Isabel de Portugal

Ya sea inspirando a otros o siendo una pieza esencial de la acción. Isabel de Portugal es una de esas personas cuya vida, en verdad, merece nuestro interés por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Isabel de Portugal es conocer más acerca de etapa determinada de la historia de la humanidad.

Si has llegado hasta aquí es porque eres consciente de la importancia que atesoró Isabel de Portugal en la historia. La forma en que vivió y las cosas que hizo mientras permaneció en el mundo fue decisivo no sólo para las personas que trataron a Isabel de Portugal, sino que posiblemente produjo una huella mucho más profunda de lo que podamossospechar en la vida de personas que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya nunca a Isabel de Portugal en persona.Isabel de Portugal fue una de esas personas que, por alguna razón, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.

Las biografías y las vidas de personas que, como Isabel de Portugal, cautivan nuestra atención, tienen que valernos en todo momento como referencia y reflexión para ofrecer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época de la historia que no son las nuestras. Tratar de entender la biografía de Isabel de Portugal, el motivo por el cual Isabel de Portugal vivió de la forma en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo en su vida, es algo que nos ayudará por un lado a comprender mejor el alma del ser humano, y por el otro, el modo en que se mueve, de forma inexorable, la historia.

Vida y Biografía de Isabel de Portugal

(? - Arévalo, 1496) Reina de Castilla (1447-1454). Era hija del infante Juan de Portugal y de su mujer, la princesa Isabel de Barcelos, y nieta del rey Juan I de Portugal. El 22 de julio de 1447 contrajo matrimonio en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) con el rey Juan II de Castilla. El matrimonio entre la princesa portuguesa y el rey español había sido acordado un año antes por el condestable don Álvaro de Luna, valido de Juan II y verdadero árbitro de la política del reino. El todopoderoso condestable pretendía con esta coalición dinástica remarcar los nudos políticos que unían a Castilla y Portugal contra el enemigo común: la Corona catalano-aragonesa, encabezada entonces por Alfonso V el Magnánimo, jefe de los infantes de Aragón, que disputaban en Castilla el poder a Luna.

Don Álvaro ejercitaba una prácticamente hipnótica predominación sobre el monarca español, hombre, por otro lado, de carácter enclenque y escasa visión política. El rey se mostraba reticente a contraer nuevamente matrimonio, toda vez que contaba 40 y un par de años y tenía ahora un heredero al trono, el Príncipe de Asturias Enrique, futuro Enrique IV. Sin embargo, se dejó seducir por su preferido de la conveniencia de este link, que contribuiría a remarcar a Castilla en frente de Aragón y que, esencialmente, formó un golpe de mano muy eficiente contra los intereses de la oligarquía aristocrática opuesta a la política de don Álvaro.

Exactamente la misma había sucedido con la primera mujer de Juan II, María de Aragón, Isabel de Portugal desarrolló desde su llegada a la corte castellana una insuperable animadversión por el condestable. La reina, no obstante, logró romper el cerco que don Álvaro sostenía en torno al rey, y adquirió sobre este una enorme predominación.

Isabel tuvo 2 hijos: la princesa Isabel, natural de Madrigal de las Altas Torres en 1451 (futura Isabel I la Católica), y el infante Alfonso, nativo de Tordesillas (Valladolid) el 15 de noviembre de 1453 (el futuro rey de la Farsa de Ávila, que pretendió ocurrir a Enrique IV en el trono en 1465). La reina radicó predominantemente en la villa de Arévalo, donde crió a sus hijos y, parece ser, empezó de manera temprana a ofrecer muestras de inestabilidad mental.

Su ascendiente semeja ser definitivo en el cambio de actitud del rey hacia don Álvaro de Luna, si bien no de manera inmediata. Desde 1449, Isabel de Portugal apoyó de manera indirecta las maniobras de la Gran Liga Nobiliaria formada contra el condestable. Pero no sería hasta 1453 en el momento en que el monarca, probablemente agotado de las continuas presiones de la aristocracia, abandonó a su suerte al detestado valido.

Se dijo habitualmente que fue nuestra reina quien demandó a su marido que firmase la orden de prisión contra don Álvaro el 3 de abril de 1453, por medio de Juan Pacheco, marqués de Villena. Sin embargo, otros varios componentes políticos influyeron en la resolución del rey, que llevaría por último al cadalso al condestable poco después, tras un juicio sin garantías.

Tras la desaparición de Juan II en 1454, Isabel de Portugal se retiró al castillo de Arévalo, donde pasó el resto de su historia. Durante sus últimos años padeció, según las crónicas, un grave deterioro mental, que decayó en demencia. Murió en el mes de agosto de 1496, ahora anciana, y fue sepultada en Arévalo. Siendo reina su hija Isabel I, sus restos fatales fueron trasladados a la Cartuja de Miraflores de Burgos, por expreso deseo de la Católica, para ser inhumados al lado de los de Juan II.

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