Isabel de Farnesio

Las biografías y las vidas de personas que, como Isabel de Farnesio, atraen nuestra atención, deben valernos en todo momento como referencia y reflexión para ofrecer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época que no son las nuestras. Intentar comprender la biografía de Isabel de Farnesio, porqué Isabel de Farnesio vivió de la forma en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo a lo largo de su vida, es algo que nos impulsará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que se mueve, de forma inevitable, la historia.

Vida y Biografía de Isabel de Farnesio

(Parma, de hoy Italia, 1692 - Aranjuez, España, 1766) Reina de España (1714-1746). Hija de Eduardo III, duque de Parma, en 1714 se transformó en la segunda mujer de Felipe V. Dotada de una enorme cultura y de indudable atrayente, pese a sufrir las consecuencias de la viruela, supo ganarse la intención del rey y también imponer sus criterios en la corte. Así, logró ejercer una enorme predominación en la política de españa: separó de la corte a los elementos profranceses y patrocinó el ascenso de Giulio Alberoni y Johan Willem Ripperdá. Su política exterior estuvo centrada, más que nada, en Italia, donde luchó por situar a sus hijos. De este modo, Carlos (el futuro Carlos III de España) consiguió Nápoles, y Felipe, Milán y Parma. Tras la desaparición de su marido, logró sostener su predominación en la política italiana, y llegó a ejercer la regencia de españa al fallecer sin sucesión su hijastro Fernando (Fernando VI) en 1759, esperando de que su hijo Carlos llegara desde Nápoles para ocupar el trono.

Isabel de Farnesio tenía veintiún años en el momento en que en 1714 se casó en Parma por poderes con Felipe V. Estaba sosprechado que se trasladara por mar a España, adonde debía llegar por Alicante. Pero dando muestras de idea, se detuvo en Génova y decidió mudar de proyectos y viajar por tierra, deteniéndose para rendir visita en su retiro francés a su tía doña Mariana de Neuburg, la viuda de Carlos II de España. En Pau, en el mes de noviembre, se causó el acercamiento de ámbas reinas. Después, en Pamplona, se hallaría Isabel de Farnesio con Alberoni. El rey la aguardaba en Guadalajara y la hasta el momento muy influyente Marie-Anne de la Trémoille, princesa de los Ursinos, se adelantó hasta Jadraque para ofrecerle la bienvenida.

El 23 de diciembre durante la noche, en el viejo castillo de Jadraque, se causó el esperado acercamiento entra la princesa de los Ursinos y también Isabel de Farnesio. No se conoce qué ocurrió entre ámbas ambiciosas mujeres en aquella su primera y última entrevista que transcurrió en solitario, pero el desenlace fue tempestuoso. Según el relato de Louis de Rouvroy, duque de Saint-Simon, "la reina se puso en seguida a decir cosas ofensivas, a chillar, a llamar, a soliciar que vinieran los oficiales de la guarda y a organizar a madame de los Ursinos, de manera insultante, que se quitase de su presencia. La princesa deseó charlar y defenderse de los reproches que recibía; la reina, redoblando el escandalo y las amenazas, comenzó a decir a voces que echasen aquella desquiciada de su presencia y de su casa". Y de esta manera se realizó instantaneamente. "A las once de la noche, entre una nieve, un viento y un frío espantosos", como recordaba nuestra princesa, fue conducida sin más ni más dilación a la frontera francesa, con una fuerte escolta armada.

Aquel abrupto y fulminante final tuvo el inmenso poder que la princesa de los Ursinos había gozado en España a lo largo de los vitales años del comienzo del reinado de Felipe V. Isabel de Farnesio no se encontraba preparada para tolerar oponentes. El marqués de San Felipe atribuía la resolución a la "ambición de enviar" de la reina, y el ministro de Hacienda Jean Orry escribía: "Hay que estimar esta acción sencillamente como la resolución de la reina de explotar la primera ocasión para ejercer su dominio sobre el rey."

Isabel de Farnesio partió de Jadraque hacia Guadalajara para hallarse con Felipe V, que la esperaba en el bello palacio plateresco de los duques del Infantado, impaciente por festejar con su regia mujer la Nochebuena. Como escribió Saint-Simon: "El rey, habiendo dado la mano a la reina, la llevó en seguida a la capilla, donde se ratificaron expeditivamente las bodas. De allí a su habitación, donde instantaneamente se metieron en cama antes de las seis de la tarde, para no levantarse mucho más que para la misa del gallo".

Felipe V se conformó en todo con lo preparado por su mujer. Despedida la princesa de los Ursinos, su desgracia arrastró a sus ayudantes. El 7 de febrero de 1715 acabó la misión de Orry adelante de la Hacienda. El mismo día Melchor Rafael de Macanaz fue destituido de sus cargos y enviado al exilio. El padre Robinet fue sustituido como confesor real por el padre Daubenton. El único superviviente del gobierno caído fue el marqués de Grimaldo.

En cambio, individuos antes apartados del favor de la corte recobraron su situación, como sucedió con el cardenal Giudice, amigo de Alberoni. Aprovechó el cardenal su novedosa predominación para vengarse de su viejo enemigo. En agosto de 1715 mandó procesar por la Inquisición a Macanaz, que se encontraba desterrado en París. En octubre de 1716 fue culpado y sus recursos decomisados. El desarrollo de Macanaz fue entre los mucho más escandalosos ejemplos de utilización política de la Inquisición. Si el de Macanaz fue un caso expresivo de lo resbaladizo que es el poder, prontísimo volvería a presenciar Giudice lo tornadizo de la fortuna. Giudice fue desterrado en 1717 y Macanaz continuó fuera de España hasta el momento en que en 1748 se le ordenó regresar, pero no para prosperar su suerte, sino más bien para ser encarcelado, hasta el momento en que en 1760 recuperó la independencia.

Felipe V tenía 2 obsesiones, el sexo y la religión. Con humor lo expresaba Giulio Alberoni, aseverando que solamente el rey precisaba era "un reclinatorio y una mujer". La mujer fue primero María Luisa Gabriela de Saboya y, desde la Nochebuena de 1714, Isabel de Farnesio. A ella se entregó Felipe V sin límite ni medida. El embajador francés Saint-Aignon escribía en 1717: "El monarca se está demoliendo claramente gracias a la utilización excesiva que hace de la reina. Está totalmente fatigado."

Fue mediante esta debilidad del rey como la reina se realizó vigorosa y también influyente, en la alcoba y en el reino. Isabel de Farnesio empleaba el exitación al servicio de su designio de poder, de su ambición de mando. Pero este control que ejercitaba sobre el rey, y mediante él sobre el poder y el gobierno de la monarquía, a fin de que resultara todavía mucho más eficiente había de ser único, y de esta forma puso en práctica otro recurso habitual, aislar al monarca de toda otra viable predominación. La reina Isabel, ayudada por Giulio Alberoni, fue asimismo profesora en el arte de monopolizar a Felipe V, "sosteniendo completamente al rey Felipe para ellos y realizando que resultara inalcanzable para todos los otros", como observaba Saint-Simon.

Es tal como el rey mandaba en España y la reina en el rey. Isabel de Farnesio, sin tener un enorme talento político, gozó a lo largo de los largos años de reinado de su marido de un enorme poder. Enérgica, voluntariosa, ambiciosa, su figura encabeza medio siglo de la crónica de la monarquía de españa. La reina Isabel tenía personalidad, pero si bien ciertos la criticaban, otros, como el duque de Saint-Simon, que era un auténtico especialista en realeza, la alababan: "Era verdaderamente atractiva [...] con un aire de excelencia y una majestad que jamás la abandonaban."

En torno a la reina otros individuos influían y participaban en el poder. Fundamental fue desde 1715 Alberoni, que tenía la seguridad de la reina y que actuó como un auténtico presidente, con predominación definitiva en la orientación de la política exterior de españa justo después del tratado de Utrecht. También fue esencial el confesor real, el padre Daubenton, a quien el rey recurría regularmente para consultarle sobre sus infinitos escrúpulos religiosos y asimismo para solicitarle consejo sobre los mucho más diversos temas de estado, ya que si en una monarquía absoluta de derecho divino resulta siempre y en todo momento bien difícil distinguir el campo temporal del campo espiritual, en la insegura y también titubeante conciencia del rey Felipe V resultaba prácticamente irrealizable.

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