La historia universal la escriben los hombres y mujeres queen el paso de los años, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han hecho quela sociedad, de una forma u otra,prospere.
Ya sea inspirando a otros o tomando parte de la acción. Howard Carter es una de esas personas cuya vida, indudablemente, merece nuestro interés debido al grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de Howard Carter es conocer más acerca de época determinada de la historia del ser humano.
Si has llegado hasta aquí es porque eres sabedor de la trascendencia que tuvo Howard Carter en la historia. La manera en que vivió y lo que hizo durante el tiempo que permaneció en el mundo fue determinante no sólo para aquellas personas que frecuentaron a Howard Carter, sino que a caso produjo una señal mucho más vasta de lo que podamosfigurar en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Howard Carter de modo personal.Howard Carter fue una de esas personas que, por alguna razón, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
(Swaffham, Reino Unido, 1873 - Londres, 1939) Arqueólogo y egiptólogo británico. Entre 1891 y 1899 fue integrante de la Misión Arqueológica en Egipto. En 1892 cooperó con el egiptólogo Flinders Petrie en la excavación de Tell el-Amarna. Fue asimismo designado inspector jefe del departamento de Antigüedades del gobierno egipcio. Hasta 1922, sus descubrimientos mucho más esenciales fueron las tumbas del faraón Tutmosis IV y de la reina Hatshepsut.
Sin embargo, el descubrimiento arqueológico que le supuso transformarse en una celebridad mundial fue el hallazgo en 1922, adjuntado con lord Carnarvon, de la tumba del joven faraón Tutankamón, ubicada en el Valle de los Reyes. Lo increíble del descubrimiento no fue tanto la relevancia histórica del faraón como visto que la tumba se encontrase íntegra y que contuviese un magnífico tesoro, que hoy en día se exhibe en el Museo Egipcio de El Cairo.
Desde la expedición de Napoleón Bonaparte a Egipto, el interés por el país del Nilo había ido en incremento. A lo largo del siglo XIX distintas expediciones estudiaron los vestigios de la vieja civilización egipcia y se realizaron varias excavaciones. Sin embargo, se debe de admitir que el nivel científico de muchas de ellas no difería bastante de un fácil expolio. De hecho el expolio era la auténtica motivación aun de ciertos teóricos investigadores que no procuraban otra cosa que conseguir el poder de antigüedades con las que ofrecer lustre a distintas compilaciones privadas.
Afortunadamente, varios arqueólogos en compromiso con su trabajo, con el acompañamiento de las autoridades, lograron poner freno a estas ocupaciones y también comenzaron una esencial etapa de investigación científica del Antiguo Egipto. Con todo, las excavaciones en Egipto siempre y en todo momento debieron confrontar al inconveniente de los delincuentes, y lo malo de todo era que los mucho más triunfantes no eran exactamente los contemporáneos. La práctica egipcia de sepultar a sus fallecidos con una gran parte de sus riquezas a fin de que les acompañasen al mucho más allí había generado una provechosa actividad expoliadora ahora en tiempos de los faraones y asimismo en distintas temporadas siguientes. No es de extrañar que los faraones hubieran tomado cautelas tratando esconder sus sitios de entierro, si bien sin éxito: a inicios del siglo XX ninguna tumba había sido hallada íntegra.
El recuerdo del egiptólogo británico Howard Carter va a estar siempre y en todo momento relacionado con su mayor hallazgo, el mucho más reconocido de todos y cada uno de los descubrimientos arqueológicos en el valle del Nilo: la tumba de Tutankamón, en el Valle de los Reyes. Si bien este faraón rigió solo en el transcurso de un corto periodo a fines de la dinastía XVIII, su tumba, en contraste a todas y cada una de las otras del valle, no había sido saqueada, lo que dejó enseñar al planeta un increíble ajuar funerario que incluye joyas, esculturas de oro y moblaje, tal como la conocida máscara y los sarcófagos del faraón.
Howard Carter había nativo de Gran Bretaña en 1874. De salud siempre y en todo momento frágil, inició su trayectoria como egiptólogo a los diecisiete años, en el momento en que se incorporó al grupo de trabajo de P. Newberry. Más tarde trabajó bajo la supervisión de sir Flinders Petrie en las excavaciones efectuadas en El-Amarna, y con Y también. Naville en Deir el-Bahari. En El-Amarna se encargó de adecentar y copiar las situaciones y también inscripciones perceptibles en el templo.
A partir de 1899 inició su trayectoria en el Servicio de Antigüedades egipcio, donde fue inspector en jefe de las antigüedades del Alto Egipto. Tras ejercer funcionalidades asimismo en el Bajo Egipto, renunció a sus cargos en 1905. En 1909 empezó a trabajar en la necrópolis tebana para lord Carnarvon. En los primeros años de excavaciones, Carter descubrió cinco tumbas reales, tres de ellas socias con los faraones Montuhotep, Amenofis I y Tutmosis IV, y 2 enlazadas con la reina Hatshepsut.
A principios de la década de 1920 solicitó permiso para excavar en el Valle de los Reyes. Una vez logrado, inició las excavaciones en una región limitada donde aguardaba localizar la tumba de Tutankamón, llamado el faraón niño por la corta edad en que subió al trono y por haber fallecido a los dieciocho años. Se trataba de una búsqueda bien difícil: las pistas que habían llevado a ese rincón a Carter y a lord Carnarvon, el mecenas que financiaba las excavaciones, eran muy sutiles, y el Valle había sido tan excavado que absolutamente nadie aguardaba que tengan la posibilidad de conseguir nada.
En 1922, tras múltiples campañas inútiles, Carter decidió excavar las ruinas de unas viviendas de los obreros aplicados a crear las tumbas reales; era el último sitio que quedaba por investigar. El 5 de noviembre de 1922, a 4 metros de la tumba de Ramsés II, descubrió los restos de una escalera que se adentraba en la roca; excitado por el descubrimiento, retiró los escombros que cubrían los dieciséis escalones hasta encontrar con una puerta sellada. A pesar de la decepción inicial al revisar que los sellos habían sido rotos por delincuentes, procedió adjuntado con Carnarvon a horadar el tabique que cerraba la puerta. Su reacción frente a lo que vieron sus ojos, a la luz de una candela, ya es conocida: "Veo maravillas".
Habían descubierto la tumba de Tutankamón, faraón de la XVIII dinastía ejecutado a los dieciocho años, en el siglo XIV antes de Cristo. Se trataba de un complejo funerario conformado por múltiples cámaras, lleno de riquezas, que guardaba el sepulcro del joven faraón. La suntuosidad del ajuar hallado, que entendía joyas, armas, vasijas, muebles y hasta vehículos (que debieron ser serrados para introducirlos en la cámara), hace sospechar que los delincuentes fueron descubiertos antes que pudieran perpetrar su expolio. Si se tiene presente que Tutankamón fue un faraón poco esencial y con un corto reinado, cabe preguntarse qué maravillas no contendrían las tumbas de otros faraones considerablemente más poderosos, como Seti I, Ramsés II o Amenofis III.
La excavación llevada a cabo por Carter se puede estimar, en los factores de la temporada, ejemplar. Paciente y metódico, una vez fue siendo consciente de la relevancia de su hallazgo, optó por interrumpir los trabajos y tapar los accesos a la tumba para reunir el aparato preciso a fin de documentar y preservar apropiadamente el material encontrado. Después de tres semanas de intensos trabajos, el aparato franqueó la puerta de la tumba. Al traspasar en la estancia quedó a la visión un inigualable tesoro, de una inusual riqueza: material, por el valor intrínseco de las piezas allí depositadas, y arqueológico, como fuente de investigación de la civilización egipcia. Jarrones, vasos canopos, arquetas, cofres, pinturas, barcas, pequeñas esculturas, bartulos familiares y una diferente tipología de elementos de oro macizo se encontraban allí al alcance de los estudiosos.
Lo mucho más inusual del grupo son las 4 capillas funerarias, preparadas una en otra; en la cuarta se encontraba un enorme ataúd, en cuyo interior se descubrieron tres sarcófagos encajados uno en el otro. Al romper los sellos y abrir el último sarcófago, los expedicionarios contemplaron, por vez primera desde su fallecimiento, el cadáver momificado del faraón, con la cara cubierto con una mascarilla de oro, retrato del difunto, con incrustaciones de piedras de colores. Sobre el cuerpo vendado había depositadas varias joyas.
A pesar de que la mayor parte de las salas estaban revueltas, con señales evidentes de ser saqueadas en la antigüedad, eran semejantes la abundancia de las proyectos encontradas y su valor que el aparato de Carter tardó años en organizar y documentar las piezas. En total, las tareas de apertura, el traslado al Museo de El Cairo y el registro completo de la pasmante proporción de elementos que formaban el ajuar funerario del monarca llevaron a Carter y a su aparato diez años de trabajo. Tras ello, su frágil salud no le dejó arrancar novedosas ocupaciones arqueológicas; murió en Londres en 1939, habiendo anotado su nombre al lado del de esos arqueólogos a quien se tienen que los mucho más increíbles descubrimientos de la era actualizada: Heinrich Schliemann, Arthur Evans, Hiram Bingham o Leonard Woolley.
El hallazgo de la tumba de Tutankamón sirvió para aclarar varios puntos de la tradición funeraria egipcia extraños hasta el día de hoy y próximamente fue considerado como un hecho de primer orden no solo en el achicado círculo de los egiptólogos, sino más bien por todo el planeta. De hecho, la tumba de Tutankamón se transformó en un auténtico fenómeno mediático, un hecho que captó la atención mundial y que dio rincón a mucho más de una historia de historia legendaria, la mucho más habitual de las que fue la relacionada con una supuesta maldición infligida sobre los integrantes de la expedición y cuyo origen cabe buscar en la desaparición accidental, a las unas semanas del hallazgo, del mismo lord Carnarvon.
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