocó la prohibición del largometraje en ciertos países; la libertina construída por Pierre Choderlos de Laclos en la primera versión de Relaciones peligrosas (1959), de Roger Vadim; la contradictoria mujer de Marcello Mastroianni en La noche (1960), de Antonioni; la libérrima chavala que quiere al unísono a los 2 personajes principales de Jules et Jim (1961), de François Truffaut. Y su largo paseo no hacía mucho más que empezar.
Durante los años que prosiguieron, amplió su registro al accionar indiferentemente en francés y en inglés, y pasó de Jacques Demy a Tony Richardson y de Peter Brook a Bertrand Blier con la naturalidad y el savoir faire que preservaría durante su trayectoria. Este cosmopolitismo es otra de las especificaciones que distinguen su filmografía desde el comienzo de su trayectoria. De hecho, rodó la trabaja prima de Louis Malle que le daría popularidad, Ascensor para el cadalso (1957), tras coprotagonizar con Micheline Presle Las lobas (1957), del argentino Luis Saslavsky. Y entonces pasó a trabajar en Italia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Brasil, Alemania, Canadá, Bélgica, Suiza y Grecia.
La madurez de una actriz
En el momento en que rondaba los cincuenta años, alternó los tradicionales con los nuevos cineastas y participó en vivencias vanguardistas, como los grabes liderados por su amiga Marguerite Duras, Nathalie Granger (1973) y también India song (1975) -con los años, tras la desaparición de la autora, puso voz a su personaje en Cet amour là (1997), de Josee Dayan-, y ella misma experimentó la realización con los films Lumière (1976), con guion propio, y La joven (1979), y un reportaje sobre la actriz Lillian Gish. Ya con signos quizá un poco prematuros de madurez, accedió a interpretar un personaje puesto en compromiso en el largometraje que iba a cerrar la filmografía de Rainer Werner Fassbinder: Querelle (1982).
Tras este último trabajo abrió un largo paréntesis en su actividad, único periodo pasivo en su intensa trayectoria. Mucho tiempo después llegó a conocerse que sufría un cáncer y que a lo largo de ese transcurso había luchado contra el mal. Este hecho la llevó a regentar en teatro la versión francesa de Ingenio, de la dramaturga estadounidense Margaret Edson, que estrenó en Lisboa en 1999 y que muestra una experiencia similar a la suya y la manera de confrontar a la patología.
La verdad es que nunca trascendió nada de su historia personal. Jeanne Moreau se casó en un par de ocasiones: en 1949 con el comediante, escritor de guiones y directivo Jean-Louis Richard, padre de su único hijo y del que se divorció a fines de la década siguiente, y en 1976 con el directivo estadounidense William Friedkin, del que asimismo se apartó un par de años después. Tras su segundo divorcio vivió la mayoría del tiempo sola («Algo de soledad es quizás el único precio que hay que abonar para sostener la independencia», aseveró) y prosiguió mucho más activa que jamás, ahora de vuelta de muchas peleas. Reconvenía a quien la llamara Madame Moreau («no estoy casada con mi padre») y odiaba que la considerasen una historia de historia legendaria viviente: «Me siento más que nada viviente, aún llena de curiosidad y nada interesada en mi popularidad póstuma».
Entre fines del siglo XX y los tiempos del nuevo milenio se sucedieron los honores y homenajes a Jeanne Moreau, una estrella cuyo brillo singular traspuso los límites de las pantallas para erigirse en personaje emblemático de una temporada, de unos directivos y de una forma de realizar y comprender el cine. Así lo comprendieron la Mostra de Venecia en 1992, el Festival de Cine de San Sebastián en 1997 y el de Berlín en 2000 (que le dieron sendos premios al grupo de su trayectoria y a su aportación al cine) y la Academia de Hollywood, que la distinguió con un Oscar honorífico en 1998. Estos y otros festivales que concitan la atención mundial de los expertos del trabajo y del público cinéfilo ofrecieron retrospectivas de entre las filmografías mucho más fecundas y también atrayentes que haya podido hilvanar una actriz: en su filmografía, de hecho, convergen varios de los realizadores que marcaron un punto de cambio en la historia del cine, y prácticamente todos los estilos y géneros que lo constituyen hasta engrosar una lista de prácticamente cien títulos.
En enero de 2001, Jeanne Moureau se transformó en la primera mujer en ser escogida integrante de pleno derecho de la Academia de Bellas Artes de Francia. La actriz francesa, que había encarnado a lo largo de décadas la feminidad intelectual y que tenía una trayectoria profesional de sobra de cincuenta años en el teatro y el cine, accedía de esta forma a una institución que, en sus doscientos años de historia, se había caracterizado por ser fundamentalmente masculina. En su ingreso en la Academia logró suya una oración de Iván Turgueniev, cuya obra había interpretado en la Comédie: «Se siembra a lo largo de años..., años que se marchan como inviernos. Llegas a opinar que no existe la primavera... y de repente, de cuajo, ¡ahí está el sol!».
En plena madurez, con la edad que tenía y aparentaba, proseguía en medio de una actividad. Daba recitales por los niveles de todo el mundo, rodaba películas para la televisión, escribía guiones, dirigía cine y teatro y encabezaba la fundación Equinoxe, encargada de la capacitación de nuevos talentos de europa en el planeta del guion. «El tiempo es un instructor despiadado, pero magnífico», afirmó la actriz en su alegato de investidura como integrante de pleno derecho de la Academia de Bellas Artes de Francia, «y sus enseñanzas con frecuencia queman, pero si se presta atención se puede estudiar de ellas cosas de enorme manera enriquecedoras».
¿Qué juicio te merece la existencia de Jeanne Moreau? ¿Has podido leer la información que suponías que ibas a hallar?
Sin duda alguna descubrir en lo más recóndito a Jeanne Moreau es algo que se reserva a un grupo limitado de personas, y que intentar reconstruir quién fue y cómo fue la vida de Jeanne Moreau es una especie de rompecabezasque probablemente logremos rehacer si colaboramos todos juntos.
Debido a esto, si eres de esas personas que confían en que de modo colaborativo es posible crear algo mejor, y detentas información acerca de la biografía de Jeanne Moreau, o acerca de algún característica de su personalidad u creación que no se observe en esta biografía, te solicitamos que nos lo hagas llegar.
Las sutilezas y las peculiaridades que llenan nuestras vidas son decididamente imprescindibles, ya que marcan la diferencia, y en el caso de la vida de un ser como Jeanne Moreau, que tuvo su significación en una época concreta, es esencia tratar de ofrecer una visión de su persona, vida y personalidad lo más exacta posible.
Sin dudarlo, contacta con nosotros para narrarnos qué conocimientos tienes tú acerca de Jeanne Moreau. Estaremos ilusionados de poder completar esta biografía con más información.