Ya sea inspirando a más seres humanos o formando parte de la acción. Israel Zangwill es una de esas personas cuya vida, en efecto, merece nuestra consideración por el grado de influencia que tuvo en la historia.Conocer la vida de Israel Zangwill es conocer más acerca de un periodo concreto de la historia de la humanidad.
(Londres, 1864 - Midhurst, 1926) Novelista y dramaturgo inglés. Estudió en Plymouth, en Bristol y en la escuela judía del East End londinense, donde trabajó entonces en calidad de instructor. Pronto abandonó la enseñanza a favor del periodismo, que probablemente respondía mejor a la vocación que logró de él entre los mucho más fervorosos defensores del humanitarismo democrático, algo utópico, de los primeros años de nuestro siglo.
No únicamente por los estrechos vínculos de sus orígenes, sino más bien asimismo pues "el pueblo del Crucificado" le pareció siempre y en todo momento "el crucificado entre los pueblos" desarrolló un auténtico apostolado en beneficio de sus correligionarios, y dedicó enormes sacrificios a la solución del inconveniente primordial con que se encaraban los judíos de su temporada: la búsqueda de una patria.
Se adhirió, al comienzo, a la solución sionista, y fue encargado en los siete congresos del movimiento. Sin embargo, llegado a repetidas divergencias con la política oficial del sionismo, tras el sexto congreso creó con otros la J. T. O. ("Jewis Territorial Organization"), a la que consagró sus mejores energías; el resultado práctico, empero, no correspondió a las esperanzas.
Aparte de pensador y apóstol, Zangwill fue asimismo, y quizá sobre todas las cosas, un artista. Indudablemente, ciertas de sus proyectos, particularmente los dramas, como The Melting Pot (1908), y múltiples contenidos escritos de los años siguientes, como The War of the World (1916) y The Voice of Jerusalem (1920), son, básicamente, escritos de publicidad y de afirmación. Existe, no obstante, una abundante producción de nuestro creador extraña a cualquier intención extraliteraria y doblegada únicamente a la suprema ley de la poesía, si bien en ningún caso deja enteramente su carácter hebraico. No se confunden quienes le piensan constructor, en lengua inglesa, de la literatura judía actualizada.
El creador ve la expresión mucho más genuina del hebraísmo en el ghetto, custodio de la tradición ortodoxa. En contenidos escritos como Los hijos del ghetto (1892), Ghetto Tragedies (1893 y 1899), The King of Schnorrers (1894), y Ghetto Comedies (1907) revive en si los puntos trágicos y cómicos de los distritos judíos, o, mejor, los tragicómicos, caracterizados por el humor cáustico de la raza. No estaría en la verdad, no obstante, quien redujese a Zangwill a la condición de pintor -siquiera muy logrado- del ghetto. Sus héroes, de todos modos, semejan interesarle considerablemente más en el momento en que van de su ámbito racial y se acercan a las etnias occidentales.
En ello tuvo su origen la obra Dreamers of the Ghetto (1898), donde exactamente se discuten las divergencias entre ghetto y cultura. Los quince héroes quieren conciliar el Dios de los progenitores con las resoluciones dadas por las diferentes civilizaciones al inconveniente de la divinidad. Sus sueños, sin embargo, no se efectúan: los quince son y se sienten fracasados; el último de ellos, en quien se resumen todos, no consigue subsistir a la desilusión. Esa tortura real la padeció exactamente el mismo Zangwill, que fue asimismo, hasta determinado punto, un soñador del ghetto. Pero el creador se encontraba mejor armado que sus héroes contra todos y cada uno de los desengaños. Precisamente por su inclinación a la utopía halló consuelo al fracaso de sus ilusiones al estimar a éstas en sí mismas.
Probablemente ninguno de los individuos de Zangwill nos asistencia tanto a comprenderle como el hijo del ghetto -el adulto mayor Hyams - que, en el momento en que, ahora solo en el planeta, logra ver el Jordán por consiguiente tiempo soñado, revela que la Jerusalén embrollada donde las sinagogas se perdían entre minaretes y bóvedas es la franca antítesis de la de sus sueños, y, no obstante, no se da por vencido, y cada viernes, sin preocuparse de las mofas de quienes le contemplan, toca las piedras del Muro de las Lamentaciones.
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