La historia de las civilizaciones está escrita por aquellas personas queen el transcurrir de los siglos, gracias a su proceder, sus ideas, sus innovaciones o su ingenio; han ocasionado quela humanidad, de una forma u otra,avance.
Si has llegado hasta aquí es porque tienes conocimiento de la importancia que detentó Gioacchino da Fiore en la historia. La forma en que vivió y lo que hizo durante el tiempo que estuvo en el mundo fue decisivo no sólo para quienes conocieron a Gioacchino da Fiore, sino que quizá produjo una huella mucho más vasta de lo que logremosimaginar en la vida de personas que tal vez jamás conocieron ni conocerán ya jamás a Gioacchino da Fiore personalmente.Gioacchino da Fiore fue una de esas personas que, por algún motivo, merece no ser olvidado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.
(Gioacchino o Joaquín da Fiore; Celico, c. 1130 - San Giovanni in Fiore, 1202) Místico italiano. Monje y abad de Corazzo, escribió, entre otros muchos libros, la Exposición del Apocalipsis, en el que, rebelándose contra los abusos eclesiásticos de su tiempo, realizó una teología de la historia: tras el reinado del Padre (Antiguo Testamento, periodo de la familia) y del Hijo (Nuevo Testamento, época de los clérigos), irrumpiría el del Espíritu (reino de los frailes, libres de intranquilidades doctrinales o morales). Los fraticelos encontraron en él armas para utilizar contra el papado.
Gioacchino da Fiore fue entre las figuras mucho más atrayentes y complicadas de la espiritualidad cristiana medieval. Escasas y también dudosas son las novedades sobre los primeros años y sobre la predicación de Gioacchino, cuya vida se convirtió próximamente en piadosa historia de historia legendaria. Nació probablemente cerca de 1130 en Celico. Entró en el monasterio cisterciense de Sambucina entre 1150 y 1155, pasando después a Corazzo, donde fue escogido abad en 1177, y a Casamari. Más tarde, separándose de la orden cisterciense, fundaría en 1191 una orden novedosa en Sila, en el monasterio de San Giovanni in Fiore.
Documentos preceptivos quieren poner la obra de Gioacchino da Fiore bajo la protección pontificia. Según esta interpretación, el abad italiano habría expuesto su programa exegético al papa Lucio III, y tanto éste como sus sucesores Urbano III y Clemente III le habrían pedido frecuentemente que llevara a término sus comentarios de las Escrituras. Pero semejantes novedades, y el testamento de Gioacchino, son probablemente falsificaciones nacidas tras su muerte (ocurrida en 1202), en el ámbito de la orden joaquinita, que pretendía de esta manera salvaguardar la ortodoxia de su principal creador.
Hay que rememorar, no obstante, que la condena del IV Concilio Lateranense (1215) se limitaba a la doctrina trinitaria de Gioacchino da Fiore y a su tratado (el día de hoy perdido) contra Pietro Lombardo, y no dejaba de resaltar la laudable intención de sumisión a la Iglesia expresada por Gioacchino en su testamento, recordando, además de esto, que la condena no se refería a la orden fiorense; lo mismo repetiría, poco después, Honorio III. La popularidad de santidad del abad calabrés se sostuvo, como es conocido, largo tiempo y no solo en su orden.
Las proyectos escenciales de Gioacchino da Fiore son la Concordancia del Antiguo y del Nuevo Testamento, la Exposición del Apocalipsis, el Salterio de las diez cuerdas, el Tratado sobre los Cuatro Evangelios, el Libro de las figuras, el De articulis fidei y el Adversus Judacos (todavía inédito). De otras proyectos atribuidas por la tradición al profeta de Celico resulta bien difícil detectar al creador.
La Exposición del Apocalipsis intenta probar que el día de la próxima manifestación íntegra del Espíritu Santo y de la instauración de la novedosa era espiritual es inminente. Para ello, Gioacchino da Fiore realiza una descriptiva exposición de todo el simbolismo apocalíptico, conociendo por doquier arcanas verdades, lanzándose a veces caprichosamente a interpretaciones alegóricas y torturando y violentando el sentido propio y alegórico, aun a costa, si se da la situacion, del sentido que da San Juan Evangelista a sus alegorías. Así, los siete ángeles que reciben las trompetas son las siete edades de todo el mundo de la segunda era del Hijo; las langostas son los herejes patarinos, determinados asimismo con el Anticristo y con la segunda bestia; los 40 y un par de meses, duración de la vida de la bestia de siete cabezas, se transforman en 40 y 2 generaciones, para conformar los 1260 años precisos al balance de Gioacchino, que ubica en esta fecha el comienzo de la era tercera.
La interpretación desemboca en la descripción de los tres periodos de la narración de la raza humana (el del Padre, el del Hijo y el del Espíritu) y de los tres estados que corresponden a cada uno de ellos: conyugal, clerical y monacal. En la futura época del Espíritu no va a haber ahora secretos, y la realidad, rasgado ahora el velo de las alegorías, va a ser contemplada frente a frente en visión deducible, y el cariño reinará en el planeta. Gioacchino no cierra los ojos a la visión de la cruda situación: a los odios que desgarran a los hombres, a las guerras sanguinolentas, a la mundanidad y el fasto que laceran a la Iglesia, a todas y cada una de las catástrofes que van a ir incrementando en intensidad conforme se acerque la escatología apocalíptica; pero en esta visión del mal radical encuentra la promesa y la fe en el radical antídoto, y prevé una crisis del orden en el trabajo presente. El hombre, purificado por el fuego, va a arrancar de su corazón los aprecios ególatras; no va a haber mucho más pelea por lo mío y lo tuyo; la pobreza, con la supresión de las clases, honores y supremacías sociales, reinará como soberana.
Con esta conclusión hace de el el ascetismo exagerado de los cátaros y sus radicales sacrificios para mudar, no los dogmas o la doctrina, como aquéllos deseaban, sino más bien la especialidad y la práctica del cristianismo. De este modo se ubica en la serie de los profetas, como quien penetra mucho más intensamente que el resto en los misterios de Dios, como consolador y animador, en tiempos tristísimos, hacia la promesa de un futuro mejor, no por mérito de la especialidad y del magisterio jerárquico, sino más bien por una profunda conversión de los corazones.
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