Imre Kertész

Apreciar las luces y las sombras de las personas relevantes como Imre Kertész, personas que hacen girar y evolucionar al mundo, es algo esencial para que podamos poner en valor no sólo la existencia de Imre Kertész, sino la de toda aquellas gentes que fueron inspiradas por Imre Kertész, personas a quienes de de una u otra forma Imre Kertész influyó, y por supuesto, conocer y descifrar cómo fue el hecho de vivir en la época y la sociedad en la que vivió Imre Kertész.

Las biografías y las vidas de personas que, como Imre Kertész, cautivan nuestra curiosidad, tienen que servirnos en todo momento como punto de referencia y reflexión para ofrecer un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Hacer un esfuerzo por comprender la biografía de Imre Kertész, porqué Imre Kertész vivió de la forma en que lo hizo y actuó de la forma en que lo hizo en su vida, es algo que nos impulsará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que avanza, de forma inevitable, la historia.

Vida y Biografía de Imre Kertész

Su libro Sin destino, con determinado contenido autobiográfico, es para bastantes la mejor novela sobre el Holocausto y una de las considerables proyectos de la literatura moderna. En el verano de 1944 el húngaro llegó a ser la lengua mucho más hablada en Auschwitz. Casi quinientos mil de judíos magiares deportados de un mes a otro contribuyeron a esa mutación lingüística en el campo de exterminio mucho más grande de la historia. Entre ellos estaba el joven Imre Kertész, un jóven de solamente quince años. Exactamente como el personaje principal de Sin destino, la primera novela que treinta años después escribiera el nuevo inquilino de Auschwitz.

El joven héroe de esa novela -y quizás exactamente el mismo Kertész- pretendía ver siempre y en todo momento el lado positivo de la vida. Creía que llegaba a Alemania, y a trabajar. Lo tomaba como una aventura, algo obligada, que le dejaría entender planeta y entrenar la lengua. Porque charlaba algo de alemán. Y eso le salvó la vida. Al menos, ese día.

En la estación de Auschwitz unos seres extraños en traje de preso y con la cabeza rasurada subieron al vagón de mercancías para agarrar las pertenencias de los recién llegados, y en un alemán estrafalario -que entonces resultó ser yiddish, a la sazón la lengua materna de varios judíos de Europa del Este- insistieron en que, en vez de quince años, él tenía dieciséis. El joven no comprendía nada y no les hacía caso. Pero en el momento en que un poco después, en una cola interminable, le tocó pasar enfrente de un oficial médico, que, prácticamente sin mirarlos, les preguntaba la edad que tenían, por algún impulso enigmático él mencionó que dieciséis. Sus compañeros, que no tuvieron esa iluminación o cuyo aspecto no persuadió, fueron mandados de manera directa a las cámaras de gas.

Reclusión en independencia

Después de Auschwitz y Buchenwald, Kertész se halló en la mitad de un nuevo horror. Para el recién instaurado régimen estalinista de Hungría, él era hijo de un pequeño burgués, un intelectual, un decadente. Volvió a ser un enemigo: del pueblo, del Estado, de la salvadora ideología oficial. Pero cuando menos no deseaban aniquilarlo físicamente.

Sobrevivió a trancas y barrancas: acabó la escuela secundaria, comenzó a trabajar como periodista, y en el momento en que en 1950 lo despidieron, solo halló trabajo en una factoría. El año siguiente le tocó el servicio militar y, en el momento en que en 1953 se reincorporó a la vida civil, se dedicaba a redactar piezas cómicas para un cabaret, letras de canciones bailables, y, ahora en los años sesenta, de cuando en cuando ejercitaba aun como una suerte de directivo de propaganda, ideando guiones, eslóganes y gags para el género de avisos que podía existir en un país comunista que comenzaba a flirtear con el consumismo.

Finalmente, desde los años setenta, se forjó alguna reputación como traductor, entre otros muchos, de Friedrich Nietzsche, Ludwig Wittgenstein, Sigmund Freud, Hugo von Hofmannsthal, Elias Canetti y Joseph Roth. Pero visto que fuera un traductor apreciado por los articulistas de ciertas viviendas editoriales de Budapest no cambió su fundamental condición de marginado. Y eso que para esas datas, en la época de los años setenta, ahora había anunciado su primera novela.

Trece años tardó en finalizar Sin destino, que entonces fue rechazada por una esencial editorial con popularidad de abierta y liberal. Su directivo, un judío, tachó a Kertész prácticamente de antisemita. Finalmente, Sin destino se editó en 1975, pero su publicación no ocasionó ni el mucho más suave cambio en la vida de su creador: no se causó revelación alguna, no atrajo la atención de la crítica, ni tampoco tenía leyentes. Sólo ciertos años después, un pequeño conjunto de intelectuales se enteró de la presencia de esta obra capital de la narrativa moderna.

Por lo demás, su historia proseguía transcurriendo en exactamente el mismo limitado espacio popular y físico. Respecto a esta última situación, cabe indicar que a lo largo de treinta y cinco años Kertész vivió en un piso de 29 m2. Allí escribió -por las noches y en la mesa de la cocina- sus tres enormes novelas. La primera fue Sin destino. La siguiente, El fracaso (1988), que vuelve a construir, en una composición complicada y de forma no totalmente verdadera, sus experiencias a lo largo de la época estalinista. La tercera, Kaddish por el hijo no nacido, es de 1990, y su título revierte el sentido de una oración judía que, en su variación mucho más famosa, se reza en homenaje de los progenitores fallecidos.

Sólo cabe añadir a este desolador repaso de la trayectoria de Kertész la etapa que prosiguió a la caída del muro de Berlín. Se volvió mucho más productivo: publicó el dietario Diario de galera (1992), los cuentos La bandera británica (1991) y Acta notarial (1993), los ensayos incluidos en Un momento de silencio en el paredón (1998) y el híbrido Yo, otro. Crónica del cambio (1997).

También es verdad que en esa década poscomunista, los años noventa, Kertész se encontraba algo mucho más que se encuentra en la vida cultural húngara y comenzó a vivir, aun, con determinada holgura, merced a su tardío hallazgo en el extranjero, eminentemente en Alemania. Pero nada cambió en lo fundamental: proseguía siendo un creador irreconocible para la mayor parte de los que leen, y no reconocido -o, aun, rechazado- por las autoridades culturales húngaras, que con frecuencia procuraron evitar su principiante carrera en todo el mundo.

Por ejemplo, en el momento en que los convocantes de un considerable premio alemán eligieron distinguir a un creador húngaro, barajando, entre otros muchos, el nombre de Kertész, al preguntar a un responsable del ministerio magiar, se hallaron con la contestación de que Kertész no sería el creador perfecto para ese premio, ya que de todos modos no es húngaro, sino más bien judío.

El valor del Holocausto

Después de Sin destino, Kertész no volvió a tratar el Holocausto en su narrativa, cuando menos de manera directa. Será, en cambio, el tema recurrente de sus ensayos escritos en los años noventa. Su proposición central es que, quizás, el único mito válido de nuestro tiempo sea Auschwitz. Pocos han contribuido tanto y de forma tan extremista a tener esta conciencia viva del Holocausto como este húngaro al que un día se le impuso un horrible destino extraño. La concesión en 2002 del Premio Nobel de Literatura fue la compensación mucho más resplandeciente por una extendida vida de marginación y asimismo el reconocimiento de las letras de una pequeña nación que no en todos los casos ha podido admitir a su hijo, ahora mismo, mucho más popular.

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Obviamente descubrir en lo más recóndito a Imre Kertész es algo que se reserva a pocas personas, y que tratar de recomponer la persona que fue y el modo en que vivió la vida de Imre Kertész es una especie de rompecabezasque posiblemente lleguemos a reconstruir si colaboramos todos juntos.

Por eso, si eres de las personas que confían en que de forma cooperativa es posible crear algo mejor, y detentas información en relación con la biografía de Imre Kertész, o con respecto a algún matiz de su persona u obra que no se contemple en esta biografía, te pedimos que nos lo hagas llegar.

Las sutilezas y las peculiaridades que llenan nuestras vidas son siempre imprescindibles, ya que marcan la diferencia, y en la ocasión de la vida de alguien como Imre Kertész, que poseyó su trascendencia en una época determinada, es vital procurar ofrecer un aspecto de su persona, vida y personalidad lo más exacta posible.

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