Ya sea inspirando a otras personas o siendo parte de la actuación. Gregory Peck es una de esas personas cuya vida, en efecto, merece nuestro interés por el grado de influencia que tuvo en la historia.Comprender la vida de Gregory Peck es comprender más sobre etapa determinada de la historia del género humano.
(Eldred Gregory Peck; La Jolla, California, 1916 - Los Ángeles, 2003) Actor estadounidense, entre los enormes mitos del cine tradicional, forjado durante seis décadas de profesión y mucho más de cincuenta películas. Fruto de un matrimonio que se deshizo al poco tiempo, entre los tres y los seis años vivió de manera alterna con su padre, Gregory, familiarmente «Doc», un farmacéutico hijo de inmigrantes irlandeses nativo de Rochester, y su madre, Bernice, en familia «Bunny», una muchacha de Missouri que en el momento en que se materializó el divorcio se fue con un viajante de comercio.
A partir de entonces Gregory fue criado por su abuela materna, Kate Ayres, una entusiasta del cine que, a su forma, procuró mitigar la sepa de su hija con muchas películas. Esta experiencia dejó huella en él, que en el momento en que cursaba el quinto año en La Jolla Elementary School ahora participó en una producción de La caja de Pandora (1927).
La predominación de su padre, en cambio, fue mucho más recia. Él fue quien decidió su ingreso en la academia militar católica St John de Los Ángeles, donde desde los once años recibió una capacitación severa y intensamente religiosa. A los 12 era monaguillo, y al terminar esta etapa de su capacitación consideraba con seriedad tomar los hábitos.
Un joven indeciso
Mientras tanto salió a vivir con su padre a San Diego, en un búngalo de alquiler donde solamente se veían, puesto que aquel trabajaba durante la noche en una farmacia local y él pasaba el día ocupado en finalizar sus estudios en la San Diego High School y después en el San Diego State Teachers College (el día de hoy Universidad Estatal), aparte de trabajar como conductor de camiones en la Union Oil para costearse su futura carrera universitaria.
Por entonces, indudablemente influido por su padre, por el momento no deseaba ser cura sino más bien médico, y se inscribió en la Universidad de Berkeley. Pero después dejó la medicina por la licenciatura en lengua, y en el momento en que se graduó prestó oídos a su genuina vocación y estudió arte dramático, tutoriales todos ellos que se pagó de su bolsillo, con lo que ganaba en sus empleos casuales de lavavajillas o camarero.
Tras encabezar el conjunto de teatro de la capacitad, a los veintitrés años logró una beca para estudiar en la reconocida Neighborhood Playhouse School of Theater, y con los 130 dólares estadounidenses que formaban su patrimonio personal, se fue a Nueva York.
Del teatro al celuloide
En Nueva York, mientras que se empapaba del procedimiento desarrollado por Konstantin Stanislavski, logró sus primeras intervenciones en diferentes espectáculos que se ofrecían en el contexto de la Feria Mundial de 1939, y desde el verano siguiente en compañías de teatro estival con las que recorrió una parte del estado. Pero su sueño era resaltar en los niveles de Broadway, y la primera medida que creyó definitiva para conseguirlo fue quitarse el odioso primer nombre que hasta el momento le había pesado como una loseta.
La amputación le dio suerte, por el hecho de que hacia fines de 1941 su nombre comenzaba a sonar en los circuitos teatrales neoyorquinos, si bien tampoco debieron ser extraños a ese principiante éxito personal su juventud, su apostura física y, ahora en 1942, su trabajo en proyectos como The morning star (que le valió una audición con el productor David O. Selznick) o The willow and I, del que se realizó eco la crítica mucho más señalada.
Durante la primavera de 1943 representaba en el Morosco Theater Sons and soldiers, de Irwin Shaw, en el momento en que fue llamado a Hollywood. Lo aguardaban nada menos que Jacques Tourneur con Días de gloria (1944), y John M. Stahl con Las llaves del reino (1944), títulos premonitorios donde los haya por el hecho de que con el primero, más allá de su relativo fracaso crítico, él inició una época gloriosa, y con el segundo (un papel de devoto misionero católico que le reportó su primera candidatura al Oscar) logró entrar en la corte de las considerables estrellas.
Un rey tras las cámaras
Peck reinó como absolutamente nadie el resto de los años 40, en el momento en que varios de los galanes mandados adelante a lo largo de la Segunda Guerra Mundial intentaban reencaminar su trayectoria, y en los cincuenta, consolidado al lado de los más destacados de ellos como una figura indispensable, y aún en los primeros sesenta, honrado al fin por Hollywood.
Una de sus mejores bazas fue comprender proteger su independencia en una temporada en que prácticamente todas las primeras figuras estaban «atadas» a las productoras. Él, en cambio, firmó contratos simultáneos con 4 compañías -RKO, 20th Century Fox, Selznick Productions y Metro Goldwyn Mayer-, lo que le dejó interpretar toda clase de papeles y rehuir de esta forma el encasillamiento. En este sentido, valga como un ejemplo referir que rechazó interpretar Solo frente al riesgo (1952) pues ahora había hecho un personaje afín.
La calidad de su trayectoria y su aptitud para emprender los individuos mucho más dispares en prácticamente todos los géneros quedan expuestas en una filmografía que tiene dentro ciertos títulos míticos de la historia del cine, como Recuerda (1945) y El desarrollo Paradine (1947), de Alfred Hitchcock; Duelo al sol (1946), de King Vidor; Vacaciones en Roma (1953) y Horizontes de excelencia (1957), de William Wyler; El hombre del traje gris (1956), de Nunnally Johnson; Moby Dick (1956), de John Huston; Mi desconfiada mujer (1957), de Vincente Minnelli; Los cañones de Navarone (1961) y El cabo del terror (1962), de J. Lee Thompson, o Arabesco (1966), de Stanley Donen.
Con salvedad de Pauline Kael, que en la cúspide de la carrera de Peck escribió en The New Yorker que era un actor «competente pero siempre y en todo momento un tanto poco entretenido», críticos y comentaristas elogiaban su utilidad y acostumbraban a poner énfasis la mezcla de fortaleza y inocencia como la enorme arma de seducción que desplegó frente estrellas inigualables como Ingrid Bergman, Jean Simmons, Susan Hayward, Ava Gardner, Lauren Bacall, Audrey Hepburn o Sophia Loren.
Actor puesto en compromiso
En la vida real, mucho más contenido, Peck se casó en 1942 con la diseñadora finlandesa Greta Konen Rice, madre de sus tres primeros hijos -Jonathan, notero de televisión que se suicidó de un tiro (1944-1975), Stephen (1945) y Carey (1949)-, con la que compartió la parte mucho más dulce de su juventud. Se divorciaron de común acuerdo en 1954, y la Nochevieja de 1955 contrajo nuevo matrimonio con la periodista francesa Veronique Passini, con la que tuvo otros 2 hijos, Anthony (1956) y Cecilia (1958), los dos actores, y que fue su compañera hasta su muerte, a puntito de festejar sus bodas de oro.
De forma paralela a su trayectoria enfrente de la cámara, Peck, un liberal en toda regla, era popular por su deber a favor de causas y proyectos solidarias. Fue el presidente principal creador del American Film Institute, y en 1947 creó en su localidad natal la academia de arte dramático La Jolla Playhouse, aún en medio de una actividad.
Ese fue el año en que el político republicano Joseph McCarthy fue nombrado senador y también inició su especial «caza de brujas» a través del Comité de Actividades Antiamericanas, y Peck, que sufrió el popular interrogatorio, y otros consagrados colegas hicieron en contraposición el Comité de la Primera Enmienda, una idea que contribuyó a la destitución del senador en 1954.
También fue robusta su campaña en oposición a la guerra de Vietnam, e inclusive causó el largometraje The trial of the Cantonsville nine (1972), un alegato antibelicista que le valió un puesto señalado en la lista negra de los contrincantes del entonces presidente Richard Nixon.
Jane Fonda, mascarón de proa de aquella pelea, le dio en 1989 (como productora y como compañera) su último papel personaje principal en el cine (en televisión trabajó prácticamente hasta el desenlace, aun ganó un Globo de Oro en 1999 por la versión de Moby Dick). Pese a su corrección, Gringo viejo, apuntada por Luis Puenzo, no cubrió las esperanzas que habían puesto en ella sus causantes, y el fracaso comercial empañó el colofón que habría correspondido a una trayectoria como la de Peck. Para varios, la conciencia ética de Hollywood.
La decisión de número uno entre el centenar de héroes de la lista desarrollada por el American Film Institute fue el último reconocimiento que recibió el célebre actor, una semana antes de su muerte. Su personaje de Atticus Finch en Matar a un ruiseñor (1962), de Robert Mulligan, el letrado que protege a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca en la Alabama de los años treinta, se transformó en el mucho más votado merced a ciertas características fundamentales (solidez al proteger sus opiniones, sólida fe en la justicia, tolerancia y rechazo de la crueldad) que, en una temporada en que las luchas por los derechos civiles encabezadas por Martin Luther King comenzaban a mentalizar a parte importante de la cultura de Estados Unidos, lo hicieron tan inolvidable como la interpretación de Peck, que le valió el único Oscar de su trayectoria a la quinta nominación.
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