Georges Steiner

La historia de la civilización la escriben las personas queen el paso de los años, gracias a su forma de actuar, sus ideales, sus hallazgos o su arte; han originado quela sociedad, de un modo u otro,prospere.

Si has llegado hasta aquí es porque tienes conocimiento de la importancia que tuvo Georges Steiner en la historia. El modo en que vivió y lo que hizo durante el tiempo que estuvo en la tierra fue decisivo no sólo para quienes conocieron a Georges Steiner, sino que posiblemente produjo una huella mucho más profunda de lo que logremosconcebir en la vida de gente que tal vez nunca conocieron ni conocerán ya jamás a Georges Steiner personalmente.Georges Steiner fue un ser humano que, por algún motivo, merece ser recordado, y que para bien o para mal, su nombre jamás debe borrarse de la historia.

Las biografías y las vidas de personas que, como Georges Steiner, cautivan nuestra atención, deben valernos en todo momento como punto de referencia y reflexión para proponer un marco y un contexto a otra sociedad y otra etapa de la historia que no son las nuestras. Intentar comprender la biografía de Georges Steiner, el motivo por el cual Georges Steiner vivió del modo en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo durante su vida, es algo que nos ayudará por un lado a conocer mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que se mueve, de forma inevitable, la historia.

Vida y Biografía de Georges Steiner

(París, 1929) Intelectual, ensayista y crítico literario estadounidense de origen alemán, considerado como entre los mucho más refulgentes de la civilización europea y figura primordial de los estudios de literatura equiparada.

George Steiner nació en París el 23 de abril de 1929. Uno de los médicos que atendió su nacimiento viajó después a Estados Unidos para matar a un senador; este aspecto, igual que otros aproximadamente macabros, marcaría sus primeros recuerdos. Su madre, vienesa «hasta la punta de los dedos», y su padre, un judío de orígenes modestos que tenía a su cargo esenciales funcionalidades jurídicas en la banca de Viena, habían descuidado Austria en 1924, ahuyentados por el espectro del antisemitismo y por las medidas mucho más específicas del alcalde Lueger, exactamente el mismo que sería ejemplo del joven Adolf Hitler.

El padre renunció de este modo a un futuro refulgente en las categorías superiores vienesas, y George jamás comprendería qué extraña clarividencia le dejó acertar lo que ocurría y tomar una resolución que se encaraba a la lógica de los hechos y a la intención materna, y que no a él le satisfacía completamente: como la intelectualidad judía de la temporada, el padre de Steiner soñaba con llegar a Gran Bretaña; su salud, no obstante, le forzó a quedarse a medio sendero, en el tiempo mucho más benéfico de la ciudad más importante francesa.

Steiner medró oyendo los alegatos de Hitler en la radio y las exhortaciones de su padre, que desde 1933 se habituó a charlar sin ser atendido. A sus familiares y amigos judíos de Praga o de Viena les advertía de la catástrofe que veía venir; a cambio, recibió mofas incrédulas y fue llamado fatalista, alarmista e inclusive histérico.

Exilio estadounidense y guerra en Europa

Mientras tanto, el pequeño George ahora empezaba a leer, a intrigarse por alguna traducción de la Ilíada que la lectura en voz alta de su padre rodeaba de secreto, a respetar las imposiciones educativas que su padre le hacía: había que leer en francés, en inglés y en alemán; no había que desatender ninguna de las tres lenguas que se charlaban en el hogar. «Acepté, con un ardor absoluto, la iniciativa de que el estudio y la sed de entendimiento eran los idóneas mucho más naturales, mucho más determinantes», escribiría después. En situación, la consecuencia de esos años fue la obsesión por añadir algo a las lecturas, por leer de tal modo que cualquier día pudiese enriquecer con un comentario lo leído.

En 1940, en el momento en que la familia llevó el exilio personal a la última instancia -Steiner y sus progenitores se trasladaron a Nueva York-, la entrada del niño en el Liceo Francés de Manhattan no le supuso ningún inconveniente. Mientras la guerra se desarrollaba en Europa, Steiner leía a Racine y a Shakespeare y aprendía latín y heleno tradicional.

Tras conseguir su bachillerato francés, Steiner fue aceptado en la Universidad de Yale. Corría el año 1949; los judíos todavía no empezaban a ser bien admitidos como una parte de la intelligentsia predominante. Tuvo entonces su primer contacto con las ciencias puras, y el estudio de la física y la química determinaría entre las obsesiones recurrentes de su obra: la pugna entre el lenguaje científico y las humanidades.

Al tiempo, el joven estudiante hacía descubrimientos fundamentales: Heidegger, a través del enorme pensador Leo Strauss; la conciencia política moderna, por medio de marxistas que no habían leído ni a Marx ni a Hegel, y, más que nada, la vocación de educar. A final de un curso, en el momento en que sus compañeros de clase le solicitaron asistencia para elaborar un examen sobre el novelista Henry James, el joven estudiante judío descubrió su talento especial -y el exitación derivado- para comentar una obra y trasmitir pedagógicamente esos comentarios. Steiner, el intérprete mucho más célebre de la literatura de su tiempo, el comentarista del hombre contemporáneo, ha podido haber nativo de ese instante.

Trabajo y reconocimientos

A partir de entonces, y a lo largo de múltiples años, los hechos de su historia han tomado un ritmo vibrante. Steiner acabó sus estudios en Yale y los completó en Harvard, viajó a Oxford, recibió sus primeros reconocimientos -el Chancellor’s Essay Prize, por servirnos de un ejemplo-, fue invitado a ser parte del aparato editorial de The Economist, regresó a Estados Unidos en 1956 y se incorporó al Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton. Estaba listo para redactar su primer libro, Tolstoi y Dostoievski. Acababa de cumplir treinta años. Sin embargo, no se había logrado desprender de un concepto que le obsesionaba: empezó a rescribir y comprobar su disertación de Oxford, que fue rechazada en su instante.

40 años después, La muerte de la catástrofe prosigue considerándose como entre los mayores estudios de literatura equiparada del siglo XX. En él, Steiner dedicó cuatrocientas páginas a investigar las causas por las que la catástrofe, esa forma más especial de la civilización occidental -«ni Oriente ni el judaísmo han producido desgracias», escribió Steiner-, había desaparecido en el planeta contemporáneo. Bajo esta propuesta, la incomodidad en relación al hombre y su ser-en-el-planeta se encontraba ahora presente.

Steiner la explayó sin miramientos en su siguiente ensayo, y de paso abrió una brecha en la forma en que comprendemos nuestra relación con el lenguaje. Lenguaje y silencio (1967) formó el pensamiento de una generación de alumnos con una proposición bien fácil: la pérdida de valor de la palabra era inseparable de la barbarie en que se halló inmerso Occidente entre 1914 y 1945.

En el momento en que el libro apareció, Steiner ahora llevaba un año en The New Yorker: le habían pedido que ocupase la plaza dejada por Edmund Wilson, el mucho más respetado crítico de su generación. Así, prácticamente al tiempo, se convertía en el primordial ejemplar de una clase extraña: el comentarista de noticias literarias que es asimismo la conciencia ética de su instante.

En los años que prosiguieron, Steiner continuó escribiendo. No especializadamente, no obstante, sino más bien siguiendo los dictados de la pasión actualmente o de su curiosidad omnívora, robándole tiempo a la cátedra de Cambridge donde se había predeterminado como un tradicional. En el castillo de Barbazul (1974) ha propuesto un desafío al pesimismo cultural de T. S. Eliot. Después de Babel (1975) formó una investigación erudito y agudo de las artes de la traducción, pero asimismo una defensa apasionada de la pluralidad lingüística por la parte de un hombre que medró comentando en tres lenguajes y leyendo en cinco. Y en Presencias reales (1988) estableció que las expresiones y los signos que las conforman están imbuidos de intuiciones filosóficas, históricas y religiosas. Cada libro supuso un combate a la falsedad oratoria de novedosas corrientes de pensamiento, y asimismo una afirmación de pasiones que no son discutibles.

En mayo de 2001 le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Recibió el premio con gratitud pero con sosiego, y prosiguió mejorando su mucho más reciente libro: Gramáticas de la creación. Es un libro tan muy elegante y tan incisivo como todo cuanto escribió. «Una élite -había dicho- es sencillamente el conjunto que sabe, que afirma que algunas cosas son mejores, mucho más dignas de ser sabidas y apreciadas que otras.» Hoy, Steiner encarna como absolutamente nadie ese ideal, y puede hablarse de él como del último humanista.

Para bastantes, George Steiner es el mayor crítico literario vivo. Se frecuenta situar su nombre en conjunción con el de Harold Bloom, el respetado crítico de Yale, e inclusive se evoca la figura del poeta británico T. S. Eliot para ofrecer una medida de su relevancia. Lo es cierto que absolutamente nadie encarna como él la imagen o el ideal del intelectual cosmopolita; absolutamente nadie, tampoco, ha conocido conjugar de mejor forma el estudio devoto de la literatura tradicional con el ejercicio con pasión de la crítica de noticias.

Steiner escribió ficción en prosa de corte vanguardista, autobiografías de una enorme lucidez dolorosa y varios de los ensayos mucho más esenciales de nuestro tiempo, y se construyó, sencillamente, en el enorme profesor de eso que se dió en llamar «literatura equiparada». Algo fundamental le distingue de sus opositores (que tienden a ser, al tiempo, sus imitadores mucho más acervos): la naturalidad con la que acepta el acto de leer, de comentar lo leído y de meditar el planeta. Apasionado y crítico de su condición judía, poliglota de perfección envidiable, George Steiner recomienda al lector la iniciativa de haber nacido con un libro en la mano.

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Indudablemente conocer en profundidad a Georges Steiner es algo que está reservado a escasas personas, y que pretender reconstruir la persona que fue y el modo en que vivió la vida de Georges Steiner es una especie de rompecabezasque probablemente lleguemos a rehacer si cooperamos juntos.

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Los matices y las sutilezas que llenan nuestras vidas son siempre importantes, ya que destacan la singularidad, y en el tema de la vida de un ser como Georges Steiner, que detentó su importancia en un momento histórico concreto, es vital intentar mostrar una visión de su persona, vida y personalidad lo más exacta posible.

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