James Wolfensohn

Ya sea inspirando a otros seres humanos o formando parte de la acción. James Wolfensohn es uno de esos seres humanos cuya vida, indudablemente, merece nuestro interés debido al nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la biografía de James Wolfensohn es conocer más sobre periodo preciso de la historia de la humanidad.

Si has llegado hasta aquí es porque tienes consciencia de la importancia que detentó James Wolfensohn en la historia. Cómo vivió y aquello que hizo mientras estuvo en la tierra fue decisivo no sólo para las personas que conocieron a James Wolfensohn, sino que a caso dejó una huella mucho más insondable de lo que podamosimaginar en la vida de gente que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a James Wolfensohn de forma personal.James Wolfensohn ha sido un ser humano que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.

Comprender lo bueno y lo malo de las personas significativas como James Wolfensohn, personas que hacen rotar y transformarse al mundo, es algo básica para que podamos poner en valor no sólo la existencia de James Wolfensohn, sino la de todas aquellas personas que fueron inspiradas por James Wolfensohn, gentes a quienes de de una u otra forma James Wolfensohn influyó, y sin duda, entender y comprender cómo fue vivir en la época y la sociedad en la que vivió James Wolfensohn.

Vida y Biografía de James Wolfensohn

(Sydney, 1933) Financiero australiano nacionalizado estadounidense que encabezó el Banco Mundial desde 1995 hasta 2005. James Wolfensohn nació en Sydney (Australia) el 1 de diciembre de 1933, en el seno de una familia de clase media de origen judío. Aunque siempre y en todo momento estuvo relacionado a su país natal, en el que se desarrolló su niñez, cursó el bachillerato y se licenció en derecho por la Universidad de Sydney, próximamente decidió moverse a Estados Unidos para agrandar una capacitación que desde ese instante discurriría por una vertiente marcadamente económica.

Antes de ofrecer el salto, Wolfensohn se alistó en el ejército, en el que llegó a ser oficial de la Royal Australian Air Force (Fuerza Aérea de Australia). En esta época llegó a ser integrante del aparato olímpico australiano de esgrima (1956), si bien no logró cosechar éxito alguno en este campo. Nacionalizado estadounidense, Wolfensohn amplió su capacitación, tras graduarse en la Escuela de Negocios de Harvard, con un máster de administración de compañías. Ése sería entre los pilares en los que se sustentaría su carrera, donde asimismo prestó sus servicios como letrado en múltiples despachos expertos.

Trayectoria en el planeta financiero

Su dilatada carrera en el planeta de la banca y las finanzas empezó a través de la Corporación Financiera Henry Schroeders, cuyas áreas de trabajo en Nueva York presidiría, lo que se transformó en su pasaporte para las áreas de trabajo de Londres, donde llegó a ser directivo gerente de Schroeder Ltd. Tras unos años en la ciudad más importante británica, deseó regresar a Nueva York y lo logró, pero como asesor encargado de otra esencial financiera, Salomon Brothers. Fue un periodo en el que asimismo formó una parte de los consejos de administración de CBS y de Continental Grain, aparte de asesorar a muchas otras compañías del panorama social y económico estadounidense y a ciertas de su Sydney natal.

Tras reunir todos esos mimbres, optó por hacer su cesto, y con esa intención formó el fondo de inversión James D. Wolfensohn Inc., que inauguró en 1981. Aunque jamás llegó a despuntar ni a transformarse en un líder del bien difícil campo en el que Wolfensohn decidió desembarcar, la verdad es que le aproximó a los únicos círculos de poder político y económico, entre aquéllos que acabó por transformarse en una señalada personalidad. Fueron catorce intensos años los que transcurrieron hasta el momento en que el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, se fijó en él a fin de que encabezara el Banco Mundial.

La presidencia del Banco Mundial

El 11 de marzo de 1995 Clinton anunció el ascenso de James Wolfensohn como presidente del Banco Mundial en substitución de Lewis Preston, enfermo de cáncer. En junio de ese año, Wolfensohn tomó posesión del cargo con el deber de flexibilizar y llevar a cabo mucho más activa una institución en todo el mundo a la que pertenecían mucho más de 180 países.

Desde ese instante, empezó a marcar su huella en un organismo que, según la definición que recogen sus estatutos, se hace cargo de «batallar la pobreza para conseguir desenlaces durables y contribuir a la multitud a asistirse a sí y al medioambiente que la circunda, proveyendo elementos, entregando entendimientos, creando aptitud y forjando asociaciones en los ámbitos público y privado». De la particularidad de su talante dan iniciativa sus afirmaciones en las que no tuvo ningún reparo en admitir el daño medioambiental provocado por entre los proyectos del banco en la selva amazónica, una confesión inusual por seguir del máximo responsable del Banco Mundial efectuada en el momento en que solamente llevaba 4 meses en el cargo.

Los nuevos aires con los que llegó a la institución, con origen en Washington, se tradujeron en un extenso programa de reformas. Además de achicar la plantilla y descentralizar la administración del banco, empezó a elegir mejor los proyectos a financiar a través de un consejo de inspección de afuera con el que observaba las inversiones, y logró que el capital privado se dirigiera a los países pobres que no tenían ingreso a los mercados financieros.

Su contribución a la optimización y renovación del desempeño del Banco Mundial se puso de manifiesto mediante resoluciones como la que adoptó en 1996 al ofrecer una reducción de la deuda externa de los países mucho más pobres. A idea de Wolfensohn, esta institución renunció precisamente a un 7% de los fondos que había prestado, que representaban unos 2.000 millones de dólares americanos. Por el opuesto, no vaciló en criticar con dureza la coyuntura económica que atravesaba América latina. También se mostró muy crítico con el emprendimiento de oficializar el dólar estadounidense en las economías de la zona, al comprender que «no se ganaría bastante con un cambio en las monedas nacionales sin un cambio de las reglas que rigen la economía de cada país».

Una férrea administración

Atemperar la pobreza de los países en vías de avance fué una de sus primordiales intranquilidades en el ejercicio de su cargo y mucho más en el momento en que, según una investigación que nuestro Wolfensohn encargó a un aparato del Banco Mundial, si se toma la pobreza en concepto de cuánta gente tiene capital de un dólar o menos al día, en el planeta hay cerca de 1.700 miles de individuos pobres, el doble que en 1974. Sin embargo, siempre y en todo momento fué siendo consciente de que es realmente difícil que esta situación se logre «sanar con dinero». «Antes hay que agredir la corrupción; es el tema número uno de nuestra agenda», mantiene.

Su férrea administración ha cosechado esenciales éxitos y en alguna ocasión no ha dudado en confrontar, aun, con el gobierno de Estados Unidos. En preciso, con el secretario del Tesoro estadounidense, John Snow, quien procuró apretar al Banco Mundial a fin de que enviara a un conjunto de especialistas con el propósito de efectuar una opinión técnica de la infraestructura económica y popular que quedaba en Iraq tras la guerra de 2003. Wolfensohn se opuso al no tener el beneplácito de la ONU, que tampoco había autorizado la invasión de Iraq, dirigida ajeno de la institución por el llamado «trío de las Turbes»: el presidente estadounidense George W. Bush, el presidente británico Tony Blair y el presidente español José María Aznar.

«He dejado una vida muy cómoda y de éxito por un trabajo duro y cansador que, no obstante, pienso que me da la posibilidad de mudar algo el planeta», reconoció pocos meses tras tomar posesión de la presidencia del Banco Mundial. Y es que Wolfensohn ha dedicado parte importante de su tiempo y empeño a intentar progresar las condiciones de vida de los pobladores de los países mucho más pobres.

De esta manera, ha visitado mucho más de cien países para comprender in situ los inconvenientes que atraviesan sus ciudades. En estos viajes, explota para tomar contacto con organizaciones no gubernativos, medios, movimientos religiosos, de feministas, de alumnos y de enseñantes, para tener una visión completa de la verdad popular y tener mucho más elementos de juicio en el momento de ofrecer las medidas para relanzar la coyuntura económica.

Por su trabajo voluntario, se realizó acreedor del primer Premio David Rockefeller, entregado por el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York. Nombrado caballero honorario por la reina Isabel II de Inglaterra, ha recibido reconocimientos oficiales en varios países. Su deber popular le llevó, además de esto, a transformarse en presidente de la Federación Internacional de Esclerosis Múltiple.

Casado y padre de tres hijos, Wolfensohn es un con pasión del violonchelo; es integrante de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias y integrante retirado del Carnegie Hall, al que se unió como colega en 1970 y en el que once años después -tras una restauración a la que nuestro Wolfensohn contribuyó a nivel económico- dio un recital de ese instrumento. También es integrante de la Sociedad Filosófica de Estados Unidos, aparte de máximo exponente del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton y integrante de su Consejo de Relaciones Exteriores.

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Las sutilezas y las peculiaridades que llenan nuestras vidas son decididamente imprescindibles, ya que marcan la diferencia, y en el caso de la vida de un ser como James Wolfensohn, que tuvo su trascendencia en una época determinada, es vital procurar brindar un panorama de su persona, vida y personalidad lo más precisa posible.

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