Ya sea inspirando a otras personas o formando parte de la acción. François La Rochefoucauld es una de esas personas cuya vida, en verdad, merece nuestro interés por el nivel de influencia que tuvo en la historia.Comprender la existencia de François La Rochefoucauld es comprender más sobre una época concreta de la historia del género humano.
Las biografías y las vidas de personas que, como François La Rochefoucauld, atraen nuestro interés, deben valernos en todo momento como punto de referencia y reflexión para proponer un marco y un contexto a otra sociedad y otra época de la historia que no son las nuestras. Intentar entender la biografía de François La Rochefoucauld, el motivo por el cual François La Rochefoucauld vivió del modo en que lo hizo y actuó del modo en que lo hizo durante su vida, es algo que nos ayudará por un lado a vislumbrar mejor el alma del ser humano, y por el otro, la manera en que se mueve, de forma inexorable, la historia.
(François, duque de La Rochefoucauld; París, 1613 - 1680) Filósofo y moralista francés. Tal como él mismo relató en sus Memorias (1662), los primeros años de su historia adulta los pasó entre el ejército y la corte francesa, implicado en hechos de armas, en varias intrigas y en aventuras cariñosas. Sin embargo, en 1652, gracias a una herida que padeció en la guerra de Faubourg Saint-Antoine, que lo forzó a almacenar reposo por un tiempo, volvió a París y entró en contacto con los círculos literarios. Concibió entonces su obra mucho más famosa, las Máximas (1665-1678), compilación de setecientos epigramas que forman un jalón del clasicismo francés. Tomando el egoísmo natural como la esencia de toda acción, La Rochefoucauld atacó el autoengaño y descubrió con hondura y también talento las contradicciones de la psicología humana, más allá de que fue mitigando el carácter bastante tajante de ciertas de sus máximas en las consecutivas ediciones.
Hijo de un duque y par de Francia, La Rochefoucauld fue educado por un preceptor en los feudos de Angulema y del Poitou sin cuidados particulares por cuanto se encontraba designado a las armas, más allá de que aprendió algo de latín. A los quince años se le desposó con Andrée de Vivonne, hija de un capitán de la guarda de María de Médicis que habría de ofrecerle ocho hijos y viviría siempre y en todo momento en la obscuridad. Al año siguiente el joven La Rochefoucauld, que ostentaría hasta el fallecimiento de su padre el título de príncipe de Marcillac, era ahora maestre de campo del regimiento de Auvernia.
Ingresado en la corte en 1629, dio principio a una sucesión de intrigas políticas y sentimentales en las que descubrió una acusada afición a la aventura. Enamorado de la duquesa de Chevreuse, en 1639 comenzó a tramar audazmente por ella contra el cardenal Richelieu y a favor de Ana de Austria, actuación que le valió el cautiverio en la Bastilla y un destierro de tres años en Verteuil. Desde allí sostuvo contacto con los contrincantes del cardenal, y participó en las conjuraciones de Cinq-Mars y Thou.
En 1642, fallecido Richelieu, volvió a París; y en el momento en que la reina Ana de Austria, tras el fallecimiento de Luis XIII de Francia, fue nombrada regente, aguardó ver retribuida su devoción. Sin embargo, el cardenal Mazarino se levantó como un nuevo obstáculo frente sus ambiciones. A fin de vengarse de la ingratitud de la soberana y ponerse en contra a este otro enemigo ingresó en la "cabale des inportants", se alió con la hermosa duquesa de Longueville, hermana del duque de Enghien y encarnizada contrincante de la reina, y se dejó arrastrar a la aventura de la Fronda, movimiento de la alta nobleza contra el régimen absolutista. Siguió al duque de Enghien a Flandes, y fue herido en la guerra de Mardiek. Vuelto a París, intrigó nuevamente, y, estallada la guerra civil entre Turenne y el enorme Condé, luchó en la puerta de Saint-Antoine, donde recibió en pleno rostro un tiro de arcabuz que le privó por un instante de la visión.
Descuidado por la duquesa de Longueville y desilusionado en sus ambiciones políticas, se refugió en primer lugar en el extranjero, y después, tras el fallecimiento de su padre en 1653 (que acarreó el cambio de su título de príncipe de Marcillac por el de duque de La Rochefoucauld), en sus pertenencias de Verteuil. Vio vencer, tras la Fronda, al cardenal Mazarino, y advirtió, singularmente, la aparición de un planeta en el que no había sitio para la independencia de la nobleza según él la concebía. Adversario de la centralización del poder a cargo del rey y de su ministro, incitó un ideal que fue definido como "feudal y anárquico", completamente opuesto a la evolución del Estado moderno.
En adelante, no obstante, renunció a toda ambición política y se transformó en cronista de los hechos de los que había sido partícipe y espectador, libre ahora entonces de las pasiones que le moviesen en las diferentes situaciones; de esta suerte, sus Memorias revelan una estable intención de imparcialidad, e inclusive, hasta un punto, de impersonalidad. Publicadas en 1662 (salvo la sección primera, que quedó nueva y no apareció hasta 1817), el relato escencial de las Memorias cubre desde 1624 hasta 1652 y fue realmente bien recibido y apreciado por sus contemporáneos.
El tono de las Memorias de La Rochefoucauld es sobrio, austero, de forma frecuente vivísimo; el creador, que en los años últimos y mucho más trágicos charla en tercera persona de sí, disimula bastante bien su intención apologética. No esconde lo que tenía que pobremente ambicioso en la oposición de los enormes señores a la autoridad regia, ni las causas menos nobles que inducían al mismo La Rochefoucauld: ansia desilusionada de honores, riñas, pasiones galantes y aventureras. En la crónica segrega, entre los bastidores de la Fronda, La Rochefoucauld se revela como un retratista feliz y como un agudo estudioso del alma que hace presentir al moralista de las Máximas. Con las Memorias puede tener relaciones la Apología redactada en 1649 y publicada en 1855. En ésta, las causas personalísimas de oposición a Mazarino son confesadas mucho más claramente, según el principio de nuestra herramienta, que asimismo recuerda de cerca las Máximas.
En cuanto al resto, La Rochefoucauld halló en esta etapa su auténtica vocación, no de político ni de hombre de acción, sino más bien de "honnête homme" y de espectador sutil y profundo, lúcido y desengañado. Instalado nuevamente en París, prosiguió frecuentando la Corte, si bien fue mucho más asiduo de los salones. Cáustico y lacónico, halló próximamente su rincón en los entretenimientos del espíritu que estaban tan de tendencia por entonces. Participó en el juego de los retratos, y el suyo, que logró en 1659, fue entre los mucho más conseguidos del género. Empezó a frecuentar la tertulia de Madame de Sablé, donde se cultivaba el género de la "máxima"; tras la discusión sobre un tema propuesto, los competidores intentaban condensar el pensamiento propio en el corto espacio de una sentencia.
De esta suerte nacieron, por medio de una lenta elaboración, las Máximas, en las que los "repliegues del corazón" se muestran examinados hasta la privacidad intencional. En 1665, la publicación a su pesar de la primera edición de las Reflexiones o sentencias y máximas morales (título original terminado de las Máximas) provocó escándalo, ya que el sistema expuesto y el tono sin corazón y moralista adoptado excedían lo que dejaban los juegos mundanos de la charla que estaban en el origen de la práctica y de la manera del género.
Compuesta por setecientas sentencias morales breves y sutiles, las Máximas (que conocieron cinco ediciones entre 1665 y 1678) muestran una fuerte unidad por su pensamiento dominante y sin cesar repetido: el cariño propio y el interés se dibujan en el fondo de todas y cada una nuestras actitudes, de los sentimientos y de la llamada virtud. "Nuestras virtudes no son, por norma general, mucho más que vicios enmascarados". De ahí que la amistad, la piedad, la sinceridad, el pudor femenino o el heroísmo se descompongan bajo una observación despiadadamente escrutadora, que revela el egoísmo, la debilidad o el cálculo mucho más sutil.
El tono fatalista y la convicción del intrínseco egoísmo de la naturaleza humana definen de hecho sus breves epigramas: "Nuestro arrepentimiento radica mucho más en el miedo a eso que logre ocurrirnos que en lamentar nuestros actos". Si François La Rochefoucauld coincide con Blaise Pascal en el momento en que demanda el infinito orgullo humano, la fe no le alumbra; su sabiduría es completamente mundana y expresa tan solo el ideal del "hombre sincero". El libro tiene dentro asimismo especificaciones poéticas mucho más amplias, siempre y en todo momento cerca de los resortes que dirigen la conducta de los hombres.
Aun en el momento en que las declaraciones del creador no eran exageradamente auténticos, la precisa precisión de su lenguaje les proporcionaba una desoladora nitidez; a la visión severa y también inexorable del corazón humano le dio la manera mucho más absoluta la aptitud francesa para achicar el pensamiento a la expresión rápida y clara. Las Máximas, aparte de precisas, son penetrantes y lumínicas; carecen de todo atisbo de preciosismo, lo que acentúa el carácter enormemente mundano y señorial del libro. Schopenhauer y Nietzsche se sintieron seducidos por su amarga y desdeñosa visión del hombre; y asimismo contemporiza con tal aspecto nuestro Leopardi, como puede apreciarse en ciertos de sus Ciento once pensamientos.
Los últimos años de la vida de La Rochefoucauld estuvieron ocupados en parte importante por su íntima y leal relación con Madame de La Fayette, a quien asistió con sus consejos a lo largo de la redacción de la conocida novela La princesa de Clèves. La autora se aplicó hasta entonces, según se ha dicho, a corregir las Máximas "en su corazón", mitigando su tono, sin modificar, sin embargo, su principio fundamental. A pesar de las presiones de sus amigos, La Rochefoucauld no deseó presentarse como candidato a la Academia. Falleció asistido por el obispo Jacques Bossuet. Entre sus sobrantes proyectos, compendiadas póstumamente, están diecinueve creaciones breves conocidas como Réflexions diverses (Reflexiones distintas) y cerca de ciento cincuenta cartas.
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