La historia de la civilización está contada por aquellas mujeres y hombres queen el paso de los años, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han ocasionado queel género humano, de un modo u otro,avance.
Si has llegado hasta aquí es porque sabes de la trascendencia que tuvo Hipólito Bouchard en la historia. Cómo vivió y aquello que hizo mientras permaneció en este mundo fue determinante no sólo para aquellas personas que conocieron a Hipólito Bouchard, sino que a caso legó una huella mucho más honda de lo que logremosfigurar en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Hipólito Bouchard de forma personal.Hipólito Bouchard ha sido un ser humano que, por algún motivo, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
(Hippolyte Bouchard, asimismo llamado Hipólito Buchardo; Saint Tropez, Francia, 1780 - Perú, 1837) Marino hispanoamericano de origen francés. Se unió al movimiento independentista argentino en 1810, peleando al lado de Manuel Belgrano y José de San Martín. Con patente de corso del gobierno argentino, entre 1817 y 1819 dio la vuelta al planeta a cargo de la fragata La Argentina, hostigando a los barcos españoles. Posteriormente llegó a ser comandante en jefe de la escuadra de Perú (1829).
La historia argentina no ha señalado con el debido relieve a varios de los hombres que por sus servicios a la patria bien meritan el recuerdo. Ello pasa con el doctor Vicente Anastasio de Echevarría, cuya fortuna fue completamente invertida a favor del país, armando barcos para la pelea corsaria contra los monárquicos españoles y americanos. La expedición de Guillermo Brown en el Pacífico fue armada por Echevarría. A sus manos vino a parar entonces la fragata Consecuencia, tomada a los realistas por Brown en El Callao. Y de sus manos salió con el nombre de La Argentina, bien armada y pertrechada para ofrecer la vuelta al planeta, al cargo de un extraño marino corsario: Hipólito Bouchard, apellido que siendo castellanizado quedó como Buchardo.
Nativo de el pueblo de Saint Tropez, Bouchard llegó a Buenos Aires como marino mercante en 1809. En 1811 fue nombrado capitán del bergantín 25 de Mayo, y participó en el combate de San Nicolás bajo el mando de Juan Bautista Azopardo. Pudo huír de ser apresado por los realistas y el 7 de julio y el 19 de agosto de ese año defendió a Buenos Aires de los asaltos de la escuadrilla de Michelena. Luchó en el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813) como teniente de granaderos a caballo. Regresó a la armada, y como comandante de la corbeta Halcón integró la expedición corsaria de Guillermo Brown al Pacífico, asistiendo a los combates en frente de El Callao. Tomó al abordaje la fragata de españa Consecuencia con un considerable botín.
Después del fracaso del golpe de Brown sobre Guayaquil, Bouchard se apartó de éste, y tomó el mando de la fragata Consecuencia y la goleta Carmen. En junio de 1816, en el momento en que aún no había sido jurada la constitución ni declarada la independencia, llegaba la achicada flotilla a seguro puerto. Bouchard tenía cuentas atentos en la localidad de Buenos Aires, que significaban un auténtico semillero de litigios con el gobierno. Más de un año tardó en ventilarlos todos, de hecho uno por un desafío y otro por haber hecho fusilar por su cuenta a uno de sus pasajeros, que se había insubordinado.
Solo el 9 de julio de 1817 ha podido darse a la mar dentro de La Argentina con rumbo a las islas Filipinas, para perseguir navíos realistas y obstaculizar el tráfico marítimo español con su colonia del archipiélago. Después de partir, su desprestigio sirvió de fundamento al rumor de que se había fugado, con la nave armada y pertrechada, para llevar a cabo de corsario por su cuenta. El armador, el doctor Echevarría, se vio en la necesidad de repartir exuberantemente una hoja desmintiendo tal afirmación.
Bouchard puso proa tras Buena Esperanza, realizando aguada en Tamatave (Madagascar), con la mayor parte de la tripulación enferma de escorbuto, lo que no le impidió prestar asiste para los marinos de guerra ingleses y franceses que bullían por aquellas aguas con la intención de perseguir el tráfico de esclavos, contraindicado ahora asimismo en el Río de la Plata, cuya constitución los terminaba de dejar en libertad hacía exactamente un año.
A lo largo de las semanas que empleó Bouchard en su viaje hasta las costas de la isla de Luzón, la mayor de las Filipinas, los enfermos de escorbuto aumentaron y varios fallecieron. El cirujano de dentro tuvo la iniciativa de sanar la patología con exactamente el mismo trámite usado en determinados pueblos primitivos, consistente en sepultar a los enfermos en agua fangosa, dejándoles solo la cabeza al descubierto. De esta forma, los que no estaban graves se curaban, al paso que los muy damnificados aceleraban su fin. Así, una vez cumplida tan extraña y bárbara terapéutica y con la tripulación muy achicada, la nave siguió su viaje por el ajustado de Madagascar, ubicado entre la isla de Borneo y las Célebes y también plagado de piratas malayos, que dentro de sus conocidos praos hostilizaban y diezmaban a los buques de paso. Bouchard tuvo que vérselas con semejantes piratas, deshaciendo a cañonazos varios de los barquichuelos en señal de escarmiento.
A principios de 1818, Bouchard llegó en frente de Manila, sin haber podido confrontar con los marinos realistas. Pero, una vez en aguas de Manila, en solo un par de meses de merodeo echó a pique a dieciséis barcos españoles con sus cargas de arroz, cacao y condimentas, causando una grave crisis en la guarnición de Luzón, que debió sostenerse solo con arroz. Dos buques de guerra, anclados en la bahía, fueron desmantelados por el vecindario, con el solo objeto de que no atrajeran la atención del corsario que deambulaba a la visión de la región.
Agotado de aguardar mucho más presas que no llegaban, Bouchard se trasladó al canal de los Galeones, donde, tras haber perdido a uno de sus gobernantes, se trabó en pelea con el bergantín Santa Cruz, cargado de alimentos y fletado por el rey. Pero tanto este bergantín como una goleta, que asimismo "se encontraba ricamente cargada por cuenta del rey", se perdieron tras ser apresados. De uno se alardea que naufragó; del otro, que padeció un amotinamiento de la tripulación, que más tarde emprendió la guerra de corso por su cuenta.
La misión de Bouchard había terminado por aquellas aguas, en tanto que ni un solo navío español se aventuraba por ellas. Entonces, tras realizar aguada y provisión, se lanzó mar afuera, rumbo al Pacífico. Tres meses de travesía precisó para avistar una isla del conjunto de las Sandwich (Hawai). La presencia de una corbeta le llamó la atención y, como no podía quedarse con la duda de si tenía que ver con un navío español, lo abordó, lo registró y verificó con sorpresa que se trataba del Santa Rosa, que bajo pabellón argentino había partido de Buenos Aires antes que él, rumbo al Pacífico por el cabo de Hornos. La tripulación se había amotinado, había desembarcado a los oficiales en la costa de Chile, y por su cuenta se había dado a la actividad corsaria. Llegado a la isla, el Santa Rosa había sido vendido al rey, el soberano Kamehameha, llamado el Pedro el Grande del Sur por su tranquilidad y su recto método.
Para deliberar con Kamehameha, Bouchard desembarcó con su séquito y se dirigió al palacio real, de bambú y paja, ubicado a siete leguas de la costa. Obtuvo del monarca la devolución de la corbeta a través de el pago de seiscientos quintales de madera de sándalo, que había sido su valor. Una vez finiquitada la operación, Bouchard reunió a los pasajeros que se habían amotinado y los sometió a desarrollo sumario. Resultó culpable del movimiento un marinero llamado Enrique Gribbin, quien fue culpado a la pena de muerte. El reo fue llevado a tierra para ser internado en la prisión del fuerte, pero en el momento en que el piquete fue a procurarlo para realizar la sentencia se halló con que el culpado había desaparecido.
Kamehameha se oponía al fusilamiento, pero Bouchard conminó con hostigar la isla y terminar el fuerte si no se le devolvía al preso. Un emisario del rey vio que la amenaza se encontraba en vías de ejecutarse, y se decidió dar al culpado. A la mañana siguiente, el culpable de sedición dentro pagaba con su historia su delito. El pacto firmado por el rey Kamehameha y por Bouchard, en nombre del gobierno argentino, incluía un producto por el que el reyezuelo reconocía la soberanía argentina, de donde se infiere que el obscuro rey del Pacífico fue el primer poder extranjero que reconoció la obra de la revolución, que llevaba ocho años imponiendo en América los postulados de la independencia y la independencia.
Tras este episodio, a lo largo de cierto tiempo Bouchard fiscalizó las costas de California y de México, asolando plazas fuertes realistas, hundiendo buques españoles, tomando presas y realizando flamear la bandera argentina por esos mares. Tomó Monterrey y la saqueó; después, rumbo al sur, fue víctima de una injusticia por la parte del comodoro Thomas Cochrane, que lo acusó de haber apresado naves no españolas y lo atrapó, confiscándole La Argentina y otros navíos que traía consigo como botín de corso. El gerente argentino en Chile, Tomás Guido, lo defendió bravamente, y solo de esta forma ha podido recuperar Bouchard su independencia y su navío. Con éste y con el resto de que disponía transportó las tropas de José de San Martín hasta el Perú, cooperando de esa forma con la obra del Libertador.
Bouchard no regresó jamás mucho más a su patria adoptiva, que le había dado su bandera, patente de corso y ocasión de hallar gloria y riqueza. Desde los días de San Lorenzo, en que a las órdenes de San Martín arrebató la enseña monárquica a los realistas, hasta el transporte de las tropas libertadoras al Perú, habían pasado varios años. Ya en este último país, abandonó el timón y los catalejos para ocuparse a la industria. En efecto, el gobierno peruano le donó, en premio a sus servicios, la rica hacienda de San Javier de Nazca, donde explotó un enorme talento azucarero.
Sus biógrafos aseguran que murió en 1843, pero el acta de defunción tiene fecha del 6 de enero de 1837 y afirma que "fue fallecido antes de ayer por la noche por sus esclavos, repentinamente". Así acabó la vida del corsario francés, osado, altivo y decidido que, no obstante, prestó tan enormes servicios a la Argentina. La gratitud de su patria adoptiva está reflejada en las páginas de la historia y en la tradición que representa su nombre para la marina argentina, sin que su prestigio haya sido empañado por su historia de corsario.
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