La historia de la civilización la narran los hombres y mujeres quea lo largo de los siglos, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han ocasionado queel género humano, de un modo u otro,progrese.
Si has llegado hasta aquí es porque tienes conocimiento de la relevancia que atesoró Isaac Albéniz en la historia. La forma en que vivió y aquello que hizo mientras estuvo en este mundo fue decisivo no sólo para quienes trataron a Isaac Albéniz, sino que posiblemente legó una huella mucho más insondable de lo que logremosconcebir en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Isaac Albéniz personalmente.Isaac Albéniz fue una persona que, por algún motivo, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
(Camprodón, España, 1860 - Cambo-les-Bains, Francia, 1909) Compositor y pianista español. La vida de Isaac Albéniz, más que nada a lo largo de su niñez y su juventud, pertence a las novelas mucho más emocionantes de la narración de la música. Niño prodigio, comenzó como pianista a los 4 años, con enorme éxito, en un recital en Barcelona. Tras estudiar piano en esta localidad y también procurar, inútilmente, entrar en el Conservatorio de París, siguió sus estudios en Madrid, adonde su familia se había movido en 1869.
Espíritu alterado, a los diez años salió de casa, y recorrió múltiples ciudades y pueblos de Castilla organizando sus recitales. Una segunda fuga, en 1872, le llevó a Buenos Aires. Protegido por el secretario especial de Alfonso XII, el conde de Morphy, Albéniz, siendo consciente de sus faltas técnicas, ha podido proseguir sus estudios en el Conservatorio de Bruselas.
Año esencial fue el de 1882: contrajo matrimonio y conoció al compositor Felip Pedrell, quien dirigió su atención hacia la música habitual de españa, inculcándole la iniciativa, fundamental de cara al desarrollo de su estilo de madurez, de la necesidad de hacer una música de inspiración nacional. Fue entonces en el momento en que Albéniz, que hasta ese instante se había distinguido por la creación de piezas salonísticas agradables y sin metas para su instrumento, el piano, comenzó a tener mayores ambiciones en relación a su trayectoria como compositor.
Su estilo mucho más característico empezó a concretarse con las primeras proyectos esenciales de carácter nacionalista escritas desde 1885, de manera especial con la Suite de españa de 1886. Su ideal de hacer una «música nacional de acento universal» alcanzó en la suite para piano Iberia, su pieza maestra, su mucho más acabada expresión. Admirada por músicos como Debussy, la predominación de esta partitura sobre otros músicos nacionalistas españoles, entre ellos Manuel de Falla y Enrique Granados, fue definitiva. Ella sola es suficiente para dar a Albéniz un espacio de privilegio en la música de españa.
La obra de Albéniz
Si bien cultivó diversos géneros, en su obra prevalecen las creaciones para piano. En su música para este instrumento se tienen la posibilidad de distinguir tres temporadas. En la primera, que comprende desde sus creaciones de juventud hasta precisamente 1880, Albéniz compone proyectos de carácter romántico y también intimista, influidas precisamente por la música de salón. Entre las primordiales piezas de esa etapa cabe refererir sus siete sonatas para piano y sus tres Suites anciennes, aparte de los Seis pequeños valses.
Su etapa nacionalista de españa se abre con las cinco piezas que tienen dentro los Cantos de España (Prólogo, Oriental, Bajo la palmera, Córdoba, Seguidillas). La mayoría de las creaciones de esta segunda etapa están anotadas en la corriente de tintes andaluces llamada "alhambrismo", caracterizada por la profusión de ritmos de danzas populares y de elementos del cante jondo, tal como por la utilización de escalas modales como la frigia y ornamentaciones propias de la escritura para guitarra; sin embargo, en varias piezas de este periodo asimismo se escuchan aspectos folclóricos de otras provincias españolas. Otras proyectos dentro en este capítulo son las Doce piezas peculiaridades, la Suite Española y el Concierto fabuloso en La menor.
La tercera etapa autora de Albéniz tiene resonancias impresionistas, en parte fruto de sus viajes a París y de la amistad que le unió a músicos como Debussy, máximo gerente del impresionismo musical francés. Su obra primordial de esta última época es Iberia, una síntesis de distintos estilos musicales que debe bastante a la escritura virtuosística para piano de Franz Liszt, con algunos ecos guitarrísticos.
Las 12 piezas que conforman los 4 cuadernos de Iberia tienen una arquitectura complicada. La mayoría de ellas emplean ritmos propios de danza que se alternan con un estribillo lírico de carácter vocal o copla. El primer cuaderno incluye las piezas Evocación, El puerto y Corpus Christi en Sevilla, esta última principalmente gráfica. En el segundo cuaderno se encuentran las proyectos Rondeña, Almería y Triana, que nuevamente hacen mención a rincones andaluces. El tercer cuaderno lo empieza la parte llamada El Albaicín (en honor al vecindario granadino de igual nombre), seguida de El Polo y de Lavapiés, única parte de Iberia inspirada en un espacio no andaluz. Y por último Málaga, Jerez y Eritaña, que son las tres piezas que tienen dentro el cuarto cuaderno.
Albéniz no tiene una producción orquestal muy gran, pero sus proyectos sinfónicas están dotadas de un colorido y una armonía de enorme riqueza, tal como de interesantes creaciones instrumentales. En oportunidades aun integraba en la orquesta instrumentos de viento de la cobla catalana. Respecto a su música escénica, hay que refererir Pepita Jiménez, fundamentada en la novela homónima de Juan Valera; representada en toda Europa, fue siempre y en todo momento la obra preferida del compositor. En esta ópera Albéniz se distancia de la tradición wagneriana para desarrollar un lenguaje autóctono, expresivo y lírico. En cambio, en sus óperas Henry Clifford y Merlin, es patente su admiración por Wagner.
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