Si has llegado hasta aquí es porque tienes consciencia de la importancia que atesoró Gustav Mahler en la historia. El modo en que vivió y lo que hizo en el tiempo en que estuvo en la tierra fue determinante no sólo para quienes conocieron a Gustav Mahler, sino que quizá produjo una señal mucho más profunda de lo que logremosimaginar en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya nunca a Gustav Mahler de modo personal.Gustav Mahler ha sido un ser humano que, por alguna razón, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre nunca debe borrarse de la historia.
(Kaliste, de hoy República Checa, 1860 - Viena, 1911) Compositor y directivo de orquesta austriaco. En una ocasión, Mahler manifestó que su música no sería apreciada hasta cincuenta años tras su muerte. No le hacía falta razón: valorado en su tiempo mucho más como directivo de orquesta que como compositor, el día de hoy se considera entre los mucho más enormes y auténticos sinfonistas que dió la historia del género; mucho más aún, entre los músicos que comunican y auguran en su obra de forma mucho más lúcida y coherente todas y cada una de las contradicciones que definirán el avance del arte musical en todo el siglo XX.
Si bien como intérprete fue un directivo que sobresalió en el lote operístico, como constructor centró sus sacrificios en la manera sinfónica y en el lied, e inclusive a veces conjugó en una partitura los dos géneros. Él mismo advertía que crear una sinfonía era «crear un planeta con todos y cada uno de los medios probables», con lo que sus trabajos en este campo se caracterizaban por una manifiesta heterogeneidad, por ingresar elementos de diferente procedencia (apuntes de armonías populares, marchas y fanfarrias militares...) en un marco formal heredado de la tradición tradicional vienesa.
Esta mezcla, con las dilatadas des y la enorme duración de sus sinfonías y el empleo de una armonía discorde que iba alén del cromatismo usado por Richard Wagner en su Tristán y también Isolda, contribuyeron a producir una corriente de hostilidad general hacia su música, pese al decidido acompañamiento de una minoría entusiasta, entre ella los integrantes de la Segunda Escuela de Viena, de los que Mahler puede considerarse el mucho más directo precursor.
Su revalorización, de la misma la de su admirado Anton Bruckner, fue lenta y se vio retrasada por el advenimiento al poder del nazismo en Alemania y Austria: por su doble condición de compositor judío y moderno, la ejecución de la música de Mahler fue terminantemente prohibida. Sólo en el final de la Segunda Guerra Mundial, y merced a la tarea de directivos como Bruno Walter y Otto Klemperer, sus sinfonías comenzaron a hacerse un hueco en el repertorio de las considerables orquestas.
Formado en el Conservatorio de Viena, la carrera de Mahler como directivo de orquesta se inició adelante de pequeños teatros de provincias como Liubliana, Olomouc y Kassel. En 1886 fue asistente del respetado Arthur Nikisch en Leipzig; en 1888, directivo de la Ópera de Budapest; y en 1891, de la de Hamburgo, puestos en los que tuvo la posibilidad de ir concretando su personal técnica directorial.
Una ocasión única le llegó en 1897, en el momento en que le fue ofrecida la dirección de la Ópera de Viena, con la única condición de que apostatara de su judaísmo y abrazara la fe católica. Así lo logró, y a lo largo de diez años estuvo adelante del teatro; diez años ricos en vivencias artísticas en los que mejoró el nivel artístico de la compañía y dio a entender novedosas proyectos.
No obstante, el diagnóstico de una afección cardiaca y la desaparición de una de sus hijas lo impulsaron en 1907 a renunciar de su cargo y admitir la titularidad del Metropolitan Opera House y de la Sociedad Filarmónica de Nueva York, localidad donde se estableció hasta 1911, en el momento en que, ahora enfermo, regresó a Viena.
Simultáneamente a su tarea como directivo, Mahler hizo la composición de sus sinfonías y lieder con orquesta. Él mismo se autodefinía como un compositor de verano, única estación del año donde podía ocuparse íntegramente a la concepción de sus monumentales proyectos.
Son diez las sinfonías de su catálogo, más allá de que la última quedó inconclusa a su muerte. De ellas, las números 2, 3, 4 y 8 (la única que le dejó saborear las mieles del triunfo en su estreno) tienen dentro la voz humana, según el modelo predeterminado por Beethoven en su Novena. A partir de la Quinta, su música comenzó a teñirse de un halo trágico que consigue en la Sexta, en la Novena y en esa sinfonía vocal que es La canción de la tierra, su mucho más horrible expresión.
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